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Estados Unidos

Lunes 18 de Febrero de 2008

Entre hadas y madrastras

por Roberto Bissio

"Lo que no logro entender –me decía hace unos días en Nueva York una veterana militante feminista— por qué sería más histórico elegir presidente a un negro que a una mujer".

La pregunta, formulada por una simpatizante de la precandidatura de Hillary Clinton a la Presidencia de Estados Unidos, es tan relevante como difícil de responder. Es relevante porque el entusiasmo de estar "haciendo historia" al llevar a la Casa Blanca a Barak Obama es el factor más obvio detrás del extraordinario impulso logrado por este joven (46 años) senador, que arrancó desde atrás, apoyado apenas por un puñado de organizadores de base, y ahora está conquistando cada día más dinero, votos y convencionales que su rival en la carrera por obtener la mayoría en la convención del Partido Demócrata que se reunirá en agosto en Denver.

Desde el punto de vista de los simbolismos culturales, de esos que hicieron tan transcendente la elección de un obrero como Lula o un indígena como Evo Morales o una mujer como Michelle Bachelet, es frustrante para el votante militante que cuando parece seguro que por primera vez en su historia la mayor potencia mundial NO será gobernada por un varón blanco, la disyuntiva sea entre sustituirlo por una mujer blanca o un varón negro, como obligando a elegir entre la equidad de género y la justicia racial. ¿A quién votarán las mujeres negras? ¿Querrán en la Casa Blanca a quien se les asemeje por su sexo o por su piel?

La posibilidad de que una mujer llegara a la Casa Blanca por la puerta grande y no como "primera dama" implica un cambio cultural tan grande que había que prepararla con cuidado. La candidatura de Hillary Clinton se comenzó a preparar desde antes de las elecciones del 2000, que ganó Al Gore en las urnas pero luego perdió en las cortes ante George W. Bush. La elección de Clinton al Senado, la designación de otra mujer demócrata, Nancy Pelosi, como presidenta de los diputados y hasta la serial de televisión "Comandante en Jefe" sobre una mujer presidenta, todo se fue articulando para preparar mentes y corazones a aceptar el liderazgo femenino. Para mostrarse "presidenciable" y capaz de tomar decisiones "duras", la senadora Clinton cometió incluso el mayor error de su carrera política al apoyar la guerra en Irak.

Al final, tanto se habló y se escribió de Hillary y tanto se enfatizó su experiencia como estadista, su preparación y su conocimiento desde adentro de los vericuetos del poder en Washington que al comenzar la campaña hacia la convención partidaria, primero, para disputar luego las elecciones en noviembre, lo novedoso, la personificación del "cambio" ya no era más ella sino un político sin experiencia y sin chance alguna, nacido en Hawai, hijo de un africano y una chica blanca de las praderas del Midwest que pasó parte de su infancia en Indonesia, con un apellido que difiere en una sola letra del nombre del enemigo público número uno ¡y cuyo segundo nombre es Hussein!

Obama ha hecho del "cambio" su consigna de campaña y está logrando entusiasmar a un público que normalmente no concurre a votar en Estados Unidos, en particular los jóvenes. Sin embargo, el candidato es intencionalmente ambiguo en detallar qué cambios se propone. La maquinaria del Partido Demócrata todavía no se recupera de su sorpresa. Incluidos la mayoría de los líderes afroamericanos, que no ven a Obama como a uno de ellos, ya que no procede de una familia que haya sufrido la esclavitud ni participado de las luchas por los derechos civiles. De Bill Clinton, quien estableció sus oficinas en el barrio neoyorquino de Harlem al dejar la Presidencia, se había dicho que sus escándalos sexuales fueron exagerados por tratarse del "primer presidente negro de Estados Unidos". Estos mismos círculos le reprochan a Obama ser conciliador y "poco negro".

Pero estos entretelones no cuentan para el gran público, que en un debate televisivo no tiene dudas sobre cuál es el candidato que por su aspecto, su juventud y su energía se distancia de la elite política de Washington. Con dominio del escenario y de la comunicación emocional, Obama transmite la idea de que él es capaz de unir el país en torno de una mística, comparándose con el John Kennedy de los Cuerpos de Paz y el viaje a la luna: "Yo no les pido que crean en mi poder de cambiar las cosas, sino en el de ustedes mismos", insiste Obama ante auditorios que aplauden entusiastas y corean el lema de su campaña: Yes, we can (Sí, podemos). No es casualidad que su estrella comenzó a subir cuando la campaña llegó a los estados con tradición "populista", basada en movimientos comunitarios, con raíces en el New Deal de Roosevelt y la lucha por los derechos civiles, con facilidad para cruzar la tenue división entre demócratas y republicanos.

Hasta mediados de febrero, todo el impacto mediático que Obama supo movilizar mejor que Clinton y el atractivo de ser parte del "cambio histórico" chocaban con el argumento de "sí, pero no puede ganar". Sería muy bonito, pero es "un cuento de hadas", como dijo Bill Clinton en un momento de frustración por los escollos inesperados que enfrentaba la campaña de su esposa.

¡Qué injusto para Hillary, después de haberse preparado toda su vida para el poder, perder ahora ante un advenedizo a quien nadie conocía hace cuatro años cuando cautivó a la Convención Demócrata con su oratoria! El "voto útil" para derrotar a los republicanos era claramente el voto por la senadora Clinton, quien además sabe gobernar, tiene experiencia y un programa explícito que comienza por solucionar la total carencia de asistencia médica de millones de ciudadanos con un seguro universal de salud.

Pero mientras tanto, entre los republicanos comenzó a consolidarse la candidatura de John McCain, héroe de la guerra de Vietnam, crítico de la administración Bush, político de conducta irreprochable y estatura de estadista. McCain podría rescatar a su partido de las manos de una minoría muy activa de "social conservadores" y religiosos fundamentalistas, capaces de movilizar minorías activistas y controlar las estructuras de poder pero incapaces de entender las alianzas y movimientos de cintura que hacen al juego político o de atraer votantes. Con McCain al frente ya no es tan seguro que las elecciones están ganadas de antemano y que la verdadera elección son las internas del Partido Demócrata. De pronto la presidenciabilidad de Obama dejó de ser un problema: es él y no Clinton quien puede ganar a McCain, las dirigencias partidarias se codean para salir con él en la foto y las mujeres blancas y los trabajadores, la base tradicionalmente sólida de apoyo a Hillary, pasaron a votar a Obama .

La senadora Clinton no se rinde fácilmente, y además sabe muy bien que en la política norteamericana no hay dos oportunidades, de modo que es de esperar una campaña de intensidad creciente en las próximas semanas. Pero al electorado le encantan los cuentos de hadas y, por un azar del destino, Obama es ahora el príncipe luchando con éxito contra dragones mayores que él, y Clinton la personificación de la envidia preguntando al espejo si todavía es la más bella.

Y aunque los guionistas de Hollywood están en huelga, el drama de la historia en movimiento sigue siendo escrito cada día.

Roberto Bissio es director ejecutivo del Instituto del Tercer Mundo

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Este artículo fue publicado el 14 de febrero de 2008 en Agenda Global, un suplemento semanal que circula los jueves con el periódico La Diaria de Montevideo, Uruguay www.ladiaria.com.uy




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