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No. 84 - Octubre 1998

El choque de civilizaciones

por Luis E. Sabini Fernández

The clash of civilizations and the remake of world order.
Samuel Huntington, Nueva York, Simon&Schuster, 1996, 368 páginas.

La realidad contemporánea, con la crisis del socialismo y el colapso soviético por un lado y "el achique" planetario producido a través de la tecnología por el otro, ha dado efectivamente lugar a un auge de los nacionalismos a menudo creados con la descomposición imperial, sin atender a las identidades de los pueblos, que cuestiona por ello muchos de los "estados nacionales". Tal es el mosaico sobre el cual talla Samuel Huntington su tesis principal: la inviabilidad de la occidentalización del mundo por la insurgencia cada vez más perentoria de culturas otrora sumergidas y ahora arrolladoras en sus ímpetus expansionistas.

Su lectura deja así una sensación de "mundo al revés", cuando es precisamente la occidentalización o incluso la americanization del mundo, instrumentada tecnológica y sobre todo cibernéticamente, y puesta en circulación bajo el nombre de globalización, lo que se está imponiendo.

Para ilustrar ese proceso de presunto derrumbe de la hegemonía occidental, Huntington se vale de todo tipo de argumentos, aunque muchos fallen en su más desnuda contextura intelectual, como cuando dibuja "el área occidental del mundo" a lo largo de tres mapas datados 1920, 1960 y 1990 (pág. 22 y siguientes.), que le permite comprobar ese retroceso mediante el expeditivo recurso de asignarle a Occidente en 1920 toda el África y el Asia sudoriental colonizadas; en 1960 "verifica" que buena parte de esos territorios pertenecen a otras civilizaciones y en 1990 que todavía más territorios han abandonado a Occidente, en aras de diversas civilizaciones milenarias que Huntington no da por existentes en 1920 ni en 1960.

Sus planteos se articulan sobre nueve civilizaciones con las cuales "llena" el mundo actual: occidental, japonesa, budista, ortodoxa [cristiana], hindú, china, islámica, africana, latinoamericana. Ni una más ni una menos.

Análogamente, ve al idioma inglés como uno de los idiomas en retroceso en el mundo actual. Abarcaba —sostiene— un décimo de los habitantes del planeta en 1958 (p. 60). El autor presenta cifras según las cuales hacia 1970, el porcentaje de anglófonos había bajado a nueve por ciento, en 1980 a 8,7 y en 1992 a 7,6 por ciento. Se refiere a la implantación progresiva del inglés en sociedades no anglófonas, pero escamoteando su carácter de lengua materna para anglófonos y la desigualdad consiguiente que esto expresa; es decir, habla del fenómeno como si hablara del Esperanto.

Con semejante forma de "medir" los fenómenos socioculturales o los sociolinguísticos no puede dejar de ver un desmejoramiento de la situación occidental. No desespera, empero. Se sobrepone a los sinsabores así comprobados y le asigna a Occidente una posibilidad expansiva a costa de las civilizaciones colindantes, con lo cual uno percibe toda la queja sobre la "preponderancia" en peligro como puramente táctica.

Un ejemplo de las proyecciones expansivas occidentales trata de "la próxima absorción" de México dentro del Occidente americano: "Estados Unidos y Canadá procuran absorber a México en el área norteamericana de librecomercio en un proceso cuyo éxito a largo plazo depende en gran medida de la capacidad de México para redefinirse culturalmente y pasar de latinoamericano a norteamericano" (p. 127). Se compadecía de Turquía por su carácter bifronte —islámico y occidental— y auguraba que tales destinos de trasculturación no prometen nada bueno a una nación. ¿Por qué lo que no sería bueno para Turquía sí lo sería para México?

De la misma índole es su caracterización de la Europa poscomunismo: hay una expansión del Occidente europeo tras el colapso soviético en una franja continental que abarca a Polonia, los estados bálticos, Finlandia, la República Checa, Eslovaquia, Croacia, Hungría y partes de Rumania, Ucrania y Bosnia, a costa del retroceso de lo musulmán y lo ortodoxo.

La secuencia sería: grandes peligros por la expansión no occidental, pero enorme capacidad de respuesta de Occidente, conquistando nuevos espacios planetarios.

Un comodín festona todo el texto: "interés nacional", "valores de Estados Unidos", "intereses de Estados Unidos" y expresiones similares, todas ellas concentradas en los resultados, casi siempre favorables, a las perspectivas de Estados Unidos. Uno tiene la impresión de que el autor no está haciendo un análisis procurando la siempre esquiva objetividad sino un planteo absolutamente subjetivo, totalmente afincado en la idea de afiatar el dominio mundial de Estados Unidos; lo que va de un analista a un propagandista.

Todas las definiciones de lo no occidental suelen ser tácita o expresamente críticas, por no decir odiosas. Véase esta perla sobre lo japonés: "son de los más rápidos para ceder ante force majeur (en francés en el original) y cooperar con lo que entienden moralmente superiores (...) y los más rápidos para rechazar el abuso de una hegemonía en retirada, moralmente débil". (p. 237) Oportunistas, y para desmarcarse, más oportunistas todavía.

Huntington concede un papel medular a las religiones en las formaciones civilizacionales. Hablando de América Latina festeja el avance protestante arrebatando territorios a los cultos tradicionales católicos; lo interpreta como una aproximación de "la civilización latinoamericana" a la modernidad; no a Estados Unidos, desde donde proviene el grueso de las misiones protestantes que transitan desde hace algunas décadas los países del patio trasero.






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