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Bioseguridad

Martes 19 de Julio de 2005

La bioseguridad en juego

por Chee Yoke Ling

Existen razones científicas y de seguridad para estar más alertas ante la ingeniería genética, pero la industria de la biotecnología intenta por todos los medios imponer la comercialización de sus organismos y productos genéticamente modificados.

La ingeniería genética es el mayor experimento humano y económico de la historia. Esta nueva tecnología, objeto de un enorme debate público, permite a los científicos manipular los genes de plantas, animales y microorganismos de una manera que no ocurriría naturalmente. ¿Qué implica esto para la salud y la seguridad humanas y las de los animales? ¿Cómo afecta a la biodiversidad, la integridad ambiental, y la seguridad y soberanía alimentarias? ¿Cuáles son los límites éticos y morales en la búsqueda del conocimiento y cómo impedimos que esa búsqueda sea superada por la codicia? Éstas son algunas preguntas fundamentales para la sociedad en general y para aquellos que gobiernan y, por tanto, tienen una gran responsabilidad sobre opciones tecnológicas que afectan la vida misma.

Todo empezó con el tomate Flavr Savr

Algunas de estas preguntas se plantearon ya cuando se solicitó en Estados Unidos la aprobación comercial del primer alimento transgénico: el tomate Flavr Savr o “larga vida”, modificado genéticamente para demorar su maduración y extender su período de conservación poscosecha. La empresa de biotecnología que lo produjo fue Calgene.

El proceso de aprobación estuvo rodeado de controversia, y los científicos advertían de potenciales riesgos para la salud que no se habían estudiado de manera apropiada. Tampoco había acuerdo entre los científicos de la Administración de Alimentos y Fármacos (FDA) de Estados Unidos, un hecho que salió a luz posteriormente.

Pese a las limitaciones de la evaluación de riesgos, al aprobar la comercialización del tomate la FDA también decidió que posteriores productos transgénicos no requerirían evaluaciones similares. Peor aún, un proceso de consulta voluntaria reemplazó la aprobación formal de la FDA. El argumento fue que, dado que el tomate transgénico era tan seguro como el producido de manera convencional, se podía aplicar esa conclusión a todos los productos manipulados genéticamente, si se cumplían ciertos criterios. La campaña de la industria para la desregulación tuvo éxito.

En un relato de primera mano muy aclaratorio, Belinda Martineau, integrante del equipo científico que produjo el tomate larga vida, documentó lo que ella llamó la “transición de una empresa impulsada por la ciencia a una empresa impulsada por el comercio”. La científica afirmó que el caso del tomate no servía de respaldo para la conclusión general adoptada por la FDA: “El tomate de Calgene no debe tomarse como norma de seguridad para esta nueva industria. Ningún producto modificado genéticamente debe serlo. Se debe realizar una evaluación de seguridad caso por caso”.

Martineau señaló que las características producidas mediante ingeniería genética se logran por métodos muy diferentes en los cerca de cuarenta cultivos transgénicos que han ingresado en la cadena comercial desde el tomate Flavr Savr. Para producir el tomate larga vida los científicos anulan un gen endógeno mediante lo que se denomina la técnica “antisentido”. Pero en otros productos alimenticios, “se han agregado genes de bacterias, virus, otros vegetales, e incluso de peces (...) lo que resulta en la producción de proteínas extrañas a la planta receptora”.

Lo que pocos saben es que menos de dos años después de ingresar al mercado bajo el foco de la prensa, el tomate Flavr Savr desapareció para siempre de los estantes de los supermercados. Fue un fracaso comercial que provocó a Calgene pérdidas anuales por decenas de millones de dólares. Posteriormente la empresa fue adquirida por Monsanto.

Sin embargo, el mayor impacto de ese producto persiste hasta hoy: Estados Unidos no cuenta con una ley ni un sistema de seguridad integral ni apropiado, es el mayor productor y comerciante mundial de semillas y productos cuya seguridad no ha sido probada, y usa cada vez más su influencia política para impulsar la ingeniería genética en países en desarrollo.

Encaminando a la ciencia

Así, con un comienzo tan oprobioso, el resto del mundo debe reencauzar a la ciencia en lo relativo a investigaciones pioneras y nuevas tecnologías. En un mundo donde el conocimiento humano es cada vez mayor pero a la vez más esquivo, debido a la complejidad de la naturaleza, de la interacción entre ésta y la humanidad, y de la dinámica de esa relación a través del tiempo, una era prometedora nos espera si colocamos a la ciencia en el camino correcto. Por otro lado, si la encaminamos mal, el daño puede ser de gran escala, e incluso irreversible.

En medio de crecientes preocupaciones sobre bioseguridad, se olvida con frecuencia que las primeras advertencias sobre la ingeniería genética procedieron de científicos. Veinte años antes de que Calgene introdujera su tomate en el mercado, una conferencia de científicos -en la que tuvo actuación destacada Paul Berg, premio Nobel de Química en 1980- pidió una moratoria de la comercialización de los organismos modificados genéticamente. La Conferencia de Asilomar (1975) también reunió a medios de prensa y creadores de políticas gubernamentales, y produjo varias restricciones a la investigación en esta área.

Mientras las grandes empresas impulsan sus negocios, el determinismo genético (“somos nuestros genes; nuestros genes son nosotros”) se transforma en genética moderna y en el paradigma del “genoma fluido” (“somos mucho más que nuestros genes, y lo que sabemos sobre ellos es muy poco”). El nuevo conocimiento expone las presunciones que hemos utilizado y utilizamos aún para racionalizar y promover la ingeniería genética, la biotecnología de genes y muchas formas emergentes de nanotecnología.

La nueva genética reconoce que los genes tienen una ecología muy compleja de la que reciben diferentes niveles de información biológica a través del tiempo y el espacio. La nueva física no separa el tiempo y el espacio. Aunque la nueva genética todavía no ha avanzado en esa dirección, la disciplina de la “ecología de los genes” comienza a ganar terreno.

Asimismo, la nueva genética es holística: supone que los cambios en las condiciones ecológicas pueden afectar a un organismo, incluidos sus genes y su genoma. A la inversa, un gen extraño introducido en un organismo mediante la ingeniería genética puede ejercer una influencia que se propague hacia todo el ecosistema. Al mismo tiempo, un ecosistema equilibrado y saludable es esencial para la salud de los genes y los genomas.

También existen preocupaciones de seguridad sobre el proceso mismo de la ingeniería genética, que aumenta notablemente el alcance y la probabilidad de la transferencia de genes y recombinación horizontal. Ésta es la principal forma de creación de nuevos virus y bacterias. Así, la desestabilización de genes y genomas mediante la ingeniería genética puede ser peligrosa.

La transferencia horizontal de genes es una transmisión no sexual de información genética entre especies o dentro de ellas. Este fenómeno ocurre en la naturaleza, pero es escaso nuestro conocimiento sobre los procesos ecológicos que promueven esa transmisión o mantienen las barreras. Por este motivo, hay científicos muy preocupados por la posibilidad de que la ingeniería genética aumente la incidencia de transferencia horizontal de genes y la facilite de un modo que no ocurriría naturalmente. En los últimos quince años, los genetistas han descubierto que el material genético (ADN o ARN) no sólo persiste mucho después de la muerte del organismo, sino que es capaz de incorporarse a organismos no relacionados. Esta posible transferencia horizontal de genes abre un potencial de recombinación que puede crear nuevos virus y quizá nuevas enfermedades.

Por lo tanto, aunque se nos dice que la ingeniería genética es “precisa” y que se crean características específicas como la resistencia a herbicidas, en realidad ocurren muchas más cosas en los organismos manipulados y en los animales y personas que los consumen.

La ciencia de la bioseguridad intenta ponerse al día, pero los fondos para investigación en esta área son minúsculos en comparación con los recursos que se destinan a la ingeniería genética. Al mismo tiempo, la industria biotecnológica realiza una agresiva autopromoción, y los gobiernos son atraídos por la promesa de una nueva fuente de riqueza.

Precaución

Desde los cultivos transgénicos y los fármacos hasta la terapia genética, los riesgos son a menudo desconocidos, aunque algunos científicos han identificado daños potenciales, especialmente en relación con la salud humana. Sin embargo, cuando un producto puede causar un daño irreversible, es lo correcto y adecuado para la sociedad, y para los científicos en particular, buscar pruebas de su seguridad, más allá de toda duda razonable. Por eso, los expertos en bioseguridad reclaman la aplicación del principio cautelar, el cual establece que en ausencia de certeza o consenso científico debemos abstenernos de realizar acciones que podrían provocar un daño irreversible.

El Protocolo de Cartagena sobre Seguridad de la Biotecnología, la primera ley internacional que regula el movimiento mundial de organismos manipulados genéticamente, incorpora este principio. Así, el artículo 10, en su párrafo sexto, dice: “El hecho de que no se tenga certeza científica por falta de información o conocimientos científicos pertinentes suficientes sobre la magnitud de los posibles efectos adversos de un organismo vivo modificado en la conservación y utilización sostenible de la diversidad biológica en la Parte de importación, teniendo también en cuenta los riesgos para la salud humana, no impedirá a la Parte de importación, a fin de evitar o reducir al mínimo esos posibles efectos adversos, adoptar una decisión, según proceda, en relación con la importación del organismo vivo modificado de que se trate”.

Este principio es crucial, porque obliga a quienes afirman que un organismo modificado es genéticamente seguro a probar esa afirmación, en lugar de colocar la carga de la prueba sobre aquellos preocupados por la seguridad de los productos. Queda entonces en manos de los parlamentos nacionales detallar la aplicación de este principio cautelar.

Lamentablemente, la búsqueda de seguridad se enfrenta muchas veces con el obstáculo de la negación, y aun de la represión del conocimiento sobre riesgos potenciales y reales. Si no planteamos las preguntas necesarias, si no se permite a la ciencia ejercer su papel con integridad y responsabilidad, entonces la ingeniería genética provocará un enorme daño ecológico y sufrimiento humano. Al mismo tiempo, se perderán preciosos recursos necesarios para sustentar a todas nuestras sociedades, en especial las del mundo en desarrollo y los países más vulnerables.

Para garantizar la bioseguridad, debemos elaborar políticas científicas que aprecien la centralidad de la naturaleza y conecten la ciencia con la sociedad. Los principales desafíos que enfrentamos son la identificación de brechas de conocimiento, el apoyo a la investigación en ciencias holísticas y la puesta en práctica del principio cautelar.

Muchas preguntas sin respuesta

La manipulación de genes en una amplia variedad de organismos, desde los microbios hasta las plantas y los animales, plantea muchas preguntas. Éstas incluyen la viabilidad del propio organismo transgénico, así como cuestiones ecológicas, de salud, sociales y económicas.

Ya se han modificado varios de los principales cultivos del mundo. Se ha transgenizado soja, maíz y canola para darles resistencia a herbicidas y a pestes, y ahora constituyen la mayor parte de los organismos y productos transgénicos comercializados.

Hasta el presente, no se ha aprobado comercialmente el trigo transgénico en ningún país debido a la creciente preocupación sobre la bioseguridad, la preferencia de los consumidores por los alimentos no transgénicos y el temor a una contaminación en el terreno de cultivo o en la cadena alimentaria que afecte el mercado del trigo.

En algunos países se están realizando investigaciones y pruebas de campo con arroz transgénico, pero también en este caso existe gran cautela y aun resistencia contra su comercialización, por ejemplo en Estados Unidos, por no haber certeza científica acerca de los efectos ambientales y sobre la salud.

La posible pérdida de biodiversidad del arroz es también una gran preocupación para muchos países de Asia, dado que esta región es fuente de muy diferentes variedades de ese cultivo, y su rica diversidad cultural está asociada con el arroz. Por esto, causó conmoción la reciente revelación de la organización ambientalista Greenpeace sobre el hallazgo de arrozales en la provincia china de Hubei contaminados con arroz transgénico y de análisis positivos de muestras obtenidas de intermediarios.

El algodón transgénico, otra especie comercializada, también ha generado polémica, debido a informes de rendimiento inconstante e incluso de fracaso de cosechas, además de un sinfín de problemas socioeconómicos en China, India, Indonesia y Sudáfrica.

Aunque los principales cultivos han concitado la atención pública (incluso algunos modificados genéticamente para producción farmacéutica), existe menos conocimiento sobre otros vegetales (incluso árboles, plantas y flores ornamentales), animales, peces y microorganismos transgénicos.

Buena parte de las investigaciones y pruebas de campo sobre organismos transgénicos tiene lugar al margen del conocimiento de la opinión pública y, con frecuencia, de las autoridades gubernamentales correspondientes. Así, muy pocos países, en especial en desarrollo, han tenido la oportunidad de considerar y sopesar todos los aspectos de la ingeniería genética y sus productos. Esto es absolutamente necesario para poner las políticas sobre ciencia y tecnología, agricultura, gestión forestal, conservación de la biodiversidad y salud al servicio del desarrollo sustentable.

La agricultura bajo sitio

La salubridad, seguridad y soberanía alimentarias son los objetivos de la agricultura sustentable en la mayoría de las sociedades. Para que la agricultura sea sustentable debe haber conservación de la biodiversidad agrícola y natural en general, un manejo del suelo y el agua que minimice el efecto de agentes externos, y tecnologías y prácticas que respeten las leyes de la naturaleza en toda su complejidad.

La medición de la productividad debe ser también holística y tomar en cuenta rendimientos específicos, cultivos múltiples en oposición a los monocultivos, nutrición a partir de la biodiversidad natural (incluso bancos de pesca) y el capital ecológico del suelo, el agua y las semillas. El mantenimiento de un ecosistema y un ambiente saludables es también esencial para garantizar la productividad sustentable a largo plazo.

Más allá de contar con suficientes alimentos, una sociedad precisa control sobre la producción y oferta de los mismos. Hoy en día, en muchos países, la red de empresas multinacionales está aumentando su control sobre la agricultura, al costo de la seguridad alimentaria.

La biotecnología se utiliza en la agricultura para introducir diversas características en una variedad de cultivos alimenticios, en especial en aquellos que constituyen la alimentación básica mundial. Los cultivos transgénicos comercializados más conocidos son los modificados para desarrollar tolerancia a los herbicidas y resistencia a las pestes. Se ha dicho que estos cultivos no satisfacen las necesidades de los países en desarrollo. Además, ese criterio reduccionista concentrado en características específicas de la agricultura se contradice con las pruebas que identifican los criterios agrícolas holísticos y el buen manejo del ecosistema como el camino hacia la agricultura sustentable.

Los problemas de seguridad de la biotecnología agrícola incluyen la inestabilidad genética, la transferencia horizontal de genes, el surgimiento de nuevas hierbas (incluso “superhierbas”), el impacto involuntario sobre especies, la resistencia a las pestes y la contaminación de variedades tradicionales o convencionales por plantas transgénicas. Estos riesgos pueden tener un impacto negativo sobre la biodiversidad y el ambiente. Los riesgos en la salud animal y humana incluyen efectos tóxicos y alergénicos, así como nuevas enfermedades.

Por todo esto, es importante y necesario que se suspenda todo lanzamiento comercial y al ambiente de productos transgénicos hasta que se comprendan plenamente las consecuencias de los procesos y técnicas de la ingeniería genética aplicada a la agricultura.

Usos médicos

Aunque existe un creciente conocimiento sobre los productos agrícolas transgénicos entre creadores de políticas, reguladores y la población en general, se conoce mucho menos sobre la ingeniería genética aplicada a las áreas farmacéutica y médica, por ejemplo la terapia genética y los xenotransplantes.

El uso de organismos transgénicos en la producción de fármacos como la insulina y vacunas contra la hepatitis plantea dudas relacionadas con el proceso de producción, la contención para impedir el contacto con el ambiente y la población humana y animal, y posibles efectos en la salud humana.

El desarrollo y la inminente comercialización de vacunas transgénicas vivas tienen lugar con escaso conocimiento público y aún menos regulación gubernamental. Estos productos exigen evaluaciones de bioseguridad y no pueden tratarse de la misma manera que las vacunas convencionales. Son organismos transgénicos y cada vacunación es de hecho un “lanzamiento” de esos productos, con todas sus implicaciones para el ambiente y la salud. Uno de los riesgos para la salud humana y animal identificados por algunos científicos es la creación de nuevos virus potencialmente infecciosos.

Mientras, se prueban vacunas transgénicas vivas en ganado. Sobre estas vacunas existen las mismas dudas arriba señaladas.

Armas biológicas

El rápido avance de la biotecnología, la genética y la genómica ya plantea una variedad de dudas ambientales, éticas, políticas y sociales. Pero el uso de nuevas tecnologías aumenta también el riesgo de creación de nuevos tipos de armas biológicas y bioquímicas, que incluyen microorganismos degradantes de materiales.

Se precisa más conocimiento y comprensión pública de las investigaciones científicas en curso, del desarrollo real de esas armas biológicas y del tipo de acciones gubernamentales necesarias para ocuparse de los riesgos mediante leyes nacionales e internacionales sobre bioseguridad.

Mientras, causa alarma el programa ampliado sobre “biodefensa” en Estados Unidos, que incluye investigación sobre la producción de microorganismos causantes de enfermedades. Algunos científicos y los gobiernos que los apoyan intentan también investigar el virus de la viruela y sus componentes, lo que incluiría ingeniería genética. La Organización Mundial de la Salud (OMS) logró la erradicación de la viruela en 1977, pero Estados Unidos y Rusia conservan reservas del virus, que puede contagiarse fácilmente y también es un potente agente como arma biológica.

El futuro

Están surgiendo pruebas sobre los riesgos de la ingeniería genética para el ambiente y la salud. También se debe discutir la dimensión socioeconómica de la biotecnología, y los gobiernos deben promover un sistema internacional de responsabilidad por eventuales daños que cause esa tecnología.

Estos y otros desafíos estuvieron sobre la mesa en la segunda reunión de las partes del Protocolo de Cartagena sobre Seguridad de la Biotecnología, celebrado del 30 de mayo al 3 de junio de 2005 en Montreal, Canadá. Ese tratado tiene 119 partes obligadas a garantizar la bioseguridad. Importantes actores mundiales (Estados Unidos, Canadá, Australia, Argentina) no son parte pero estuvieron allí para influir en las negociaciones, dado que la Organización de las Naciones Unidas permite a todos sus países miembros emitir opinión sobre sus tratados.

-------------- Chee Yoke Ling es coordinadora del programa ambiental de la Red del Tercer Mundo.




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