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N° 159 - enero-marzo 2005

El retorno a la mente cautiva

por Syed Hussein Alatas

Al adoptar una actitud independiente en la investigación, nos negamos a ser una “mente cautiva”, no sólo de los conceptos científicos, sino de la moral de Occidente.

A comienzos de los años 50, comencé a hacer ciertas investigaciones sobre la “mente cautiva”. Mi primer artículo sobre el tema se tituló “Algunos problemas fundamentales del colonialismo”, y se publicó en 1956 en el periódico The Eastern World de Londres.
Después de la Segunda Guerra Mundial, fuimos testigos de la independencia de varios países de Asia y África, y uno de los problemas que percibí fue la tendencia de nuestra gente a imitar el pensamiento de Occidente, el pensamiento introducido por la potencia colonial. Por ejemplo, noté que en esa época había un fuerte énfasis en la idea del “desarrollo”. Simultáneamente, se dejaban de lado cuestiones importantes para el Tercer Mundo. Se desplazó a los líderes religiosos, que aparentemente no tenían función alguna en el programa de desarrollo. El desarrollo era puramente un asunto de planificadores gubernamentales y economistas. Esto es lo que quiero decir por “imitación”: no sólo la adopción de ciertas ideas introducidas por Occidente, sino también la marginación de cosas que son muy importantes para el mundo no occidental.
En la década del 60, dediqué mucho tiempo al tema de la mente cautiva, pero como cualquier otro tema de la historia humana, su estudio es inagotable. Requeriría mucho tiempo y el esfuerzo de muchas personas abordar los diferentes aspectos del problema. Un aspecto que no tuve tiempo de desarrollar es el de la mente captora. Me concentré en la mente cautiva porque es más urgente, en la medida en que está en juego la sociedad del desarrollo. No nos preocupan los esclavizadores sino los esclavos, porque todos sabemos que sólo se puede cambiar la situación mediante un despertar de la comunidad esclava. En cuanto a los esclavizadores, no concederán la libertad tan fácilmente: es necesario arrebatársela. De todos modos, creo que llegó la hora de abordar este aspecto también.
Gran parte de mi tiempo lo dediqué a manifestar mis convicciones. Creo que la discusión no puede limitarse al plano teórico. Es necesario poner las creencias en práctica para convencer a los otros. En el campo de las investigaciones, sólo hay una forma de convencer a la sociedad de la necesidad de poner fin al cautiverio intelectual, y es manifestando cuál es el tipo de trabajo que deseamos hacer. Por eso escribí The Myth of the Lazy Native (El mito del nativo holgazán), para manifestar el tipo de conocimiento que se desarrollaba en el período colonial.
Creo que deberíamos desarrollar nuestro propio conocimiento, pero esto no significa un prejuicio étnico. No significa volvernos contra las antiguas potencias coloniales y ofrecer algo del mismo tipo que ellas nos brindaron como sustituto. Por ejemplo, los historiadores coloniales escribieron sobre nuestros malos gobernantes, pero ¿acaso debemos afirmar nosotros que en realidad eran buenos? No. Esto significaría adoptar la misma actitud pero a la inversa, y eso sería el colmo del cautiverio, porque demostraría que nos han condicionado para reaccionar exactamente igual que ellos. El conocimiento que debemos desarrollar debe tener nuestras propias categorías de análisis, ofrecer un panorama diferente y mostrar lo que se ha intentado ocultar. En otras palabras, debemos ofrecer un panorama más completo y veraz, usando valores realmente universales y morales.
Viví 11 años en Holanda, en parte como estudiante de la Universidad de Amsterdam. Recuerdo que era continuamente bombardeado con la idea de la neutralidad de las ciencias sociales y las teorías de la relatividad, pero yo me resistía. No existe tal cosa como la objetividad sin moral. Podemos tener objetividad, pero no se puede hacer investigación sin moral. Por ejemplo, como sociólogo, es posible que deba estudiar la prostitución o la delincuencia. Puedo estudiar estos temas objetivamente, es decir, como se presentan, sin introducir mis propios juicios de valor. Los sociólogos no debemos ser víctimas de esa intrusión de la subjetividad en el trabajo. Sin embargo, tras estudiar el tema objetivamente, surge la cuestión moral: ¿queremos o no queremos la delincuencia? Por supuesto que no. La estudiamos objetivamente porque no la queremos, y debemos encontrar medios para reducirla. Lo mismo puede aplicarse a la ciencia médica. Un oncólogo puede estudiar las células cancerosas objetivamente, es decir, cómo son y cómo influyen en el organismo humano, pero una vez hecho esto, debe preguntarse cuál es el propósito de su ciencia en relación al cáncer, si promoverlo o combatirlo. La respuesta es combatirlo. En este sentido, no existe ciencia, sea social, física o natural, sin moral.

“La moral no es asunto nuestro”

Sin embargo, en Occidente se ha desarrollado cierta tendencia a separar la ciencia de la moral. Los científicos dicen: “La moral no es asunto nuestro. Nos limitamos a estudiar un asunto, y lo que se haga después con nuestra investigación no nos concierne. Es el trabajo de los políticos, no el nuestro”. Esta misma fue la actitud de algunos científicos con respecto al uso de la bomba atómica en la Segunda Guerra Mundial. Los científicos afirmaron que sólo trabajaron en física y en la construcción de la bomba, y el uso que se le dio después no estaba en sus manos, lo que sugiere indiferencia hacia el uso de su creación como instrumento de destrucción.
Ahora, algunos científicos del Tercer Mundo han adoptado una actitud similar, y esto es un ejemplo de mente cautiva. Los constructores de bombas atómicas de nuestros países -no voy a identificarlos, pero todos sabemos cuáles son- deben ser conscientes de las consecuencias de sus investigaciones. Los diseñadores de minas terrestres deben saber que mutilarán a niños pequeños, porque las minas no se usan contra soldados, sino contra civiles. Se minan poblaciones para aislarlas. Pero los científicos no sienten que esto sea asunto suyo, sino de los políticos que deciden usar las minas. Nosotros debemos rechazar este tipo de moral desde el Tercer Mundo.
No todos en Occidente comparten la opinión de que la investigación es apolítica y neutra. Sin duda, en Occidente también hay personas que desaprueban la actitud moral de sus funcionarios, pero son minoría.
Otro tema de estudio es el origen histórico de la mente cautiva, que no necesariamente coincide con el colonialismo. Al principio del período colonial no existía la mente cautiva. Este fenómeno surgió a partir del siglo XIX. Antes, no existía un contacto intelectual intenso entre colonos y colonizados, ni un esfuerzo de adoctrinamiento del gobierno colonial. Al principio, sólo les interesaba el dinero.
Un ejemplo muy claro es el de India bajo el dominio británico. Cuando los británicos llegaron a India, al final del siglo XVIII, no se veían como dominadores coloniales, sino como comerciantes. Luego comenzaron a construir fuertes con la aprobación y el apoyo de emperadores mogules, principalmente para defender sus intereses contra su propio pueblo, contra robos e incursiones. No les interesaba establecer escuelas, difundir el idioma inglés ni controlar a la población. Harriet Martinov describe esto de manera muy amena y clara en su libro History of British India.
Los holandeses tomaron el control de Java, Indonesia, en el siglo XVIII. Sin embargo, habían comenzado a construir fuertes en el siglo XVI y conquistado Batavia (actual Yakarta), donde establecieron su propio gobierno. Pero en ese período no había mente cautiva porque no había intercambio. Sólo en la última parte del siglo XIX hubo intercambio intelectual, se fundaron escuelas y se estableció deliberadamente una institución llamada Balaypustaka para traducir obras europeas al indonesio. Tradujeron muchos clásicos europeos al indonesio, incluso la famosa obra del escritor ruso Gogol, The Overcoat (El sobretodo). Por lo tanto, el esfuerzo por difundir ideas europeas en Indonesia empezó en el siglo XIX. Así, en 350 años de período colonial, sólo al final del siglo XIX hay intercambio o cautiverio intelectual. Esto nos indica que el cautiverio intelectual no es sinónimo de colonialismo, aunque sí comenzó con éste.
Sin embargo, tras la independencia política, este cautiverio se agravó. Ahora somos libres pero esclavos, al menos mentalmente.

Dependencia mental

La dependencia económica de Occidente no significa dependencia mental. Por ejemplo, los occidentales asimilaron ciertos elementos de Oriente, sin volverse mentalmente dependientes de éste. Usar algo de otro país no significa depender mentalmente de él. Por ejemplo, el hecho de que algunos estadounidenses usen palitos para comer no significa que su pensamiento esté condicionado por los chinos. Pero en nuestra parte del mundo usamos muchos elementos occidentales, y al mismo tiempo, ideas occidentales.
En Malasia, por muchos años hemos promovido el “desarrollo” sin investigar qué tipo de desarrollo necesitamos. En el proceso de desarrollo, no se puede evitar ni olvidar la estructura agraria. Europa, Japón y todos los países industriales preservaron su estructura agraria, y posteriormente desarrollaron su estructura industrial, sin dañar aquélla. En cambio, nosotros estamos desarrollando nuestra estructura industrial sin prestar atención a la agraria, aunque ahora nos vemos obligados a revisar esta situación. A este tipo de imitación me refiero.
Hace un par de años, se comenzó a usar repentinamente el término “economía C”. ¿Por qué? Porque el primer ministro lo usó, y luego lo repitieron los medios masivos de comunicación hasta el cansancio. El término “economía C” estaba en la televisión, en los diarios, en todas partes. ¿Y qué significa? Significa “economía del conocimiento”. ¿Acaso existe alguna economía sin conocimiento? ¿Cuál es la característica distintiva de la economía C? Ninguna.
Si queremos referirnos a la “economía de las computadoras”, eso sí es algo nuevo, pero “economía del conocimiento” no significa nada. Sólo porque el término se acuñó en Occidente, se adoptó sin cuestionamientos. Probablemente, el interés de la introducción de esos términos sea la dominación. Desde el momento en que se introduce el término “economía C”, es un instrumento de dominación, porque se nos hace sentir que no tenemos suficiente “C”. Dependemos de ellos para tener más “C”, y por eso es un instrumento de dominación.
Debemos ser conscientes de una tendencia dominante en Occidente, y es la necesidad de dominar. Independientemente de si tiene colonias o no, Occidente tiene un impulso interno de dominación. Esto es muy evidente en las ciencias sociales. En estas ciencias, en particular en Estados Unidos, hay grupos que quieren dominar al resto. Cuando era estudiante, estaba familiarizado con la escuela del funcionalismo, que dominaba todas las universidades. Los no funcionalistas eran marginados. Nosotros no debemos imitar esa tendencia, aunque siento que también existe esa tendencia aquí, sin ser conscientes de ello. También hemos empezado a volvernos funcionalistas, en oposición a los estructuralistas.
Deberíamos tener un enfoque científico que nos permitiera combinar cualquier cosa. Si un grupo en particular realiza una contribución importante, tomémosla, combinémosla y sinteticémosla. No debemos ser víctimas de una tendencia. Por lo tanto, la dominación va más allá de un concepto en particular. Es una tendencia de pensamiento y una tendencia filosófica. Como vemos, existen muchas áreas inexploradas de la mente cautiva.

----------------- Syed Farid Alatas es director del Instituto del Mundo y la Civilización Malayos, de la Universidad de Malasia.






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