No. 72 - Segunda quincena de Setiembre 1995
Patentes de vida (I)
La genetización de la sociedad
por
Philip L. Bereano (*)
En diciembre de 1994, John Moore, un comerciante de Seattle, viajó a Europa. Conoció el Parlamento Europeo, en Bruselas; se dirigió a Munich y pasó por la Oficina Europea de Patentes. Y en Ginebra, a orillas del lago, pasó varias horas en las oficinas de la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual.
Esos no son lugares habituales de visita del itinerario de un viajero; en efecto, John Moore no estaba de vacaciones. Fue a Europa a raíz de lo que le sucedió en 1976, cuando algunos médicos de la UCLA le extrajeron extrañas células de "leucemia de células pilosas" de su columna vertebral a partir de las cuales desarrollaron una línea de células que produjeron valiosas proteínas antibacterianas y para la lucha contra el cáncer.
Se llama "línea de células" a un grupo de éstas tomadas de un cuerpo humano, que son capaces de ser sustentadas y crecer en un medio de cultivo de laboratorio. Por eso se les llama "inmortales". Una línea de células contiene el código genético completo -genoma- del individuo al cual se le extrajo.
Por supuesto, Moore había firmado un formulario en el que consentía que le practicaran la cirujía. El texto del formulario era convencional y autorizaba la realización de trabajos de investigación en los tejidos extraídos.
Sin embargo, cuando en 1984 los médicos recibieron un derecho de patente sobre la llamada "línea de células Mo", Moore entabló una demanda reclamando, como mínimo, una participación en las ganancias (potencialmente varios miles de millones de dólares). Su argumentación era que -si se quería verlo de ese modo- todos los individuos tienen un derecho de propiedad sobre las partes de su cuerpo. En julio de 1990, la Suprema Corte de California negó la existencia de ese derecho de control sobre nuestros propios cuerpos (si bien autorizó a John Moore a demandar a los médicos por incumplimiento de su deber fiduciario al no haberle informado del valor comercial potencial de sus células).
John Moore, el único ser humano que se conoce que ha sido patentado total o parcialmente, fue a Europa durante el último invierno boreal a presionar por su caso. El Parlamento Europeo (PE) consideraba en ese momento la posible aceptación de un mandato de la rama ejecutiva de esa entidad política multinacional, que autorizaba patentar formas de vida, incluyendo partes del cuerpo humano. En una histórica votación, el 1º de marzo de este año, el PE rechazó la solicitud por 240 a 188 votos.
Al mismo tiempo que la industria de la biotecnología está embarcada en una precipitada carrera en pos de las patentes, la votación en Europa representa otro ejemplo de la preocupación que reina entre la opinión pública mundial con respecto a la mercantilización de las formas de vida. Las patentes, antiguamente coto aletargado de ingenieros, inventores solitarios y, excepcionalmente, abogados muy bien remunerados, se está convirtiendo ahora en objeto del discurso político general.
Antecedentes
Pese a que Thomas Jefferson era dueño de una gran plantación y por esa circunstancia también fue un cultivador de plantas y animales (a la vez que científico e inventor), no hay razón para creer que cuando redactó en 1793 la primera Ley de Patentes de Estados Unidos, pretendía abarcar todas las formas de vida. Jefferson era tan preclaro que, para él, el concepto del monopolio en lo concerniente a las patentes era un mal necesario que podía ser tolerado en aras de asegurar que "el ingenio reciba un impulso liberal".
Las patentes también tenían la finalidad de alentar la divulgación de toda información técnica "nueva" y "útil" y "no obvia" para los que se desempeñan en ese terreno.
Jefferson no era de los que confunden los medios con los fines, y no hay dudas de que el sistema de patentes fue concebido sólo como un medio para aumentar el conocimiento ofrecido al público y asegurar la prosperidad del Commonwealth. Entre las más de cinco millones de patentes otorgadas bajo el sistema Jefferson, obviamente hubo varias que dieron un gran impulso a la economía estadounidense.
Pero durante casi 200 años, la idea de que las patentes en general pudieran abarcar formas de vida era considerado algo ridículo. Tan es así que a medidados del siglo XX el Congreso se negó a incluir variedades vegetales en los estatutos y promulgó sistemas de protección específicos (y mucho más limitados) de las nuevas variedades vegetales.
En 1971, la empresa General Electric y uno de sus científicos, Anand Chakrabarty, solicitaron derechos de patente sobre bacterias que tenían una acentuada propensión a digerir hidrocarburos del petróleo. Si bien poner microbios a comer petróleo no parece salirse de las reglas del juego, de todas formas la Oficina de Patentes rechazó inicialmente la solicitud. Hubo apelación; la Suprema Corte había emitido hacía poco un dictamen señalando que "debemos proceder cautelosamente cuando se nos pide otorgar derechos de patente en ámbitos que escapan por completo a las previsiones del Congreso".
No obstante, en 1980, en un veredicto de 5 a 4 y bajo la presidencia del juez superior Warren Burger, la Suprema Corte dictaminó que el microbio comedor de petróleo no era un producto de la naturaleza sino una "invención del ser humano". No se tomó como criterio principal el carácter vivo o inanimado de la materia. La posición en disenso del juez Brennan reclamaba reserva judicial y señalaba que le correspondía al Congreso, no a los tribunales, decidir si había que ampliar el espectro de la materia patentable.
Los nueve jueces coincidieron en que se trataba de una norma restrictiva, y los analistas también fueron unánimes en cuanto a que una cosa era la posibilidad de patentar microbios, pero el monopolio de animales y plantas (en esa época nadie pensaba en seres humanos) estaba más allá de las reglas.
Aprovechando el vacío normativo del Congreso y los tribunales, la Oficina de Patentes de Estados Unidos expandió por su cuenta el fallo de Chakrabarty en varias direcciones.
En 1985, decidió que podían patentarse plantas, semillas y tejidos vegetales; en 1987, todos los "organismos vivos multicelulares, incluso los animales", fueron considerados pasibles de ser patentados (esta última disposición del Comisionado de Patentes, al excluir específicamente al ser humano como objeto de derechos de patente, reconoció que existe un aspecto ético en las patentes de formas de vida). La Decimotercera Enmienda (que proscribe la esclavitud) puede ser considerada una barrera a la patente de seres humanos; sin embargo, según estas disposiciones de la Oficina de Patentes podría detentarse un monopolio sobre embriones, fetos y partes del cuerpo humano. Y ahora, incluso, hay intentos de patentar seres humanos en su totalidad, así como sus genomas.
Pretensión científica
Si bien en el ámbito de las patentes siempre existió una reconocida excepción inspirada en criterios de política general (por ejemplo, conforme a la Ley de Energía Atómica de 1954, los instrumentos nucleares no son patentables), uno debe preguntarse qué corrientes ideológicas están cobrando fuerza en Estados Unidos como para permitir que surja una noción tan poco usual como lo es la capacidad de tener la propiedad exclusiva de formas de vida.
Cada vez más la genética es presentada a los ojos del público estadounidense como un reino misterioso del conocimiento que ahora está siendo controlado por los seres humanos, supuestamente para mejorar nuestra situación económica y social. "Solíamos pensar que nuestro destino estaba en las estrellas. Ahora sabemos que, en gran medida, nuestro destino está en nuestros genes": así ha sido formulada esta ideología por el Premio Nobel James Watson, quien participó en el descubrimiento de la doble hélice del ADN. Esta visión del mundo -que magnifica las pretensiones de poder de los científicos y es pregonada por los medios de difusión- ignora las complejas interacciones existentes en un organismo y entre el organismo y su medio, así como los factores sociales, políticos y económicos que contribuyen a forjar los modelos de vida.
Pero la industria biotecnológica logró presentarse a sí misma como la próxima esperanza para el desarrollo económico de Estados Unidos (junto con la industria de la informática y las comunicaciones). Con otras industrias de la alta tecnología, logró introducir algunas alteraciones sustanciales en la conciencia de la opinión pública, las leyes y los programas, en beneficio de sus intereses.
Por ejemplo:
* La aprobación de la Ley de Transferencia Tecnológica que autoriza a las entidades privadas a solicitar derechos de patente sobre investigaciones en gran medida financiadas por el gobierno.
* Las negociaciones comerciales como el GATT. El propósito principal de la "Ronda Uruguay" fue lograr una armonización mundial en sectores específicos del comercio, incluidos los "derechos de propiedad intelectual".
* La eliminación de impuestos y otros subsidios estatales.
* La Convención sobre Biodiversidad, que versa sobre los aspectos jurídicos internacionales de los recursos genéticos. La definición de quién es el propietario del material genético arroja luz sobre el elemento de poder que subyace en este fundamento. En el caso de una planta tropical, por ejemplo, lo es tanto el país en el cual las especies crecen naturalmente como el país que alberga un banco de plasma germinal traído y almacenado artificialmente.
Otras visiones
Otras sociedades cuentan con políticas públicas más explícitas para examinar la posibilidad de patentar formas de vida y productos. Por ejemplo, las leyes de patentes de Brasil, India y Argentina prohíben derechos de patente sobre productos farmacéuticos con el argumento de que las drogas son de tal importancia que nadie debe tener el derecho a monopolizarlas. El investigador colombiano Manuel Patarroyo otorgó recientemente a la Organización Mundial de la Salud (OMS) derechos exclusivos exentos de regalías sobre una vacuna contra la malaria desarrollada por él. "Quisimos que esto fuera en beneficio de la humanidad", explicó.
El punto de vista europeo está muy influenciado por el concepto napoleónico que niega la posibilidad de patentar todo aquello que sea contrario al orden público (preceptos morales fundamentales básicamente reconocidos a nivel universal). También es posible que, a la hora de moldear la conciencia pública, en Europa esté jugando el reconocimiento más explícito de un pasado colonialista. Según un miembro alemán del Parlamento Europeo, perteneciente al Partido Verde, "el noventa por ciento de los recursos genéticos utilizados en nuestra producción agrícola provienen del Tercer Mundo. Nunca preguntamos si debíamos pagar algo por ellos. Y que ahora la industria biotecnológica exija derechos monopólicos de propiedad sobre los recursos genéticos es absolutamente injustificable. Se trate de especies silvestres o plantas cultivadas, los recursos genéticos son propiedad común de la humanidad. Todos los agricultores deben tener garantizado el acceso libre a los mismos".
(*) Phlip Bereano es profesor de comunicación técnica en la Escuela de Ingeniería de la Universidad de Washington. Es activista de Seattle Community, especializado en tecnología y temas de política pública.
El autor hace un reconocimiento a sus colegas de todo el mundo, cuya obra coadyuvó a las ideas expresadas en esta nota. Este es un ensayo de una serie de artículos sobre política tecnológica.
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