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   No. 90 - Abril 1999
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No. 90 - Abril 1999

La ingeniería genética y el hambre mundial

La afirmación de que la ingeniería genética constituye la respuesta al problema del hambre mundial es falsa. El hambre es resultado de estructuras políticas y económicas injustas, así como de la degradación ambiental. Lejos de atacar las causas del problema, la ingeniería genética podría fortalecerlas.

Para un público enfrentado a imágenes de televisión sobre los desnutridos de Sudán y otras partes del mundo, la afirmación de que los cultivos manipulados genéticamente alimentarán a más personas en el Tercer Mundo suena sumamente interesante. Sus proponentes pueden parecer muy responsables, incluso altruistas.
Sin embargo, la afirmación es profundamente engañosa, dado que supone erróneamente que la causa del hambre es la falta de alimentos para todos, pasando por alto los motivos reales. De hecho, en el mundo hay alimentos más que suficientes para que cada persona tenga una dieta adecuada (una vez y media la cantidad necesaria de alimentos, según el Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas). No obstante, al menos un séptimo de la población mundial -cerca de 800 millones de personas- padecen hambre porque no tienen acceso a la tierra para cultivar alimentos, o carecen de dinero para comprarlos, o no viven en un país con un buen sistema de bienestar social.

Toda una gama de estructuras políticas y económicas injustas, en combinación con la degradación ecológica, marginan a los pobres en todo el mundo, privándolos de los medios para alimentarse. La ingeniería genética aplicada a la agricultura no hará nada por modificar esas estructuras; por el contrario, las fortalecerá.

Negando alimentos a los hambrientos

Pocos de los alimentos investigados o desarrollados actualmente están al alcance de los hambrientos. Los dos principales cultivos manipulados genéticamente que se comercializan en Estados Unidos, por ejemplo, son los frijoles de soja y el maíz. Sin embargo, entre 90 y 95 por ciento de las cosechas de dichos frijoles y 60 por ciento del maíz comercializado no son consumidos por seres humanos, sino por ganado.

Los cultivos modificados genéticamente para alimentación de ganado harán poco por aliviar el hambre en aquellos países donde la mayoría de la población no come carne. Aun en países donde sí se come, la carne tiende a ser consumida por personas bien alimentadas que tienen suficiente dinero para comprarla. Además, la conversión de alimento para animales en carne es un medio sumamente ineficiente de brindar proteínas a los consumidores.

Gran parte de las investigaciones de ingeniería genética de cultivos está dirigida a satisfacer las necesidades comerciales de empresas procesadoras de alimentos e intermediarios, y no las necesidades nutricionales de los consumidores más pobres. Los esfuerzos futuros se dedicarán a la demora de la maduración o la descomposición de frutas y verduras y a la mejora de su apariencia, permitiendo su transporte a través de distancias mayores y su conservación durante períodos más largos en los estantes de los supermercados.

La papa con más almidón de Monsanto, por ejemplo, fue desarrollada especialmente para ser frita en restaurantes de comida rápida. Mientras, la Unión Europea financió una investigación para mantener verdes las hojas del coliflor durante más tiempo de modo que la hortaliza parezca más fresca, aunque en general la gente no come las hojas.

Gran parte de la soja que no se utiliza para alimentar animales se destina a alimentos procesados. Se estima que 60 por ciento de dichos alimentos, desde pan, comidas prontas y salsas hasta galletas, pasteles y chocolate, contienen actualmente sustancias derivadas de la soja genéticamente modificada. Tales alimentos procesados no otorgan los mismos beneficios a la salud que los alimentos frescos.

La reducción del consumo promedio de frutas frescas entre grupos de bajos ingresos de Gran Bretaña se debe en parte a los sistemas de comercialización con transporte a larga distancia, facilitado por la ingeniería genética. Las personas que no cuentan con automóviles tienen dificultad para llegar a los supermercados y deben comprar sus alimentos en tiendas pequeñas, donde los precios son en promedio 23 por ciento superiores que en las grandes cadenas de supermercados y los alimentos son en general menos frescos. Este sistema consume gran cantidad de energía y es altamente contaminante.

Por otra parte, los costos de insumo de los cultivos manipulados genéticamente podrían llevar a muchos pequeños y medianos agricultores al endeudamiento y la quiebra, la pérdida de sus tierras y, por último, la pobreza y el hambre. Se estima que 1.400 millones de familias de agricultores pobres cultivan entre 15 y 20 por ciento de los alimentos del mundo a partir de semillas guardadas de cosechas previas. Gran parte de estos alimentos, particularmente aquellos cultivados por mujeres en huertos domésticos, no se comercializan en el mercado sino que son consumidos por la familia o trocados, por lo que tienden a ser omitidos de las cifras oficiales sobre producción. Muchos de estos agricultores deberán comprar sus semillas cada año si prosperan varios proyectos de la industria biotecnológica para impedir que los agricultores conserven e intercambien semillas.

Cuando los granjeros estadounidenses compran semillas que han sido manipuladas genéticamente para crearles tolerancia al herbicida Roundup de la compañía Monsanto, por ejemplo, deben firmar un contrato declarando que no guardarán ninguna semilla transgénica para la plantación de la temporada siguiente. Trascendió que Monsanto contrata detectives privados para descubrir a los agricultores que violan el contrato, y así varios granjeros han sido demandados. Antes de la introducción de las semillas de soja modificadas genéticamente, entre 20 y 30 por ciento de todas las plantaciones se realizaban con semillas guardadas de la cosecha anterior en el medio oeste de Estados Unidos.

La última amenaza de Monsanto consiste en lo que se ha llamado "tecnología exterminadora": un método para incorporar dos o tres genes nuevos a una planta para que sus semillas, una vez plantadas, mueran en una fase temprana de germinación. El objetivo consiste en obligar a los agricultores a comprar semillas para cada plantación, en lugar de guardar las obtenidas de cosechas anteriores.

Agricultura insustentable

La ingeniería genética aplicada a la agricultura podría debilitar la base ecológica de la producción de alimentos de varias formas. Los cultivos genéticamente manipulados estimularán la evolución de "superhierbas" y "superplagas" que necesitarán dosis más altas de herbicidas y plaguicidas, los cuales dejarán cantidades cada vez mayores de residuos químicos sobre los cultivos y volverán a éstos más vulnerables a las pestes.

Cerca de dos tercios de los cultivos manipulados genéticamente que se cultivan en la actualidad a escala comercial han sido modificados para hacerlos más tolerantes a un herbicida específico. Monsanto, por ejemplo, creó soja, algodón, semillas de colza, maíz y remolacha azucarera resistentes al herbicida de la compañía, Roundup, cuyo ingrediente activo tiende a exterminar la mayor parte de las plantas.

Así como las bacterias que causan enfermedades a los humanos han desarrollado gradualmente una resistencia a los antibióticos, las hierbas de los terrenos donde hay cultivos modificados genéticamente o de las cercanías se volverán gradualmente resistentes al herbicida. En algunos casos, el herbicida aplicado a los cultivos genéticamente manipulados deberá ser más tóxico que los aplicados a otros cultivos. Los efectos de los herbicidas químicos están ampliamente documentados. Ellos reducen la fertilidad del suelo, contaminan el agua, exterminan las lombrices y microorganismos beneficiosos, y tienen efectos perjudiciales de corto y largo plazo sobre la salud humana.

Otra aplicación común de la ingeniería genética a la agricultura consiste en el desarrollo de cultivos que producen su propio insecticida. En teoría, se elimina la necesidad de aplicación externa de insecticidas químicos -para beneficio de la salud de los trabajadores agrícolas, los consumidores y el suelo- y se reduce la pérdida de cosechas por causa de las pestes. Sin embargo, así como los cultivos resistentes a herbicidas podrían provocar la evolución de "superhierbas", los cultivos plaguicidas podrían acelerar la evolución de "superplagas" resistentes a la toxina introducida en la planta o que se cambien a otras plantas.

Algunos científicos creen que el período de efectividad de estos productos modificados genéticamente será inferior a una década, quizá de sólo tres o cuatro años. Desde el punto de vista empresarial, esto sólo agrega presión para introducir estos productos al mercado antes de que lo hagan los competidores.

La pérdida de cosechas debido a malas hierbas, pestes y enfermedades constituye ciertamente un gran problema, ya que representa entre 10 y 40 por ciento de la producción agrícola mundial, pero cabe destacar que las mayores pérdidas se producen en granjas de monocultivo -un único cultivo en grandes extensiones de tierra- con utilización regular de productos químicos. Los monocultivos incrementan el alimento de plagas específicas y, si no se rotan, crean un nicho permanente para ellas. Las variedades modernas de semillas suelen ser más susceptibles a las pestes. Paradójicamente, el uso de plaguicidas puede producir un círculo vicioso de resistencia a las plagas, eliminación de depredadores naturales y una creciente dependencia de los productos químicos.

Las especies agrícolas modificadas genéticamente están diseñadas para ser usadas dentro de este sistema de monocultivo industrial, y por lo tanto no atacarán de manera alguna las causas de pérdida de cultivos debido a las pestes. Lejos de resolver problemas como la resistencia a los plaguicidas, la contaminación del agua y la degradación del suelo causada por agroquímicos, esas especies los acentuarán.

Además, la polinización cruzada entre cultivos manipulados genéticamente y cultivos no manipulados o especies silvestres podría agravar la inseguridad alimentaria. El número de organismos genéticamente modificados que se lanzan al ambiente mediante pruebas de campo y cultivo comercial hace casi inevitable que al menos algunos de los genes introducidos -en particular aquellos que otorgan a las plantas tolerancia a los herbicidas y resistencia a las pestes- se introduzcan en otras plantas, que a su vez se multiplicarán y afectarán los ecosistemas de manera impredecible. La polinización cruzada ya ha sido demostrada en varios experimentos.

La industria de la ingeniería genética reconoce estos problemas pero argumenta que su "tecnología exterminadora" impedirá la germinación de plantas descendientes de otras manipuladas genéticamente. No obstante, la propia tecnología exterminadora también podría propagarse a cultivos vecinos, con efectos potencialmente calamitosos sobre la producción de alimentos.

La adopción de cultivos genéticamente modificados podría reducir la diversidad genética y, por tanto, la variedad de cultivos. Además, la reducción de la base genética de los alimentos aumentaría las probabilidades de plagas y enfermedades epidémicas. El agregado de uno o dos nuevos genes a algunas especies no compensa en absoluto la enorme pérdida de diversidad genética, obtenida a través de la evolución y los esfuerzos innovadores de pequeños agricultores durante milenios.

Además, las especies manipuladas cultivadas actualmente no tienen un rendimiento mucho mayor que las otras. En algunos casos, el rendimiento es menor que el de las variedades convencionales del mismo cultivo.

¿Qué elección?

Dados estos riesgos ecológicos, económicos y sociales, muchos agricultores podrían preferir, si tuvieran acceso a una información completa, no cultivar especies manipuladas genéticamente, pero la industria de la biotecnología y sus aliados realizan grandes esfuerzos para negar a los agricultores la oportunidad de plantar variedades convencionales. Fusiones, adquisiciones, empresas conjuntas y acuerdos de concesión entre compañías agrícolas, distribuidoras de semillas, comerciantes de granos, empresas químicas y laboratorios de ingeniería genética produjeron un virtual monopolio sobre el cultivo y la comercialización de algunos productos agrícolas. Unas 10 multinacionales controlan 40 por ciento del mercado mundial.

Organismos gubernamentales, bancos y otras instituciones probablemente otorgarán créditos para cultivos manipulados genéticamente, y no para otros. Asimismo, las compañías de semillas podrían retirar del mercado variedades convencionales o utilizar la actual legislación sobre semillas y patentes para impedir que los agricultores usen esas variedades.

Muchas empresas también canalizan la investigación agrícola hacia la biotecnología ofreciendo becas universitarias. Al absorber esos fondos, la ingeniería genética resta dinero a la investigación de otras formas de agricultura, como la alternación o rotación de cultivos, que son mucho más efectivos contra el problema de las plagas.

Caminos alternativos

Para garantizar la seguridad alimentaria mundial, se requiere un enfoque diametralmente opuesto al promovido por las empresas de biotecnología y sus gobiernos y autoridades regulatorias aliadas.

En lugar de políticas que concentren el control sobre la agricultura en manos de grandes terratenientes, corporaciones y burócratas, la seguridad alimentaria exige políticas que incrementen la capacidad de los pequeños agricultores para ejercer un control local y regional sobre la producción, distribución y comercialización de alimentos. Estas políticas comprenden la redistribución de las tierras, el fortalecimiento de las leyes sobre tenencia, el redireccionamiento de la inversión pública hacia cultivos básicos y la aplicación de las políticas de competencia para eliminar los monopolios empresariales.

En lugar de la liberalización de los mercados agrícolas, la seguridad alimentaria requiere respeto por el derecho de las naciones a alcanzar el nivel de autoabastecimiento de alimentos y la calidad nutricional que consideren apropiados, sin represalias de ningún tipo. Los acuerdos sobre agricultura de la Organización Mundial de Comercio que exigen a los países la apertura de sus mercados a las importaciones deberían ser renegociados.

Las leyes que permiten patentar genes y organismos manipulados genéticamente, incluidos plantas y animales, deberían ser revocadas, y el derecho de los agricultores a guardar semillas libremente debería ser consagrado en el derecho internacional.

La seguridad alimentaria precisa de políticas que favorezcan la producción no química, con el objetivo de reducir o eliminar el uso de pesticidas y otros agroquímicos. De hecho, muchos agricultores de todo el mundo ya están dando la espalda a la agricultura química, sustituyéndola por otros métodos que logran mayores rendimientos protegiendo el suelo y otros aspectos del agroecosistema, del cual depende la producción de alimentos a largo plazo.

Mientras el acceso a los alimentos dependa del dinero y los pobres no puedan acceder a ellos ni a la tierra, millones de personas permanecerán desnutridas y hambrientas, independientemente de las existencias mundiales de alimentos y del número de habitantes de este planeta.

Esta es una versión editada de "¿Alimentos? ¿Salud? ¿Esperanza? La ingeniería genética y el hambre mundial", un documento elaborado por la ONG británica The Corner House.
El documento completo está disponible en: The Corner House P O Box 3137, Station Road Sturminster Newton, Dorset DT10 1YJ UK Correo electrónico: cornerhouse@gn.apc.org






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