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N° 159 - enero-marzo 2005

Ciencias sociales para el Sur

por Mohamed Idris

Casi todo lo relacionado con las ciencias sociales en Asia, África y América Latina es copiado de Occidente e incluso el contenido y el enfoque de estas ciencias se refieren exclusivamente a los países industrializados.

El contenido de lo que se conoce como “ciencias sociales” es causa de preocupación en el Sur desde hace varios años. Casi todo lo relacionado con las ciencias sociales en nuestros países es importado de Occidente: no sólo los libros, sino también las categorías de pensamiento, las bases, los métodos de análisis e investigación, la historia de cada materia, las teorías. Con demasiada frecuencia, incluso el contenido y el enfoque de estas ciencias se refieren exclusivamente a los países industrializados.
Se da por sentado que esas ciencias sociales han sido inventadas por sociedades industrializadas “avanzadas”, una condición hacia la cual todos nos dirigimos, aparentemente. Y porque esas sociedades afirman ser desarrolladas, también afirman que sus ciencias sociales son “ciencias”, universalmente válidas y dignas de enseñarse a todo el mundo.
Durante décadas, hemos aceptado tímidamente esas afirmaciones, a veces voluntaria y otras involuntariamente. Syed Alatas sugirió una vinculación de este fenómeno con lo que llamó “la mente cautiva”. Otros, como Ngugi wa Thiong’o, hablaron de “la mente colonizada”. Ward Churchill, como indio-estadounidense, sostuvo que los planes de estudios de Asia, África y América Latina deberían llamarse francamente “estudios blancos”, porque fueron generados por sociedades de mayoría blanca para sus propios fines académicos.
La pregunta es: ¿qué estamos haciendo nosotros con ese régimen de estudios? Algunos hemos estado muy preocupados por el efecto de este equipaje mental importado sobre nuestros jóvenes y su pensamiento. Millones y millones de ellos son guiados a través de este universo conceptual estéril y basado en textos, enseñado en un idioma extranjero y gobernado por modas y consignas siempre cambiantes. Estas mentes jóvenes al final son convencidas contra sus mejores instintos de que eso es “conocimiento”: un conocimiento que los hará libres, les proporcionará iluminación, cultura y refinamiento, y les permitirá tener un papel creativo en la sociedad mediante alguna forma de empleo.
En realidad, provoca el efecto contrario. Ese conocimiento los priva de los instintos con que nacieron, y los convierte en loros. Si alguien ha conversado con un Master en Administración de Empresas de estos días sabrá lo que quiero decir.
Salvo algunos iluminados como Mahatma Gandhi, Paulo Freire e Iván Illich, pocos se han cuestionado el valor de este sistema de educación superior y sus supuestos logros. Después de todo, nunca fue creado para nosotros, mucho menos con nuestras necesidades en mente. Aun aquellos que en el pasado cuestionaron el sistema radicalmente fueron decepcionados por nuestros líderes políticos e intelectuales, y sus ideas de sistemas alternativos nunca se aplicaron.

Esclavitud educativa

La liberación o independencia del régimen colonial nos trajo democracia, parlamento y otras instituciones propias. Pero nuestra esclavitud siguió intacta debido a un sistema educativo del que nos hemos negado a liberarnos. Lo más trágico es que sabemos que este sistema fue creado para convertirnos en individuos serviles y hacernos sentir inferiores, deficientes de alguna forma. El hecho de que sea administrado ahora por nuestra propia gente no lo hace menos esclavizante.
Somos buenos para criticar sistemas existentes, pero nuestras críticas deben incluir un riguroso análisis de lo que este estudio de las ciencias sociales ha hecho a nuestra generación más joven. No digo que esta tarea vaya a ser fácil. ¿Alguna vez han oído de una guerra de liberación ganada sin dar pelea? El Che Guevara recomendaba las armas, Gandhi predicaba la no violencia. Cualquiera sea la herramienta utilizada, la libertad debe ser conquistada, porque los opresores nunca la han ofrecido gratuitamente.
Así sucede también en la esfera del conocimiento. Todos deberíamos estar dispuestos a admitir que el poder o la política deciden qué es el conocimiento y qué debería enseñarse como tal.
En los últimos 150 años, las instituciones académicas occidentales, su trabajo y sus preocupaciones han sido considerados la norma. Hemos aceptado sin cuestionamientos lo que, según ellas, es conocimiento, y también lo que, según ellas, es descartable. Personalmente, pienso que esta capitulación total es escandalosa y no tiene precedentes en la historia.
Los intelectuales y profesores de nuestras universidades, en particular las mejores, son conscientes de esta dependencia, pero no ven motivos para modificarla. Reconocemos fácilmente que el verdadero conocimiento procede de la experiencia y no de los libros de estudio, pero admitimos cotidianamente, sin protesta alguna, que éstos pasen por encima de aquélla, aunque estén basados en la experiencia de países diferentes a los nuestros. Con mucha frecuencia, los intereses y aspiraciones de esas sociedades son diametralmente opuestos a los nuestros.
Pocos de nosotros (sociólogos, expertos en ciencia política, antropólogos, economistas, psicólogos y otros) cuestionamos en privado los supuestos básicos de estas disciplinas. Nos introdujimos en ellas cuando éramos estudiantes, y no las cuestionábamos entonces. Pero ahora, aunque tenemos más experiencia, hacemos circular esas materias heredadas e importadas para nuestros propios fines de empleo y supervivencia. Quizá sea ésta la razón por la que carecemos de incentivos para cuestionar públicamente esas presunciones, aunque tengamos la capacidad mental e incluso la sabiduría necesaria para hacerlo.
Algunos hemos criticado duramente el calamitoso estado de las ciencias sociales en nuestros propios países: la falta de imaginación, la copia de modas, el exhibicionismo de frases acuñadas en círculos intelectuales de París o Harvard. También sabemos que los estudiantes se aburren o desertan. Si terminan la carrera es porque están convencidos de que deben soportar la tortura. Si pudieran optar entre cien cosas para hacer en la vida, ¿acaso elegirían estudiar sociología o psicología?

Saliendo del sistema

Algunos pensadores y académicos del Tercer Mundo han decidido excluirse del sistema y trabajar con métodos de creación del conocimiento más respetuosos hacia su identidad, que sean útiles no sólo para los estudiantes sino para la humanidad en general. Puedo mencionar a Ari Sitas, de Sudáfrica, Ngugi wa Thiong’o, de Kenya, Claude Alvares y Ashis Nandy, de India, Syed Hussein Alatas, de Malasia, el grupo de intelectuales de PRATEC en Perú, los zapatistas en México, Yoshitaka Miike, de Hawai, y académicos islámicos de todo el mundo. La lista es larga, pero ¿por qué no nos hemos reunido para formar una plataforma común? ¿No sería tiempo de hacerlo? Ahis Nandy sugirió en su primer libro, El enemigo íntimo, que el lenguaje de la rebelión debe escogerse con cuidado. Aquellos que utilizan el vocabulario y las categorías suministradas por el opresor siempre se someterán al régimen de éste, porque al usar sus palabras, se privan de la oportunidad de un juego diferente. Sólo los que se niegan a jugar (los no jugadores) y los que insisten en continuar la lucha con sus propias herramientas lograrán proteger sus mundos para el futuro.
Es imperativo que, en momentos en que las clases gobernantes del planeta intentan globalizarse y homogeneizar las sociedades humanas según un único molde, defendamos con igual firmeza la resistencia, la inescrutabilidad, los idiomas separados, la historia indígena y cien formas y métodos diferentes de hacer ciencia social, así como nuestras propias ideas sobre qué constituye ciencia social y cómo debe conducirse. Sabemos que no existe otro método eficaz de proteger nuestras culturas, nuestras mentes, nuestras almas, nuestras contribuciones a la civilización de la especie humana.
Deberíamos ir más allá y analizar si las ciencias sociales tal cual las conocemos y enseñamos –bajo la forma de diferentes disciplinas– son en realidad herramientas útiles para generar conocimientos sociales importantes. Hasta ahora, los criterios que encarnan sólo han generado una visión de túnel. Debemos estudiar nuevas formas de encarar los principales asuntos sociales de nuestros mundos, trascendiendo los límites impuestos por disciplinas individuales.

------------------ Mohamed Idris es presidente de Citizens International y de la Red del Tercer Mundo.






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