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Ambiente

Lunes 14 de Marzo de 2005

Carrera contra el cambio climático

por Martin Khor

La entrada en vigor del Protocolo de Kyoto marca una nueva etapa en los esfuerzos internacionales contra el cambio climático, que cada vez más personas consideran el problema mundial más grave. Sin embargo, destacados líderes de la ONU y científicos recordaron que el tratado sólo se ocupa de la punta de un iceberg y debe hacerse mucho más.

El pasado 16 de febrero, ambientalistas y creadores de políticas celebraron el mejor acontecimiento ecológico de los últimos tiempos: la entrada en vigor del Protocolo de Kyoto sobre cambio climático. Se trata del primer tratado internacional que obliga a los países a limitar y reducir el dióxido de carbono y otros “gases invernadero” que lanzan a la atmósfera.

Como se sabe, el aumento de esos gases induce al clima del planeta a cambiar, con efectos desastrosos. De hecho, muchos científicos y líderes políticos creen ahora que el cambio climático es uno de los problemas más críticos que enfrenta el mundo actual, si no el más crítico.

Tienen buenas razones para creerlo así. Si la actual tendencia continúa, la temperatura mundial promedio aumentará y hará que aumente el nivel del mar, los océanos se extiendan, y gigantescas masas de hielo que cubren Groenlandia y la Antártida se derritan. Como consecuencia, grandes territorios de muchos países quedarán inundados, la agricultura se arruinará en gran parte, y la vida marina y la biodiversidad se verán afectadas, al igual que la salud humana.

Y se prevé que la situación empeorará. Aun si se toman medidas hoy, pasarán muchas décadas o aun siglos antes de que la temperatura se estabilice. Sin embargo, las acciones hasta ahora han sido “muy escasas y muy tardías”.

La entrada en vigor del Protocolo de Kyoto ofrece un pequeño rayo de esperanza. El protocolo, establecido en 1997 bajo la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, demoró ocho años en entrar en vigor porque, para que eso ocurriera, debían ratificarlo 55 países parte de la Convención cuyas emisiones de dióxido de carbono combinadas superaran 55 por ciento del total mundial de emisiones en 1990.

Una crisis estalló cuando Estados Unidos, responsable de 36 por ciento de las emisiones de los países industrializados, se retiró del protocolo. Afortunadamente, Rusia, con 17 por ciento, ratificó el tratado el pasado noviembre, llevando el porcentaje de emisiones de los países industrializados ratificantes a 61 por ciento.

Así, el resto del mundo acordó seguir adelante con acciones para combatir el cambio climático en torno a un marco común, aun si Estados Unidos, el mayor emisor mundial de gases invernadero, no estaba dispuesto a hacerlo. Australia también decidió no ratificar el protocolo.

El 16 de febrero, Klaus Topfer, jefe del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), rechazó la idea de que el protocolo estuviera “más muerto que vivo” sin Estados Unidos, que representa 24 por ciento de las emisiones de dióxido de carbono relacionadas con combustibles fósiles. Pero reclamó más acción. “Debemos poner al planeta en camino hacia los recortes de 60 por ciento de las emisiones de gases invernadero, necesarios para conservar el clima”, dijo.

El Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático, el órgano científico instalado por la ONU, concluyó que la temperatura mundial podría subir hasta 5,8ºC para 2100 si no se adoptan medidas contundentes.

Según el Protocolo de Kyoto, los países industrializados deben reducir sus emisiones combinadas de los seis principales gases invernadero entre 2008 y 2012, a niveles inferiores a los de 1990. El porcentaje de reducción y el plazo varían de un país a otro, porque varios gobiernos plantearon en una reunión de 2001 que sus casos eran especiales.

El secretario general de la ONU, Kofi Annan, exhortó a los líderes mundiales a fijar límites más estrictos a los gases invernadero. “El protocolo por sí mismo no salvará a la humanidad de los peligros del cambio climático”, advirtió en un mensaje grabado para una ceremonia de celebración realizada en Kyoto, donde se firmó el tratado en 1997. “Por lo tanto, celebremos hoy, pero no seamos complacientes. Exhorto a la comunidad internacional a ser audaz, a adherirse al Protocolo de Kyoto y a dar rápidamente los siguientes pasos. No hay tiempo que perder”, urgió.

En Kyoto se acordó que los países en desarrollo no debían comprometerse a recortar sus emisiones, en reconocimiento de que los países industrializados han sido los principales responsables por las emisiones que han causado el cambio climático, desde la revolución industrial.

Además, se reconoció que los países en desarrollo tienen bajos niveles de emisión por habitante en comparación con los países industrializados, y que tienen derecho a cierto “espacio” para aumentar sus emisiones y desarrollar sus economías. Pero Estados Unidos citó esta “exoneración” a los países en desarrollo como el principal motivo para no incorporarse al protocolo.

Además, otros países industrializados presionan ahora para que los países en desarrollo (o al menos algunos de ellos) también se comprometan a reducir las emisiones en el futuro cercano. Hasta ahora, los países en desarrollo se han resistido a hacerlo, con el argumento de que los propios países industrializados no han cumplido los compromisos que asumieron en Kyoto.

De hecho, muchos países no sólo no han reducido sus emisiones de acuerdo con sus compromisos, sino que las han aumentado por encima de sus niveles de 1990. Por ejemplo, el Reino Unido acordó una reducción de 12,5 por ciento, pero sus emisiones de dióxido de carbono han aumentado. Y según una estimación, las emisiones de carbono en Estados Unidos han aumentado 12 por ciento con respecto al nivel de 1990 y aumentarán 30 por ciento por encima de ese nivel para el año 2012.

La situación del cambio climático gira en torno a una serie de relaciones y cifras clave.

En primer lugar, las emisiones de gases invernadero han crecido enormemente debido a la quema de combustibles fósiles, derivadas en su mayor parte de actividades industriales y del transporte a motor. Segundo, esto ha provocado una acumulación del nivel de dióxido de carbono en la atmósfera. En abril de 2004, la concentración de dióxido de carbono era de 379 partes por millón, frente al nivel preindustrial de 280 partes por millón.

Tercero, la acumulación de dióxido de carbono se agrava por la pérdida cada vez mayor de bosques, que actúan como “sumideros de carbono” absorbiendo gases e impidiendo su liberación a la atmósfera. Cuarto, el aumento del dióxido de carbono y otros gases en la atmósfera agravan el “efecto invernadero” generando más calor, lo que provoca un aumento de las temperaturas. En base a datos del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático, se estima que la temperatura de la superficie terrestre ha aumentado entre 0,3 y 0,6 grados Celsius desde fines del siglo XIX, y entre 0,2 y 0,3 grados en los últimos 40 años.

Y por último, un aumento significativo de la temperatura puede desencadenar varios fenómenos, como el derretimiento de capas polares, la muerte de importante vida marina y otras formas de biodiversidad, y efectos sobre la agricultura y la salud humana.

Científicos y planificadores de políticas intentan comprender estas relaciones con más precisión, para fijar objetivos, con base en los siguientes criterios:

En primer lugar, qué aumento de temperatura puede tolerar el planeta sin que se desencadene una serie de fenómenos desastrosos.

Un informe del Grupo de Trabajo Internacional sobre Cambio Climático, creado por tres gabinetes de expertos del Reino Unido, Estados Unidos y Australia y del que yo formo parte, recomendó el establecimiento de un objetivo de largo plazo para impedir que la temperatura mundial aumente más de 2ºC por encima del nivel preindustrial (antes del año 1750), a fin de limitar el impacto del cambio climático.

Según el informe, más allá de esos dos grados de aumento, los riesgos para las sociedades humanas y los ecosistemas crecerían de manera significativa. Las pérdidas de la agricultura serían sustanciales, y muchas más personas sufrirían la escasez de agua y efectos adversos sobre la salud. Exceder ese límite también pondría en peligro una muy alta proporción de los arrecifes de coral del planeta y causaría un daño irreversible a diversos ecosistemas, entre ellos la selva amazónica.

Por encima de un aumento de dos grados, también aumentaría el riesgo de un cambio climático acelerado o descontrolado, que alcance a los casquetes polares y por tanto provoque la pérdida de las capas de hielo del oeste de la Antártida y de Groenlandia (lo que aumentaría el nivel del mar en más de 10 metros en pocos siglos), detenga la circulación termohalina de los océanos (y con ella, la corriente del Golfo) y transforme los bosques y suelos de sumideros netos en fuentes netas de carbono.

El segundo criterio científico es el nivel máximo permisible de dióxido de carbono en la atmósfera. Según el grupo de trabajo, ese nivel no debe exceder las 400 partes por millón, que es el nivel asociado con el aumento de la temperatura mundial en dos grados.

Tercero, como la concentración de dióxido de carbono (379 partes por millón en marzo de 2004) aumentará por encima de las 400 partes por millón en las próximas décadas (y mucho más si no se adopta ninguna medida), se necesitan acciones urgentes para reducir las emisiones de todos los gases invernadero, a fin de proteger y ampliar la capacidad de bosques y suelos de absorber el dióxido de carbono de la atmósfera.

Estas cifras deben trabajarse para determinar cuánta reducción de emisiones será necesaria para reducir el nivel de dióxido de carbono al menos a 400 partes por millón en el futuro. A partir de esa cifra general, debe discutirse y decidirse cuáles serán los niveles máximos de emisión de cada país o categoría de países, y las reducciones de emisiones que cada país o categoría de países debe alcanzar, dentro de un plazo específico.

Este ejercicio se complicará más por la cuestión de si sólo los países industrializados deberán continuar con los compromisos obligatorios. Si es así, ¿cómo se debería tratar a los países industrializados que se niegan a incorporarse al Protocolo de Kyoto?

Y si los países en desarrollo deben incorporarse al proceso, ¿no debería ser sobre una base no obligatoria, al menos hasta que el Norte industrial demuestre algunos resultados? Si van a ser arrastrados a compromisos (obligatorios o voluntarios) al final, debería ser sobre la base del respecto a la equidad. Por ejemplo, cada persona debería tener derecho a cierto nivel de emisiones.

¿De qué forma se podría incorporar este principio clave, cuando los cálculos se basan en cuánto más puede aguantar el planeta, y a qué ritmo los países deberían reducir sus emisiones para evitar una catástrofe climática?

Mientras, las negociaciones del protocolo se intensificarán para obtener nuevos compromisos nacionales más allá de 2012.

Nuevos datos sobre la pérdida de recursos pesqueros por el maremoto de diciembre cerca de la isla indonesia de Sumatra y los resultantes “tsunamis” revelaron los efectos devastadores que los cambios de las condiciones naturales podrían provocar, aunque ese maremoto no estuvo relacionado con el cambio climático.

Según la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación, el sector pesquero sufrió pérdidas de 520 millones de dólares en los siete países más afectados; 111.000 embarcaciones fueron destruidas o dañadas; 36.000 motores se perdieron y 1,7 millones de equipos de pesca se arruinaron.

Acerca del autor: Martin Khor es director de la Red del Tercer Mundo.




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