No. 83 - Setiembre 1998
Alimentos manipulados genéticamente
Los peligros de los cultivos
por
Jeremy Rifkin
Las compañías dedicadas a las ciencias de la vida planean introducir al ambiente en la próxima década cientos de cultivos manipulados genéticamente. Los críticos tienen razones para estar preocupados por los peligros que eso acarrearía.
Si bien el siglo XX estuvo signado en gran medida por los espectaculares avances en los campos de la física y la química, el siglo XXI será de las ciencias biológicas. Los científicos de todo el mundo están descifrando rápidamente el código genético de la vida, desentrañando el misterio de millones de años de evolución biológica en la Tierra. Las compañías de las ciencias de la vida, a su vez, están empezando a explotar los nuevos avances en biología de diversas formas, trazando el marco económico para el próximo siglo de la biotecnología.
Los genes son la materia prima de la nueva era económica y ya están siendo utilizados en diversos campos comerciales -como energía, medicación, materiales para la construcción y envasado, productos farmacéuticos y alimentos y bebidas- para adaptarse a un mundo bioindustrial. Pero seguramente es la agricultura el rubro en el que el nuevo comercio genético tendrá mayor impacto.
Las compañías de las ciencias de la vida, como Monsanto, prometen un renacimiento biológico para el próximo siglo biotecnológico. Por otro lado, los críticos temen que la nueva generación de cultivos alimenticios transgénicos del planeta, concebidos en el laboratorio, puedan conducirnos a un futuro muy diferente: la propagación de contaminación genética y mayores riesgos para la salud humana.
A lo largo de la historia, los seres humanos hemos transformado la Tierra. No obstante, hasta hace poco la capacidad de crear nuestro propio segundo Génesis estuvo restringida por las limitaciones impuestas por las fronteras entre las distintas especies. Nos hemos visto forzados a trabajar de manera estrecha, cruzando continuamente parientes cercanos de los reinos animal o vegetal para crear nuevas variedades, cepas y razas.
Pero las nuevas tecnologías de la Era Genética permiten a los científicos manipular el mundo de la naturaleza al nivel más básico: el genético. Ahora es posible tomar genes de especies sin relación alguna entre sí y crear formas de vida totalmente nuevas que jamás habían existido antes. Por ejemplo, los científicos tomaron de una luciérnaga el gen que emite luz y lo insertaron en el código genético de una planta de tabaco. La planta madura brilla las 24 horas del día. Otros investigadores introdujeron un gen de un pez que evita el congelamiento, en el código genético de una planta de tomate para protegerla de las heladas.
Cientos de plantas transgénicas
En los próximos 10 años, las compañías de las ciencias de la vida planean introducir cientos de plantas transgénicas concebidas en el laboratorio en millones de hectáreas de tierras de cultivo de todo el mundo. Los ecologistas advierten que los riesgos de liberar estos cultivos alimenticios genéticamente manipulados en la biosfera son similares a los que se enfrentan cuando se introduce un organismo exótico al hábitat de un país. Si bien muchas de esas criaturas luego se adaptan al ecosistema sin alteraciones graves, un pequeño porcentaje causan estragos en la flora y fauna de continentes enteros. Tal es el caso de la grafiosis del olmo, el chancro del castaño, los estorninos pintos y la mosca mediterránea de la fruta, en Estados Unidos.
Siempre que se libera un organismo manipulado genéticamente existe una pequeña posibilidad de que se descontrole, ya que, al igual que las especies no indígenas, ha sido artificialmente introducido en un ambiente complejo que ha desarrollado una red de relaciones altamente integradas a lo largo de prolongados periodos de evolución.
Los ecologistas temen los efectos de traspasar los límites naturales de las especies introduciendo genes a los cultivos alimenticios de especies vegetales y animales sin ningún parentesco. El hecho es que no hay antecedentes en la historia para este tipo de experimentación. Tomemos como ejemplo los planes ambiciosos de manipular genéticamente ciertas plantas para utilizarlas como fábricas farmacéuticas para la producción de productos químicos y fármacos. Los animales que se alimentan de forraje, los pájaros que comen semillas y los insectos del suelo estarán expuestos por primera vez a una variedad de drogas, vacunas, enzimas industriales, plásticos y cientos de otras sustancias extrañas manipuladas genéticamente, con consecuencias imprevisibles. La idea de que gran cantidad de especies consuman plantas y detritos de plantas conteniendo una amplia gama de productos a los cuales normalmente no hubieran estado expuestas, es una perspectiva inquietante.
Plantas tolerantes a los herbicidas
Gran parte del esfuerzo actual de la biotecnología agrícola está centrada en la creación de plantas tolerantes a los herbicidas. Para aumentar su creciente cuota mundial del mercado de herbicidas, compañías como Monsanto y Novartis han creado cultivos transgénicos tolerantes a sus propios herbicidas. Las nuevas semillas patentadas por Monsanto, por ejemplo, son resistentes a su propio herbicida químico Roundup, de gran venta.
Las compañías de este rubro esperan convencer a los agricultores de que los nuevos cultivos tolerantes a los herbicidas permitirán una erradicación más eficiente de la maleza, pues podrán rociar las plantas con el herbicida sin temor a estropearlas. Los críticos advierten que esto seguramente provocará un círculo vicioso en la medida que lleva a aumentar la cantidad de herbicidas utilizados para controlar la maleza lo que, a su vez, aumenta la posibilidad de que la maleza desarrolle resistencia, obligando a un uso cada vez mayor de herbicidas para controlar las cepas cada vez más resistentes.
También se están introduciendo por primera vez cultivos transgénicos resistentes a las plagas. Las compañías de las ciencias de la vida están comercializando cultivos transgénicos cuyas células producen insecticida. Varios cultivos, entre ellos el "maíz maximiser" resistente a las plagas, de Ciba Geigy, y el tabaco de Rohm y Haas, también resistente a las plagas, ya están a la venta en los comercios. Cada vez hay más evidencia científica que indica la posibilidad de que se creen "superbacterias" resistentes a los efectos de los nuevos cultivos genéticos productores de plaguicida.
La nueva generación de cultivos transgénicos resistentes a los virus plantea la misma peligrosa posibilidad de crear virus nuevos hasta ahora inexistentes en la naturaleza. Dentro del mundo científico se baraja la posibilidad de que los genes de la proteína de cubierta puedan recombinarse con genes de virus afines, que de esa manera logran ingresar naturalmente a la planta transgénica creando un virus recombinante con características nuevas.
Un número creciente de ecologistas advierten sobre el peligro de lo que denominan "corriente de genes", la transferencia de genes transgénicos de los cultivos a malezas parientes a través de la polinización cruzada. Los investigadores temen que pueda ocurrir un escape de genes transgénicos con tolerancia a un herbicida, o resistencia viral o a plagas, por ejemplo, los que a través de la polinización cruzada se inserten luego en los genomas de malezas parientes, creando malezas resistentes a herbicidas, plagas y virus.
Los genes "móviles"
El temor por la posibilidad de que los genes transgénicos pasen a variedades silvestres parientes se incrementó en 1996, cuando un equipo de investigación patrocinado por el Departamento Ambiental de Ciencia y Tecnología de Dinamarca observó la transferencia de un transgén de un cultivo transgénico al genoma de una variedad silvestre pariente, algo que los críticos de los experimentos con liberación deliberada han advertido durante años y que las compañías de la biotecnología han ignorado considerándola una posibilidad remota o inexistente.
La industria de los seguros calladamente hizo saber varios años atrás que no aseguraría la liberación al ambiente de organismos manipulados genéticamente contra la posibilidad de daño ambiental catastrófico a "largo plazo" porque la industria carece de una ciencia de evaluación del riesgo -ecología predictiva- con la cual juzgar el riesgo de determinada introducción. En suma, la industria de los seguros entiende claramente las consecuencias kafkianas de un régimen estatal que aduce regular una tecnología sin tener conocimientos científicos claros de cómo interactúan los organismos modificados genéticamente una vez introducidos en el ambiente.
¿Quién, pues, será responsable de las pérdidas si la introducción de una planta transgénica desencadena la contaminación genética de una superficie extensa durante un periodo indefinido? ¿Las compañías biotecnológicas? ¿El gobierno?
La introducción de organismos nuevos manipulados genéticamente también plantea una serie de temas serios vinculados a la salud humana que todavía deben ser resueltos. Los profesionales de la salud y las organizaciones de consumidores están sumamente preocupados por los posibles efectos alergénicos de los alimentos manipulados genéticamente.
Contra las etiquetas
La Administración de Alimentos y Fármacos (FDA) de Estados Unidos anunció en 1992 que no se exigiría un etiquetado especial para los alimentos manipulados genéticamente, desencadenando la protesta de numerosos profesionales de la alimentación, entre ellos varios de los principales jefes de cocina y comerciantes del país.
Con promedios de reacciones alérgicas a los alimentos de consumo común que van de dos por ciento en los adultos a ocho por ciento en los niños, los consumidores argumentan que todos los alimentos que contienen genes manipulados deben ser debidamente etiquetados para que los consumidores puedan evitar riesgos a la salud. Su preocupación arreció en 1996, cuando la revista The New England Journal of Medicine publicó un estudio que demostraba que un tipo de soja manipulada genéticamente que contenía un gen de una nuez de Brasil podía crear una reacción alérgica en gente que era alérgica a las nueces. El resultado de la prueba no fue una buena noticia para la compañía Pioneer Hi-Bred International, con sede en Iowa, que esperaba comercializar la nueva soja manipulada genéticamente.
Si bien la FDA dijo que etiquetaría todos los alimentos manipulados genéticamente que contuvieran genes de organismos alergénicos comunes, la agencia se cuidó de exigir un etiquetado general, lo que llevó a los editores de The New England Journal of Medicine a preguntar qué protección tendrían los consumidores contra los genes de organismos que nunca antes habían formado parte de la dieta humana y podrían ser posibles alergenos. Ante la aparente despreocupación del organismo por la salud humana, los editores llegaron a la conclusión de que la política de la FDA "parecería favorecer a la industria en detrimento de la protección del consumidor".
La industria de la biotecnología ha desestimado las crecientes críticas de ecologistas e investigadores médicos, cuyos estudios recientes indican que la revolución biotecnológica seguramente estará acompañada de la proliferación y propagación de contaminación genética y mayores riesgos a la salud. Cabe la posibilidad de que las compañías biotecnológicas tengan razón. Pero, ¿qué pasa si no la tienen?
A lo largo de los años he expresado mi creciente preocupación por los cultivos alimenticios manipulados genéticamente, lo que ha llevado a muchos a preguntar si en realidad simplemente me opongo a la nueva ciencia. La ciencia en sí misma no está en tela de juicio. Es extremadamente valiosa. El tema es qué tipo de tecnología utilizaremos para explotar una nueva comprensión de la genética.
En la agricultura, por ejemplo, están surgiendo dos amplios enfoques tecnológicos para utilizar la nueva ciencia, cada uno de ellos basados en premisas muy diferentes. Ya mencioné el primero, los cultivos alimenticios manipulados genéticamente. Pero hay varios ecologistas e investigadores agrícolas que están utilizando la nueva riqueza de los datos genómicos para comprender más en profundidad las diversas formas en que los factores ambientales afectan las expresiones genéticas y las mutaciones de las plantas. Se abstienen de manipular genéticamente las plantas y prefieren crear un enfoque sofisticado y orgánico de la agricultura, basado en el manejo integral de plagas, la rotación de cultivos, la fertilización natural y otros métodos sustentables destinados a compatibilizar la agricultura con los ecosistemas que la rodean.
En suma, uno de los enfoques utiliza la nueva ciencia de la genética para provocar cambios radicales en la estructura misma de las especies con el afán del progreso, mientras que el otro enfoque utiliza la misma ciencia de la genética para crear una relación de integración sustentable entre las especies existentes y su entorno.
Para varios de los principales agentes de la biotecnología sería inconcebible que se rechazaran los alimentos manipulados genéticamente. Sin embargo, eso podría ocurrir fácilmente. Recordemos que la energía nuclear, en algún momento considerada la mayor fuente de energía desarrollada hasta ese momento, ha sido en parte o en gran medida abandonada en varios países gracias a la creciente conciencia pública de su verdadero impacto financiero y ambiental.
De igual forma, los consumidores bien podrían rechazar los alimentos manipulados genéticamente a favor de alimentos orgánicos como un enfoque más prudente, menos riesgoso, de utilizar el nuevo conocimiento brindado por la ciencia de la genética. Hay indicios de que esto podría estar ya ocurriendo, al menos en Estados Unidos, donde el mercado de alimentos orgánicos está creciendo a un ritmo récord de 20 por ciento anual, con ventas cercanas a los 4.000 millones de dólares en 1998.
Jeremy Rifkin es autor de The Biotech Century: harnessing the Gene and Remaking the World (Tarcher/Putnam, marzo de 1998).
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