No. 81 - Julio 1998

La minería es una actividad económica ancestral que siempre ha tenido impactos sociales y ecológicos, pero la que actualmente causa estragos en varios países del Sur es a gran escala y se retrotrae a la época de la expansión europea. Los países del Sur abastecían a las potencias coloniales de los valiosos minerales y el combustible necesarios para el crecimiento económico y el dominio de Occidente.

La minería es una actividad económica ancestral que siempre ha tenido impactos sociales y ecológicos, pero la que actualmente causa estragos en varios países del Sur es a gran escala y se retrotrae a la época de la expansión europea. Los países del Sur abastecían a las potencias coloniales de los valiosos minerales y el combustible necesarios para el crecimiento económico y el dominio de Occidente.

En la típica economía colonial, países enteros dependían del precio mundial de uno o dos minerales. Esta dependencia económica comprometió posteriormente la independencia política de varios países, y en los años 60 y 70 gran parte de los esfuerzos del Movimiento de los No Alineados y el Grupo de los 77 estuvieron dirigidos -infructuosamente- a romper esa dependencia.

La minería continúa siendo un componente económico clave de varios países del Sur, y en algunos casos es su actividad económica básica. A esto se suma el renovado ímpetu que le han dado los Programas de Ajuste Estructural del FMI y las políticas del Banco Mundial para esos países, así como los intentos de la Organización Mundial de Comercio (OMC) de abrir el Sur a las empresas transnacionales. Por su parte, numerosos gobiernos del Sur, en su afán por conseguir ingresos, han aceptado la agenda de globalización de la OMC desmantelando para ello los controles estatales, lo que provocó un aumento de la minería, especialmente en África. El auge de esta actividad ha ido acompañado de una enorme devastación social y ambiental que ha implicado la destrucción de aldeas y comunidades y el consiguiente desplazamiento y marginación de pueblos enteros. Pero es esperanzador que en todo el mundo los afectados por estas actividades hayan comenzado a protestar y resistir. Organizaciones populares, grupos de agricultores, sindicatos, grupos religiosos y activistas sociales se han movilizado en defensa de sus hogares y su medio ambiente.

Una nueva dimensión en esta lucha ha sido el esfuerzo por "globalizarla", reuniendo activistas de distintas partes del mundo para compartir experiencias e información, comparar estrategias y crear redes de solidaridad.