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Análisis / Desarrollo


No. 137 - Setiembre 2000

El pensamiento malthusiano no ofrece garantías

por Chakravarthi Raghavan

The Corner House acaba de publicar un documento sobre la teoría elaborada en el siglo XVIII por el clérigo Thomas Malthus, y que aún hoy tiene sus seguidores. La idea central del malthusianismo es que el origen de todos los males está en el exceso de población, ocultando así las verdaderas causas de la pobreza, la desigualdad y la degradación ambiental provocadas por el sistema capitalista.

Una década después de la caída del Muro de Berlín, el fin de la Guerra Fría y el triunfo del capitalismo de mercado, el pensamiento malthusiano es hoy el argumento que se sigue esgrimiendo contra los reclamos de tierras, la emigración en busca de trabajo y las críticas a la liberalización comercial.

La organización no gubernamental (ONG) The Corner House Research and Solidarity Group, de Gran Bretaña, señala en un texto titulado "Pobreza, política y población" que el malthusianismo es utilizado como herramienta para impedir el cambio social y económico, y que se trata de un modo de pensar que oculta las verdaderas causas de la pobreza, la desigualdad y la degradación ambiental.

El documento es un extracto editado de "El factor Malthus: pobreza, política y población en el desarrollo capitalista", de Eric B. Ross, publicado por Zed Books, Londres. Ross es antropólogo y trabaja en el Instituto de Estudios Sociales de La Haya, Holanda.

Thomas Malthus llegó a la conclusión de que siempre habrá personas que no tendrán comida porque la población humana crece en progresión geométrica (se duplica cada 25 años) mientras que la producción de alimentos se incrementa en proporción meramente aritmética. Esta teoría es utilizada aún hoy como explicación de la pobreza y la degradación ambiental. Occidente, e incluso las élites orientales influidas por las ideas occidentales, todavía le temen al peligro de "superpoblación".

"Ningún otro marco ideológico ha servido tan eficazmente como legitimador de los intereses, las teorías y estrategias de desarrollo de Occidente, en particular de la Revolución Verde y ahora de la manipulación genética en la agricultura. Este argumento ha superado con creces a cualquier otra explicación de la pobreza. El malthusianismo oculta sistemáticamente que el mal manejo o desperdicio de los recursos del planeta no se debe a los hábitos reproductivos de las personas sino a las contradicciones y motivos del desarrollo capitalista", sentencian los autores del documento.

La población como madre de todos los males

En su “Ensayo sobre el principio de la población” Malthus sostiene que la presión que ejerce la cantidad de habitantes del planeta es una "ley natural", lo cual hace que la pobreza sea natural e inevitable. Las “pruebas positivas” de enfermedad y desnutrición se presentan como las vías principales a través de las cuales se puede (y se debe) aliviar la presión que sufre el planeta a causa del exceso de habitantes humanos. Las clases dirigentes y el sistema político quedan libres de culpas respecto de la pobreza porque, según Malthus, la causa de la indigencia es la fertilidad y no el desempleo, la falta de tierras o el alto precio de los alimentos. Pero sucede que no es posible influir sobre el factor de la fertilidad, indica el pensador.

Cualquier esfuerzo social y político que se haga para reducir desigualdades o mitigar el sufrimiento sería contraproducente porque provocaría un incremento de la población, lo cual implicaría a su vez un aumento de la presión que pesa sobre los recursos de producción, explica Malthus. Por lo tanto, un sistema de propiedad común, capaz de mantener a poblaciones aún mayores, resultaba una afrenta al orden "natural" de las cosas. El único sistema admisible -si se siguen las tesis Malthusianas- es el capitalismo.

Una de las preocupaciones centrales de Malthus y de los capitalistas, industriales y aristócratas británicos, era la legislación para los pobres. Creada en el siglo XVI, establecía que cada municipio ayudara a sus pobres con el dinero recaudado de los impuestos, pero no por caridad sino como manera de ejercer un control social sobre el gran número de indigentes desplazados por el cercamiento de las tierras comunales y obligados a buscar otros medios de vida. Sin embargo, a fines del siglo XVIII, las leyes que protegían a esta gente constituían una amenaza para los ricos, que no sólo sentían disminuir sus ingresos sino que también veían en esas normas el principal obstáculo para la creación de una reserva de trabajo libre y móvil, como la que requería el capitalismo industrial.

La teoría de Malthus constituyó entonces un argumento clave: la seguridad que brindaba la ayuda mencionada estimulaba a los pobres a reproducirse. Por lo tanto, la causa de la pobreza era la fertilidad. "Lo que ocultó el pensamiento malthusiano fue que la mayoría de los pobres, cuyo número iba en aumento, no habían nacido en esa condición sino que habían llegado a ella. El crecimiento del proletariado y el creciente costo de la ayuda a los indigentes no se debió al incremento de la población per se, sino a la intensa comercialización de la agricultura, junto con el cercamiento de las tierras comunes y con las leyes que obligaban a mantener alto el precio de los cereales", señala el documento.

El malthusianismo, según el cual los pobres no son iguales a los más privilegiados porque carecen de las virtudes morales de la prudencia, capacidad de previsión, autodisciplina y racionalidad que caracterizan a la clase media, encontró un aliado intelectual en la eugenesia, un siglo más tarde.

En la segunda mitad del siglo XIX, la eugenesia dio un paso más al argumentar que los defectos morales de los pobres eran innatos. Su propuesta fue ejercer un control sobre la natalidad, lo cual incluía la posibilidad de esterilización, para evitar que ciertas categorías de discapacidades o enfermedades contaminaran la “cepa nacional” de genes. En poco tiempo, esta teoría empezó a aplicarse a otros problemas sociales.

Uno de los que apoyaba estas ideas era Winston Churchill quien, como Secretario de Interior en 1910, hizo circular por su gabinete un artículo de la Revista de Eugenesia titulado "Los débiles mentales. Un peligro social". Al ponerse de moda la idea de que las enfermedades se debían a factores hereditarios y que muchos problemas sociales eran "médicos" en realidad, ciertas creencias políticas inaceptables pasaron a formar parte del conjunto de síntomas de las enfermedades mentales. Faltó muy poco para que los socialistas quedaran incluidos en la categoría de "personas de intelecto débil".

En Estados Unidos después de la Primera Guerra Mundial surgió la demografía, enmarcada en la eugenesia. Según este nuevo tipo de estudios, la principal causa de superpoblación planetaria era la fertilidad femenina. La mayoría de los verdaderos profesionales del nuevo campo se dedicaron a analizar el tema de la fertilidad, preocupados por "la diferencia de tasa reproductiva entre las clases sociales y las características inherentes de inteligencia, e incluso carácter, que supuestamente están relacionadas".

En 1952, John D. Rockefeller III creó el Consejo de Población, preocupado por las consecuencias que podía tener el crecimiento de la población en los países en desarrollo. Dicho Consejo dio muestras inequívocas de simpatía eugenésica durante la primera década de funcionamiento, cuando financió la creación de la Sociedad Estadounidense de Eugenesia y ofreció apoyo a la publicación Eugenics Quarterly.

Desde entonces, el Consejo de Población tiene un papel clave en las investigaciones teóricas sobre "asuntos de población" y en el desarrollo de técnicas de contracepción. En varios casos, y un ejemplo es el del Norplant, se trató de métodos pensados para integrar programas de control de natalidad patrocinados por Occidente a fin de limitar la fertilidad de las mujeres del mundo en desarrollo. Rara vez su aplicación fue totalmente voluntaria.

Luego del nazismo y del Holocausto, las ideas eugenésicas debieron adoptar un perfil bajo. El principal vehículo para los temores malthusianos pasó a ser el peligro de una catástrofe ambiental. El libro publicado por Fairfield Osborn en 1948, Our plundered planet (Nuestro planeta saqueado), marcó el inicio de esta nueva preocupación que culminó en 1968, cuando el Club Sierra encargó y publicó The population bomb (La bomba demográfica), de Paul Ehrlich, un biólogo de la Universidad de Stanford. En 1978, otro científico eminente declaraba que “habría que redactar la primera ley de ecología social: toda pobreza es causada por el crecimiento continuo de la población”.

El ensayo The tragedy of the commons (La tragedia de los bienes comunes), publicado por Garret Hardin en 1968, postulaba una de las ideas más influyentes entre los nuevos aliados biologistas de Malthus. Si el pueblo puede reproducirse libremente y sus hijos tienen el mismo derecho que todos a los bienes comunes, que son limitados, será imposible evitar que ocurra una tragedia en el planeta, que provocará una destrucción ambiental. Según Hardin, para quien los proyectos de seguridad social y reforma agraria no tenían sentido en los países en desarrollo, sólo la propiedad privada de los recursos esenciales y una distribución desigual del derecho a la reproducción pueden impedir esa fatalidad.

El punto central de The tragedy of the commons era que sólo la propiedad privada servía para proteger el ambiente e impedir la superpoblación. Este argumento es el eje del neoliberalismo contemporáneo.

El control demográfico se integró al planeamiento de seguridad de Estados Unidos. El primer organismo oficial estadounidense basado en ideas neomalthusianas fue el Comité Presidencial para el estudio del Programa de Asistencia Militar. Dirigido por el general William Draper Jr, dicho comité recomendó al gobierno financiar investigaciones demográficas como parte de su planificación de seguridad.

Hacia fines de la década del 60, en parte gracias a los esfuerzos del general Draper y de John Rockefeller III, el control de la población se volvió esencial para las políticas de desarrollo destinadas a eliminar el hambre, la pobreza y los salarios bajos. Desde 1968, el Banco Mundial adoptó el objetivo de enlentecer el crecimiento de la población como eje de sus políticas de desarrollo. La Organización de las Naciones Unidas (ONU) creó en 1967 un Fondo de Población, financiado en su mayoría por Estados Unidos. En 1969, dicho órgano se convirtió en el Fondo para Actividades de Población (FNUAP) y sus publicaciones oficiales adhieren claramente al neomalthusianismo.

El malthusianismo y la Revolución Verde

El malthusianismo sirvió para justificar una de las estrategias de desarrollo más influyentes de Occidente en el período de postguerra -la comercialización de la agricultura del mundo en desarrollo y la "Revolución Verde"- y tuvo un papel central a la hora de reprimir los pedidos de reforma agraria.

En su análisis de la reforma agraria (y su fin) en Filipinas, Guatemala y Vietnam, The Corner House sostiene que el argumento utilizado por Occidente de que el crecimiento demográfico provocó la ocupación de todas las tierras fértiles del Sur fue el que permitió el surgimiento de la Revolución Verde, presentada como la única solución al problema del hambre que describió Malthus.

Esta explicación se saltea el hecho de que los grandes productores suelen subutilizar la tierra donde los campesinos podrían producir sus alimentos. En realidad, la Revolución Verde negó que fuera posible incrementar las cosechas mediante una redistribución de las tierras cultivables y orientó la producción hacia los mercados mundiales en lugar de dirigirla a la satisfacción de las necesidades de subsistencia de cada lugar.

Una de los consecuencias de dicho sistema fue que se redujo la producción local de alimentos del mundo en desarrollo. La agricultura del Sur terminó desarrollándose sólo para exportar y Estados Unidos se convirtió en el principal proveedor de insumos agrícolas y en la mayor fuente de cereales para los países pobres. Así, la Revolución Verde dejó de ser una manera de aumentar la seguridad alimentaria de los pobres y se transformó en un modo de garantizar que se atendieran los intereses económicos de las multinacionales occidentales y estadounidenses.

Siempre hubo alternativas a la Revolución Verde, pero fueron suprimidas. En la década del 60, Gunnar Myrdal sostuvo que el futuro de la agricultura asiática se basaba en una mayor intensividad de producción. Las investigaciones realizadas en 1972 en Bengala Occidental, India, mostraron que un sistema que para Occidente era tradicional e ineficaz, resultaba ecológicamente más racional que la industrialización de Estados Unidos. El ganado indio no competía en absoluto con los seres humanos por el uso de la tierra o la comida. La ración de los animales –paja y cáscara de arroz, y troncos de árbol bananero cortados en trozos- se producía a nivel local y el ganado lo convertía en sustancias que las personas podían utilizar como abono y combustible. En Estados Unidos, donde los fertilizantes son derivados petroquímicos, el excremento animal debe desecharse y se convierte en uno de los principales peligros ambientales. Las pruebas crecientes de que la agricultura de la Revolución Verde es menos eficaz que sus antecesoras hizo que algunos especialistas concluyeran que medir el éxito sólo en base al alto rendimiento de las cosechas es un error. Sin embargo, el malthusianismo está muy lejos de sucumbir.

A medida que se aplican medidas para la apertura y liberalización comercial y financiera, las contradicciones del capitalismo se vuelven más fuertes. El aumento sin precedentes del flujo de capitales fue de la mano de un importante incremento de la inestabilidad de la economía capitalista mundial, así como del crecimiento de las desigualdades entre el Sur y el Norte, y de buena parte de los movimientos de resistencia.

La nueva retórica del “desarrollo sustentable” y la “globalización” no alcanza para ocultar que el nuevo régimen económico exacerba, y no resuelve, los problemas sociales y ambientales del Sur, a la vez que acelera la polarización económica e ideológica. Y el pensamiento malthusiano postula la desigualdad, además de justificar, defender y ampliar los derechos de propiedad privada.

Virginia Abernathy, ex editora del Population and Environmental Journal, hace poco resucitó la “tragedia de los bienes comunes” de Garrett Hardin al sostener que la desigualdad en la distribución de la riqueza es esencial para conservar los escasos recursos que tenemos y legitimar la propiedad. Abernathy y otros neomalthusianos intentan asegurarse de que las políticas ambientales se centren en la destrucción que provoca la superpoblación en los países en desarrollo.

Uno de los corolarios de esta teoría malthusiana es que la inmigración también es una forma de redistribución y, como tal, impide que los pobres del Sur entiendan que los recursos son limitados. Por eso, Abernathy es contraria a las “grandes transferencias de tecnología y fondos al mundo en desarrollo”, ya que estos podrían mejorar los salarios y estimular la fertilidad, igual que la legislación para pobres de hace un siglo y medio.

Una de las opiniones más extendidas entre los pensadores del Norte es que los conflictos regionales se deben sobre todo a crisis ambientales. El malthusianismo tiene un papel importante en esta idea, ya que se supone que las guerras se deben a escasez de recursos y no al neocolonialismo o al neoliberalismo. De este modo, las intervenciones de Occidente parecen más benignas.

Incluso el recalentamiento planetario, consecuencia de la quema de combustibles fósiles durante un siglo y medio de capitalismo industrial, se convirtió en un argumento a favor del control de la natalidad en el mundo en desarrollo. El Consejo de Población (en cuya junta se encuentra el presidente del Banco Mundial, James Wolfensohn) también intenta hacer del cambio climático un asunto centrado en el crecimiento futuro de la población del Sur.

Así, es en clave ambientalista que se expresan el malthusianismo y la mayoría de los temores respecto de la inmigración, sin tener en cuenta las verdaderas causas del movimiento internacional de personas y sin siquiera contemplar la presión que ejerce la globalización en el Sur, cuyos recursos deben estar al servicio del Norte.

El movimiento campesino actual, sin precedentes, no se debe a un exceso de reproducción sino, en buena medida, a que los intereses del desarrollo agrícola comercial los volvió obsoletos. Los recursos de producción son desarrollados por compañías multinacionales para uso y beneficio de las naciones industrializadas. Los países en desarrollo se convierten así en reservas de mano de obra.

Es ilusorio tener esperanzas en una economía de este tipo o pensar que es muy segura. Sólo si cambia todo el sistema y se logra una sociedad donde los recursos se distribuyan de forma más equitativa se podrá superar la política malthusiana de población y considerar los derechos y necesidades de reproducción humana.




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