Tendencias / Crisis Financiera
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No. 119 - Marzo 1999
Brasil
Los alfileres de repuesto del sistema
por
Chakravarthi Raghavan
La crisis financiera de Brasil desembocó en la flotación de su moneda, acompañada de un aumento de las tasas de interés que a su vez tendrán un efecto punitivo en la economía del real. En todo caso, estos eventos demuestran la ineficacia de las recetas del FMI y el Departamento del Tesoro de Estados Unidos, que aconsejan a los países en desarrollo alejarse de la ortodoxia y repensar sus políticas de liberalización del sector financiero.
Luego de la crisis brasileña con la consiguiente flotación y devaluación del real, uno podría verse tentado a pensar que finalmente se desprendieron los alfileres con los que se sostiene el sistema financiero mundial, salvo que éste tiene demasiados alfileres de repuesto, tanto en el Sur como en el Norte. Si no escasearan tanto la sabiduría y la humildad intelectual en Washington -y en sus instituciones nacionales y mundiales-, la política mundial podría emprender otro curso y el mundo tal vez se desviaría del desmoronamiento al que se encamina.
Cuando la crisis financiera que se inició en Tailandia en 1997, comenzó a esparcirse el año pasado, pareció por un momento que era posible contenerla y que América Latina se salvaría. Pero esas esperanzas se hicieron trizas luego de lo ocurrido en Brasil.
Última parada: Brasil
Como temían varios economistas no ortodoxos, la crisis financiera acaba de aterrizar en Brasil, forzando a su gobierno a abandonar la cotización fija de la moneda respecto del dólar -como medida contra la inflación- y permitiendo que el real flotara y encontrara sus propios niveles de mercado, sin deshacerse de las reservas.
Si bien los mercados bursátiles de Brasil y otros países habían ganado y hubo cierto grado de euforia, mucho dependerá de lo que pueda ocurrir ahora a la economía real de Brasil y demás países de América Latina, así como en América del Norte y Europa. Es posible que después de un intervalo inicial el real encuentre su nivel (en apoyo de la economía y el comercio de Brasil) y las tasas de interés bajen de forma que el gigante latinoamericano pueda campear esta crisis y reanudar el crecimiento. Pero ese camino está lleno de imponderables y depende demasiado de las veleidades del "mercado" y de la codicia de los que operan en él para sacar su tajada.
Después del éxito que tuvo el Plan Real para poner fin a la hiperinflación de Brasil, el presidente Fernando Henrique Cardoso centró la política económica del gobierno en contener la inflación e impedir que la economía volviera a la hiperinflación de los años 80. En determinado momento en 1994, como señaló al Informe sobre Comercio y Desarrollo 1995 de la UNCTAD, la economía brasileña pareció estar en el mismo camino que la de México y Argentina, antes de que México, a fines de 1994, sucumbiera abruptamente a una devaluación del peso. Hasta entonces se había prestado muy poca atención a la rápida sobrevaluación de la moneda de Brasil, fijada en términos nominales, y al empeoramiento de la balanza externa debido a las presiones del lado de la economía real. El Plan Real generó una expansión impresionante de la demanda interna y un aumento de la producción y las ventas, a pesar de que hubo un auge de las importaciones. Pero con la crisis mexicana el escenario brasileño cambió abruptamente: la cuenta de capital se tornó negativa mientras que el déficit comercial se profundizó rápidamente con el aumento de las importaciones. La respuesta de Brasilia fue un importante giro en materia de política en la medida en que dirigió toda su atención al tipo cambiario y la balanza comercial. Anunció que adoptaría una política de intervención del Banco Central dentro de una banda estrecha que iría disminuyendo progresivamente. A esto le siguió un gran aumento de la demanda de dólares, pero el Banco Central mantuvo el tipo cambiario cercano al preanunciado nivel más bajo de la banda.
La política cambiaria de una banda de flotación con límites nominales máximos y mínimos fijos produjo una devaluación del tipo de cambio nominal del 10 por ciento, seguido de una consiguiente devaluación provocada por la presión del mercado. Al mismo tiempo, el gobierno revirtió la política de liberalización comercial acelerada, utilizando medidas comerciales para frenar las importaciones, y se hizo el intento de desacelerar la economía para reducir las presiones inflacionarias y controlar el deterioro de la balanza comercial. Como se expresaba en el Informe sobre Comercio y Desarrollo 1995 con respecto a las perspectivas de Brasil, mucho depende de hasta qué punto Brasilia podría explotar la ventaja de sus tardías "reformas de ajuste estructural", y hasta qué punto podría utilizar su mayor margen de acción (más que el de las otras grandes economías regionales) para utilizar medidas comerciales con las que resolver los desequilibrios externos e internos -para frenar las importaciones y reducir las presiones inflacionarias. Y como en ese momento la economía de Brasil no estaba dolarizada, cualquier devaluación que se hiciera no tendría las mismas consecuencias financieras que en Argentina o México. También es posible que los planes de privatización del país hayan ayudado a reducir los déficits y las deudas del gobierno.
La capitulación ante los mercados
Después de cierto tiempo, el gobierno capituló ante las demandas de los mercados financieros mundiales para atraer fondos extranjeros, y desde julio de 1997 ha estado debatiéndose contra los reiterados embates de los efectos contagiosos de la crisis asiática que afectan periódicamente a América Latina. Pero dado el deterioro de la economía real de Brasil y la creciente oposición de la industria y el comercio internos, golpeados por las elevadas tasas reales para contener el valor de la moneda local, Brasil no pudo resistir y permitió la flotación del real antes que perder sus reservas.
Si bien la moneda se devaluó abruptamente, hay algunos expertos competentes que piensan que en realidad el real está subvaluado. Si el resto de las cosas se mantuviera igual (cosa que casi nunca sucede en la vida real), podría ayudar a las exportaciones brasileñas y tendría efectos positivos en su balanza comercial y de pagos.
Hasta ahora, Brasil ha recurrido al tipo cambiario para contener la inflación, pero con el abandono del tipo fijo serán necesarias otras medidas de corte fiscal (gasto federal y estatal) y monetario. Ya se está previendo un aumento de las tasas de interés (en el corto plazo) para contener los mercados cambiarios y la inflación. Pero no está claro cuál será su impacto en la economía real y cuánto perjuicio acarrearía.
Forzados a aceptar la "flotación" del real, el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Departamento del Tesoro de Estados Unidos (cuyas políticas y prescripciones fallaron una vez más) están presionando a Brasilia para mantener las tasas de interés elevadas (como forma de restaurar la confianza en el mercado y de que continúen ingresando los fondos externos). Pero si las tasas de interés no bajan, la industria y el comercio brasileños, así como la gente y la economía real, se verían afectados y Brasil podría terminar en el peor de los mundos, a menos que pragmáticamente establezca controles cambiarios y de capital.
Pero los efectos de los acontecimientos de Brasil tendrán además severos impactos en las economías de la región y de otros países en desarrollo, así como en los mercados del Sur y del Norte. Actualmente la economía estadounidense y sus mercados bursátiles se están comportando, según palabras del columnista estadounidense William Pfaff, como si la historia, la geografía, las leyes de la gravedad y las teorías económicas no contaran y que lo que sube continuará subiendo y el consumidor americano continuará endeudándose y gastando.
¿Pero puede eso continuar así para siempre? Merrill Lynch, en su semanario económico y comentarios financieros de mediados de enero, proyecta a Estados Unidos como el "coloso de la economía mundial" y señala que el crecimiento de Europa se está desacelerando rápidamente, pero que existe consenso en que el pronóstico para Estados Unidos es que el crecimiento de su producto interno bruto (PIB) para 1999 será de 2,6 por ciento. Incluso antes de la devaluación del real, la expectativa general era que Brasil haría frente a una recesión. Los economistas de Merrill Lynch pronostican ahora una caída del PIB del 4,4 por ciento en 1999 para Brasil, y ciertos efectos mundiales de contagio como resultado de la flotación del real.
Dado la historia de hiperinflación de Brasil, estos economistas estiman que si bien sería posible evitar una espiral inflacionaria (si se siguen las políticas adecuadas), el riesgo no es despreciable y "existe la posibilidad de que se impongan controles de capital". Merrill Lynch también estima que es posible que la economía argentina se vea afectada y se contraiga dos por ciento (contra sus anteriores proyecciones de un crecimiento del dos por ciento). En cuanto a los efectos para Estados Unidos, los analistas estiman que los efectos sobre el comercio serán negativos, pero limitados; las exportaciones a América Latina en su conjunto representan el 15 por ciento de las exportaciones de Estados Unidos, pero ya habían estado disminuyendo, por lo que el impacto adicional sobre el comercio no será tan grande. Pero el efecto sobre las empresas estadounidenses (que obtienen el 30 por ciento de sus ganancias del exterior y muchas de las cuales desarrollan importantes actividades en Brasil) verán disminuidos sus ingresos. Los mercados de capital en general hasta ahora no han sido afectados, pero los mercados de bonos han experimentado una ampliación de los márgenes de calidad (riesgo y rendimiento)*.
Estas diferencias aumentaron después de la crisis rusa, pero comenzaron a bajar con la medida de la Reserva Federal de Estados Unidos de aliviar y reducir las tasas de interés en tres cuotas. Pero las diferencias siguen siendo altas. La diferencia entre las clasificaciones empresariales BAA y las del Departamento del Tesoro está ahora a 218 puntos porcentuales.
Penurias fiscales para Brasil
En Brasil, con la devaluación habría una carga mayor de ajuste fiscal y la reducción de los déficit fiscales serían una máxima prioridad en términos de la economía ortodoxa. De la deuda interna de 300.000 millones de dólares de Brasil, unos 60.000 millones estarían indexados al valor del dólar; una apreciación del dólar con respecto al real implica que por lo menos hasta este punto, el costo del pago de intereses de la deuda interna y por tanto el déficit fiscal aumentaría.
El gobierno brasileño podría utilizar la nueva situación para presionar al Congreso de Brasil a que actuara (como desea Cardoso) para reducir el déficit, pero hay algunas interrogantes políticas. Es posible, como esperan los responsables de la política económica, que la economía se estabilice y las tasas de interés bajen. Pero si no lo hacen, la recesión podría empeorar, aumentando a su vez los problemas fiscales. Es el tipo de dilema que enfrentan todas las economías en desarrollo: reconciliar sus sectores y políticas externas con el crecimiento del sector interno. Es fácil para el FMI o el Tesoro de Estados Unidos culpar al Congreso o a los estados de Brasil, pero Washington no puede utilizar las acciones e inacciones del Congreso de Estados Unidos para justificar sus inacciones y culpar a la democracia brasileña.
Los acontecimientos de Brasil demuestran el fracaso espectacular de las políticas del FMI y el Departamento del Tesoro. Durante un lapso, en 1998, pareció que la crisis asiática había sido "contenida" y que América Latina, incluido Brasil, emergería con muy pocos costos y continuaría atrayendo inversiones extranjeras y corrientes de capital. Pero la moratoria y la devaluación rusa, aun cuando eso fue un acontecimiento que no tuvo mucho que ver con la crisis asiática, puso fin a esas esperanzas, y el Departamento del Tesoro de Estados Unidos y el FMI se esmeraron en erigir una muralla en torno a Brasil.
En efecto, el programa y la propuesta del FMI fue un intento de "prestamista de último recurso", arrimándole fondos a Brasil antes de que la crisis golpeara al país, a diferencia de lo que sucedió con Asia. Los fondos del FMI, junto con los de los países del Grupo de los 7, se ofrecieron (sujeto a condiciones) antes de que estallara una crisis monetaria en Brasil. Pero esta primera iniciativa del FMI, en su ambicioso intento de mantener su predominio adoptando un nuevo papel de prestamista de último recurso, falló. Parte de las razones es que el FMI no dispone de los recursos ilimitados (de un prestamista de último recurso) con los que poner fin a un pánico o corrida bancaria.
Martin Wolf, columnista del Financial Times, sugirió que el colapso del Plan Real es el último clavo del ataúd de los tipos cambiarios fijos, y que los tipos cambiarios flotantes son la única opción. Argumenta que si bien los tipos flotantes imponen costos en términos de volatilidad, esos costos son mucho menores que los de las crisis de divisas y endeudamiento de los últimos años, que surgieron justamente de las monedas fijas. Continúa argumentando que cuando los países abandonan la moneda fija y confían en los tipos cambiarios flotantes, esto plantea el interrogante de si no es hora de pensar en un papel más reducido del FMI, y no investirlo con alguna línea de prestamista de último recurso. Pero, dado los escombros causados a sus frágiles economías -y al comercio, la industria y el desarrollo económico así como el crecimiento en la economía real- tanto de la volatilidad de los tipos flotantes como de los costos del tipo fijo, los países en desarrollo podrían tener en cuenta también la necesidad de repensar sus políticas actuales de "apertura" de sus sectores financieros.
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