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Naciones Unidas


No. 75/76 - Enero/Febrero 1998

Ted Turner

Ted Turner y la privatización de la ONU

por Phyllis Bennis

La donación de Ted Turner de 1.000 millones de dólares a la Organización de las Naciones Unidas creó las condiciones propicias para la privatización del foro mundial.

Ted Turner es increíblemente rico. Para la mayoría de la gente, insondablemente rico. Hace poco demostró que también es increíblemente generoso. Para muchos en Washington debe ser insondablemente generoso.

El plan del dueño de la cadena noticiosa de televisión CNN de donar cerca de 1.000 millones de dólares a varios programas de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en el próximo decenio permitirá al foro mundial, en permanente crisis financiera, cumplir muchos más de sus desafiantes mandatos en áreas humanitarias clave como la infancia, la salud, los refugiados y la remoción de minas terrestres. Se trata de un gesto de magnificencia que habla del internacionalismo instintivo del donante.

Pero existe otra cara de la moneda, y tiene menos que ver con las intenciones de Turner que con los peligros que acechan a la débil y sitiada ONU. Esa otra cara, demasiado notoria para que la gratitud por la donación la oculte, muestra que el regalo del fundador de la CNN, pese a lo noble de su origen, crea las condiciones para una eventual privatización de la organización mundial, convirtiéndola de un instrumento multilateral potencialmente poderoso en un vehículo para canalizar limosnas de individuos o empresas.

Turner dejó claro que no tiene "intención alguna" de interferir con las decisiones de la ONU ni de dictarle su agenda. Sin embargo, el establecimiento de una fundación independiente para "trabajar con" funcionarios de la ONU en la determinación del gasto del dinero amenaza precisamente con provocar lo que él dice que desea evitar: un grupo de individuos externos a la organización, responsables sólo ante sí mismos, que juegan un papel esencial en la determinación de los programas y prioridades del foro mundial.

Si las leyes tributarias de Estados Unidos exigen la creación de una fundación en lugar de la donación directa del dinero a agencias de la ONU como el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), ¿por qué no designar al secretario general, Kofi Annan, y otros altos funcionarios como directores de tal fundación, en lugar de permitir que individuos ajenos adquieran tanta influencia?

Evaluación complicada

La evaluación del impacto de la donación de Turner resulta complicada. Ciertamente, los programas que él mencionó tienen vital importancia y necesitan fondos desesperadamente. No resulta sorprendente que los funcionarios de la ONU se hayan estremecido de emoción ante su anuncio. Pero éste también saca de apuros, al menos en parte, a Estados Unidos. Si la financiación de los programas humanitarios receptores de la donación, que se encuentran entre los más populares, ya no estuviera en peligro, entonces la crisis financiera de la ONU parecería menos urgente. Así, la responsabilidad de Estados Unidos -el principal deudor del foro mundial- en el agravamiento de la crisis por negarse a pagar los 1.500 millones de dólares que debe parecería menos criminal.

La donación de Ted Turner, contrariamente a sus intenciones, podría debilitar la indignación y la urgencia internacional resultante de la negativa de Washington a pagar su deuda. Además, al estimular donaciones individuales y empresariales en esta era de privatizaciones en todo el mundo, reduce la responsabilidad de los estados miembros ante el foro mundial como órgano de diplomacia.

Si la obligación de los gobiernos de financiar las más populares de las agencias de la ONU, como UNICEF, el Alto Comisionado para los Refugiados (ACNUR) o la Organización Mundial de la Salud, recayera sobre donantes privados capaces de escoger sus propios programas, existiría un grave riesgo de que la responsabilidad de tales gobiernos se limitara a la financiación de la Secretaría. Y, en un momento en que la organización en su conjunto -sin importar con cuánta precisión- es considerada una "burocracia inflada", ¿qué miembro del Congreso de Estados Unidos aprobaría la asignación de fondos para sostener la prosaica sede de la ONU y su personal, independientemente de su papel de andamio de los programas de erradicación de enfermedades infantiles o de protección a los refugiados?

Estados Unidos sale de apuros

El presidente de Estados Unidos, Bill Clinton, exhortó a la ONU en su discurso ante la Asamblea General del 22 de septiembre de 1997, a "concentrarse aún más en convertir sus recursos de limosna en verdadera ayuda". No resulta difícil adivinar cómo ese tipo de reforma social al estilo de Washington se aplicaría a la propia ONU: Estados Unidos no pagaría cientos de millones de dólares que adeuda al foro mundial, y en su lugar aplaudiría las donaciones del sector privado.

La ONU "ya no tiene que hacer todo por sí misma", aseguró Clinton. La donación de Turner "destaca el potencial de asociación entre el foro mundial y el sector privado (...) y espero que otros sigan su camino". Viniendo del jefe de Estado del mayor deudor de la organización, la idea da miedo. Unas pocas donaciones más por montos similares, y tanto Clinton como sus adversarios del Congreso saldrán de apuros.

"Todos los ricos del mundo pueden esperar mi llamado" pidiendo dinero para la ONU, dijo Ted Turner. Pero cuánto más duradero, seguro y democrático sería si ese llamado se dirigiera a los países ricos en lugar de individuos ricos y se sustituyera un mayor gasto militar por un mayor apoyo a la ONU. Además, en lugar de solicitar más limosnas privadas, Turner podría movilizar apoyo para un impuesto a las transacciones financieras internacionales, a través de las cuales se genera la mayor parte de la riqueza del mundo. Aun un pequeño impuesto de 0,1 por ciento al flujo transfronterizo de capitales generaría fondos suficientes para cubrir el presupuesto regular anual de la ONU, de 1.100 millones de dólares, y los amigos de Turner ni se darían cuenta.

Es posible que de esa forma la ONU cumpla con la responsabilidad que Clinton le encomendó para el siglo XXI: "garantizar que, a medida que la economía mundial genere más riqueza, ésta no produzca una creciente desigualdad entre los poderosos y los desposeídos".

Phyllis Bennis es miembro del Instituto de Estudios Políticos y autor de Calling the shots: How Washington dominates today’s UN.
Este artículo fue adaptado de otro anterior que el autor escribió para "The Baltimore Sun" en septiembre de 1997.






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