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   Nº 204 - mayo 2006
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Nº 204 - mayo 2006

Crisis financiera tendría efecto devastador en el Sur

por Martin Khor

Una consecuencia del incumplimiento del mandato esencial del FMI de velar por la estabilidad financiera internacional es la amenaza de una crisis financiera mundial como resultado de la caída del dólar estadounidense. Dos economistas advirtieron sobre las devastadoras consecuencias de tal crisis en los países del Sur y reclamaron medidas preventivas del FMI.

Los países en desarrollo sufrirán efectos económicos devastadores en caso de que la caída del dólar, causada por el ajuste al enorme y creciente déficit de cuenta corriente de Estados Unidos, provoque una recesión mundial, advirtió una ponencia presentada por Ariel Buira y Martín Abeles en una reunión del Grupo de los 24 (G-24), que agrupa a países en desarrollo dentro del Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial, realizada en Ginebra el 16 y 17 de marzo.

Los autores de la ponencia, titulada “The IMF and the Adjustment of Global Imbalances” (El FMI y el ajuste de desequilibrios mundiales), propusieron que el FMI tome medidas para prevenir tal recesión, mediante un enfoque coordinado para resolver el desequilibrio mundial, y establezca un fondo de crédito a los países en desarrollo que resulten afectados por la caída de sus exportaciones o el aumento de las tasas de interés sobre su deuda externa.

Buira es director de la Secretaría del G-24 en Washington y fue miembro del Directorio del Banco de México y director ejecutivo por México en el FMI. Abeles es profesor de la New School University.

Otros oradores señalaron que el FMI enfrenta una crisis de confianza y su mayor amenaza es volverse “irrelevante”, dado que muchos países en desarrollo, decepcionados por sus políticas, están reduciendo su dependencia de los créditos del organismo multilateral y han encontrado otras fuentes alternativas de financiamiento.

El artículo de Buira y Abeles analiza el probable impacto de una potencial crisis del dólar sobre los países en desarrollo mediante la reducción de los flujos de capital, el aumento de las tasas de interés y la ampliación del margen o spread del servicio de la deuda, como también del acceso al crédito y el costo de éste. Asimismo, el documento considera el impacto de la eventual crisis sobre sus ingresos por exportaciones.

Dado que los efectos serían graves y hasta devastadores, los autores pidieron un enfoque coordinado hacia el manejo de la economía mundial y la corrección de desequilibrios mundiales por parte de las veinte mayores economías, con el apoyo técnico del FMI. El artículo advierte que la acumulación de desequilibrios macroeconómicos representa una grave amenaza para la economía mundial. El déficit de cuenta corriente de Estados Unidos se amplió a 6,5 por ciento de su producto interno bruto (PIB) en 2001, y se prevé que se aproxime a siete por ciento en 2006 y a diez por ciento en cinco años. Mientras, el superávit de cuenta corriente de Japón y China aumentó en 2005.

Esta tendencia representa riesgos considerables para la estabilidad financiera mundial, dado que el déficit estadounidense se encuentra en una situación insostenible. Una repentina reasignación de carteras alejándolas de los activos denominados en dólares, o apenas una disminución gradual en la demanda de dólares estadounidenses como moneda de reserva debido a la diversificación, implicaría enormes costos a medida que el valor de esos activos cayera y las tasas de interés en dólares subieran, causando una desaceleración de la economía estadounidense y una reducción de la actividad económica a escala mundial.

Esto, a su vez, generaría políticas del tipo “arruina a tu vecino”, por ejemplo medidas proteccionistas y devaluaciones competitivas. Esto sería especialmente perjudicial para los países en desarrollo, porque el aumento de las tasas de interés junto con la probable caída de los precios de los productos básicos y exportaciones de manufacturas forzaría severos ajustes macroeconómicos. Los autores señalan que el FMI, por mandato, es responsable de promover la estabilidad financiera internacional. Por lo tanto, su falta de vigilancia multilateral y su limitada eficiencia en la promoción de la coordinación de importantes economías es causa de grave preocupación, en especial dada la carga del ajuste que los países en desarrollo deberían llevar en caso de un derrumbe del dólar estadounidense.

Estados Unidos es actualmente el mayor deudor neto del mundo. Al final de 2004, el resto de los países poseían 12,5 billones de dólares en activos estadounidenses, mientras que Estados Unidos tenía activos en el resto del mundo por diez billones. Esto significa para Estados Unidos una posición neta de inversión internacional equivalente a menos 2,5 billones de dólares, muy lejos de su antigua posición como el país con mayor superávit de capital.

Hasta ahora, la demanda de activos en dólares estadounidenses ha financiado el incremento del déficit de cuenta corriente de Estados Unidos. Sin embargo, la actual fuerza del dólar se debe a factores transitorios, como una agresiva política sobre tasas de interés por parte de la Reserva Federal, un mayor crecimiento de ese país frente a otros países industrializados, y catastróficos acontecimientos políticos en la Unión Europea.

No obstante, es improbable que persistan las bajas tasas de interés. Éstas subirán si los inversores extranjeros temen una devaluación del dólar. La burbuja de los bienes raíces podría pincharse, reduciendo así el gasto familiar y agravando la contracción provocada por el aumento de las tasas de interés.

Los autores advierten que “no es necesaria una pérdida repentina de atracción de los activos denominados en dólares para que esta moneda se debilite. Todo lo que se precisa es que la disposición de terceros a seguir comprando esos activos se rezague con respecto a la insaciable demanda de crédito de Estados Unidos para financiar su déficit”.

Es probable que se materialice la segunda situación, a medida que los ahorristas de superávit procuren diversificar sus carteras (China y la OPEP ya han indicado que lo harán). Además, el diferencial de crecimiento de Estados Unidos con Europa y Japón se reducirá más adelante en 2006.

El artículo destaca que el consiguiente aumento en las tasas de interés de Estados Unidos presentará una amenaza a las finanzas públicas de muchos países en desarrollo, y esto se complicará por el probable incremento en los márgenes de las tasas de interés. Esto aumentaría el costo del servicio de la actual deuda de tasa variable, y también las tasas de interés sobre nuevas deudas.

Un documento del FMI estimó que un incremento de 300 puntos básicos (tres puntos porcentuales) en las tasas de interés de los países industrializados en relación con el nivel del final de 2004 tendría un impacto fiscal sobre los países en desarrollo equivalente a 1,5 por ciento del PIB en 2006-2007. Según el Banco Mundial, un aumento de dos puntos porcentuales en las tasas de interés de Estados Unidos reduciría en uno por ciento el crecimiento económico en economías emergentes en 2005 y 2006. Si esto se acompañara de una ampliación de los márgenes de las tasas de interés, la desaceleración sería más grave, de dos puntos porcentuales adicionales en 2005 y 4,5 puntos adicionales en 2006.

La tensión fiscal sobre los países en desarrollo se derivaría de un evento externo, no vinculado con políticas nacionales. Un nuevo ajuste fiscal (una recomendación probable del FMI) sólo empeoraría las cosas para los países en desarrollo y contribuiría a exacerbar la desaceleración mundial.

También se afectaría negativamente el comercio, en especial por una caída de los precios de los productos básicos. Una recesión en Estados Unidos afectaría a los países con superávit (cuyas exportaciones están vinculadas con el crecimiento de Estados Unidos), por ejemplo a Canadá y México. El impacto de una recesión estadounidense sobre China e India es más preocupante aún, porque también afectaría la demanda de estos dos países de productos de otros países en desarrollo. En particular, China es actualmente un mercado importante para África, América Latina y el Caribe.

Los autores dicen que, en ausencia de una intervención internacional, la probabilidad de un ajuste desordenado con contracción mundial aumentará, con una imprevisible dinámica descendente. La carga de la depreciación del dólar caería principalmente sobre países con regímenes cambiarios flotantes, en su mayoría de Europa, América Latina y África. Asia sería afectada por la caída de las exportaciones, y su enlentecimiento golpearía una vez más a América Latina y África, con la caída de la demanda y los precios de sus productos básicos.

En esta situación, es probable que el FMI empeore las cosas impulsando ajustes contraccionarios y más reformas estructurales de mercado, que harían caer la demanda mundial. Tal política reduciría los recursos financieros que muchos países en desarrollo precisarían para hacer frente a la caída de la demanda extranjera y al aumento de sus obligaciones de deuda externa.

Los autores argumentan que los países en desarrollo necesitan justamente lo opuesto: apoyo financiero suficiente, sujeto a condiciones apropiadas. Critican al FMI por faltar a su deber al no corregir los desequilibrios mundiales y sus riesgos financieros. Al contrario, cada país rico sigue sus propias políticas, según sus intereses de corto plazo y sin consideración por las consecuencias internacionales. No hay supervisión del FMI ni coordinación política general para que esas políticas sean coherentes con la estabilidad financiera internacional y el crecimiento económico.

Enfoque coordinado

Los autores proponen que el FMI adopte una postura preventiva y un enfoque coordinado para resolver desequilibrios regionales y prevenir un ajuste desordenado. Esto requiere una aplicación afirmativa del papel de supervisión del FMI, el cual debería organizar discusiones sobre las opciones políticas e inducir a los principales países a adoptar medidas concertadas.

Además, el FMI debería estar dispuesto a brindar apoyo financiero a los países en desarrollo afectados, en términos que no refuercen la contracción económica. A falta de esto, una crisis financiera provocará una grave recesión o un ajuste prolongado, similar al de la “década perdida” de América Latina.

Los autores también proponen la creación de un fondo contracíclico para ayudar a los países en desarrollo a sostener la demanda en caso de una gran sacudida exógena, provocada por desequilibrios mundiales. Más específicamente, proponen una iniciativa similar a la del Acuerdo del Plaza de 1985, por el que unos pocos países industrializados aceptaron realinear sus tipos de cambio. Esta iniciativa podría involucrar al Grupo de los 20 (G-20), integrado por economías financieras. Según este nuevo acuerdo, los países que fijaran sus monedas al dólar desistirían de intervenir para impedir que sus monedas se apreciaran frente a la divisa estadounidense, los bancos centrales podrían aceptar la venta de sus reservas en dólares, y Estados Unidos podría aceptar comprar euros, yenes y otras divisas.

Los países con superávit persistirían en esta política hasta que sus tipos de cambio frente al dólar estuvieran lo suficientemente realineados. El FMI podría sugerir una banda de tipos de cambio para las monedas del G-20 que sería coherente con el equilibrio externo a altos niveles de empleo en todos los países participantes.

Este enfoque implicaría un desplazamiento de la demanda mundial desde países deficitarios hacia países superavitarios. La caída de la demanda mundial como resultado de una desaceleración en Estados Unidos sería compensada por la adopción de medidas expansionistas por parte de las economías superavitarias.

La otra propuesta es el establecimiento de un fondo contracíclico para sostener la demanda en países en desarrollo. Los países que enfrentaran una caída abrupta y exógena de sus exportaciones y un aumento exógeno de las tasas de interés sobre su deuda externa reunirían las condiciones para obtener ayuda. Los montos serían proporcionales a la reducción de la demanda de sus exportaciones y al aumento de sus obligaciones de servicio de la deuda.

Dado que los factores causantes del problema trascienden el control de los países prestatarios, no es apropiado imponer ninguna condición a países cuyas cuentas fiscales hayan estado equilibradas, del mismo modo que no es deseable aumentar impuestos en tiempos de recesión.

Crisis de identidad

Otro artículo, de Devesh Kapur y Richard Webb, titulado “Beyond the IMF” (Más allá del FMI), sostiene que el organismo multilateral ha perdido rápidamente su relevancia y legitimidad, y que sufre de una crisis de identidad y de un interés menguante. Webb fue presidente del Banco Central de Perú y actualmente dirige un centro de la Universidad de San Martín de Porres, en Lima. Kapur es profesor adjunto de la Universidad de Harvard.

Los autores señalan que no sólo la demanda de recursos del FMI está en el punto más bajo de la historia, sino que los prestatarios se apresuran a pagar por adelantado a la institución. Aunque ha habido un amplio consenso sobre la necesidad de reformar el FMI, no hay acuerdo sobre los detalles de la reforma.

La crisis más grave del FMI es resultado de su irrelevancia. Existen alternativas fuera del FMI que pueden dar a los países en desarrollo mayor poder de negociación dentro del organismo y también incitarlo a mejorar, al aumentar la competencia.

Los autores citan varios factores que dieron lugar a mecanismos alternativos para cumplir funciones del FMI: el crecimiento de mercados financieros (en especial de mercados de bonos), la expansión de la cooperación e integración local y regional, y la tecnología moderna de comunicaciones.

El papel del FMI en la estabilidad financiera mundial ha sido cuestionado por algunos países, que lo han ignorado. Como lo demostró el default de Argentina y Rusia, algunos países se han dado cuenta de que ignorar al FMI es mejor que prolongar eternamente rondas de reestructuración de la deuda con la institución. Los resultados no indican que esos países estén peor ahora que cuando utilizaban las oficinas del FMI.

El FMI también fracasó en su función coordinadora como secretaría confiable e independiente, dice el artículo, como lo demuestra la proliferación de alternativas. Éstas incluyen agrupaciones como el G-7, el G-10 y el G-20, que establecen agendas y ratifican normas.

Cada vez más, las normas del gobierno financiero mundial son establecidas por actores privados (Federación Internacional de Contadores y Consejo de Normas Internacionales de Contabilidad) y agrupaciones de reguladores nacionales (Organización Internacional de Comisiones de Valores y la Asociación Internacional de Supervisores de Seguros).

La función de vigilancia del FMI es cumplida en parte por una variedad de instituciones privadas y públicas, incluso agencias calificadoras privadas, que ejercen esa función a través de informes y análisis similares a los del FMI.

El papel asegurador del FMI (apoyo de corto plazo a balanzas de pagos en tiempos de crisis) ha sido el más importante para la mayoría de los países en desarrollo. Es en esta área que la institución tiene más poder y que la controversia es más manifiesta.

Una alternativa al monopolio del FMI en esta área implicaría el mayor de los cambios en sus relaciones con los países en desarrollo. Muchos países se han procurado “autoseguros” acumulando reservas de divisas para evitar el costo político de pedir créditos al FMI y tener que aceptar sus condiciones.

La humillación sufrida por el FMI y economías del sudeste asiático durante sus crisis de los años 1997-99 hizo que muchos países en desarrollo prefirieran pagar un alto costo financiero (acumulando reservas) para evitar la perspectiva de un ruinoso costo político. Otra fuente de autoseguro son las remesas de ciudadanos residentes en el extranjero. Mientras, los países asiáticos han renovado esfuerzos de canje financiero entre los bancos centrales de la región a fin de juntar recursos contra un ataque especulativo, y también han tratado de crear un mercado regional de bonos en monedas locales. Los arreglos de canje financiero representan un desafío singular para el FMI, cuyo papel en Asia podría disminuir.

Los autores también critican al FMI por sus altos costos administrativos y de personal. Ante la escasez de ingresos, “el FMI no tiene otra alternativa que tomar de su propia medicina, ajustarse el cinturón y reducir los gastos administrativos”, concluyen. (SUNS)

----------- Martin Khor es director de la Red del Tercer Mundo.




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