Martes 17 de Julio de 2007
Demasiado poco, demasiado tarde
por Roberto Bissio
¿Qué presidente quiere para América Latina “promover la justicia social, ayudar a la gente a mejorar su vida a través de buena educación y buen cuidado de la salud” y a tal efecto ofrece cirugías gratuitas a los pobres y promueve un nuevo fondo de inversión en pequeñas empresas y agua potable?
No, no es Hugo Chávez con su “Operación Milagro” y el Banco del Sur, sino el presidente de Estados Unidos, George W. Bush, quien dedicó toda una mañana a patrocinar una “Conferencia de la Casa Blanca sobre las Américas”, ante un público compuesto de embajadores, sacerdotes, pastores y un centenar de ONG de la región.
La conferencia, convocada bajo el lema de “avanzar la causa de la justicia social”, sirvió de marco para que Bush anunciara la visita a la región de su secretario del Tesoro, Henry “Hank” Paulson, quien “baja mañana a Brasil, creo” a negociar mecanismos de inversión. Para demostrar que, como dijo en español, “tenemos corazones grandes aquí en este país”, Bush envió al buque hospital Comfort de la marina a una gira de cuatro meses por América Central y el Caribe durante la cual realizará mil quinientas cirugías gratuitas a bordo.
El nuevo ímpetu hemisférico de la Casa Blanca anuncia oficialmente las siguientes medidas: un centro de entrenamiento en salud en Panamá; apoyo a la investigación sobre cáncer de mama en Brasil, Costa Rica y México, a partir de la Universidad de Texas; préstamos hipotecarios para viviendas populares a través de la Overseas Private Investment Corporation; y una iniciativa para que ciento veinte “líderes estudiantiles” estudien inglés en Estados Unidos.
El secretario Paulson viaja a América Latina con dos ideas en su cartera: un plan del Departamento del Tesoro para que bancos regionales y de Estados Unidos otorguen créditos a pequeñas empresas, y una iniciativa conjunta con el Banco Mundial para promover la inversión privada en infraestructura.
En total, los anuncios agregan unos veinte millones de dólares a los no muy voluminosos fondos de ayuda de Estados Unidos al hemisferio.
Ninguno de los embajadores presentes se mostró muy impresionado y el semanario Newsweek publicó un comentario del ex canciller mexicano Jorge Castañeda según el cual “los pasos recientes, aunque positivos, son demasiado pequeños y periféricos” en este periodo al que califica como “el peor en la política latinoamericana de la administración Bush”.
En efecto, las relaciones de Estados Unidos con México están tensas por el colapso en el Congreso de la ley de Bush sobre inmigración que, aunque limitada, hubiera dado seguridad jurídica a cientos de miles de trabajadores transfronterizos mexicanos. Con Brasil, Estados Unidos se acaba de enfrentar duramente en el marco de la Organización Mundial de Comercio, al negarse a rebajar sus subsidios agrícolas. Con Colombia, años de negociación de un TLC han quedado en la nada frente a la negativa del Congreso, ahora mayoritariamente opositor, a ratificarlo.
Bush instó al Congreso a ratificar, por lo menos, el TLC con Perú, pero en el clima electoral anticipado que se vive en Estados Unidos es difícil que la mayoría demócrata quiera hacer algún caso al presidente más impopular del último siglo y que compite con grandes chances por el título de “peor de la historia” en la opinión de los círculos académicos. El propio Wall Street Journal considera “humillantes” para los peruanos los términos del TLC y la imposición de nuevas condiciones después de firmado, incluyendo entre ellas la de que Perú cambie sus leyes ambientales y laborales como condición previa a que el Congreso se digne a considerar la ratificación.
En su intervención conjunta en el diálogo organizado por la Casa Blanca, Nancy Birsdall, presidenta del Centro para el Desarrollo Global, y Meter Hakim, presidente del Diálogo Interamericano, sostuvieron que después de años de concentrarse en “libre comercio, drogas y seguridad”, Bush ha elegido “la prioridad correcta” al enfatizar la justicia social. Sin embargo las medidas anunciadas serían “demasiado poco” y no podrían “ni siquiera comenzar a compararse en pensamiento, energía y recursos con lo que Hugo Chávez está invirtiendo en la agenda social” del hemisferio.
Estas voces discordantes en la conferencia propusieron revisar sustancialmente los programas antidrogas que se llevan la parte del león de la ayuda de Bush a América Latina. Los 4.500 millones de dólares gastados para combatir la droga en Colombia desde el año 2000 no han logrado hasta el momento disminuir la oferta de marihuana o cocaína en Estados Unidos. El énfasis, según Birsdall y Karim, debería estar en el desarrollo y la creación de empleos en las áreas productoras, a través de redistribuir tierras y proporcionar asistencia a los pueblos indígenas y los campesinos. Reclamaron, asimismo, una revisión en la política comercial con la región, que restringe las importaciones de industrias que emplean mucha mano de obra, como los textiles y la alimentación, y que por lo tanto son cruciales para aliviar la pobreza.
Bush dice sentirse a gusto con el concepto de “justicia social” en base a su fe cristiana y el “conservadurismo compasivo” que prometió en sus campañas electorales. Sin embargo este concepto no aparece igualmente destacado en los antecedentes de los colaboradores designados más recientemente, como el presidente del Banco Mundial, Robert Zoellick, y el secretario del Tesoro, Henry Paulson, ambos altos ejecutivos del grupo inversor Goldman Sachs antes de sus nombramientos.
Después de haber comandado sobre treinta mil empleados de Goldman Sachs en todo el mundo y haber logrado ganancias por 9.500 millones de dólares el año pasado, Paulson debe sentirse algo ridículo al conversar con Lula sobre un plan para “crear oportunidades, reducir la pobreza y construir la clase media” contando para todo ello con un fondo de inversión para el cual su jefe aportará cuatro millones de dólares y el gobierno brasileño dos. Dinero que manejará su socio Zoellick a través de la Corporación Financiera Internacional, la ventanilla del Banco Mundial que promueve las inversiones privadas, pero que son ridículamente insignificantes al lado de los 7.000 millones de dólares de capital con que pronto estaría iniciando sus operaciones el Banco del Sur o los 60.000 millones de dólares de apoyo real y concreto a sus familias que cada año envían como remesas los trabajadores migrantes latinoamericanos en Estados Unidos, legales o no.
En un momento distendido de la conferencia de la Casa Blanca sobre justicia social, charlando “entre tejanos”, John Howe, presidente de la Fundación People to People, le recordó a Bush que la idea de enviar un buque hospital a América Latina va a cumplir cincuenta años, ya que fue iniciada por el presidente Eisenhower (republicano) en 1958 con el S.S.Hope y similares declaraciones de buenas intenciones. Lo que Howe no mencionó fue que tres años más tarde, en 1961 en Punta del Este, los objetivos de justicia social, reforma agraria, y combate al analfabetismo -¡que debería haber sido erradicado en 1970!- también fueron incluidos por el presidente Kennedy (demócrata) como parte de su Alianza para el Progreso, a la cual Estados Unidos contribuyó con 20.000 millones de dólares en una década.
Si la Casa Blanca logra ahora con un milésimo de aquella suma lo que no se logró en los años sesenta, la historia tendrá razones para hablar de una verdadera Operación Milagro. Si no -y motivos para la duda no faltan-, al preguntar sobre quiénes promueven la justicia social en América Latina, los encuestadores seguramente recibirán variadas respuestas, pero es improbable que el nombre de George W. Bush encabece la lista.
(FIN)
Roberto Bissio es director ejecutivo del Instituto del Tercer Mundo
Este artículo fue publicado el 12 de julio de 2007 en Agenda Global, un suplemento semanal que circula los jueves con el periódico La Diaria de Montevideo, Uruguay
|