Instituto del Tercer Mundo  
   EDICION | TEMAS
   N° 159 - enero-marzo 2005
  Tema de tapa
  Género
  Derechos de Propiedad Intelectual
  Movimiento Mundial por los Bosques Tropicales
  América Latina
  Libros
 
   Ediciones
   Anteriores
   Ultima edición
 
   Otras publicaciones




Tema de tapa


N° 159 - enero-marzo 2005

“Estudios blancos” y la universidad en ruinas

por Yusef Progler

La universidad occidental atraviesa una crisis de identidad. Debería aprovecharse esta incertidumbre para escapar de la universalidad de los “estudios blancos”, el modelo de estudios académicos que siguen ciegamente todas las universidades del mundo.

Cualquiera sea el área de estudio o la ubicación regional, cualquier carrera o curso de posgrado en la mayoría de las universidades del mundo tiene una trayectoria similar. Primero identifica a las grandes figuras europeas o estadounidenses de cada disciplina y luego enseña sus teorías y prácticas como si fueran universales, ignorando o restando importancia a otras formas de conocimiento.
Así, en biología, la genética del ADN suplantó a la biología celular después que científicos occidentales aislaran la doble hélice, ignorando por completo otras formas de conocimiento biológico indígena. La física insiste en el modelo de Isaac Newton, con un gusto por la relatividad de Einstein y la mecánica cuántica para los más aventureros, pero olvida la física prenewtoniana que permitió a los arquitectos de la antigüedad construir magníficas estructuras. La esencia de la matemática actual es el cálculo, mientras que otras formas de conocimiento matemático, como las raíces asiáticas y africanas del álgebra, se filtran cuidadosamente en la visión occidental moderna.
El estudio de la filosofía se basa en pensadores occidentales, desde Platón y Aristóteles hasta Kant y Sartre, pero apenas menciona a grandes filósofos musulmanes como Ghazali, Ibn Rushd y Mulla Sadra, para no mencionar otras formas de tradiciones filosóficas. Del mismo modo, la psicología se basa en Freud y excluye totalmente la sabiduría budista. La medicina se ajusta al modelo mecánico cartesiano y su objetivo último es el dominio de la técnica quirúrgica y farmacéutica, mientras resta importancia o ridiculiza al método ayúrveda, unani u otras terapias de hierbas. La química occidental excluye los aspectos autoedificantes y espirituales de su antecesora islámica, la alquimia. Y la sociología suele comenzar por la obra de Durjeim y seguir por Weber, pero Ibn Jaldun apenas recibe una mención histórica.
Los estudiantes de economía aprenderán todo sobre Adam Smith y John Maynard Keynes, y quizá sobre Carl Marx, antes de zambullirse en las ideas de Milton Friedman, el neoliberalismo y las técnicas del capitalismo transnacional, pero casi ninguno aprenderá las consecuencias económicas de la prohibición islámica de la usura o el genio económico ambiental de muchos pueblos indígenas.
En breve, de la historia y la ciencia política a la agricultura y la atención de la salud, parece que el conocimiento occidental fuera el único conocimiento. El académico cherokee Ward Churchill llamó a esta amalgama de teoría y método occidentales “estudios blancos”, una forma sucinta de identificar lo que se llama más diplomáticamente “sistema eurocéntrico de conocimiento”. En todo caso, adherirse a un sistema educativo dominado por los estudios blancos significa adoptar una serie de teorías y prácticas que fueron desarrolladas por la modernidad occidental y propagadas por el colonialismo.
Además de evaluar el contenido de las disciplinas académicas contemporáneas, deberíamos considerar la estructura institucional de los estudios blancos, que ha permitido a la educación superior estandarizar formas del conocimiento occidental. La enseñanza terciaria se basa en una rígida compartimentación y departamentización del conocimiento. Desarrolló esta forma en el siglo XIX y sufrió modificaciones durante la Guerra Fría.
Supuestamente arraigados en la civilización occidental a través de las siete ciencias griegas, el cuadrivio romano y las “artes útiles” del iluminismo, los estudios blancos tal como están configurados en la mayoría de las universidades modernas suponen que la mejor forma de controlar el pensamiento es hacer que nadie vea el panorama general: cómo las artes útiles encajan entre sí, cómo el cuadrivio (conjunto de las cuatro artes matemáticas que se estudiaban en las universidades de la Edad Media) se enreda con las siete ciencias, etc. La compartimentación fue perfeccionada durante el Proyecto Manhattan bajo la dirección del general Leslie R. Groves, quien posteriormente admitió que su principal logro fue dividir, y así controlar, la investigación científica sobre la bomba atómica. Durante la Guerra Fría, la mayoría de las universidades de Occidente adoptaron esta táctica. Tras la relativa independencia de las antiguas colonias, las universidades de éstas adoptaron o continuaron la estructura compartimentada de los estudios blancos como modelo de pensamiento y de acción.
Los graduados en alguna disciplina de los estudios blancos se consuelan en la fraudulenta idea de que el conocimiento occidental es la suma de todos los conocimientos humanos. Como resultado, la ciencia occidental es tomada como árbitro de la verdad, incluso en materia religiosa. Esto significa que para pensar es necesario pasar por el lente de las disciplinas modernas. Significa que el progreso tecnológico y el crecimiento económico son la clave de la felicidad humana. Significa que la cantidad es más importante que la calidad, y que la tecnología y la eficiencia deben gobernar todos los aspectos de la vida. Aquellos que buscan guía y prosperidad en los estudios blancos hallan que lo mejor que pueden lograr es mantener sus tradiciones en privado y dejar que Occidente haga el resto en público.

Ward Churchill

Leí por primera vez el artículo de Ward Churchill sobre “Estudios blancos” por accidente, cuando era estudiante, a principios de los años 90. Estaba en un diario poco conocido, que ya no existe, llamado Integrated Education (Educación Integrada). Se trataba de una edición especial sobre educación indígena americana, publicada a principios de los años 80. El título “Estudios blancos” es en cierta forma engañoso, porque lo primero que el lector cree es que se trata de racismo a la inversa, pero fue el subtítulo lo que más me atrajo: “El imperialismo intelectual de la educación superior estadounidense”.
Como estudiante que buscaba su camino en el laberinto de la educación superior estadounidense, leí el artículo con interés. En el mismo diario encontré otras notas de académicos y activistas indígenas estadounidenses que también vinculaban la educación con el colonialismo y el imperialismo. Estos artículos tuvieron un fuerte efecto en mí porque, aunque cursaba estudios universitarios, sentía que no pertenecía a ese ámbito. Como estadounidense de clase trabajadora, sentía que la educación superior no tenía que ver con mi experiencia, mis intereses ni mi identidad individual, por lo tanto sentí que, igual que los autores de los artículos, era un marginado.
Ward Churchill examinó catálogos universitarios y observó que en las universidades existen departamentos y programas de estudios africanos, estudios indígenas estadounidenses, estudios latinos, estudios islámicos, estudios surasiáticos y una gran variedad de temas y programas curriculares, pero no existían los “estudios blancos”. ¿Por qué no? Según Churchill, la razón es que toda la educación superior es estudio blanco. Por lo tanto, es una presencia innominada pero ubicua, y está implícita en todo el sistema. Aun en esos programas de estudios étnicos se puede encontrar esta forma dominante de ver el mundo, que Churchill llama sucintamente “estudios blancos”, de acuerdo con la tradición nativa estadounidense. Quizá en forma intencional, este nombre suena también polémico e irreverente. La visión de Churchill motivó el trabajo de Multiworld Network y Multiversity Group en los últimos dos años, pero también me puso en el camino del autodescubrimiento y el descubrimiento de la perspectiva indígena sobre la modernidad occidental.
Sin embargo, me resisto a evaluar el artículo de Churchill como un pronunciamiento definitivo sobre educación e imperialismo, o a juzgarlos como una respuesta teóricamente rigurosa a otros académicos que han escrito sobre el mismo tema. De hecho, Ward Churchill y los otros indígenas estadounidenses que leí en ese periódico no escribían sólo como académicos, sino también como activistas. Y como activistas, aunque con base intelectual, su principal motivo para publicar esos escritos era un llamado a la acción. Y es por eso que parecen irreverentes, porque no tienen necesidad de entrar en un juego de palabras amables para mantener su prestigio académico. Churchill identificó el problema, sucinta e irreverentemente, como “estudios blancos”. Y fue este tono de irreverencia lo que me atrajo, porque en ese entonces yo era seguidor de Malcolm X, que también utilizaba la irreverencia para despertar a la gente, para hacerle ver algo que estaba mal y llamarla a la acción.

Tres opciones

En el régimen de los estudios blancos, todo transcurre a través del lente de la visión eurocéntrica, para usar un término que puede parecer más amable. Por lo tanto, si todos estamos sujetos al mismo discurso, no tenemos alternativa.
John Mohawk, un académico indígena estadounidense con quien tuve la suerte de estudiar, sostuvo que los pueblos colonizados tienen básicamente tres opciones con respecto a la sujeción al discurso colonial. La primera es ser un buen súbdito. Esto significa acatar todas las reglas, tratar a los dominadores con respeto y reverencia, hacer lo que se supone que uno debe hacer, trabajar dentro de la jerarquía y seguir los parámetros, métodos y protocolos del sistema.
La segunda opción es ser un mal súbdito. Un mal súbdito no cuestiona realmente las bases del sistema ni del discurso, sino que plantea objeciones de poca monta, protesta y quizá intenta quitar parte del control del discurso a aquellos que lo establecieron, así como los nacionalistas intentan quitar a los colonialistas el control del gobierno. Pero los malos súbditos no pueden hacer grandes cambios. A lo sumo pueden ganar control, pero no llegan a la raíz del problema, no modifican los términos del discurso y por lo tanto perpetúan el mismo sistema colonial.
Pero existe una tercera opción, según Mohawk, que consiste en transformarse en un “no súbdito”, abandonar el discurso por completo y “dejar libre el espacio”. Esta alternativa es la más difícil, y no digo que todos debamos ponerla en práctica ni que se deba castigar a quien no lo haga, sino que es una opción. Después de todo, éste no es sólo un análisis, sino un llamado a la acción (volviendo a los estudios blancos de Ward Churchill).
¿Qué tipo de acción? Esta es la pregunta que vinimos a tratar de responder. No estoy aquí para establecer un plan quinquenal, sino para escuchar lo que otros piensan sobre este llamado a la acción y discutir si vale la pena hacer algo acerca del problema de los estudios blancos. Los participantes están aquí por alguna razón, y creo que una de las razones es el reconocimiento de que falta algo en el sistema universitario y en los programas de estudios de ciencias sociales. Entonces, si falta algo, ¿qué es lo que falta y qué vamos a hacer al respecto? Y no es que nosotros, Ward Churchill ni nadie más hayamos descubierto de pronto este problema. La cuestión es antigua y el propio sistema está reconociendo sus propias fallas y contradicciones, lo que significa, en mi opinión, que éste es un momento ideal para actuar. La incertidumbre de Occidente nos ofrece una ventana de oportunidad, y debemos disipar esa incertidumbre desde dentro.
Recientemente leí The University in Ruins (La universidad en ruinas), de Bill Readings, un profesor de literatura comparada de la Universidad de Montreal que murió en un accidente de avión en 1994, poco después de terminar su libro. En ese libro, publicado por Harvard University Press, Readings sugiere que la universidad occidental en general ha perdido su propósito y su foco. Pasó de buscar la razón pura y del proyecto kantiano a respaldar el estado nacional en el siglo XIX y al modelo alemán humboldtiano de investigación. Después, en el siglo XX, las universidades nacionales empezaron a declinar y surgió lo que Readings llamó “la universidad de la excelencia”, que es lo que otros denominan “la universidad como empresa”.
Readings detectó ese problema a principios de la década del 90, tras la “reaganómica” y el “thatcherismo”, antes de que se volviera evidente y de que muchos otros académicos los admitieran: la universidad estaba siendo secuestrada por las grandes empresas y por el régimen empresarial en general, con su mentalidad monetaria, e impulsada por “normas”, con la “excelencia” como característica definitoria. El propósito de la universidad ya no era la búsqueda de la razón pura ni la edificación del Estado nacional. La universidad occidental moderna se había convertido en “la universidad de la excelencia”.
Pero la excelencia es un concepto vago, sin referente, porque lo que es excelente para una persona puede no serlo para otra, señala Readings. Al menos la universidad de la razón pura y la universidad nacional tenían puntos de referencia, pero la universidad de la excelencia no la tiene. Por lo tanto, la enseñanza superior occidental ha perdido su significado y su propósito. Tenemos entonces una “universidad en ruinas”.
Sin embargo, como profesor universitario dedicado, Readings concluye que los académicos deben aprender a “vivir en las ruinas”, sugiere que la universidad puede transformarse en una “comunidad de disenso” y plantea varios puntos interesantes sobre estudios culturales y la “universidad post histórica”. Pero en definitiva, coincide con Kerr en que la universidad occidental no tiene un propósito claro.
Entonces, dado que es una institución en ruinas y dominada por los estudios blancos, ¿qué vamos a hacer los pueblos del Tercer Mundo con esta universidad? ¿Debemos esperar a que pase este período de incertidumbre y el hombre blanco encuentre otro camino, para seguirlo nuevamente? Eso sería el epítome de la mente colonizada o la “mente cautiva”, para usar los términos de Syed Hussein Alatas. Quizá este período de incertidumbre sea una oportunidad para escapar del cautiverio. ¿O acaso existe alguna esperanza para continuar el trabajo intelectual en la universidad? ¿Debimos seguir viviendo en las ruinas? En tal caso, deberíamos discutir qué hacer entre las ruinas. Churchill y Readings propusieron algunas estrategias prácticas, y probablemente existan muchas otras.
Por otro lado, si dejáramos el espacio vacío y abandonáramos el sistema universitario por completo, ¿qué haríamos luego? ¿En qué ámbito nos reuniríamos para buscar y desarrollar el conocimiento? Quizá un valor salvador de la universidad moderna sea que, para bien o para mal, es un ámbito en que la gente puede reunirse y pensar. Pero al mismo tiempo, existen argumentos sólidos y movimientos en curso para dejar libre el espacio, escapar del sistema, y buscar y desarrollar otras formas de conocimiento y de educación. Si elegimos vivir en las ruinas, debemos admirar y ayudar a esas personas que abandonan los espacios institucionales. Entonces, desde dentro o fuera, ¿adónde va la universidad, adónde vamos nosotros? Cualquier discusión honesta sobre la reforma de los planes de estudio debe abordar esta cuestión institucional: la universidad está en ruinas.

------------- * Yusef Progler es cofundador de Multiworld Network (www.multiworld.org), director de Multiversity Group (groups.msn.com/multiversity) y de la publicación Radical Essentials Pamphlet Series (www.citizenint.org). Reside y ejerce la docencia en Dubai, Emiratos Árabes Unidos.






Revista del Sur - Red del Tercer Mundo - Third World Network 
Secretaría para América Latina:  Jackson 1136, Montevideo 11200, Uruguay
Tel: (+598 2) 419 6192 / Fax: (+ 598 2) 411 9222
redtm@item.org.uy - www.redtercermundo.org.uy