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Viernes 14 de Marzo de 2008

Las mujeres, los compromisos y la impotencia

por Roberto Bissio

La Comisión sobre la Situación de la Mujer de las Naciones Unidas concluyó la semana pasada su reunión anual constatando que "los compromisos globales para lograr la igualdad entre los sexos y el empoderamiento de las mujeres todavía no han sido implementados". Estos compromisos fueron acordados en 1995 en una conferencia internacional de alto nivel en Beijing, y reafirmados en cada cumbre realizada desde entonces.

La propia Comisión es uno de los organismos más antiguos de Naciones Unidas y ésta fue su 52ª reunión anual. Como organismo de deliberación intergubernamental, la COmisión es sorprendentemente eficaz, comparada con otras comisiones similares del Consejo Económico y Social sobre, por ejemplo, desarrollo social o medio ambiente, si se mide la eficacia por la capacidad de las representaciones nacionales de llegar a documentos de consenso.

Así, por ejemplo, organizaciones independientes especializadas en el monitoreo, como la red internacional Social Watch, han demostrado abundantemente el incumplimiento de las resoluciones sobre erradicación de la pobreza tomadas por los presidentes en 1995 durante la Cumbre Social realizada en Copenhagen, y en 2000, en la Cumbre del Milenio. Y, sin embargo, es muy raro que los gobiernos aprueben una resolución autocondenatoria como la recién aprobada por la Comisión sobre la Situación de la Mujer.

Puede argumentarse que se ha vuelto práctica habitual que los gobiernos estén representados por diplomáticas mujeres en esta Comisión, aunque nada obliga a que esto sea así. Tal vez resulte más fácil a un cuerpo deliberativo integrado por mujeres en abrumadora mayoría llegar a consenso. Es una hipótesis difícil de verificar, ya que no hay parlamento en el mundo con mayoría aplastante de mujeres. O tal vez la solidaridad entre mujeres a la hora de criticar lo que sus colegas varones han hecho -o más bien no han hecho- sea más fuerte que las tradicionales divisiones ideológicas o regionales que separan a los gobiernos en las Naciones Unidas. Una hipótesis simpática, pero que debe ser atenuada por la observación de que cada una de estas representantes está sujeta a disciplina como funcionaria de su gobierno y que esta línea de mando lleva rápidamente a un superior varón, ya que en muy pocos casos la jefatura de las misiones nacionales está a cargo de mujeres.

En todo caso, nunca se levanta en las Naciones Unidas una voz que diga que las mujeres no deben tener iguales derechos que los varones. La semana pasada todos los gobiernos del mundo avalaron un acuerdo que dice que han empeñado en falso su palabra de hacer realidad estos derechos, que están preocupados por la "feminización de la pobreza" y convencidos de que ésta no puede ser erradicada "sin invertir recursos suficientes para la igualdad de género y el empoderamiento de las mujeres", que "programas de ajuste estructural mal diseñados y aplicados tienen consecuencias negativas que perduran", que los acuerdos de libre comercio "tienen impactos diferenciados sobre varones y mujeres" en gran parte porque éstas no participan de su negociación y que "la falta de compromiso político y recursos presupuestales" es un obstáculo para la igualdad de género e implícitamente una violación de los derechos humanos de la mitad de la población mundial.

La evidencia que apoya estas afirmaciones es abrumadora. Según el índice de Equidad de género calculado año a año por Social Watch para registrar la brecha entre varones y mujeres en las áreas de educación, la economía y el poder, la mitad de las mujeres del mundo vive en países que no han registrado progresos en los últimos cinco años. En una tabla donde el 100 representa la igualdad, el promedio mundial está apenas en 61. El mayor avance se ha dado en educación, donde la brecha mundial que separa a las mujeres de la igualdad es de apenas 10 por ciento, pero que tengan igual (y en muchos países superior) nivel educativo no les asegura igual salario y, menos aún, un lugar en la mesa de decisiones. Según WEDO, la organización fundada por la legendaria Bella Abzug, una de las primeras parlamentarias en Estados Unidos, “en la actualidad las mujeres legisladoras promedian apenas un 17 por ciento del total en los parlamentos, muy por debajo de la meta de más del 30 por ciento acordada en 1995”.

En el ámbito laboral, la Organización Internacional del Trabajo informó la semana pasada que si bien el número de mujeres empleadas creció en casi 200 millones en la última década, llegando en 2007 a mil doscientos millones de trabajadoras en el mundo, el número de mujeres desempleadas también creció y la tasa de desempleo femenino es de 6,4 por ciento, muy superior al promedio masculino de 5,7 por ciento. Las mujeres ganan menos por desempeñar las mismas tareas y sus empleos tienden a más precarios e informales que los de los varones.

Pero lo realmente escandaloso no es el diagnóstico, sino la inacción. En el caso del cambio climático, por ejemplo, enormes esfuerzos y atención se han dirigido a las opiniones de los científicos sobre si éste es real o no, porque la implicancia es que si es demostrable científicamente hay que tomar acciones, por caras que cuesten, tal como la demostración científica del vínculo entre el hábito de fumar y el cáncer ha llevado a tomar medidas contra el tabaquismo.

Sin embargo, aunque existen evidencias científicas incontestadas de una situación de discriminación de la mitad de la población del mundo y aunque hay un consenso declarado y formal de todos los gobiernos de que esta situación es, además de un problema en sí misma, un obstáculo para lograr el desarrollo económico y la reducción de la pobreza, el resultado de todo ello es... nada. El presupuesto total de los diferentes organismos de Naciones Unidas encargados de mejorar la situación de las mujeres es de apenas 65 millones de dólares al año, mientras que UNICEF, el organismo que vela por los niños, tiene un presupuesto anual de dos mil millones. Y, para peor, UNIFEM, la agencia de las Naciones Unidas especializada en las mujeres, está acéfala desde hace meses pese a la existencia de una fuerte candidata –la activista india Gita Sen— con respaldo de las organizaciones de mujeres y recomendación expresa del comité de selección.

El desafío ya no es el de demostrar la justicia de la causa ni el de consensuar discursos, -de eso ya se encargaron las mujeres- sino el de pasarlos a la práctica. ¿No habrá suficientes varones con poder avergonzados por su inoperancia en el terreno de la acción, que se suponía era el suyo? (FIN)

Roberto Bissio es director ejecutivo del Instituto del Tercer Mundo

Este artículo fue publicado el 13 de marzo de 2008 en Agenda Global, un suplemento semanal que circula los jueves con el periódico La Diaria de Montevideo, Uruguay www.ladiaria.com.uy




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