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Actualidades / Comercio


No. 178 - Marzo 2004

Organización Mundial de Comercio

¿La historia se repite?

por Chakravarthi Raghavan

El autor se pregunta si la actual parálisis en las negociaciones de la OMC terminará en una renovación del sistema multilateral de comercio o en la perpetuación del dominio de las políticas neoliberales, que tanto han perjudicado las perspectivas de desarrollo económico.

Quizá cuando se escriba la historia de estos tiempos, los primeros años del tercer milenio, y en particular 2003, sean identificados como uno de esos puntos de inflexión en que los agentes del poder no tomaron medidas para cambiar el curso de los acontecimientos, sino que intentaron repetir la historia. Esto parece ser lo que ocurre en la Organización Mundial de Comercio (OMC), donde los actores dominantes intentan reproducir la historia de la Ronda Uruguay.

Ascenso y caída del neoliberalismo

La Ronda Uruguay de negociaciones multilaterales de comercio comenzó y terminó sobre la base de teorías y modelos económicos neoliberales que los académicos más influyentes estaban abandonando.

El neoliberalismo económico cobró fuerza a mediados de la década del 70 como respuesta a las mal aplicadas teorías keynesianas y a la “estanflación” resultante. Aunque el repudio a Keynes y el ascenso de la economía monetarista propagada por Milton Friedman estuvo de moda a fines de los años 70 y comienzos de los 80, pronto cayeron en desgracia en el ambiente académico, pero ya habían ganado influencia en las políticas gubernamentales.

Las teorías monetaristas nunca fueron adoptadas por la Reserva Federal de Estados Unidos, ni siquiera en 1979, cuando su presidente, Paul Volcker, aumentó las tasas reales de interés para combatir la inflación. Y en el ámbito académico, los economistas más influyentes retomaron pronto las teorías de Keynes, en reconocimiento de que el Estado debe intervenir y tener un papel activo en el mercado.

Sin embargo, tras el repudio de Keynes a fines de los años 70, algunos “empresarios de la política”, como los llama Paul Krugman, llamaron la atención de líderes políticos. El resultado fueron teorías seudoeconómicas como la “curva de Laffer” y la “economía de la oferta” de la era de Ronald Reagan (1981-1989), propagadas en las columnas del Wall Street Journal.

Cuando los monumentales fracasos de la “reaganomía” se hicieron evidentes en Estados Unidos, los empresarios de la política fueron reemplazados por los “comerciantes estratégicos”, al decir de Krugman, bajo la presidencia de Bill Clinton (1993-2001), pero pronto fracasaron también.

Lamentablemente, las teorías neoliberales echaron raíces en el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional (FMI). Aunque estas instituciones ya no insisten formalmente en los postulados del Consenso de Washington original, su “Consenso de Washington II” no se diferencia mucho de aquél.

En cuanto a los efectos del neoliberalismo en Estados Unidos, entre 1973 y 2000 el ingreso real promedio del 90 por ciento inferior de los contribuyentes cayó siete por ciento, mientras el del uno por ciento superior aumentó 148 por ciento, el del 0,1 por ciento superior creció 343 por ciento, y el del 0,01 por ciento superior, 599 por ciento, según cifras de la Oficina de Presupuesto del Congreso, citadas por Krugman en un artículo publicado en The Nation (“La muerte de Horatio Alger”, 5 de enero de 2004).

Las teorías económicas neoliberales llevaron al lanzamiento de la Ronda Uruguay de negociaciones comerciales, a la que fueron arrastrados los países en desarrollo. Pronto, los líderes de estos países abrazaron esas teorías, de acuerdo con las políticas de ajuste estructural impuestas por el Banco Mundial y el FMI. La Ronda Uruguay terminó con el Acuerdo de Marrakech, que dio origen a la OMC en 1995.

El nuevo sistema sostiene que el libre mercado y el libre comercio pueden mejorar el nivel de vida, lograr el pleno empleo y un volumen siempre creciente de ingresos reales y demanda efectiva, además de ampliar la producción y el comercio de bienes y servicios, usar de modo óptimo los recursos mundiales para alcanzar el desarrollo sostenible, y todo esto de acuerdo con las respectivas necesidades y preocupaciones de los países en diferentes niveles de desarrollo económico. Sin embargo, está basado en teorías erróneas y promete beneficios sin base empírica alguna, por lo tanto está perdiendo fuerza entre el público.

Las razones de este fracaso trascienden la ciencia económica. Como señaló el profesor Douglas C. North, premio Nobel de Economía, en una conferencia de la Comisión Económica de las Naciones Unidas para Europa (publicada como el Documento Ocasional nº 1 de la Comisión): “La economía neoclásica nunca se propuso resolver problemas de desarrollo económico. Evolucionó a fines del siglo XIX, y su objetivo era explicar la asignación eficiente de recursos en los países industrializados. Tuvo dos grandes fallas (...) Primero, su falta de fricción; segundo, su falta de oportunidad y de dinamismo”.

En la misma conferencia, North destacó la importancia de las instituciones, no sólo en la economía, sino también en el orden político y social. Tales instituciones se basan en normas formales, restricciones informales y su aplicación, dijo, y no pueden copiarse ni transplantarse ciegamente de una sociedad a otra. Por ejemplo, señaló, cuando los países de América Latina se independizaron a comienzos del siglo XIX, la mayoría de ellos copiaron la Constitución de Estados Unidos, que parecía funcionar bien en ese país. Pero no funcionó bien en América Latina, donde las normas informales y las características de su aplicación eran muy diferentes a las estadounidenses.

El desafío: cambios en la ideología económica

La actual crisis y las tensiones del sistema de comercio fueron causadas por los intentos por ampliar las fronteras del sistema del GATT, transformándolo de una serie de normas sobre el comercio transfronterizo de bienes, dependientes de la aceptación y aplicación gubernamental de buena fe, en normas de conducta relativas a bienes y servicios y a su producción y distribución. Los esfuerzos por integrar las nuevas normas bajo la consigna de la “globalización”, sumados a la constatación de que en el mundo en desarrollo hay apenas un diminuto enclave de prosperidad en un mar de marginación y pobreza, dieron origen a fuertes movimientos nacionales contra la OMC y el sistema de comercio.

El fracaso de dos conferencias ministeriales de la OMC (Seattle y Cancún) son sólo síntomas de una enfermedad. Las conversaciones posteriores a Cancún en Ginebra para revivir el programa de trabajo elaborado en la conferencia de Doha (2001) y su “agenda para el desarrollo” han sido hasta ahora meros intentos por repetir la historia post Bruselas de la Ronda Uruguay. Tras el fracaso de la conferencia de Bruselas, en 1990, las negociaciones se paralizaron por completo, pero la Secretaría del GATT y su director general habían sido autorizados a facilitar un acuerdo, y usaron esa facultad para promover un arreglo entre Estados Unidos y la Unión Europea que luego impusieron a los otros miembros.

Sin embargo, no sería tan fácil repetir esa estrategia ahora: Seattle y Cancún demostraron que los textos elaborados por la Secretaría de la OMC, o por un pequeño grupo de países en las reuniones de “sala verde”, ya no pueden ser impuestos a los demás. Además, ahora se considera que las principales causas de las crisis financieras de los últimos años fueron el resultado de la Ronda Uruguay y los esfuerzos de las principales potencias para liberalizar los mercados financieros en todo el mundo, proteger sus propios mercados de bienes y abrir los extranjeros.

¿Será posible que los cambios en la ideología económica, evidentes a nivel ideológico y político, se afirmen a tiempo para persuadir a los gobernantes de las principales potencias de apartarse del actual camino y permitir el retorno de las estrategias capitalistas de desarrollo del Sur, o la historia tendrá que repetirse inevitablemente? (SUNS)




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