No. 154 - Marzo 2002
Argentina y la arquitectura financiera internacional
¿Dedo acusador o interés en reformas sistémicas?
por
Chakravarthi Raghavan
¿Acaso el establecimiento financiero internacional tendrá en cuenta la imperiosa necesidad de Argentina de reformar la arquitectura financiera internacional, resultante de las dificultades económicas, o seguirá ignorando las lecciones de una crisis que, por lo menos en parte, es de su propia cosecha?
La crisis financiera, política y social de la Argentina centra nuevamente la atención en la imperiosa necesidad de reformar el sistema financiero mundial. No obstante, las potencias –incluido el Fondo Monetario Internacional y la administración y el Tesoro de Estados Unidos- intentan desviarla para no hacerse cargo.
Yilmaz Akyüz, el principal autor de los Informes de Comercio y Desarrollo de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD) y encargado de la división sobre Estrategias de Desarrollo Mundial de ese organismo, dice que la crisis de Argentina corrobora el principal argumento del Informe 2001, es decir, que cualquier reforma seria de la arquitectura financiera internacional necesita brindar mecanismos para la prevención y mejor manejo de tales crisis.
Después de resistir y ridiculizar la idea de una equivalencia internacional del Capítulo 11 sobre el concepto de bancarrota para deudas soberanas, de Estados Unidos, presentado por la UNCTAD hace más de 10 años, el Fondo Monetario Internacional (FMI) lo ha asumido recientemente. Sin embargo, en la medida que el FMI es uno de los principales acreedores, habrá conflicto de intereses si ese organismo multilateral será quien juzgue esas materias. Y parte de la solución de Argentina exige una reforma no sólo para titulares de bonos extranjeros sino también para el propio FMI, cuyo asesoramiento político y prescripciones fueron seguidas por el gobierno argentino con el resultado de que las cosas empeoraron día a día y aumentaron la deuda externa del país, incluida la adeudada al FMI.
La conferencia de las Naciones Unidas sobre Financiamiento para el Desarrollo, que tendrá lugar del 18 al 22 de marzo en Monterrey, México, brinda una oportunidad para poner en marcha un proceso para reformar el sistema monetario y financiero. Pero las perspectivas de que esto suceda no son muy halagüeñas, teniendo en cuenta que Estados Unidos se ha pronunciado en contra de cualquier intento por parte del sistema de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) de interferir con las instituciones de Bretton Woods (FMI y Banco Mundial).
Lo que está en juego es la codicia de las empresas, que es la que conduce las políticas comerciales de los principales países desarrollados, tanto a escala nacional como en la formulación de las normas internacionales de comercio, dificultando así la evolución a un sistema de comercio viable que apoye el sistema monetario y financiero, y viceversa. Si bien el gobierno y la clase política de Argentina no puede eludir la responsabilidad de la crisis del país, los expertos sugieren que a menos que la comunidad internacional aproveche la oportunidad para reformar el sistema financiero mundial y lograr que quienes administran el propio FMI rindan cuentas de sus actos, el mundo seguirá pasando de crisis en crisis y experimentando crecientes desórdenes sociales.
Algo largamente previsto
La crisis de Argentina en realidad es algo que hace tiempo que se prevé. Otras organizaciones e instituciones internacionales han hecho suficientes advertencias acerca de la inviabilidad e insustentabilidad del sistema de libre convertibilidad del país y la paridad con el dólar. Sin embargo, con el apoyo del FMI, esas advertencias fueron ignoradas y eso ha provocado ahora el colapso del sector financiero argentino y una crisis política y social para la cual nadie ve una salida fácil. Una lección a aprender es que los mercados nunca pueden sustituir al Estado, y cualquier problema en materia de gobierno debe ser resuelto a través de procesos políticos y no apostando excesivamente al mercado.
Un Estado bien gobernado puede servir de antídoto para los problemas provocados por el mercado, pero no al revés. Ya en 1995, la UNCTAD, en su Informe de Comercio y Desarrollo, había lanzado advertencias de las posibles consecuencias de la liberalización del sector financiero, la convertibilidad del capital y el sistema argentino de libre convertibilidad y paridad con el dólar, y los graves problemas de ajuste que se presentarían por cualquier cambio brusco en las corrientes de capital y las limitaciones externas sobre la estabilidad macroeconómica.
Con relación a Argentina y a los problemas de ajuste que enfrenta, la UNCTAD planteó el tema en estos términos: "La principal pregunta para Argentina es cuánto desempleo será necesario para mejorar la competitividad, dado que ha excluido la posibilidad de utilizar lo que normalmente es el instrumento de política más potente para ese fin, es decir, el tipo cambiario, y si ese nivel de desempleo será aceptable políticamente".
El desafío, expresó la UNCTAD, "es cómo restaurar el equilibrio externo y un intercambio competitivo a la vez de evitar una inflación galopante que había sido superada en primer lugar con el sacrificio de la balanza exterior y un tipo cambiario competitivo. La estabilización en una situación de gran inflación generalmente requiere utilizar el tipo de cambio nominal como mecanismo de seguridad ante expectativas inflacionarias, decisiones en materia de precios y fijación de salarios, conducente a la valorización de la moneda. El principal desafío es manejar una transición rápida y suave hacia un régimen de tipo cambiario real estable y sustentable, para restaurar la competitividad sin avivar la inflación".
Sin embargo, Argentina no siguió ese camino y en realidad criticó a la UNCTAD por sus pronósticos, que atribuyó al creciente costo de sus empréstitos externos. Alentada por el FMI, persistió en mantener su curso y ahora todo el edificio se ha derrumbado.
Pero no fue sólo la UNCTAD la que planteó esas cuestiones. El tema también había figurado en discusiones del FMI, más aún después de la crisis financiera asiática de 1997, cuando en las reuniones del comité interino del FMI, algunos gobiernos europeos y banqueros centrales cuestionaron la conveniencia de que los países en desarrollo aten sus monedas al dólar, señalando que no habría un aterrizaje suave de una política de ese tipo si la moneda se devaluara y a eso le siguieran dificultades de pago. Los europeos exigieron estudiar una estrategia para salir de esa situación. Aparentemente, esto habría enfurecido al gobierno argentino, que solía responder a las críticas con un cuestionamiento al tipo de estrategia de salida que los países europeos previeron para su Unión Monetaria Europea. La exitosa introducción del euro y su aceptación por la opinión pública parecería dar una respuesta, dado que los mercados toman en cuenta los sentimientos de la población. Sin embargo, incluso el éxito del euro y de la unión monetaria dependerá a mediano y largo plazo del éxito que tengan la Unión Europea y su banco central en cuanto a asegurar empleo y crecimiento, y alentar la percepción pública de que hay una distribución equitativa de los beneficios y las cargas entre la gente. Si bien plantearon interrogantes en cuanto a la viabilidad de la vinculación monetaria al dólar y las políticas aplicadas por Argentina, los europeos no dudaron en sacar provecho.
El sector público de Argentina fue privatizado, las empresas italianas y españolas compraron las acciones, y el ingreso de fondos extranjeros sirvió de colchón al país. No obstante, la compra de bancos y del sector financiero por bancos extranjeros también dio como resultado ajustes y escasez de créditos para las pequeñas y medianas empresas nacionales, llevándolas a la bancarrota y el cierre. Inevitablemente, las inversiones extranjeras aumentaron los egresos en la medida que esas empresas de propiedad extranjera utilizaban la paridad del dólar y la libre convertibilidad para repatriar anualmente sus ganancias al extranjero, empeorando con ello los problemas de pago y ajuste del país.
Ahora que Argentina ha sido obligada a devaluar su moneda respecto del dólar y ha impuesto controles, esos gobiernos intentan persuadirla de buscar formas para salvar a las empresas. Que los sucesivos gobiernos de Argentina y la clase política hayan escogido el camino fácil en todos estos años, fue tal vez inevitable en esas circunstancias. Sin embargo, el FMI ignoró las advertencias de los expertos, de otras organizaciones internacionales y de los bancos centrales europeos, y alentó a Argentina a persistir en su camino. Ahora que la política falló, el FMI busca eludir su responsabilidad tratando de echarle la culpa exclusivamente al gobierno argentino.
De "niño modelo" a "paria"
Como dijo el profesor David Felix en un comentario publicado en el sitio Web de Foreign Policy in Focus Global Affairs, el fracaso de Argentina ya había sido pronosticado no sólo por académicos críticos sino por inversionistas, quienes en 1998 habían visto sobrevaluado al país y al peso, y comenzaron a reducir los préstamos y a aumentar la prima por riesgo por los papeles argentinos. Argentina, señala, fue un "niño modelo del FMI y de Wall Street durante la mayor parte de los años 90", pero ahora es presentada como un "paria". Fue un niño modelo, añade Felix, porque en los 90 abrió con más avidez que los demás países en desarrollo sus mercados financieros y privatizó sus bienes públicos. Esas reformas estructurales apoyadas por reformas monetarias –fijando el tipo cambiario dólar/peso y atando la disponibilidad de la moneda a las existencias de las reservas de divisas duras- fueron acompañadas por un gran cambio en la política exterior, del no alineamiento a una posición totalmente favorable a Estados Unidos, y pleno apoyo a Washington en una serie de temas.
En la medida que Argentina se ganó un Sobresaliente en calificación de inversiones por parte de Wall Street y el FMI, la inversión extranjera directa entró de lleno a explotar las oportunidades de privatización. Sin embargo, señala, la estrategia de atraer capital extranjero demostró ser una cruz para la economía, actuando como factor de depresión de la misma y obstáculo al capital extranjero.
Joseph Stiglitz, ex vicepresidente del Banco Mundial, quien debió abandonar su cargo por la presión del Departamento de Hacienda de Estados Unidos debido a su crítica de las políticas del FMI, escribió en el Straits Times de Singapur, donde enumeró varias lecciones que habría que extraer de la crisis de Argentina. En un mundo de tipos cambiarios volátiles, dice, la vinculación a una moneda dura como el dólar es una estrategia de mucho riesgo. La globalización expone a un país a enormes conmociones, y el ajuste de los tipos cambiarios es parte del mecanismo de réplica. Los países ignoran los contextos sociales y políticos de sus políticas económicas, a su entero riesgo, dice Stiglitz, y que todo gobierno que siga políticas que dejan a grandes sectores de la población desempleados o subempleados, está fallando en su misión primordial.
Un enfoque estrecho de la inflación, que no tome en cuenta el desempleo o el crecimiento, es riesgoso, advirtió Stiglitz. Un país necesita, para su crecimiento, instituciones financieras que den préstamos a empresas nacionales. Vender bancos a propietarios extranjeros sin las debidas salvaguardias puede ser un impedimento para el crecimiento y la estabilidad. La fortaleza económica o la confianza rara vez puede ser restaurada forzando a una economía a una profunda recesión, afirmó. "La crisis argentina debería hacernos recordar la imperiosa necesidad de reformar el sistema financiero mundial, y por una profunda reforma del FMI es por donde deberíamos comenzar", concluyó Stiglitz. (SUNS)
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