Red-Bancos / Banca Multilateral de Desarrollo
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No. 105/106 - Enero/Febrero 1998
Diagnóstico de CEPAL para América Latina
Estabilidad económica, inestabilidad social y deterioro ambiental
por
Eduardo Gudynas
A pesar del optimismo por el crecimiento económico, más de 200 millones de latinoamericanos viven en condiciones de pobreza, las desigualdades sociales se mantienen y son crecientes los problemas de empleo. Antes que consecuencias secundarias, estas dificultades son una parte integral de las nuevas estrategias de desarrollo volcadas a la exportación de recursos naturales. En este artículo se presentan algunos puntos destacados del diagnóstico de la pobreza que realiza CEPAL, para luego analizar el vínculo de ese problema con la nueva estrategia de desarrollo en América Latina.
En los últimos meses ha vuelto ha cobrar vigor la polémica sobre la extensión
de la pobreza en América Latina. Organismos internacionales como la Comisión
Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), el Banco Interamericano de
Desarrollo (BID) o el Banco Mundial, junto a muchos economistas y políticos, han
dado la bienvenida al crecimiento económico de la región, aunque admiten que la
pobreza es un problema creciente. Actualmente es posible avanzar en este
análisis dada la publicación de varios reportes, entre los que se destacan los
presentados por CEPAL: "Panorama Social de América Latina" (1997a) y "La brecha
de la equidad" (1997b).
Estos y otros documentos recientes brindan una buena oportunidad para revisar
las grandes tendencias del desarrollo de la región, y ensayar algunos
comentarios que muevan a la reflexión. A pesar del tono optimista de esos
documentos, en especial por haberse logrado la estabilidad económica y un ritmo
de crecimiento moderado, brindan información más que suficiente para reconocer
una creciente inestabilidad social que requiere mayor atención.
La extensión de la pobreza
CEPAL considera que las tasas de crecimiento han sido moderadas (del orden del
tres por ciento entre 1990 y 1996), y advierte que son inferiores al promedio de
más de tres décadas (5,5 por ciento de 1945 a 1980). Los niveles de pobreza
tuvieron una leve mejoría en los últimos años: 39 por ciento de hogares son
calificados como pobres en 1994, frente al 41 por ciento de 1990 (Tabla 1).
Esta mejora no fue suficiente para remontar el deterioro de la década de 1980,
donde la pobreza trepó del 35n por ciento al 41 por ciento de los hogares. Más
allá de los porcentajes, la situación actual muestra que el número absoluto de
pobres no ha dejado de crecer y hoy es más elevado que nunca: 210 millones de
latinoamericanos. Dentro de los hogares pobres, la indigencia sufrió una
reducción modesta del uno por ciento, pero también sigue siendo mayor al nivel
de 1980 (Tabla 1).
Si se analiza la situación de cada país el cuadro es mucho más heterogéneo. Sólo
dos poseen niveles por debajo del 15 por ciento de hogares pobres: Argentina y
Uruguay. Chile, Costa Rica y Panamá registran del 15 al 30 por ciento, mientras
que Brasil, Colombia, México, Perú y Venezuela poseen del 31 al 50 por ciento de
hogares pobres, y finalmente Bolivia y Honduras superan el 50 por ciento.
Para el período de 1990 a 1996 que considera CEPAL, ocho países entre 12
lograron reducir sus niveles de pobreza (Argentina, Uruguay, Chile, Costa Rica,
Panamá, Brasil, Perú y Bolivia), pero si la referencia es 1980, son sólo cuatro
los que la redujeron (Brasil, Chile, Panamá y Uruguay). Los porcentajes más
altos en la disminución de hogares por debajo de la línea de pobreza se
registraron en Uruguay, Argentina y Chile. La tendencia a la mejoría observada a
principios de los años 90 sufrió un traspié con la crisis económico-financiera
de 1995, donde por ejemplo Argentina, Perú, y Honduras mostraron aumentos en los
niveles de pobreza.
Las reducciones se lograron sobre todo en las zonas urbanas, donde bajó del 36
al 34 por ciento, mientras que en el medio rural los logros fueron muy modestos
(sólo un punto porcentual), donde todavía se observan niveles muy altos. Si bien
el número absoluto de pobres es mayor en las ciudades, la proporción es más alta
en el campo.
La pobreza urbana
La pobreza urbana estaría determinada, según CEPAL, por varios factores. Entre
ellos se destacan una limitada educación (en el 37 por ciento de los hogares),
el desempleo de uno o más miembros (16 por ciento), la carga impuesta por un
alto número de menores (10 por ciento) y el resultante de la combinación entre
los déficits en educación y un elevado número de niños (29 por ciento).
Existen diferencias importantes en cómo operan esos factores. Mientras que en
varios países se cae en la pobreza con más de un desempleado por núcleo
familiar, en otros, como Panamá, Uruguay, Venezuela y en especial Argentina, hay
una alta incidencia de hogares pobres con sólo una persona desocupada.
El desempleo es un factor clave para explicar la caída en la pobreza, pero aún
teniendo un trabajo ello no asegura librarse de esa condición. En efecto, CEPAL
advierte que en más de la mitad de los países, del 30 al 50 por ciento de los
asalariados en el sector privado viven en hogares pobres. En algunos casos la
incidencia de la pobreza entre ellos es mayor que la observada en los empleados
en el sector informal.
La pobreza rural
Países como Guatemala y Honduras poseen una altísima incidencia de pobreza
rural, con más del 66 por ciento de los hogares debajo de la línea de pobreza.
Con una incidencia entre 34 y 66 por ciento están Brasil, Colombia, México,
Panamá, Perú y Venezuela.
La pobreza rural también depende de un conjunto heterogéneo de factores, y CEPAL
cita entre ellos la propiedad de la tierra, alta fecundidad, bajos niveles
educativos y altas tasas de analfabetismo, ausencia de servicios, impactos por
deterioro ambiental que reducen la base productiva, etc. La mayor incidencia se
da entre trabajadores por cuenta propia y especialmente entre los pueblos
indígenas.
No debe olvidarse que en el campo tiene lugar buena parte de la reforma
productiva de los países de la región. Se levantan protecciones, la competencia
se extiende (se compite dentro del país y entre países), avanza la
industrialización agropecuaria de tipo empresarial, pero se reducen los puestos
de trabajo, la agricultura de autoconsumo disminuye, etc.
Ante esta situación, la propia CEPAL alerta que los campesinos "más desprovistos
de acceso a recursos físicos, financieros y conocimiento tenderán a adoptar
estrategias que combinen una agricultura de autosubsistencia alimentaria con
empleo en la agricultura comercial y en actividades no agrícolas en las áreas
rurales y también urbanas" (CEPAL, 1997b).
Distribución del ingreso
En América Latina y el Caribe persisten altos niveles de desigualdad en la
distribución del ingreso. La bonanza económica de la primera mitad de los 90 no
logró mejorar la equidad, ni siquiera volver a los niveles observados antes de
la década del 80. Si se compara la proporción del ingreso que obtienen el 10 por
ciento de los hogares más ricos, con aquella que recibe el 40 por ciento más
pobre, son evidentes las asimetrías que se observan en la región (Tabla 2).
Un elevado crecimiento económico no significó una reducción de la desigualdad.
Entre los cinco países con altas tasas de crecimiento (mayor al cinco por
ciento) la concentración de la riqueza igualmente aumentó en Costa Rica, y sobre
todo en Argentina; se mantuvieron los niveles de desigualdad en Chile y Panamá,
y sólo en Uruguay se mejoró (Tabla 2). Colombia posee un alto nivel de
desigualdad, mientras países como México o Brasil lograron muy pequeñas mejoras
en su elevada inequidad.
Si se considera la desigualdad a partir del Indice de Gini (1), el más alto
nivel en 1994 se detecta en Colombia (0.51), seguida por Chile, Honduras,
Panamá, Argentina, Bolivia, Paraguay y México, todos con valores de 0.40 o
mayores (no se disponen de datos de Brasil para esa fecha, pero si se toman los
valores de 1992, compartiría el primer lugar con Colombia).
Es importante comentar la situación en tres países. Tanto Argentina como Chile
son presentados como ejemplos de elevados ritmos de crecimiento económico y
profundas reformas estructurales. En el primer país, las altas tasas de
crecimiento (del orden del siete por ciento), coincidieron con que el 10 por
ciento de los hogares más ricos aumentaron su apropiación del ingreso. En Chile,
la propia CEPAL advierte que allí viene disminuyendo "ligera pero
persistentemente" la participación no sólo del 10 por ciento de los hogares más
pobres, sino del 25 por ciento, sin que deje de aumentar en forma constante la
riqueza que obtiene el 10 por ciento de los hogares más ricos (CEPAL, 1997b).
En el otro extremo se encuentra Uruguay, donde los niveles de desigualdad son
muy bajos para la escala latinoamericana y similares a los observados en algunos
países industrializados. Ese país mantiene además una tendencia continua de
mejoramiento, donde la participación de los más ricos se reduce de 32,4 por
ciento a mediados de los 80, a 25,4 en 1994.
Empleos precarios y desocupación
Los niveles de desempleo en la región están próximos al ocho por ciento, la
demanda laboral crece poco y lo hace especialmente en puestos de baja
calificación, reducida productividad, y por lo tanto reciben malos sueldos. Los
salarios se mantienen estancados o bajan.(Tabla 3).
Aquí también CEPAL admite que el ritmo de crecimiento de la región ha tenido un
impacto débil sobre la oferta de empleo. En los sectores no agropecuarios, el
empleo creció menos que el aumento de la población económicamente activa, de
donde el desempleo aumentó del 5,7 por ciento en 1990 a un promedio de 7,7 por
ciento en 1996, afectando en especial a los jóvenes y las mujeres. Las mayores
tasas se dan en los países del Caribe (15 a 21 por ciento), seguidos por
Argentina, Panamá y República Dominicana (con más del 15 por ciento). Los
niveles más bajos se registraron en Brasil y Bolivia con el cinco por ciento. El
promedio de la productividad laboral está estancado o es negativo. (Tabla 3).
Es importante observar que la mayor parte de los nuevos empleos son el sector
informal, alcanzando un 84 por ciento de los puestos generados entre 1990 y
1995, lo que representa la enorme cifra de 13,6 millones. Por su parte, el
sector formal y modernizado de empleo generó para ese mismo período sólo 2,5
millones de puestos.
Otros datos confirman la importancia de la informalidad: el 56 por ciento de los
empleados trabajan en ese sector pero obtienen en promedio un ingreso que ronda
la mitad del que se obtiene en el sector formal. La mayoría lo hace en
microempresas, son trabajadores por cuenta propia o en el servicio doméstico. El
mayor aumento del empleo informal se observó en Venezuela (ocho por ciento), y
le siguen Paraguay, Panamá, Honduras, Ecuador, Costa Rica y Bolivia. El menor
incremento ocurrió en Uruguay (2,3 por ciento), seguido por Colombia y
Argentina.
En cuanto al salario promedio, es inferior al de 1980 (en 1994 fue cinco por
ciento menor al de 1980). El salario mínimo real en 13 países en 1995 fue
inferior al de 1980. Además existe una gran brecha en los salarios de acuerdo a
la calificación de los trabajadores.
Sorprendentemente, a pesar de información de este tipo, CEPAL sostiene
igualmente que la situación del empleo mejoró en los países que lograron ritmos
de crecimiento altos.
Desintegración social
En una situación de creciente desigualdad en el acceso a la riqueza, desempleo y
pobreza extendida, no puede sorprender que la integración dentro de las
sociedades latinoamericanas se esté resquebrajando. CEPAL alerta en especial
contra la "consolidación de escenarios de 'pobreza dura', la discriminación
étnica, la segregación residencial, la proliferación de sistemas privados de
vigilancia urbana y el incremento en la violencia de las ciudades".
Los mayores problemas se enfrentan con la llamada "pobreza dura", con
marginación y exclusión, baja autoestima, reducidas expectativas de mejoría en
el futuro y comportamientos que oscilan entre la anomia y violencia, en especial
entre jóvenes, mientras que en otros, en particular los más viejos, se cae en el
abatimiento. Las expectativas de los más jóvenes quedan moldeadas por
aspiraciones y comportamientos que distan mucho de sus posibilidades reales de
concretarse. Los medios masivos de comunicación contribuyen a moldear esas
aspiraciones; CEPAL recuerda que Brasil posee el mayor número absoluto de pobres
y la distribución más desigual del ingreso, pero también contaba con 213
aparatos de televisión por cada mil habitantes en 1990, un índice típico de un
país industrializado.
La situación es particularmente crítica en el ámbito de la familia, por la
desarticulación, violencia o falta de contención y guía a los hijos. Una de las
consecuencias más negativas es el aumento de la violencia urbana, donde las
tasas de criminalidad han aumentado en varias ciudades.
Esta situación corta a toda la sociedad, y no sólo involucra a los sectores más
empobrecidos. En efecto, CEPAL señala que en diversas encuestas de opinión una
alta proporción de la población dentro de cada país considera que la riqueza
está muy mal distribuida. La clásica "clase media" se está desvaneciendo bajo el
aumento de la desigualdad. Se disparan nuevos cambios, como el aumento de la
seguridad privada, los barrios enrejados y vigilados que acentúan las
exclusiones, la retracción del uso de espacio públicos, la concentración
consumista en centros comerciales, etc. Se expande un sentimiento generalizado
de desconfianza hacia el sistema político y judicial, y finalmente, hacia todo
el entramado social.
Frente a la extensión de la pobreza desde el actual proceso de reformas
estructurales, los gobiernos han intentado combatirla apelando a "fondos de
inversión social". Por lo general corresponden a pequeñas unidades
administrativas, usualmente dependientes directamente de la presidencia de cada
país, y con enormes fondos obtenidos de la ayuda extranjera, en especial el
Banco Mundial o el BID.
Los datos de los informes de CEPAL muestran que bajo esos empujes aumentó el
gasto social; el promedio de la región se elevó de 189,6 dólares por persona en
1990, a 241,7 en 1995 (en dólares de 1987). Los aumentos más importantes
ocurrieron en Argentina, México, Panamá y Uruguay. En el otro extremo, en
Nicaragua se registró una reducción en el gasto social. En algunos países ese
gasto logró superar los niveles de 1980 (Argentina, Chile, Colombia, Costa Rica,
México, Panamá, Paraguay y Uruguay).
Considerando el gasto social total como porcentaje del Producto Interno Bruto
(PIB), Uruguay mostró la mayor asignación (23,6 por ciento) mientras Guatemala
contó con la menor (3,7 por ciento); el promedio regional es del 12,2 por
ciento, de donde por lo menos nueve países están por debajo y sólo seis por
arriba.
Para comparar estas asignaciones en un contexto internacional es necesario
recordar que los países industrializados con gasto social medio, le dedican un
promedio de 16,4 por ciento del PIB (Estados Unidos, Reino Unido, etc.), que en
dólares per capita representa unos 3 600; en los países de gasto social alto,
esa proporción alcanza el 31,2% del PIB. En América Latina, el promedio de los
siete países con gasto social alto es del 17,2 por ciento del PIB, pero eso
apenas representa unos 425 dólares per capita; los países con gasto bajo
promedian 5,9 por ciento de su PIB, lo que corresponden a unos exiguos 54
dólares.
Optimismo exagerado
CEPAL, como los bancos multilaterales, economistas y políticos tradicionales,
expresan con optimismo que América Latina va por buen camino, aunque reconocen
que se enfrentan serios problemas sociales. Para resolverlos las medidas apuntan
no sólo a seguir en la senda del crecimiento económico (y las medidas que eso
impone, especialmente de manejo macroeconómico), sino también a acentuar las
reformas en algunas áreas o modificarlas en otras.
Sin embargo, esta estrategia de desarrollo continúa excluyendo amplios sectores
de la población, con elevados índices de pobreza y desigualdad.
La propia CEPAL reconoce que los resultados han sido buenos para lograr la
estabilidad económica, pero "insatisfactorios en cuanto a crecimiento y
equidad", con políticas sociales de "capacidad insuficiente y una eficacia
limitada" (CEPAL, 1997b). Si bien es una buena cosa de que se reconozca que hay
problemas sociales en la región, llama la atención que ese problema se lo trate
en forma casi desvinculada a la estrategia de desarrollo actual. Es paradójico
que se logre la estabilidad económica pero se mantenga la inestabilidad social.
Ese optimismo es exagerado dada la enorme cifra de personas pobres e indigentes,
y las condiciones bajo las que viven, las que debe recordarse que son pésimas,
con una mala alimentación, reducida cobertura sanitaria, viviendas precarias y
limitadas opciones de educación.
Se está ante una situación paradójica, donde los indicadores tradicionales
económicos mejoran, pero los síntomas sociales empeoran. De alguna manera se
hace evidente que los actuales indicadores del progreso social y económico
poseen límites. El caso de Uruguay es un ejemplo, ya que en ese país los
indicadores tradicionales muestran excelentes niveles (baja desigualdad y alta
asignación del gasto social), y el gobierno repite como síntomas positivos el
aumento en la venta de automóviles nuevos, el incremento del consumo de
productos suntuarios o el acceso a los teléfonos. A pesar de todo ello, la
sensación de las personas es de limitaciones y dificultades, en especial
económicas. Esa sensación llegó a tal extremo que en 1997 tuvieron lugar varias
protestas públicas en distintas ciudades con la participación de un
significativo número de comerciantes, pequeños empresarios y vecinos. Se acuñó
así una imagen basada en las diferencias entre la temperatura y la sensación
térmica: los indicadores económicos serían los termómetros que muestran "una"
realidad pero la "sensación térmica ciudadana" era otra muy distinta.
Esta situación no refleja una excentricidad uruguaya, sino que adelantó
problemas que ya se insinúan en otros países, donde a pesar de los avances
económicos, el descontento ciudadano progresa y se extiende el desinterés por la
política. En ese sentido, es necesario analizar si el reciente fenómeno de
desinterés electoral en Chile no es otro síntoma del mismo problema. Allí, ante
las elecciones de diciembre de 1997, 1.300 000 personas, la mayoría de ellos
jóvenes, no se inscribieron para votar.
Es obvio que las metas materiales del desarrollo, y sus indicadores numéricos,
como el ingreso promedio de un hogar o el PIB de una nación, muestran
progresivas limitaciones para reflejar las condiciones de las personas, sus
aspiraciones y el nivel de satisfacción de sus necesidades.
Las estrategias de desarrollo actuales están sirviendo a los indicadores
económicos pero no a la calidad de vida de las personas.
Frente a este tipo de situación, Pierre Rosanvallon alerta sobre el "sentimiento
difuso de desconocimiento social que atraviesa a nuestras sociedades", y agrega
que a pesar de la profusión de estadísticas parecería que se descifrara cada vez
menos el entorno social. El investigador francés admite que se dispone de una
cantidad creciente de información sobre cada individuo pero la sociedad resulta
menos legible en su globalidad, y agrega: "¿Cómo explicar esta paradoja: una
sociedad más opaca que va a la par con una abundancia siempre creciente de
estadísticas? La respuesta es simple: los aparatos de conocimiento estadístico
(...) están globalmente desfasados de la realidad". En efecto, gran parte de ese
aparato fue diseñado para sociedades compartimentadas, jerárquicas y lentas, y
ya no logran captar la dinámica y estructura contemporánea. La satisfacción de
las personas se mueve en otros planos que no necesariamente contemplan los
indicadores tradicionales y, por lo tanto, se requiere no sólo un esfuerzo en
diseñar nuevas estadísticas sino en comprender la nueva dinámica social.
Nueva estrategia de desarrollo
La actual de la extensión de la pobreza se da en el marco de una nueva
estrategia de desarrollo. La opción hacia adentro ha quedado atrás, y los países
latinoamericanos se vuelcan al exterior. Esta opción posee una particularidad
que muchas veces es pasada por alto: se basa en un alto ritmo de extracción de
recursos naturales. En efecto, la propia CEPAL afirma que el actual proceso de
desarrollo "muestra una notable reorientación hacia el exterior, firmemente
apoyada en una explotación más intensa de los recursos naturales" y agrega que
el "crecimiento de la región se encuentra actualmente muy ligado al dinamismo de
las actividades vinculadas a recursos naturales".
La apertura hacia el exterior ha determinado que las exportaciones pasaran del
14 por ciento del PIB en 1980 al 25 por ciento en 1995, se ampliaran los rubros
que se venden en el exterior y se diversificara la aplicación tecnológica.
Muchas industrias que dependían de la demanda nacional y la protección estatal
desaparecieron, y crecieron los sectores exportadores, especialmente en
agricultura, minería y energía. Se han favorecido los grandes conglomerados de
capital, sean nacionales o extranjeros.
Este tipo de desarrollo enfatiza la extracción de recursos naturales y su venta
al exterior, sea a los países latinoamericanos o especialmente hacia los países
ricos. Esa extracción es extendida, en tanto se ha ampliado a nuevos rubros,
pero también se ha intensificado; se la hace de forma directa, como con la
minería, o indirecta, por medio de ganadería y agricultura. No se ha tomado
conciencia de que la mayor parte de las nuevas exportaciones que sustentan el
despegue exportador de la región son en realidad recursos naturales con poco o
ningún procesamiento. Por ejemplo, en el total de exportaciones, el porcentaje
que responde a los productos primarios alcanza 92 por ciento en Ecuador, y se
encuentra entre 80 y 90 por ciento en Bolivia, Chile, Honduras, Panamá,
Paraguay, Perú y Venezuela (datos para 1995; CEPAL, 1997c). Incluso en países de
industrialización reciente como Argentina y Brasil, representa más del 40 por
ciento, pero no en México, con 22,5 por ciento).
Este tipo de estrategia de desarrollo desencadena un altísimo impacto ambiental,
genera comparativamente poco empleo, no posee ningún mecanismo determinante de
una mejor equidad y, por lo tanto, ofrece pocas posibilidades para solucionar
los niveles de pobreza.
CEPAL ignora en estos diagnósticos el impacto ambiental de este proceso.
Actualmente se observa una reducción de áreas silvestres, avance de la
desertificación y aumento de la contaminación. Sectores exportadores como la
minería, el procesamiento de harina de pescado o las papeleras están entre los
más contaminantes. En particular en las ciudades se establece un vínculo
pernicioso entre la pobreza y el deterioro ambiental dado por condiciones de
acumulación de desperdicios, contaminación, ruido, déficit en el agua potable,
malos saneamientos (con casos notorios en Santiago de Chile, México, Lima, Sao
Paulo, etc.).
Inestabilidad y fragmentación social
Esta nueva estrategia de desarrollo extractiva y exportadora genera
relativamente pocos empleos. Por esa razón la gran mayoría de los nuevos puestos
de trabajo se logran en el sector informal, de donde se mantienen las
condiciones de inequidad.
CEPAL no avanza en la raíz de este tipo de problemas al nivel de las estrategias
de desarrollo y se mueve en el plano de los síntomas. Por esa razón, algunas
propuestas son casi ingenuas. Por ejemplo, concibe como uno de los remedios para
los bajos salarios y el desempleo calificar más a la gente. Aunque ese propósito
es por todos compartido, nada asegura que con ello se lograrán más puestos de
trabajo o mejores salarios. Basta recordar la situación de muchos europeos, con
buena educación, que engrosan la lista de desempleados. De hecho en América
Latina ya comienza a verse eso en tanto los jóvenes poseen tasas de desempleo
mayores a las de sus padres a pesar de tener una mejor educación.
En el sector formal la situación también es compleja. Un buen ejemplo lo
constituye la situación argentina, donde si bien el índice de desempleo bajó de
16,1 por ciento en mayo del 1997 al 13,7 por ciento en octubre, alrededor del 75
por ciento de los nuevos puestos son precarios. Casi la mitad de esos trabajos
son empleos temporales ofrecidos por el gobierno meses antes de las elecciones
legislativas de octubre, y finalizarán a principios de 1998.
Entre los empleos creados en el sector privado y formal, casi el 90 por ciento
corresponden a contratos a término (de tres a seis meses la mayoría), y sólo el
9,7 por ciento son permanentes. La mayoría de las personas rotan entre varias
empresas en una dinámica llamada de puerta giratoria, que las compañías
aprovechan para reducir costos y evitar despidos (2).
Este nuevo estilo de desarrollo explica la retracción de las industrias
latinoamericanas y con ello la crisis del empleo. El porcentaje de participación
de la industria manufacturera en el producto descendió en países como Argentina,
Brasil, Perú y Uruguay, y se estancó en otros como Chile y México (CEPAL,
1997c). Perú ofrece un buen ejemplo de este proceso, donde un 86,5 por ciento de
sus exportaciones se basan en productos primarios, muchos de ellos mineros y
cuyo precio en el mercado internacional desciende cada año. La caída del empleo
industrial fue de 26 por ciento entre 1990 y 1995 en un contexto de elevados
niveles de pobreza (50 por ciento) (Abugattas, 1996). Lima se ha convertido en
una ciudad que enfrenta muchos problemas ambientales y sociales; en particular
la violencia presenta ribetes dramáticos, como los raptos de amas de casa a la
salida de supermercados por las cuales se exige como rescate los
electrodomésticos hogareños.
La pobreza y la exclusión adquieren aspectos sociales y culturales complejos que
CEPAL minimiza. En los barrios se oscila entre nuevas formas de agresión y la
irrupción de la criminalidad, con los lazos solidarios en el trabajo y la
seguridad. Avanza la fragmentación en grupos, generándose subculturas para
distinguirse del resto. Por ejemplo, en Buenos Aires existen varias "tribus
urbanas" juveniles, que se autodenominan "punks noventistas", "heavies
argentos", "hardcores", "rapperos del subdesarrollo", "skaters de las pampas",
etc. En otros casos, la desigualdad también expresa una larga tradición de
exclusiones impuestas que hoy se nutren de la segregación étnica (muy importante
en los países andinos y América Central), la racial (presente en Brasil), y la
económica (como se observa en las urbes del cono sur).
Frente a este tipo de situaciones complejas y heterogéneas gran parte de las
medidas sociales gubernamentales parecen más compensaciones y esfuerzos
marginales. Por esa razón, el descontento se mantiene y la propia CEPAL advierte
que podría crecer en el futuro, aunque es difícil precisar cómo se orientará.
Expresiones de resistencia como el zapatismo mexicano o el Movimiento de los Sin
Tierra en Brasil pueden ejemplificar un futuro. Sin embargo lo más sorpresivo es
que no existan otras reacciones de ese tipo considerando los niveles de pobreza
e injusticia en el continente. Debería analizarse si las reformas mercantiles no
sólo reestructuraron las economías, sino también cómo impactaron en las
dinámicas sociales.
En ese sentido, Ralf Dahrendorf, un liberal clásico, indica que el
individualismo propio de estos tiempos mercantilizados "ha transformado no sólo
a la sociedad civil, sino también los conflictos sociales", y donde los más
pobres no son necesarios en esta estrategia de desarrollo ya que los "ricos se
pueden volver más ricos sin ellos; los gobiernos se pueden reelegir aún sin sus
votos y el producto nacional bruto puede seguir aumentando indefinidamente".
El cuestionamiento al desarrollo
Es sorprendente que, a pesar de todos estos problemas, CEPAL y muchos otros sean
optimistas e insistan en señalar que el camino actual es el correcto, y que se
debe incrementar todavía más el crecimiento económico, por lo menos en el orden
del seis por ciento.
Por el contrario sería más provechoso poner en cuestionamiento esta nueva
estrategia de desarrollo. Este estilo no posee mecanismos seguros para reasignar
sus excedentes hacia los más pobres o el ambiente; de hecho lo que se observa va
en sentido contrario, en tanto aumenta la riqueza de los más ricos. En realidad
las actuales condiciones de pobreza, exclusión y deterioro ambiental son una
parte integral de este estilo de desarrollo, y no meros epifenómenos
secundarios.
Por estas razones lo que debe ponerse bajo cuestionamiento es toda una
estrategia de desarrollo, tanto en sus consecuencias prácticas, como en sus
fundamentos conceptuales.
Referencias
ABUGATTAS, L. 1996. Estabilización, reforma estructural e industria en el Perú:
1990-1995. Socialismo y Participación, Lima, 74: 9-40.
CEPAL. 1997a. Panorama social de América Latina. CEPAL, Santiago.
CEPAL. 1997b. La brecha de la equidad. América Latina, el Caribe y la Cumbre
Social. CEPAL, Santiago.
CEPAL. 1997c. Anuario estadístico de América Latina y el Caribe, edición 1996.
CEPAL, Santiago.
DAHRENDORF, R. 1996. La cuadratura del círculo. Fondo Cultura Económica, México.
ROSANVALLON, P. 1995. La nueva cuestión social. Manantial, Buenos Aires.
Eduardo Gudynas es investigador en el Centro Latino Americano de Ecología Social
(CLAES), claes@adinet.com.uy
NOTAS AL PIE
1. El índice o coeficiente de Gini es una medida de desigualdad, calculada a
partir de las desviaciones observadas en el ingreso en relación con una
distribución equitativa. El índice varía de 0 a 1, donde su aumento indica
incremento en la desigualdad.
2. Datos del Ministerio de Trabajo y Seguridad Social de Argentina, en
Página/12, Buenos Aires, 11 de enero de 1998.
Tabla 1. POBREZA E INDIGENCIA EN AMERICA
LATINA
Total de personas y porcentajes de hogares
AÑO |
POBRES |
INDIGENTES |
TOTAL a |
Porciento
b |
URBANO % |
RURAL % |
TOTAL a |
Porciento
b |
URBANO % |
RURAL % |
1980 |
135,9 |
35 |
25 |
54 |
62,4 |
15 |
9 |
28 |
1990 |
197,2 |
41 |
36 |
56 |
91,9 |
18 |
13 |
33 |
1994 |
209,3 |
39 |
34 |
55 |
98,3 |
17 |
12 |
33 |
a Total en millones de personas; b Porcentaje de hogares sobre
el total. Datos de la CEPAL (1997b).
Tabla 2. DISTRIBUCION DEL INGRESO
Porcentaje de participación en el ingreso de los hogares
urbanos.
Datos de CEPAL (1997b)
PAIS |
AÑO |
40% MAS POBRE |
10% MAS RICO |
ARGENTINA |
1990 |
18.0 |
29.8 |
1992 |
15.2 |
31.6 |
1994 |
14.4 |
34.6 |
BRASIL |
1987 |
9.7 |
44.3 |
1990 |
9.6 |
41.7 |
1993 |
11.8 |
42.5 |
CHILE |
1990 |
13.4 |
39.2 |
1992 |
13.6 |
40.5 |
1994 |
13.3 |
40.3 |
COLOMBIA |
1990 |
13.7 |
34.9 |
1992 |
12.9 |
34.5 |
1994 |
11.6 |
41.9 |
MEXICO |
1989 |
16.2 |
36.9 |
1992 |
16.6 |
34.8 |
1994 |
16.8 |
34.3 |
URUGUAY |
1990 |
20.1 |
31.2 |
1992 |
21.9 |
25.9 |
1994 |
21.6 |
25.4 |
Tabla 3. DESEMPLEO URBANO, SALARIO REAL Y PRODUCTIVIDAD
PAIS |
DESEMPLEO
a |
SALARIO REAL b |
PRODUCTIVIDAD b |
1980 |
1990 |
1995 |
ARGENTINA |
2.6 |
7.5 |
17.5 |
0.2 |
4.1 |
BOLIVIA |
... |
7.3 |
3.6 |
1.6 |
-0.1 |
BRASIL |
6.3 |
4.3 |
4.6 |
5.1 |
-0.1 |
CHILE |
11.7 |
6.5 |
7.4 |
4.4 |
3.3 |
COLOMBIA |
10.0 |
10.5 |
8.9 |
1.5 |
0.8 |
MEXICO |
4.5 |
2.7 |
6.3 |
0.8 |
-2.2 |
URUGUAY |
7.4 |
9.2 |
10.8 |
0.8 |
2.1 |
a tasas medias anuales; b tasa de crecimiento anual para
1990-95. Datos de CEPAL, 1997b.
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