Lunes 12 de Noviembre de 2007
Banqueros en apuros
por Roberto Bissio
En la Italia del Renacimiento, los prestamistas conducían sus negocios sentados sobre un banco en los mercados. Si por algún motivo se volvían insolventes, las autoridades o los clientes enfurecidos rompían la banca… a veces sobre sus espaldas.
Charles Prince debe haber pensado en la ventaja de vivir en el siglo XXI y no en la Venecia del siglo XVI, cuando anunció el domingo a los directores del Citigroup, el mayor conglomerado financiero del mundo, que “en vista de la amplitud de las pérdidas recientes en nuestra rama de inversiones hipotecarias, la única vía honorable que me queda es la renuncia”. Prince dejó así de ser el jefe de más de trescientas mil personas, que repartidas en cien países (la mitad de ellas en Estados Unidos) manejan activos por más de 2.000 millones de dólares y doscientos millones de cuentas.
El Citi no está técnicamente en situación de “banca rota” y Prince, de 57 años, no sólo salvó el lomo sino que además cobrará por su jubilación anticipada una suma estimada en sesenta millones de dólares. Pero las horas extras trabajadas por los ejecutivos en Wall Street durante el fin de semana y la rápida aceptación de su renuncia estuvieron más que justificadas: en lo que va del año, las acciones del Citi han caído más de un treinta por ciento y las pérdidas derivadas de la crisis de las hipotecas ya alcanzan los 10.000 millones de dólares.
Robert Rubin, de 69 años, ex banquero de Goldman Sachs y ex secretario del Tesoro del presidente Hill Clinton (entre 1995 y 1999), presidió la reunión y salió de ella convertido en el nuevo patrón del Citi. Su primera tarea será conseguir unos 30.000 millones de dólares de liquidez para hacer frente a las obligaciones inmediatas, aunque para eso tenga que malvender algunas de sus muchas filiales. Y luego deberá convencer a la Securities Exchange Comisión (SEC), el organismo regulador de los mercados financieros de Estados Unidos, sobre la legalidad de la contabilidad del Citi. Se rumorea que al igual que Merril Lynch, otro gran conglomerado inversor investigado por la SEC, el Citi podría haber estado “maquillando” los números para evitar una corrida bancaria, disimulando como buena una cartera de inversiones de alto riesgo de 80.000 millones de dólares que podría no valer más que una fracción de esa suma.
Del otro lado del Atlántico, la banca también sufre las consecuencias del estallido de la “burbuja” financiera de las hipotecas. El británico Northern Rock fue salvado de la bancarrota a último momento por el Banco de Inglaterra (estatal), una operación de rescate poco usual. El Barclays está comprando sus propias acciones para evitar caídas mayores. El ABN Amor será cerrado en las próximas semanas y sus activos repartidos entre sus nuevos dueños (Banco de Escocia, Fortis y Santander). En España, la construcción se ha comenzado a enlentecer por falta de crédito y en Francia están bajando los precios de los apartamentos.
Como moderno aprendiz de brujo, Rubin debe enfrentar ahora las consecuencias de una decisión que él mismo tomó. En efecto, como secretario del Tesoro (ministro de Finanzas) tuvo un papel protagónico, junto a Alan Greenspan, presidente de la Reserva Federal (Banco Central), y el entonces presidente del Citigroup, Sanford Weill, en la derogación de la ley Glass-Steagall que separaba a los bancos comerciales de sus primos, los fondos de inversión.
La prohibición a los bancos de actuar como fondos de inversión se originó a partir de la crisis de 1929 que condujo a la Gran Depresión de los años treinta.
En ese entonces, con la promesa de ganancias rápidas, los bancos alentaban a sus depositantes a comprar acciones de empresas que ellos mismos financiaban o controlaban, entre otras variadas y creativas prácticas semilegales que motivaron una catástrofe en las bolsas y la mayor crisis de la historia del capitalismo.
Esta regulación financiera sobrevivió setenta años, a pesar de reiterados intentos de Wall Street y el Partido Republicano de abolirla, gracias al respaldo que siempre tuvo entre los demócratas… hasta que Clinton se convenció de los beneficios de la globalización financiera y bajó la guardia. La combinación de las actividades bancarias tradicionales con los seguros y las inversiones desató, sí, una era de auge de los grandes bancos y de enorme creatividad en la creación de “nuevos productos” (como las hipotecas de alto riesgo) y modalidades de inversión cuyos funcionamiento y riesgos son incomprensibles para el gran público que confía sus ahorros en bancos supuestamente sólidos y respetables.
Si de algo entiende Rubin es de crisis y de cómo sacar provecho de ellas. Su primera tarea como secretario del Tesoro, en 1995, fue la de enfrentar la crisis financiera mexicana en momentos en que parecía inevitable que el gobierno al sur del Río Grande declarara en default su deuda externa, que es lo más parecido a una bancarrota a que puede llegar un país soberano. En su libro Un mundo incierto, Rubin dedica a la crisis mexicana todo un capítulo, titulado “La primera crisis del siglo XXI”. El “salvataje” de México organizado por Rubin salvó del naufragio al recientemente firmado Tratado de Libre Comercio de América del Norte e introdujo en ese país la posibilidad de que bancos nacionales tuvieran propietarios extranjeros.
Banamex, el segundo mayor banco de México, fue rescatado –sus pérdidas las pagaron todos los mexicanos–, comprado por miembros del “clan Salinas” (del ex presidente Carlos Salinas, acusado de corrupción en gran escala) y luego vendido por éstos al Citibank, en una operación coordinada por Rubin apenas dejó su cargo en el Departamento del Tesoro.
Menos exitoso fue su intento de salvar a su banco de grandes pérdidas durante el colapso de Enron. Cuando la bancarrota del gigante energético era inminente, Rubin llamó por teléfono a un antiguo colega en el Departamento del Tesoro para que dilatara la difusión pública de las malas noticias y así ganar tiempo para que el Citi pudiera deshacerse de papeles de deuda de Enron por valor de cientos de millones de dólares. No sólo no obtuvo lo que quería sino que la llamada llegó a conocimiento del New York Times y motivó luego una investigación judicial. Rubin resultó exonerado de cargos penales, pero la ética de sus procedimientos quedó algo manchada a los ojos de la opinión pública.
El “salvataje” de instituciones bancarias o empresas con dinero público desagrada profundamente a los republicanos, apegados a la ética capitalista tradicional de ganadores
y perdedores. El presidente Bush sostuvo reiteradamente en su primera campaña electoral que no toleraría nuevos rescates de instituciones o países en quiebra, y sólo acudió al auxilio de Uruguay y Brasil después de la crisis argentina de 2002 cuando un default brasileño hubiera resultado en la quiebra de bancos en Estados Unidos, en especial, ¡oh causalidad!, el Citibank.
¿Está buscando el Citi ser salvado una vez más? Ésa es la opinión de muchos bloggers especializados en temas financieros. Pero si es así, ¿por qué elegir como presidente a Rubin, públicamente identificado como militante del Partido Demócrata? Al elegir a una personalidad con color partidario, el Citi se aleja de la presidencia republicana, pero al mismo tiempo se acerca al Congreso, controlado por los demócratas y de cuya presidenta, Nancy Pelosi, Rubin es asesor y amigo. ¿O será que la apuesta es a durar hasta comienzos de 2009, cuando una nueva administración Clinton se instale en la Casa Blanca?
Roberto Bissio es director ejecutivo del Instituto del Tercer Mundo
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