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Lunes 17 de Febrero de 2003

Campesinos pobres de Portugal devastados por el

Enero de 2003

Los campesinos pobres de Portugal han quedado marginados en la búsqueda nacional de la modernidad y el progreso al estilo occidental. Las consecuencias, como se describe en este artículo, son devastadoras.

por Eduardo Gonçalves

Mi primo Álvaro era un hombre de pocas palabras, pero afable y de gran calidez. Cuando mi anciano padre se fracturó una pierna el año pasado, fue Álvaro el que destinó muchos de sus días libres para llevarlo a hospitales, clínicas, médicos y fisioterapeutas. Fue un simple acto de bondad por el que siempre le estaré en deuda.

Nunca tuve la oportunidad de agradecérselo, y nunca la tendré. Inexplicablemente, Álvaro se suicidó hace tres semanas.

El funeral fue el acontecimiento más desgarrador de mi vida. Toda la familia llegó desde lugares lejanos, unida en el dolor y la conmoción. Entre lágrimas y abrazos flotaba la pregunta inevitable: ¿Por qué un hombre de mediana edad, saludable y rodeado de una familia que lo amaba, había hecho eso?

Álvaro era el modelo del éxito dentro de nuestra familia. Había hecho una carrera exitosa, tenía una hermosa casa y una residencia de verano junto a la playa en un balneario de moda al norte de Lisboa. Todos en su trabajo lo apreciaban, y no tenía antecedentes de depresión.

Nunca sabremos con certeza la razón de su suicidio, ya que no dejó una nota de despedida ni pistas claras, pero parece que Álvaro tenía preocupaciones financieras. La bolsa de valores de Lisboa, junto con otras de todo el mundo, se había desplomado desde el 11 de septiembre. Antes de eso, Álvaro había sido estimulado a invertir, y lo hizo en gran forma. Cuando el valor de sus acciones cayó en picada, sintió que su mundo se derrumbaba. La seguridad de su familia estaba en riesgo, y la base del estilo de vida al que él la tenía acostumbrada estaban por desaparecer. De un modelo de éxito, Álvaro estaba a punto de convertirse en un modelo de fracaso, o al menos esto es lo que él parecía pensar.

Esta historia trágica era impensable hace una generación, pero se está volviendo común en el Portugal moderno. Hace 30 años, este país era poco más que una sociedad feudal: la nación más pobre de Europa, cerrada al mundo exterior por una dictadura que concentraba la riqueza y el poder en manos de unos pocos. La gran mayoría de la población estaba constituida por pequeños agricultores.

En 1974, un incruento golpe de Estado trajo la democracia, y con ella se abrieron las compuertas. La Coca-Cola, prohibida por el antiguo régimen, entró al país. La televisión trajo imágenes de los ricos vecinos europeos. Hasta entonces, la costa de Algarve era una hilera de pueblos de pescadores, pero en adelante experimentó la mayor y más rápida expansión turística jamás vista. Los caminos fueron pavimentados, y la propiedad de vehículos creció en forma astronómica.

Luego del ingreso de Portugal a la Unión Europea, en 1986, se volvieron accesibles los subsidios para cultivos comerciales y se construyeron grandes represas de irrigación. Surgió una nueva clase media, y se vendían terrenos baratos para que trabajadores de la ciudad construyeran quintas en las afueras. No parecía haber límites para las nuevas posibilidades, y la población era estimulada a consumir. Aun tras el acuerdo de Kyoto contra el cambio climático, Portugal aumentó sus emisiones de gases de invernadero.

Pero mientras el país se apresuraba para alcanzar el ritmo de sus vecinos, el tejido social se estiraba y comenzaba a desgarrarse. El término de origen inglés "estrés" se transformó en parte del vocabulario cotidiano de la nueva clase media.

Para los pobres del campo, abandonados en la búsqueda de la modernidad y el progreso al estilo occidental, el costo fue devastador. La atracción de altos ingresos llevó a una generación entera de trabajadores del campo a las ciudades y centros turísticos, dentro de Portugal o fuera, en Francia, Alemania y Suiza.

Así, la tragedia de Álvaro se ha repetido una y otra vez. La desesperación de la soledad lleva a numerosos ancianos que quedan atrás en granjas aisladas a quitarse la propia vida. Las comunidades rurales del sur de Portugal ostentan un trágico récord: el mayor índice de suicidios del mundo.

Mi propia parroquia, con 700 habitantes, es una de esas comunidades. Hace una generación, cerca de 3.000 personas vivían en sus colinas. Mi granja está rodeada por media docena de casas abandonadas, y sólo tengo tres vecinos. Al menos una vez al año, los pocos comercios del lugar cierran y toda la población se dirige al cementerio para acompañar hacia su última morada a otro vecino que ya no soportó más.

Junto al río que atraviesa el valle, hay una vieja pero hermosa casa de campo blanca, con un huerto al frente. Un día, el anciano que vivía solo allí me saludó alegremente a través del río cuando yo pasaba. Pocos días después, se colgó de un naranjo.

En la casa ahora abandonada quedan algunos viejos juguetes, en señal de que alguna vez una gran familia vivió en esa casa y los niños jugaban junto al río.

Ayer fue el cumpleaños número 70 de mi madre. Mi hermana y yo habíamos planeado una gran fiesta sorpresa, pero finalmente organizamos apenas una reunión íntima, porque nadie estaba de ánimo para festejos.

En todo Portugal, comunidades enteras están asustadas. Estructuras familiares alguna vez fuertes ceden ahora bajo presiones desconocidas hace 30 años. La desesperación de la soledad y el temor al fracaso son nuevos fenómenos sociales que surgieron de pronto, para los cuales como familia y como país no estábamos preparados.

Yo quedé con la sensación de haberles fallado a Álvaro y a mi vecino. Pero mientras trato de aceptar estos hechos, me doy cuenta de lo afortunados que somos quienes disponemos de una plataforma desde la cual influir en la opinión pública, porque podemos aprovecharla para honrar la memoria de esas víctimas del progreso, advertir a otros y combatir la decadencia que afecta a nuestras comunidades.

Adéus, Álvaro, um grande abraço eterno do teu primo amigo. - Third World Network Features.

Acerca del autor: Eduardo Gonçalves es un periodista portugués y colaborador regular de The Ecologist, donde se publicó por primera vez este artículo (Diciembre 2002/Enero 2003, "Rest in Peace").

Al reproducir este artículo, acredítelo a Third World Network Features y, si corresponde, a la revista cooperadora o agencia involucrada, e inserte el pie de autor. Sírvase enviarnos recortes.

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