No. 111 - Julio 1998
ONU y OMC
El retorno de la esperanza
Declaración de Rubens Ricúpero, Secretario General de UNCTAD, en nombre del Secretario General de las Naciones Unidas, en ocasión de la Segunda Conferencia Ministerial de la OMC
Hablo hoy en nombre del Sr. Kofi Annan, Secretario General de las Naciones Unidas.
Es muy apropiado que la Organización de las Naciones Unidas haga uso de la palabra en esta Conferencia sobre el quincuagésimo aniversario del GATT, ya que la ONU no es tan solo un observador más. Es la mayor fuente de legitimidad del sistema internacional y la piedra angular del sistema de organizaciones internacionales.
Además, hay que recordar que la ONU ha sido el marco político y legal dentro del cual se realiza el evento que hoy conmemoramos. El GATT fue un acuerdo proyectado y negociado dentro de un Comité de la ONU, y fue concluido como un anexo a la Organización Internacional de Comercio aprobada en la conferencia de la Habana de 1947. Para ser precisos, esa conferencia fue conocida como la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Comercio y el Empleo. Aunque la Organización Internacional de Comercio nunca llegó a existir, vale la pena recordar que fue la ONU quien convocó a la Conferencia de la Habana, le proporcionó el apoyo preparatorio y más tarde brindó el personal que pasó a formar la primera Secretaría del GATT. El GATT se convirtió luego en la piedra angular en torno a la cual se construyó el sistema multilateral de comercio.
El punto de contacto entre comercio y desarrollo fue expresado por primera vez por los países latinoamericanos en la Conferencia de la Habana. Posteriormente, la conquista de la independencia por los países en desarrollo de África y Asia dieron más ímpetu a una iniciativa mundial para crear un sistema de comercio internacional coherente con la promoción del desarrollo económico y social. Para la búsqueda de ese objetivo se creó la UNCTAD en 1964.
Como sucesora lógica del GATT, la OMC representa un nuevo orden del comercio multilateral. Intensifica las disciplinas del comercio multilateral y las amplía a nuevos sectores. Ofrece, además, un acceso mejor y más seguro a los mercados, requisito indispensable para lograr éxito en las estrategias de desarrollo orientado a la exportación. Por otro lado, impone limitaciones más estrictas al alcance de las opciones de política que tienen ante sí los países en desarrollo para la prosecución de sus estrategias de desarrollo.
Los países en desarrollo intentan ahora participar efectivamente dentro de este sistema. Esto implica que tienen la capacidad de explotar oportunidades de exportación, cumplir con sus obligaciones para defender sus derechos adquiridos, formular políticas de comercio orientadas al desarrollo y perseguir esos objetivos políticos en el curso de las negociaciones comerciales. Si los países en desarrollo van a participar en futuras negociaciones en mayor pie de igualdad y en defensa de sus intereses, es imprescindible que creen lo que en UNCTAD se denomina "una agenda de comercio positiva".
Como demostró en su primera Conferencia Ministerial, la OMC se ha convertido en un foro para las negociaciones multilaterales continuadas. Varios países participan simultáneamente en negociaciones comerciales a niveles regional y subregional. Es así que la creación de la capacidad de los países en desarrollo para defender efectivamente sus intereses en las negociaciones comerciales y establecer la universalidad de la OMC constituye una tarea esencial
Todos coincidimos en que el proceso de liberalización del comercio debe mantener su ímpetu, pero hay que dar prioridad a los obstáculos comerciales que apuntan a las exportaciones de los países en desarrollo, tanto en bienes como en servicios. Es necesario reducir las crestas arancelarias y disciplinar aún más los llamados recursos comerciales, y también es necesario facilitar el movimiento temporal de personas naturales.
Habría que adaptar el concepto de trato especial y diferenciado en favor de los países en desarrollo, con el objetivo de mejorar su capacidad de competir en un mundo globalizado. La integración subregional entre los países en desarrollo les brinda un terreno de capacitación para competir en el mercado mundial, facilitando así su participación en las negociaciones comerciales.
Mientras tanto, es necesario proseguir la búsqueda de una mayor coherencia entre el comercio y el sistema financiero. Tal como queda claramente demostrado por la actual crisis asiática, el sistema comercial soporta la carga de tener que adaptarse a las deficiencias del sistema financiero. En esta conferencia se exhorta a la comunidad internacional de comercio que demuestre su solidaridad en el campo comercial y asista a los países asiáticos en la tarea de remediar su situación.
En esta coyuntura es necesario tener cautela en cuanto a la ampliación de las fronteras del sistema comercial a nuevos sectores. El uso de las normas comerciales como mecanismo para imponer disciplinas en ámbitos no comerciales podría crear muchas tensiones al sistema. La OMC debe ser concebida como un socio del esfuerzo internacional general -llevado a cabo por la ONU y sus diversos organismos-, que apunta a la promoción del desarrollo sustentable y de los derechos humanos así como a la búsqueda de los objetivos de la Carta de las Naciones Unidas.
Estamos todos atrapados en la vertiginosa corriente de la globalización. Pero esto no significa que debamos permitir que la marea nos arrastre sin rumbo fijo. La OMC y todas las demás organizaciones internacionales deben hacerse cargo de los desafíos de la globalización, particularmente el de evitar la marginación de los miembros más débiles de la comunidad internacional.
Como subrayó el Sr. Annan en su mensaje a la reunión de la semana pasada del Grupo de los 8 -y que luego enfatizara el Sr. Renato Ruggiero, Director General de la OMC-, habría que abolir de inmediato los obstáculos comerciales que enfrentan los países menos adelantados. Además, deberían contar con el respaldo internacional en apoyo de su competitividad y su capacidad de atraer inversiones. Construir su capacidad para que puedan competir efectivamente y en términos de igualdad es un reto moral y práctico de primer orden para todos nosotros. En cooperación con la OMC y otros organismos, la UNCTAD está plenamente comprometida con esta tarea.
Mirando hacia atrás, a la Conferencia de La Habana, debemos recordar que dicha conferencia intentó abordar dos grandes objetivos: comercio y empleo. Fueron los días en que los hombres de estado y los economistas todavía creían en la posibilidad del pleno empleo. Actualmente, en los hechos este objetivo ha sido prácticamente abandonado. Solo los países de la OCDE tienen 35 millones de desocupados. En el mundo en desarrollo, la cifra llega a miles de millones. Tampoco se ha reducido la desigualdad dentro y entre naciones.
Por cierto, el comercio no tiene la culpa del fracaso del siglo XX para resolver este problema candente. Pero en una época de liberalización comercial, la existencia del desempleo en gran escala, de inseguridad laboral y de desigualdad aguda sin duda tuvieron algo que ver con el malestar social -incluso, en algunos lugares, la reacción- contra la liberalización del comercio y la inversión que hemos observado en diversos grupos. Esas preocupaciones han mostrado su rostro en diversos foros tales como el debate del Congreso de los Estados Unidos sobre la "vía rápida", las negociaciones de la OCDE sobre un acuerdo plurilateral de inversiones, y las protestas y manifestaciones de los últimos días aquí en Ginebra.
Nadie debería llamarse a engaño por la atmósfera festiva de estas celebraciones. Afuera hay angustia y temor, inseguridad con respecto al trabajo, y lo que Thoreau describió como una "vida de calma desesperación". Eso también forma parte de la realidad, tanto como los impresionante logros en materia de liberalización mundial. Es el sagrado deber del sistema de las Naciones Unidas, la OMC y las Instituciones de Bretton Woods, crear razones para creer en el futuro y devolverle a la gente razones válidas para la esperanza".
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