Instituciones Financieras Internacionales
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Martes 22 de Febrero de 2005
La economía occidental y la necesidad de un nuevo paradigma.
por Martin Khor
Martin Khor analiza alguna de las debilidades y limitaciones de la teoría económica occidental y sugiere áreas de investigación para construir un nuevo paradigma que permita comprender mejor el mundo real de la economía.
Se supone que debo hablar sobre economía, cómo se practica en la actualidad, qué cosas de ella andan mal y qué debemos hacer al respecto. Esto es una tarea muy ambiciosa, por lo tanto haré una presentación a grandes rasgos sin entrar en detalles, corriendo el riesgo de una simplificación excesiva.
Antes de la economía occidental existían otras formas de economía, pero la economía occidental no dice mucho sobre ellas. Por lo tanto, hay un gran campo de estudio inexplorado. Pero aun dentro de la economía occidental hay dos grandes corrientes de pensamiento. Una es una visión antihistórica y atomista, que considera al conjunto como la suma de sus partes, dispuestas al azar. La otra es una visión sistémica, holística, institucional e histórica, que considera al sistema en su generalidad y a sus partes influidas o determinadas en gran medida por el conjunto. Según esta última visión, en el sistema existen normas que determinan su funcionamiento y el comportamiento de sus diferentes partes.
¿Acaso esta distinción no es semejante a la que puede hacerse en otras ramas de la ciencia, es decir, corrientes estructurales o sistémicas versus las atomistas o individualistas? Aun en las ciencias físicas, existen quienes observan al organismo en su conjunto y creen que éste determina a sus partes, y otros que son deterministas y creen que el gen determina al conjunto. Este es un encarnizado debate actual de la biología, y lo mismo puede decirse de la economía.
Adam Smith fue, en cierto sentido, el padre de ambas escuelas económicas. El vínculo clave entre ellas fue su teoría del valor. Según esta teoría, el precio de un producto está determinado principalmente por el trabajo que insumió su fabricación. Si construir un bote lleva 10 días, entonces su precio será 10 veces superior al de una pequeña red de pesca, que se puede hacer en un día. En términos sencillos, esta es la base de la teoría laboral del valor. Pero esta teoría de Adam Smith –siempre honrado en los círculos académicos occidentales como el padre de la economía– en realidad había sido planteada 400 años antes por el gran pensador árabe Ibn Jaldun. Este pensador creía que el valor de un bien se derivaba del trabajo que contenía. También vio con mayor claridad que muchos economistas occidentales modernos la interrelación entre los factores económicos, políticos, sociales y demográficos. Sin embargo, los sociólogos occidentales suelen ignorar esta gran contribución, y la obra magna de Jaldun, el Muqaddima, apenas se conoce en nuestras instituciones académicas.
La economía occidental desarrolló la teoría laboral del valor, y al final esta corriente de pensamiento se dividió en dos. Una evolucionó de Adam Smith a Marx y luego a los posmarxistas. La otra sufrió una transformación a manos de la escuela de la utilidad marginal, la cual sostenía que la utilidad, y no el trabajo, era la fuente de valor. Esta última corriente se convirtió en la escuela económica neoclásica, y es hoy en día la predominante. Los partidarios de la escuela marginal o neoclásica creen que el mercado es un sistema ideal compuesto de muchas partes que, mediante su propia conducta racional, crean el todo. Este todo, creen, funciona en un equilibrio ideal. Precios, mercados, ventas, consumidores y productores interactúan a la perfección, en una especie de paraíso. Lamentablemente, las cosas no funcionan así en el mundo real.
Modos de producción
La otra escuela de pensamiento analiza los sistemas. El análisis de sistemas económicos fue llevado a uno de sus puntos más altos por Marx, quien, como los otros economistas de su tiempo, no lo llamó economía sino economía política. Marx desarrolló la teoría de los modos de producción, es decir que el sistema de mercado en que vivimos es sólo un sistema particular. Si estudiamos la historia de la humanidad, encontraremos que hay al menos 10 sistemas más.
Un sistema es una combinación de la propiedad de los medios de producción y la forma de control del trabajo (o falta de control, según el sistema), cómo se distribuye la producción según la propiedad (es decir, la distribución del ingreso), y si existen ahorros que se reinviertan en la naturaleza dinámica del sistema (acumulación). A diferencia de otros sistemas, como el feudalismo, en el sistema de mercado existe una fuerte tendencia a competir por las ganancias. Las ganancias aumentan cuando los costos se reducen; los costos se reducen cuando la producción se expande, y la producción se expande cuando se puede ahorrar e invertir dinero en máquinas, para poder competir más. Se trata de un sistema muy competitivo y dinámico, orientado al crecimiento pero negativo en cuanto a la distribución del ingreso.
Existe entonces toda una gama de modos de producción: desde aquél en que cada agricultor posee dos hectáreas de tierra, vende y produce, hasta un modo de producción comunal en que toda la comunidad posee la tierra y tiene su propio sistema de división del trabajo, y un sistema esclavista en que el amo es dueño de toda la comunidad que trabaja para él y puede incluso matar a cualquiera de sus miembros, porque le pertenece. También están el sistema capitalista, en que todos los trabajadores reciben un salario a cambio de su trabajo en establecimientos privados, y la forma de trabajo es determinada por los propietarios o administradores, y el sistema socialista, en que por ejemplo unas 80.000 personas viven en una comunidad, y la forma de trabajo y distribución del ingreso es determinada por una serie de normas decididas por ellas o por un comité, funcionario o líder designado.
El capitalismo es entonces sólo un modo de producción entre muchos. Por lo tanto, al analizar la forma de funcionamiento de un sistema económico particular, debemos tener presente que es sólo un sistema económico entre varios posibles y existentes.
Luego está la teoría de que los sistemas en general poseen ciertas características comunes, pero éstas se combinan de distinta manera para crear diferentes sistemas con sus propias leyes y sus propios efectos. Esta teoría constituyó el auge de la economía política, pero lamentablemente no fue continuada. El concepto del modo de producción fue revivido sólo en la década de 1970. En India hubo un acalorado debate en esa década que se llamó “el debate sobre el modo de producción en la agricultura india”, pero luego se extinguió.
Por lo tanto, el concepto de modo de producción como idea central de la economía, que vincula el funcionamiento de ésta con el sistema, la distribución del ingreso, la riqueza y toda la dinámica del futuro sin perder de vista la acumulación, hoy yace en ruinas, y es necesario revivirlo. Pero antes de dar demasiado crédito a Marx como el padre de la ciencia social holística y estructural, debemos recordar que Ibn Jaldun, el gran pensador islámico y sociólogo del siglo XIV, desarrolló su propio marco de ciencia social mucho antes que Marx. Debemos entonces descubrir y estudiar más ese marco.
Inestabilidad de mercado
En cuanto a la otra corriente de pensamiento, según la cual se debe dejar que el mercado funcione libremente, sufrió una gran desacreditación como resultado de la Gran Depresión de los años 30 y el posterior estancamiento económico. Era evidente que el mercado no poseía mecanismos inherentes para autoajustarse y lograr un nuevo equilibrio de pleno empleo. Entonces, John Maynard Keynes planteó una nueva teoría según la cual no se debía dejar que el mercado funcionara libremente, y si el desempleo subía a 20 o 30 por ciento, era porque el mercado no estaba funcionando bien. Keynes descubrió que el comportamiento y las decisiones de los consumidores no siempre se corresponden con el comportamiento y las decisiones de los productores. Los productores producen, pero si los consumidores no consumen lo suficiente, el mercado se abarrotará y habrá una recesión. La solución de Keynes es sencilla: si los consumidores no compran lo suficiente, entonces el gobierno debe gastar para fomentar una “demanda efectiva”, de modo que los productores puedan vender su producción y contratar empleados, y la economía se reactive. En términos sencillos, esta es la teoría de Keynes, que según algunos salvó al capitalismo de una larga crisis y de un posible colapso.
Después de la Segunda Guerra Mundial, los gobiernos comenzaron a gastar cuando había una recesión, y así el sistema se volvió más estable y se rescató a sí mismo. Así, Keynes preparó el camino para una forma socialdemócrata de suavizar el capitalismo, reduciendo sus inestabilidades y también sus injusticias. Los gobiernos pueden gravar a los ricos y utilizar parte de los recursos para ayudar a los pobres, pero principalmente para inversiones públicas, para fortalecerse mediante empresas estatales y proyectos de infraestructura. La “demanda efectiva” que Keynes identificó como importante puede mantenerse mediante el gasto público. De este modo, las economías occidentales prosperaron entre el final de la Segunda Guerra Mundial y los años 70.
La contribución de Keynes se limita principalmente a la supresión de fluctuaciones e inestabilidades en el ciclo comercial, y al combate al desempleo y la subutilización de la capacidad existente (por ejemplo máquinas) causados por la falta de demanda efectiva. Su “teoría general” no se ocupó del desempleo estructural ni de la pobreza en los países en desarrollo, causados por la falta de crecimiento porque los agricultores no tienen tierra, o porque la tecnología e infraestructura son inadecuadas, entre otros factores. Por lo tanto, el de Keynes no fue un análisis estructural de falta de capacidad. Fue un ejercicio de control del daño en tiempos de inestabilidad y discordancia entre los planes de los consumidores y los productores, más que un plan de crecimiento y desarrollo.
Economía del desarrollo
Después de la Segunda Guerra Mundial, surgió algo conocido como “economía del desarrollo”. Sus proponentes sugerían que, en los países en desarrollo, el problema esencial no era el ciclo comercial, sino cómo mejorar la situación de los pobres mediante más inversiones, mejor tecnología, aumento de la producción y, más importante, mejora del sistema social, dado que consideraban que la injusticia en la propiedad de activos como la tierra y en la distribución de los ingresos era un gran obstáculo para el crecimiento de esos países.
Por lo tanto, en el período de posguerra, por un lado triunfó en Occidente la economía keynesiana, y por otro surgieron la economía del desarrollo y la búsqueda del crecimiento. Sin embargo, se volvió evidente que el crecimiento económico por sí mismo no beneficiaba a muchas personas, y así surgió la idea de que el crecimiento es algo diferente al desarrollo. Por ejemplo, Dudley Sears afirmó que desarrollo es más que crecimiento, y tenía ciertos criterios para determinar la existencia de desarrollo: ¿Hay más personas empleadas? ¿Se está reduciendo la pobreza? ¿La población goza de más beneficios sociales? ¿Hay más equidad? De la economía del desarrollo surgió el concepto de las necesidades básicas, y de éste el concepto de desarrollo humano. Luego, del lado ambiental surgió el concepto de desarrollo sostenible. Todas estas ideas desafiaron al estrecho pensamiento económico que sólo ponía énfasis en el crecimiento.
Mientras, los economistas que estudiaban los mecanismos explotadores del capitalismo y el imperialismo desarrollaron la teoría de la dependencia, según la cual muchos países habían alcanzado la independencia política pero sus economías todavía dependían de los países ricos debido al modelo de las relaciones económicas internacionales y a las estructuras económicas nacionales creadas en la era colonial. Como resultado, los países en desarrollo se encontraban atrapados en una división internacional del trabajo al estilo colonial.
En primer lugar, en el área comercial, los países en desarrollo o pobres producen productos básicos que se venden a muy bajo precio, y así se transfieren recursos económicos de los países pobres a los ricos, a través de una mala relación de intercambio. En segundo lugar, las crecientes inversiones extranjeras en países en desarrollo, si bien crean empleos, limitan el desarrollo de las industrias nacionales y dan lugar a la transferencia de enormes ganancias a empresas extranjeras, drenando así las economías. Y en tercer lugar, en el área financiera, debido a los créditos y al endeudamiento, los países en desarrollo transfieren muchos recursos bajo la forma de pago de intereses a los países ricos. Todos estos medios de extracción y transferencia de los países pobres a los ricos hacen a aquéllos más pobres, porque participan de la economía global de un modo que aumenta su marginación. En esto consiste la teoría de la dependencia de los años 60, 70 y 80.
Entonces, las teorías económicas predominantes en esas décadas entre los radicales, progresistas y socialdemócratas, tanto en el Norte como en el Sur, se basaban en los siguientes conceptos clave: 1. El crecimiento es bueno si genera productividad e ingresos. 2. El crecimiento debe combinarse con redistribución; de lo contrario los pobres no se benefician. 3. La reforma agraria es esencial. 4. La industrialización es importante, igual que las industrias nacionales, pero cómo éstas son débiles, requieren un período de preparación, desarrollo y protección mediante aranceles. 5. El crecimiento agrícola es bueno, pero primero debe haber reforma agraria, para que se beneficien los agricultores pequeños o sin tierra, y luego se debe inyectar tecnologías modernas, como la Revolución Verde. 6. El Estado debe tener un papel central o al menos importante, dado que el sector privado es muy débil.
En otras palabras, el pensamiento económico antes de los años 80 consistía en que la tecnología moderna, sumada a la justicia social y un papel activo del Estado, podía conducir al desarrollo.
A nivel internacional estaba el Nuevo Orden Económico Internacional, impulsado por gobiernos del Tercer Mundo a través de la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Esto surgió a raíz del éxito de los esfuerzos de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) por aumentar el precio del crudo, lo que alentó esperanzas de que otros productos básicos también aumentaran de precio. Otras iniciativas de ese período fueron la negociación de un código de conducta para empresas transnacionales (subordinado al Centro de las Naciones Unidas sobre las Empresas Transnacionales) para disciplinar las actividades de esas compañiás, de modo que no infringieran la soberanía de los países en desarrollo. También se negoció un código de conducta sobre transferencia de tecnología en el marco de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD), destinado a influir en las transnacionales para que transfirieran tecnología a los países en desarrollo. Hubo además una iniciativa de modificación de la Convención de París, para flexibilizar las leyes de patentes de modo que no se aplicaran con demasiado rigor a los países en desarrollo. Asimismo, la Organización de las Naciones Unidas para el Desarrollo Industrial (ONUDI) lanzó una iniciativa para ayudar a los países pobres a desarrollar sus industrias, por ejemplo la farmacéutica, y la Organización Mundial de la Salud (OMS) creó un programa sobre medicamentos esenciales que alentó la producción nacional de fármacos.
Pero al Imperio no le gustaron demasiado estas iniciativas, y contraatacó con todas sus fuerzas. Así, ideó la Ronda Uruguay de negociaciones comerciales en 1986, para transformar el sistema del Acuerdo General sobre Aranceles y Comercio (GATT) en la actual Organización Mundial del Comercio (OMC). Entre las propuestas originales figuraba un acuerdo de inversión que impediría a los gobiernos regular a las empresas extranjeras. Por lo tanto, en lugar del código de conducta de las transnacionales o de leyes nacionales que permitieran a los gobiernos regular mejor a las empresas extranjeras, un nuevo derecho internacional prohibiría a los gobiernos regular a esas grandes compañías. Esta fue de hecho la propuesta central de gran parte de la Ronda Uruguay. Parcialmente triunfó bajo la forma del Acuerdo sobre las Medidas en materia de Inversiones Relacionadas con el Comercio (TRIMS), y el resto continuó a través de iniciativas para lograr un acuerdo sobre inversión en la Organización de Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE), la OMC, y negociaciones sobre acuerdos bilaterales y regionales de libre comercio (en especial los que involucran a Estados Unidos o la Unión Europea).
Productos básicos
Anteriormente, el Imperio había contraatacado dando una lección a los países exportadores de productos básicos. Los países industrializados, encabezados por Ronald Reagan y Margaret Thatcher, se retiraron de los acuerdos sobre productos básicos que habían sido negociados entre países productores y consumidores en el marco de la UNCTAD, eliminando así mecanismos que aseguran niveles mínimos y máximos para los precios. Desde entonces, los precios de los productos básicos cayeron continuamente, causando pérdida de ingresos y gran sufrimiento a los países en desarrollo. Los países industrializados importadores se beneficiaron, porque podían comprar los productos básicos cada vez más baratos, en especial en relación con los crecientes precios de sus exportaciones. El mensaje era: “No crean que esos productos básicos les pertenecen. Por accidente están ubicados geográficamente en sus países, pero nosotros debemos acceder a esos productos al precio y en la cantidad que deseemos”. Más o menos así es como yo describiría, en lenguaje de legos, la esencia de ese pensamiento. Creo que esa fue la lección de la guerra del Golfo contra Iraq de 1991.
La caída de los precios de los productos básicos, en especial después del cierre de los acuerdos sobre esos productos, fue la principal razón de que los países en desarrollo cayeran en una espiral de deuda y pobreza. La consiguiente crisis de la deuda dio paso a las condiciones de los “ajustes estructurales” impuestos por el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional (FMI). A través de esa condicionalidad llegó un nuevo paradigma de la economía o, más precisamente, una reinvención de la desacreditada idea anterior de que se debía dejar todo en manos del mercado y el Estado no debía intervenir en la economía. Esta “nueva” política económica y social, ahora llamada “neoliberalismo”, fue transferida a los países en desarrollo a través de condiciones de los préstamos del Banco Mundial y el FMI, y profundizada por las normas de la OMC, resultante de la Ronda Uruguay.
Según la nueva política, el mercado libre puede producir eficiencia y crecimiento, y por tanto los gobiernos no deben interferir en su funcionamiento. El Estado es ineficiente como actor económico y no debe involucrarse en actividades económicas, así que las empresas y agencias públicas deben privatizarse. No se debe suponer que el desarrollo nacional de industrias, servicios y agricultura es una meta positiva. Las ideas y modelos de autodependencia están equivocadas y mantienen a los países en la pobreza. Por el contrario, los países en desarrollo deben aprovechar el capital extranjero, las inversiones, las empresas, los bienes, servicios y mercados si desean crecer. Entonces, los países en desarrollo no deben proteger proteger su agricultura ni su industria, sino abrirlas a las competencia de las importaciones baratas y los inversores extranjeros. Y para crecer, los países no deben confiar en sus propios mercados, sino exportar.
Esta corriente presiona a los países en desarrollo a adoptar una política abierta a las importaciones, a los flujos financieros y de capital y a las inversiones extranjeras. La idea subyacente es que esos países deben depender de los fondos y empresas del extranjero para desarrollar su producción, y de los mercados extranjeros para vender sus productos. Lo nacional recibe escasa atención e importancia. Se espera de los países una combinación de privatizaciones, liberalización externa y dependencia del extranjero. Como el Estado es ineficiente, el gobierno debe confiar en el sector privado. Pero el sector privado nacional es débil en comparación con las empresas extranjeras, por lo tanto tampoco se debe confiar en las empresas ni en los agricultores nacionales, y poco importa si los países tienen o pueden tener industrias, servicios o agricultura locales. Lo que deben hacer es atraer de todas formas posibles a empresas extranjeras para que inviertan en ellos. Y si no tienen dinero ni pueden generar ahorros suficientes, deben hacer todo lo posible para que bancos y fondos extranjeros les den créditos o para que inviertan en sus mercados de valores. A falta de un mercado nacional, el gobierno debe orientar la economía a las exportaciones, o de lo contrario no habrá potencial de crecimiento.
La ortodoxia dice que estos elementos son esenciales para el crecimiento y el desarrollo económico. Pero muchos países los han adoptado, por convicción o como condición de programas de ajuste estructural, y no se han desarrollado. No existen en el mundo suficientes inversiones extranjeras para dar empleo a todos los desempleados y llevar a los países al crecimiento, y además muy pocas se realizan en los países más pobres, aun cuando éstos ofrezcan atractivos incentivos. Los agricultores y las industrias nacionales fueron perjudicados por la abrupta reducción de los aranceles de importación, que llevó a un aumento significativo de las importaciones. Casi no existe un plan viable para desarrollar la capacidad nacional de oferta, debido al abandono de los planes para proteger y desarrollar las industrias nacionales. Los ingresos derivados de las exportaciones, que supuestamente deben ser el motor del crecimiento, no han sido buenos debido al colapso de los precios de los productos básicos y a las dificultades para exportar manufacturas. Por todo esto, el problema de la deuda persiste y en algunos casos se ha agravado.
Hay algunos países en desarrollo que no entraron en este ciclo desesperado. Son países que no se adhirieron al enfoque y las políticas ortodoxas y en los que el Estado tiene un papel determinante en la economía, la dirección del mercado y el estímulo al sector privado. Esos países controlaron el ritmo y la naturaleza de la liberalización de las importaciones. En los casos en que recibieron inversiones extranjeras, fijaron los términos y condiciones del ingreso de los inversores, su grado de participación y el modo de sus actividades. En otras palabras, realizaron una combinación selectiva de participación y producción privada y pública, nacional y extranjera, así como de su participación en el mercado mundial. No cedieron las funciones del Estado ni la importancia de los sectores económicos nacionales, ni la regulación de las inversiones y el capital extranjeros.
Recogiendo el conocimiento del mundo real
¿Cuáles son las lecciones de esto para la enseñanza de la economía? Mucho de lo que digo ocurre en el mundo real y no es recogido por la economía ortodoxa. Además, en la mayoría de los departamentos académicos de ciencia social, existen teorías y catedráticos rivales. Entre tanto, existe una tendencia de los estudiantes a abandonar la ciencia social y la economía por los estudios de comercio y marketing. Poco de lo que ocurre en la OMC se enseña en alguna facultad de economía, y si se hace, sólo es en términos teóricos. Sólo existen unos pocos libros y ensayos buenos sobre esta organización, pero no llegan al ámbito académico en la medida suficiente.
Por otro lado, tenemos hoy en día algunos organismos de la ONU y ciertos académicos que no creen en el fundamentalismo del mercado y se resisten a él. Son aquellos que proponen o se adhieren al criterio de las necesidades básicas y creen en los principios de justicia social, por ejemplo que los países ricos deben ser gravados o hacer donaciones, y que los fondos deben ser recogidos por la ONU para redirigirlos a los países pobres a través de la OMS, la Unicef y otros organismos. Estos proponentes han planteado conceptos como desarrollo sostenible, desarrollo humano, desarrollo humano sostenible, ajuste con rostro humano, y ahora los Objetivos de Desarrollo del Milenio.
Por último, quisiera sugerir que, para reencauzar la economía en el camino correcto, la economía debe generar un crecimiento bueno. No creo que todo crecimiento sea necesariamente malo. El crecimiento de la producción de alimentos es bueno si es generado por pequeños agricultores a través de la reforma agraria. También es bueno el crecimiento y la reparación de las viviendas en áreas rurales y urbanas marginales, para que la gente pueda tener un techo digno y agua limpia. No necesitamos ese crecimiento que nos llevó por el camino del endeudamiento y la destrucción del ambiente.
Debemos revivir la idea de las estructuras y los sistemas económicos mediante conceptos como el modo de producción, pero no atado a luchas ideológicas que sólo consideren bueno un modo particular de producción. Probablemente, lo mejor que puede lograr una sociedad es una combinación de diferentes modos de producción, que luego puedan influirse para tomar determinado rumbo. Al evaluar y promover políticas y sistemas económicos, existen importantes principios y asuntos a considerar. Por ejemplo, se debe poner énfasis en la mejora de las condiciones de vida de los pobres, para que puedan tener un sustento y satisfacer sus necesidades humanas; en la justicia; en la escala (gran escala/pequeña escala); en la protección ambiental y en el crecimiento del tipo correcto. ¿Puede todo esto ser recogido por teorías, marcos y estrategias? Necesitamos un nuevo paradigma que incorpore el enfoque teórico de un aula y también la política práctica a nivel internacional, nacional y comunitario.
Sobre el autor: Martin Khor es director de la Red del Tercer Mundo.
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