No. 82 - Agosto 1998
Doñana y las "islas ecológicas"
Parques naturales, ¿paraísos perdidos?
por
Santiago Vilanova
La catástrofe del Parque Nacional de Doñana, en Andalucía, España, y la crisis de financiación que amenaza la mayoría de parques naturales ha puesto en estado de alerta el concepto de protección de la naturaleza a través de la creación de "islas ecológicas". Lo que a principios de siglo fue una buena estrategia para proteger y valorar los recursos paisajísticos y la flora y fauna de un determinado territorio, a las puertas del tercer milenio corre el riesgo de convertirse en una gestión administrativa fracasada.
Alrededor de las áreas protegidas han proliferado instalaciones industriales, urbanizaciones y actividades económicas contradictorias con la filosofía que instauró estos espacios. Por otra parte, el turismo de masas está provocando una carga excesiva sobre unos territorios cuyos recursos se destruyen más aceleradamente que su capacidad de regeneración.
Esta es una problemática general que conllevará una urgente redefinición y una nueva estrategia. Si no cambia el enfoque global de la conservación los parques naturales, especialmente los situados en zonas sensibles al cambio climático, están destinados a convertirse en paraísos perdidos.
Doñana como ejemplo
La rotura de una presa que embalsaba cinco millones de metros cúbicos de lodos tóxicos y de agua ácida con metales pesados procedentes de la explotación minera situada en Aznalcóllar (Sevilla), propiedad de la empresa sueco-canadiense Bolinden-Apirsa, generó una catástrofe ecológica impresionante: más de 4.000 hectáreas de terreno agrícola y de pastos de los alrededores del parque de Doñana resultaron contaminados y la toxicidad podría llegar con el tiempo a los acuíferos que abastecen el parque. Plomo, zinc, cobre, hierro, manganeso, mercurio, cadmio, talio, e incluso arsénico (en forma de arseniato férrico), entrarán en la cadena trófica en un área donde miles de aves migratorias la han convertido en su hábitat predilecto. La balsa se empleaba para almacenar los residuos procedentes de las labores de tratamiento de la pirita extraída en las minas.
Los hechos ocurridos en la madrugada del sábado 25 de abril de 1998, que sorprendieron dormidos a todos los gestores del parque y a quienes debían decretar medidas urgentes para frenar el avance de la polución química, han conmocionado a toda la opinión pública internacional y han tirado por los suelos la política conservacionista española de las últimas décadas.
Los grupos ecologistas hablaron de imprudencia temeraria, ya que se habían denunciado filtraciones en la presa. Pero las denuncias fueron archivadas. La empresa respondió diciendo que se produjo un movimiento sísmico debajo del dique de contención. El contencioso aún no se ha resuelto.
Una expedición de la organización ambientalista internacional Greenpeace efectuada durante los días posteriores al accidente concluyó: "Una parte muy importante del parque que rodea, a modo de colchón protector, la zona de acceso y uso más restringido de este espacio natural, ha quedado absolutamente devastada, junto a una extensión muy notable de tierras de cultivo. La vida ha desaparecido del río Guadiamar, y hemos podido detectar la importante agresión que ha sufrido el curso bajo del Guadalquivir, en la zona próxima a la desembocadura. Decenas de miles de peces han muerto ya, y centenares de nidos, huevos y pollos se han visto afectados. Las aguas subterráneas y los pozos de toda la zona se encuentran envenenados. El impacto que tendrá la catástrofe sobre la flora y la fauna del parque no se sabrá hasta dentro de meses e incluso de años. Lo peor está por llegar". (Xavier Pastor, "Doñana: aprenderemos ahora alguna lección?", Greenpeace, N° 46, 1998).
Todo parece indicar que quienes archivaron las denuncias, las administraciones central y andaluza, lo hicieron presionados por la influencia que el grupo sueco-canadiense, bien relacionado con las monarquías española y sueca (la última visita a la mina la realizó el rey Gustavo de Suecia en junio de 1992), tiene sobre las autoridades industriales y energéticas españolas.
El Parque Nacional de Doñana es uno de los parques más emblemáticos del continente europeo y ha sido apadrinado por las monarquías británica, española y sueca, y por las más importantes organizaciones internacionales de conservación de la naturaleza: la UICN (Unión Mundial para la Conservación de la Naturaleza), creada en 1948 en Fontainebleau, y la WWF (Fondo Mundial para la Vida Salvaje), constituida junto al lago Leman en 1961.
La vinculación de la realeza con Doñana data del siglo XIII, cuando Alfonso X el Sabio cazaba en la zona e hizo una referencia escrita de su paisaje en sus famosas "Crónicas". Felipe IV viajó a este territorio en 1624 y Alfonso XIII organizó cacerías en 1909. Finalmente el dictador Francisco Franco creó el Parque Nacional por decreto en 1969.
La enorme publicidad que ha tenido este espacio natural, y los fondos que ha recibido de la Unión Europea, han atraído a los especuladores inmobiliarios que, junto al uso de agrotóxicos por parte de los agricultores y las explotaciones mineras, se han convertido en los enemigos del parque. Los estudios del profesor Manuel Castells para planificar el desarrollo sostenible alrededor del espacio natural fracasaron estrepitosamente por la presión de industriales, terratenientes y sociedades turísticas dispuestas a explotar sin límites este paraíso de las aves migratorias y una de las zonas húmedas más extraordinarias del planeta.
Las 50.000 hectáreas protegidas siguen amenazadas por el consumo de agua de las urbanizaciones que han surgido alrededor del parque, el uso de pesticidas que se hace en los arrozales y envenenan a docenas de aves cada año, la ganadería, que destruye los pastos que necesitan los ciervos, los gansos, los jabalíes y los ánsares. La caza y la pesca furtiva son otras de las actividades del hombre que perjudican el equilibrio del parque más importante de Europa, declarado Patrimonio de la Humanidad por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), reserva de la biosfera y una de las zonas húmedas incluida en el Convenio de Ramsar.
En Doñana pasan habitualmente los inviernos 170.000 cercetas comunes, 120.000 silbones, 80.000 gansos, 40.000 fochas y otras tantas gaviotas, 20.000 ánades rabudos, y así hasta un millón de aves. Cuando vuelan los flamencos, que también se cuentan por miles, el cielo se llena de nubes rosas.
De un centenar de parejas de águila imperial que quedan en España, quince viven en Doñana. Los escasísimos linces, apenas medio centenar, son otra de las prioridades de los conservadores del parque. Toda esta singular riqueza puede perderse si la polución química provocada por la rotura de la presa pasa al ciclo biológico.
El caso de Doñana, como los incendios ocurridos en las selvas tropicales durante 1998, la degradación de los parques naturales en los países del Este o la compra de espacios naturales en Chile, Costa Rica, Perú y Brasil, cuestionan los derechos al medio ambiente aprobados en la Conferencia de Estocolmo de 1972 y la filosofía de la conservación iniciada en 1872 con la creación del Parque de Yellowstone.
De Yellowstone a Chernobil
Los templos naturales y los bosques sagrados -Pausanias nos habla por primera vez de uno de ellos junto al templo de Apolo en Atenas- y las reservas de caza, son los antepasados de los parques naturales.
Pero la verdadera historia de los parques naturales no tiene más de un siglo. La noche del 19 de septiembre de 1870, dos pioneros americanos, miembros de la expedición Washburu, se hallaban junto a un fuego de campo en un lugar llamado Madison, después de una visita de varias semanas a un paisaje volcánico alrededor del lago Yellowstone. Allí decidieron hacer campaña para obtener del Congreso la promulgación de una ley federal que permitiera asegurar la supervivencia de centenares de miles de hectáreas de paisajes vírgenes. El 1 de marzo de 1872 se creaba el parque nacional de Yellowstone, una superficie de 880.000 hectáreas, en el estado de Wyoming. En 1890 se le añadían dos nuevos parques: el Yosemite National Park y el Sequoia National Park.
En Europa, únicamente los británicos se harían eco de las iniciativas conservacionistas norteamericanas fundando en 1895 el National Trust, encargado de adquirir, por la vía de donaciones, territorios destinados a reservas naturales privadas.
Tras las iniciativas europeas fueron los canadienses quienes establecieron tres parques en las montañas rocosas del oeste: el Waterton Lakes National Park (1885), el Glacier National Park (1886) y el Bauff National Park (1887). Siguieron actuaciones parecidas en Australia, Nueva Zelanda y, finalmente, en África del Sur (la Sabie Game Reserve que años más tarde se convirtió en el célebre Krüger National Park) e India (la reserva de Assamkaziranga). Es a finales del siglo XIX que en Francia se protegen los bosques de Fontainebleau, por una acción de los pintores naturalistas de la escuela de Barbizon.
A principios del siglo XX, hasta la Primera Guerra Mundial, se producen tres importantes evoluciones. Las iniciativas privadas, a pesar de su modestia, se multiplican por imitación del National Trust. En Holanda se funda la Verenging Tot Behud Van Natuurmonumenten y en Alemania se organiza la Verein Naturschutzpark. En Francia es la Ligue française pour la protection des oiseaux que empieza a decretar reservas para las aves migratorias.
La segunda evolución ocurre en Europa. Se trata de actuaciones públicas de gran tamaño, especialmente en Suecia, que en 1909 delimita los ocho primeros parques nacionales de Europa. En Suiza crea también el parque de Engadine, de 16.000 hectáreas. La tercera evolución, la más notable, tiene lugar en los países pioneros. Se delimitan una decena de grandes parques en Estados Unidos, Canadá, Australia y Nueva Zelanda. También en la Unión Soviética, tras la Revolución de Octubre, se definen las primeras grandes reservas naturales; la de Illmen se dedica en 1920 a Lenin.
En 1916 los norteamericanos fundan el United States Park Service, en el Ministerio del Interior. Por aquella fecha el Sierra Club de California, constituido en 1892 por John Muir y con el apoyo de los naturalistas Henry David Thoreau y John Burroughs, se consolidaba como la más importante asociación conservacionista del planeta.
En el período de entreguerras, varias potencias coloniales europeas, cuyo territorio estaba ya muy industrializado y urbanizado, se orientaban hacia la declaración de reservas naturales de una parte de los territorios ocupados. Bélgica crea en el Congo el Parque Nacional Albert. Esta iniciativa nació de la visita que en 1919 hizo el rey Alberto de Bélgica a Yellowstone. Italia establece parques naturales en Somalia, Francia en Madagascar y en Indochina, Holanda en Java.
Los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial los parques toman nombres diferentes en cada país. En Estados Unidos se llaman "recreation areas", en Alemania "naturparks", en Francia son apodados "parques regionales", mientras que en Gran Bretaña reciben el nombre de "national parks".
Sin embargo, ¿por qué fue en Wyoming, en el oeste americano, y no en Europa, que se impuso la idea del primer parque nacional? En Europa, la revolución industrial fue relativamente larga y tuvo un contexto histórico y jurídico que separó el hombre de la naturaleza. Sin embargo en Estados Unidos la conquista del Oeste fue rápida y brutal, facilitando el contacto del hombre con los inmensos paisajes de los indios que terminaron por impresionarle y que acabó protegiendo. (Claude Lachaux, Les Parcs Nationaux. Paris, Presses Universitaires de France, 1980).
Los parques evolucionaron a medida que avanzaba el proceso de urbanización e industrialización hacía una demanda colectiva de espacios verdes. El Estado se veía obligado a satisfacer las ansias de naturaleza de millones de trabajadores y habitantes de las grandes ciudades y zonas industriales contaminadas. El incremento de la población y del turismo moderno aceleró el proceso, que acabaría incluso con gestiones internacionales compartidas de los grandes parques en los Alpes o en los Pirineos.
Pero a medida que se incrementaba el espacio protegido también surgían nuevos y grandes problemas derivados de la polución industrial. La falta de protección de las zonas del preparque, la eliminación de los corredores biológicos entre las reservas y la contaminación por el aire, la lluvia y los ríos empezó a desequilibrar las medidas protectoras.
Contaminantes orgánicos persistentes como el DDT, los PCB y las dioxinas no respetaban fronteras y se introducían en las reservas procedentes de actividades industriales situadas a centenares de millas de los parques. La lluvia radioactiva del accidente nuclear de Chernobil ocurrido el 25 de abril de 1986, llegó hasta los lagos y los parques alpinos de Italia y Suiza.
Por otra parte las aglomeraciones de visitantes y turistas comenzaron a traer serios problemas a las administraciones públicas. En el verano de 1988, vastos e imponentes incendios afectaron el altiplano de Yellowstone. Las llamas cruzaron un millón de hectáreas del parque. Era un primer aviso que no tardó en repetirse en otras reservas del planeta.
Ya sea por los efectos climatológicos del Niño o la acción decidida de las grandes compañías madereras y los intereses ganaderos, lo cierto es que a lo largo de este año los incendios afectaron áreas naturales de México, Honduras y Guatemala. En México quemaron 4.000 kilómetros cuadrados, en Brasil las llamas arrasaron 52.000 kilómetros cuadrados de selva, en África Central el fuego asoló los mejores bosques de Kenia, Tanzania (alrededores del mítico Kilimanjaro), Ruanda y Congo. Los 20.000 kilómetros cuadrados quemados en Indonesia sumergieron durante meses a varios países en una neblina tóxica.
Un siglo después de la creación del Parque de Yellowstone el destino de los parques nacionales ha empezado seriamente a peligrar. Por un lado, la población mundial no ha cesado de aumentar y duplicarse cada 35 años. En 1960 éramos 3.000 millones de seres humanos en el planeta. A finales de siglo somos ya 6.000 millones. Las reservas naturales y los parques han ido aumentando. Existen más de 1.500 catalogados en todo el mundo. Sin embargo las dificultades económicas para protegerlos son cada día mayores y más dramáticas.
A la polución exterior, tal como hemos señalado, y a la sobresaturación de visitantes hay que añadir ahora un nuevo y reciente fenómeno: su uso mercantil y su entrada en el mercado financiero.
Ecoturismo para ricos
La estrategia global de cambiar deuda por naturaleza, auspiciada por el Banco Mundial y el FMI, para los países pobres, oculta nuevos intereses coloniales. Proyectos ambientales, con tecnología y equipamientos procedentes de los países que concedieron préstamos para el desarrollo, son en realidad inversiones multinacionales destinadas a adquirir tierras de gran valor biológico. Los proyectos de la Agencia Española de Cooperación Internacional (AECI) llamados Araucaria (nombre de conífera andina) inciden en áreas de gran importancia natural: desde los desiertos mexicanos a las humedades de los Andes, pasando por las selvas amazónicas de Perú, donde se encuentra la mayor diversidad del planeta.
Detrás de esta sofisticada devolución de deuda externa hay una nueva forma de comercio: una manera de acceder a los recursos genéticos de las zonas (cosa que no pueden realizar directamente las multinacionales farmacéuticas vigiladas por las ONG) y una manera de introducir a los nuevos sectores ecoturísticos. Hay en todo ello un lavado de imagen de empresas que durante la última mitad del siglo se han enriquecido con la contaminación del planeta y la explotación de sus recursos fósiles.
La naturaleza se convierte así en una "redención" de los grandes magnates. Un ejemplos significativo es el de Sylvester Stallone, que ha adquirido tierras vírgenes en los alrededores de Manaus, entre el Río Negro, el río Solimoes y el gran Amazonas, para llevar a cabo urbanizaciones de lujo destinadas a los multimillonarios. Sus clientes son príncipes, jefes de Estado, directores y ejecutivos de multinacionales, deportistas famosos y artistas. La inversión de 40 millones de dólares es auspiciada por los principales organismos internacionales de protección de la naturaleza.
El ecoturismo ecológico representa actualmente un volumen de negocio de 260 millones de dólares y su expansión de cara al siglo XXI será especular. Brasil, que posee los paisajes y ecosistemas más extraordinarios del planeta, sólo alcanza los 70 millones de dólares de negocios en este terreno, mientras que Costa Rica supera ya los 600 millones de dólares.
El magnate Bill Gates ha visto también en este sector una forma de blanquear sus beneficios en el ciberespacio y ya se ha comprometido en participar en proyectos en el Amazonas. El hotel Ariaú Amazon Towers, en el archipiélago de Anavilhanas, entre el Río Negro y el Solimoes, ha sido inaugurado por Bill Gates. Dos de sus primeros clientes fueron Julia Roberts y el canciller alemán, Helmut Kohl.
Sin dejar este terreno conviene hablar también de dos multimillonarios norteamericanos que se han convertido en propietarios de parques naturales. Douglas Tompkins, fundador de la marca de ropa Esprit, ha adquirido 300.000 hectáreas de bosques chilenos. Sus terrenos se extienden desde la frontera hasta el océano Pacífico, dividiendo el país en dos partes: el Chile central antropizado, y el mítico sur, con sus volcanes nevados, lagos azules y grandes bosques. Tompkins promueve fundaciones ambientales relacionadas con la Deep Ecology (Ecología Profunda), que invierten cerca de ocho millones de dólares anuales en proyectos ambientales directa o indirectamente vinculados al ecoturismo.
El "ecoempresario" Tompkins comenzó adquiriendo terrenos en la provincia de Palena, frente a la isla de Chiloé, en la región de los Lagos, con la idea de crear un parque ecológico. Desde 1991, ha gastado más de tres millones de dólares comprando terrenos colindantes en Palena. En esta área se halla el alerzal más grande de Chile, con ejemplares de hasta 4.000 años de antigüedad, y especies nativas únicas como tepa, mañío, lenga, coigüe y tepual.
Otro rico maderero de Seattle, David Syre, ha adquirido 257.000 hectáreas en la isla de Tierra de Fuego -una quinta parte de su superficie total- con ideas "proteccionistas". Paralelamente la Forestal Trillium, la empresa de Syre, una de las cien primeras compañías del estado de Washington, ha presentado el mayor plan de explotación forestal que se haya realizado jamás en Chile y Argentina: Río Cóndor y Lenga Patagónica.
La Baja California es otro espacio natural virgen que espera ser explotado por los pioneros del ecoturismo. En esta desértica región de incomparable belleza están ya invirtiendo poderosos grupos norteamericanos que construyen hoteles y residencias bioclimáticas para ejecutivos sobresaturados que desean un período de vacaciones aislados del mundanal ruido. Entre los promotores se halla el ecologista canadiense Paul Cote, que junto a Jim Bohlen, Irving Stone y el periodista Robert Hunter, disidentes del Sierra Club californiano, fundaron el Comité No Hagáis Olas, que en 1971 se convirtió en Greenpeace. (Robert Hunter, Greenpeace. París, Robert Laffont, 1983).
Grandes potentados han invertido en las últimas décadas en espacios naturales. Se trata, por ejemplo, del fallecido Jimy Goldsmith, que se enriqueció en la bolsa e invirtió en la prensa inglesa y en multinacionales del sector de la alimentación. Goldsmith adquirió la Chamela-Cuixmala Ecological Reserve en México. Otro caso es el de Lord Jacob Rothschild, que ha propuesto financiar el Parque Nacional de Bitrinta, en Albania, situado frente a su residencia de Corfú, con el apoyo de la WWF, o del príncipe Sadruddin Aga Khan, promotor de Alp Action (Corporate Environmental Partnership), que promueve el turismo sostenible en los Alpes suizos.
Nos hallamos ante una situación paradójica. A medida que fallan los esfuerzos públicos para gestionar y controlar los grandes espacios naturales del planeta, y que peligran los más sensibles a causa de la presión industrial y demográfica, aparecen nuevos mecenas y líderes de la inversión ambiental. El trueque, deuda por naturaleza, es su coartada.
Frenar la vorágine
El sector turístico moverá en todo el mundo dos billones de dólares en el año 2020. El Consejo Mundial del Turismo -un lobby formado por las principales cadenas hoteleras, empresas de catering y compañías aéreas- ha estimado que el sector aporta el 11 por ciento del PIB mundial (3,6 billones de dólares) y emplea de forma directa e indirecta a 230 millones de personas, y podría crear 100 millones de puestos de trabajo más en el 2010.
La industria turística será una de las que crecerá más y con mayor potencial en el siglo XXI, junto con el sector de las telecomunicaciones, las tecnologías de la información y la protección del medio ambiente. Junto a las áreas de negocio turístico -aventuras, cruceros, cultura, parques temáticos, "sol y playa"- crecerá el ecoturismo y la visita a reservas naturales cada vez más alejadas de la civilización: Himalaya, atolones del Pacífico, selva amazónica, Patagonia y la Antártida, que aparecen como la próxima frontera del turismo. En 1997 visitaron el inmaculado continente de hielo unos 10.000 turistas.
La Organización Mundial del Turismo habla de crecimiento espectacular del número de turistas. Sin embargo, los tecnócratas del sector -como en su día lo fueron los desarrollistas de la industria energética, minera y forestal- no parecen tener límites, ni se preguntan por el impacto ambiental que conllevará en las zonas más frágiles del planeta.
La Comisión Mundial para el Desarrollo Sostenible y el Consejo de la Tierra, organismos creados en la Conferencia de Río para encarrilar el desarrollo de forma razonable y equilibrada, están desbordados ante semejante vorágine que puede acabar con la mayoría de parques naturales creados a lo largo del siglo XX.
¿Cómo detener la masificación y la perversidad de esta nueva industria? Parece evidente que la única alternativa pasa por la educación de amplias zonas de la población a través de los medios de comunicación y en organizar las vacaciones de forma escalonada a lo largo del año. Difícilmente los decretos y las legislaciones resolverán el tema si los tour operators y el Consejo Mundial del Turismo se siguen sometiendo al mercado global y al ultraliberalismo.
Las administraciones públicas aún están a tiempo de ejercer un arbitraje drástico para impedir esta diabólica dinámica. Se trata de no plegarse al dictado de las mafias turísticas y replantear una ordenación de territorios con parámetros de sostenibilidad y que contemplen una política conservacionista global; que protejan no únicamente los espacios naturales de gran valor botánico o cinegético, sino los corredores biológicos que los interconectan; las cuencas fluviales; los lagos; las altas montañas de donde brotan los manantiales puros y el litoral marítimo.
La verdadera protección del medio ambiente empezará el día en que todos los hombres y mujeres entiendan que somos dependientes de las más humildes formas de vida, que nos invada una saludable humildad y un saludable amor por la naturaleza viviente. La ética ecológica que falta a la economía mundial es la única alternativa que nos queda para evitar que los grandes paisajes se conviertan en postales virtuales de nuestro pasado.
Santiago Vilanova es consultor ambiental
E-mail: geacon@bcn.servicom.es
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