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No. 83 - Setiembre 1998

Asia-Pacífico

Mujeres cargan con la crisis financiera y la globalización

por Victoria Tauli-Corpuz

Las mujeres pobres de la región Asia-Pacífico son las que llevan la carga de la crisis financiera que azota a la región. Este hecho fue confirmado por dos conferencias de mujeres, las cuales concluyeron que la crisis agravó la desigualdad de clase y de género, y que las mujeres son las principales víctimas del creciente desempleo, subempleo y desplazamiento físico. Es imperativo que las mujeres se unan con otros movimientos populares para desafiar colectivamente las fuerzas de la globalización, tanto a nivel nacional como internacional.

Las mujeres pobres de Asia son las que más sufren a causa de la globalización. La liberalización del comercio y las inversiones -en particular de las inversiones financieras- causante de la actual crisis, exacerbó el desempleo, el subempleo, la pérdida de fuentes tradicionales de sustento, la migración hacia áreas urbanas y el exterior, y la inseguridad alimentaria. Aunque se crearon empleos para mujeres debido al influjo de industrias de mano de obra intensiva que aprovechan el trabajo barato, esos empleos son muy inseguros, y la reciente crisis financiera así lo demostró.

En dos conferencias de este año se presentaron testimonios sobre la forma en que la globalización y la crisis afectaron a las mujeres asiáticas. Una fue la Mesa Redonda sobre el Impacto Económico, Social y Político de la Crisis Financiera del Sudeste Asiático, realizada en abril en Manila. En ella, 30 mujeres de varios países de Asia y el Pacífico compartieron sus opiniones sobre la crisis y sus efectos sobre las mujeres. El encuentro fue patrocinado por el Centro de Desarrollo de Asia-Pacífico, Unidad de Género y Desarrollo (APDC-GAD) y Alternativas de Desarrollo para la Mujer en la Nueva Era (DAWN). La otra conferencia, "Mujeres rurales e indígenas hablan sobre el impacto de la globalización", se celebró en mayo en Chiangmai, Tailandia. Fue patrocinada por el Foro Asia-Pacífico sobre la Mujer, la Ley y el Desarrollo e IMPECT, y asistieron a ella 54 mujeres de la región. La autora participó de ambos encuentros.

Desempleo y subempleo de mujeres trabajadoras

La crisis obligó a clausurar a muchas empresas que no podían reembolsar los créditos solicitados ni adquirir nuevos para importar materia prima y maquinaria. Aunque tanto hombres como mujeres son despedidos, generalmente las mujeres son las primeras, porque se cree que cuentan con el apoyo de esposos, hermanos o padres.

En Indonesia, desde que comenzó la crisis financiera, el número de desempleados aumentó, según datos oficiales, a 8,7 millones o 10 por ciento de la fuerza de trabajo. Además, 18,4 millones están subempleados, es decir que trabajan menos de 35 horas a la semana.

Tailandia tiene una población activa de 32 millones de habitantes, y a fines de febrero la tasa de desempleo era de nueve por ciento, es decir que afectaba a 2,8 millones de personas, según el diario tailandés The Nation (21 de mayo de 1998). El informe señalaba que el índice de desempleo considerado aceptable por la Organización Internacional del Trabajo es de tres por ciento.

La Organización Filipina de Empleo en el Exterior (OFEE) informó en febrero que la crisis de la región afectaba a 33.096 trabajadores filipinos en el extranjero. En ese entonces, 3.000 filipinos perdieron su empleo en Corea del Sur y 2.000 en Malasia. En Corea del Sur hay 27.046 trabajadores filipinos, y la OFEE prevé que todos serán enviados a casa. El número total estimado de trabajadores filipinos en el extranjero asciende a 7,2 millones, de los cuales entre 55 y 65 por ciento son mujeres.

En Indonesia se cuentan historias similares. Miles de trabajadores indonesios perdieron su trabajo en Malasia y muchos decidieron permanecer en el país ilegalmente.

Mujeres como factor de unión familiar

Además de ser despedidas primero, las mujeres son también presionadas para mantener unidas sus familias en tiempos de crisis. El gobierno de Corea del Sur lanzó una consigna nacional, "Da energía a tu esposo", exhortando a las mujeres a absorber el impacto de la crisis financiera sobre los hombres. Periódicos, programas de televisión y novelas presentan constantemente a hombres desempleados o empresarios en bancarrota desesperados, al borde del suicidio. El hecho de que las mujeres también pierden sus empleos no se destaca y su situación se ignora por completo.

"Las mujeres son analizadas clínicamente por su ‘compramanía’ y movilizadas en campañas nacionales de ahorro; son instruidas para detectar impulsos suicidas en sus esposos, y las madres sobre cómo estimular a sus hijos para que estudien a pesar de los problemas económicos de la familia", dijo la sudcoreana Soung Ai-Choi, participante en la mesa redonda. Al mismo tiempo, las mujeres son exhortadas a buscar trabajos para satisfacer las necesidades de sus familias. Según una reciente encuesta convalidada por Asociaciones Unidas de Trabajadoras Sudcoreanas, las mujeres que buscan empleo representan el doble que los hombres.

En Corea del Sur y Tailandia, las mujeres fueron exhortadas a donar o vender sus joyas para aliviar la crisis financiera. Los periódicos publicaban fotografías de numerosas mujeres donando o vendiendo sus joyas a bajo precio para el gobierno. En Indonesia, las integrantes de la Organización de Esposas de Funcionarios del Gobierno tomaron el ejemplo de las tailandesas y Sudcoreanas, y donaron su oro y sus joyas.

Lo que se ignora de todo esto es la angustia y el sufrimiento que deben padecer las mujeres. La sociedad las obliga a ser fuertes para sus hombres y para la nación, y la familia se transforma entonces en una red de seguridad para el impacto de la crisis financiera. Son las mujeres las que cargan con la responsabilidad de mantener unida la familia, pero el hecho de que hayan perdido sus empleos y necesiten apoyo no importa.

Marginación de las mujeres rurales e inseguridad alimentaria creciente

Aunque la globalización hizo que muchas mujeres se emplearan en el sector manufacturero, la mayoría de las asiáticas trabajan todavía en la economía informal, en comunidades agrícolas y en actividades de subsistencia. Sin embargo, los cambios en los modelos de producción debidos a la globalización separaron a muchas mujeres de sus fuentes tradicionales de sustento. Los gobiernos impulsan programas de reconversión de tierras y cultivos para sustituir la agricultura de subsistencia por los cultivos comerciales, y aun la plantación comercial de arroz y maíz es desalentada en favor de cultivos de "alto valor" (o competitivos a nivel mundial) como espárragos, bananas, eucaliptos y orquídeas.

Vastas tierras agrícolas, bosques y comunidades rurales en general fueron transformadas en puntos de atracción para inversores extranjeros, que establecen allí industrias, proyectos turísticos y de bienes raíces, además de operaciones mineras. En Filipinas, esos puntos de atracción se llaman "centros regionales industriales" e incluyen unas 120.000 hectáreas de tierras agrícolas. Un ejemplo es el área de Calabarzon, que comprende a las provincias sureñas de Tagalog, Cavite, Laguna, Batangas, Rizal y Quezon, y que se transformará pronto en un enclave industrial. Muchas mujeres campesinas y sus familias fueron desplazadas de sus tierras agrícolas y se transformaron en empleadas domésticas en centros urbanos, o bien en limpiadoras o meseras en restaurantes, tabernas o bares nocturnos, que a menudo funcionan como fachada de centros de prostitución.

Participantes de Corea del Sur, Tailandia, Vietnam, Nepal, Indonesia, Sri Lanka y Camboya presentaron panoramas similares. Yoon Geum-Soon, secretaria general de la Asociación de Mujeres Agricultoras de Corea, explicó que su gobierno volcó su apoyo a la agricultura comercial de gran escala tras adoptar una política económica orientada a la exportación. Con la concentración de las tierras en manos de ricos agricultores, disminuyó el apoyo gubernamental a los pequeños, en su mayoría mujeres. Muchas terminaron como empleadas de industrias agrícolas, y ni siquiera gozan de sus derechos como tales. Además, como lo que ganan es insuficiente, trabajan también en el sector de servicios, como restaurantes, o aun en la construcción.

La crisis causó la quiebra de muchos pequeños agricultores y también de grandes. La política de austeridad del gobierno significó el recorte de las inversiones y los subsidios agrícolas. Esto, sumado a la reducción de la demanda debido a la recesión y al incremento de los precios de equipos agrícolas y otros insumos, volvió a muchas familias rurales incapaces de reembolsar sus deudas. También grandes complejos agrícolas se arruinaron, lo que provocó el despido de miles de trabajadores, en su mayoría mujeres.

Otra consecuencia de los programas de reconversión de tierras y cultivos que tienen lugar en casi todos los países de Asia es el agravamiento de la inseguridad alimentaria. Las participantes de ambas conferencias se refirieron a la actual escasez de productos agrícolas básicos, que obliga a las familias a adquirirlos a precios prohibitivos. Debido a la inflación causada por la crisis financiera, el precio de los alimentos aumentó entre 200 y 300 por ciento. Y en algunos casos, como en Indonesia, la gente no puede adquirir muchos productos alimenticios aun contando con el dinero necesario.

Desconocimiento de derechos a tierras y recursos ancestrales

El derecho de las mujeres indígenas a sus tierras y recursos ancestrales ha sido gravemente debilitado debido a las políticas de liberalización y privatización de la mayoría de los gobiernos. Las economías de subsistencia, desarrolladas y mantenidas por las mujeres indígenas durante siglos, se vieron afectadas porque la globalización apoya el desarrollo de economías de escala, es decir, grandes compañías agrícolas mecanizadas que utilizan agroquímicos en forma intensiva para producir a menor costo y con mayores ganancias, o bien grandes operaciones mineras para explotar las ricas tierras minerales halladas en muchos territorios indígenas.

Dado que los capitales necesarios para la agricultura de exportación están fuera del alcance de la mayoría de los indígenas y éstos no tienen acceso a grandes créditos bancarios, muchos agricultores firman contratos de cultivo con grandes corporaciones. En Mindanao, Filipinas, la empresa Dole Philippines Inc. contrató a agricultores locales para el cultivo de frutas. En la cordillera filipina, McDonald’s realizó un acuerdo similar para el cultivo de papas. En el primer caso, los agricultores sufrieron pérdidas debido a desastres naturales y terminaron por alquilar o vender sus tierras a Dole. En el segundo, la liberalización de la importación de productos agrícolas permitió la entrada de papas cortadas a máquina y congeladas desde Estados Unidos a mitad de precio que las nacionales. En consecuencia, unos 50.000 agricultores indígenas perdieron su fuente de sustento.

La Ley de Desarrollo de la Industria Semillera de Filipinas, que impedía la importación de semillas producidas en el país, fue revocada y en cambio se otorgó licencia a empresas semilleras extranjeras, que tomaron el control de la producción. Así, los contratos con los pequeños agricultores no sólo se vinculan con el cultivo de productos alimenticios, sino también con la producción de semillas. Esto permitió a Cargill-Ayala y Pioneer-San Miguel adquirir un control significativo sobre la producción de semillas de arroz y maíz.

En Tailandia, las mujeres indígenas padecen experiencias desgarradoras a causa de los planes de desarrollo del gobierno. Tuvimos oportunidad de visitar la aldea de Pang Daeng y hablar con las mujeres cuyos esposos, hijos y hermanos -56 en total- fueron detenidos el 26 de marzo por policías y funcionarios de forestación, bajo los cargos de invasión de terrenos gubernamentales y reserva forestal, así como de incendio de bosques. Los hombres, pertenecientes a las tribus palong, lahu y lisu, todavía permanecían detenidos a la fecha de nuestra visita, el 25 de mayo de este año.

Las mujeres que quedaron en la aldea apenas podían sobrevivir, porque no se les permitía plantar arroz. Tampoco se les permitía visitar a los detenidos con frecuencia, porque no son consideradas ciudadanas tailandesas y por lo tanto su movilidad está muy limitada. Además, no cuentan con los medios necesarios para viajar a los centros de detención.

La mayoría de las comunidades indígenas de Tailandia no tienen ciudadanía aunque hayan vivido en el país por generaciones. Las zonas que habitan son codiciadas para ecoturismo, plantaciones forestales comerciales y minería, y las ganancias derivadas de esas actividades van a parar al sector privado y, en menor medida, a las arcas del gobierno.

Tráfico sexual y militarización

Numerosas mujeres indígenas de Birmania, Tailandia y Nepal también son víctimas de tráfico sexual. La Organización de Mujeres Karen documentó el uso de mujeres como sirvientas y esclavas sexuales por parte de militares de Birmania. Debido a la guerra civil, cientos de miles de miembros de las llamadas "minorías étnicas" del país fueron a parar a campamentos de refugiados en la frontera con Tailandia. En realidad, se trata de pueblos ancestrales cuyos derechos básicos fueron pisoteados por el gobierno, en connivencia con corporaciones y gobiernos extranjeros. Aquellos que no pueden llegar a campamentos de refugiados son desplazados internamente y vagan de un lado a otro, escapando del ejército.

Las reubicaciones forzadas empujaron a muchas mujeres a la prostitución. La Organización de Mujeres Karen estimó que, actualmente, unas 40.000 indígenas birmanas trabajan como prostitutas en Chiangmai, Chiangrai, Maesot y Ranong, en Tailandia. La incidencia del virus del sida entre estas mujeres es muy alta.

En cuanto a la resistencia de las comunidades a las incursiones en sus territorios ancestrales, la respuesta habitual del gobierno es la militarización. En Filipinas, varios pueblos indígenas se resisten a la entrada de compañías mineras, y el gobierno ya desplegó soldados en las áreas identificadas como "críticas". El año pasado, tres activistas de la tribu mangyan fueron detenidos tras asistir a una conferencia nacional sobre minería. Se prevé que la militarización aumentará en muchos territorios indígenas de la región Asia-Pacífico debido a la creciente resistencia contra la globalización.

Conclusión

Las perspectivas y experiencias compartidas por mujeres de Asia-Pacífico en los dos eventos mencionados fortalecieron la visión de que la globalización ha tenido un impacto muy negativo sobre las mujeres, especialmente las más pobres.

De los casos presentados, se desprende que la globalización ha fortalecido las desigualdades basadas en la clase, el género y la raza. La brecha entre las naciones ricas y pobres, y entre los ciudadanos ricos y pobres, se ha ampliado. La seguridad alimentaria, esencial para la supervivencia y estabilidad de cualquier país, ha quedado de lado. La agricultura de exportación adquirió más importancia que los cultivos domésticos y perjudicó los sistemas de economía sustentables desarrollados y mantenidos por mujeres indígenas.

La creciente dependencia del capital y la tecnología extranjeros, así como la dominación de la cultura consumista y el estilo de vida occidental, atraparon a muchos países en un atolladero económico. El apego a las normas de la OMC, incluso a expensas del bienestar de la mayoría de los ciudadanos, tuvo consecuencias desastrosas. Los cambios de leyes y políticas gubernamentales para permitir la libre entrada de compañías extranjeras, dar más incentivos a las grandes empresas que a las pequeñas y levantar controles de importación sobre productos agrícolas producidos en el país implicaron una mayor marginación de las mujeres indígenas y rurales.

Fuentes tradicionales de sustento, ya sea en la agricultura o en la economía de subsistencia, son destruidas para dar lugar a la producción agrícola comercial de gran escala, que también destruyó sistemas económicos viables manejados principalmente por mujeres indígenas. Estas mujeres terminan trabajando como empleadas en compañías agrícolas, en zonas francas, o bien como domésticas en el exterior o como prostitutas en centros urbanos.

Los programas de austeridad y privatización aplicados por los gobiernos resultaron en recortes a los presupuestos de salud, bienestar social, educación y otros, lo cual aumentó la carga de las mujeres. Asimismo, la eliminación de subsidios para productos básicos aumentó los precios de los alimentos de primera necesidad.

La seguridad alimentaria está comprometida debido a la lógica de la competitividad global. Los gobiernos permiten el ingreso de productos del Norte industrial como trigo, maíz e incluso arroz, que deben pagarse en moneda extranjera. La producción nacional de esos cultivos sufre en consecuencia y los agricultores y campesinos involucrados en esta actividad económica son desplazados.

Deberíamos cuestionar la reducción de la función del Estado a un mero proveedor de infraestructura social y física, y marcos legales favorables a las empresas transnacionales, los inversores extranjeros y los requerimientos del Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional (FMI) y la Organización Mundial de Comercio (OMC). Lo menos que las mujeres podemos pretender del Estado son políticas, programas y leyes que otorguen prioridad a las necesidades de sus ciudadanos sobre las de entidades extranjeras. El desafío para los gobiernos y los ciudadanos consiste en elaborar una estrategia sobre cómo salir de la crisis en la que están atrapados muchos de nuestros países.

Se pueden aprender muchas lecciones de esta crisis financiera. El papel de las instituciones financieras multilaterales debería volverse transparente y los gobiernos hacerse responsables por lo que hicieron, y dejaron de hacer, para contribuir a la crisis.

La extrema movilidad del capital, que permanece sin regular y caracteriza a la actual etapa de la globalización, debería estar sujeta a más discusiones y negociaciones a nivel internacional, regional y nacional. Asimismo, deberían sujetarse a normas las actividades de las empresas multinacionales, y éstas ser responsabilizadas por sus prácticas de explotación de recursos, producción, mercadeo y relaciones laborales.

Las organizaciones y movimientos de mujeres deberían hacer un mayor esfuerzo para entender más la globalización y el papel de cada uno de los grandes actores que están detrás de ella. Esto implica comprender la función del Banco Mundial, el FMI, la OMC y los países del Norte, así como la dinámica entre Norte y Sur y las distintas fuerzas que operan dentro de los países.

Finalmente, los movimientos de mujeres deberían aunar esfuerzos con otros movimientos populares para desafiar colectivamente las fuerzas de la globalización a nivel nacional e internacional. La necesidad de revertir la inequidad entre naciones, clases, géneros, etnias y razas (exacerbadas por la globalización) puede proveer el marco general de una alianza de varios movimientos en pro de la transformación.

Victoria Tauli-Corpuz es directora de la Fundación Tebtebba (Centro Internacional de Pueblos Indígenas para la Investigación Política y la Educación).






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