No. 86 - Diciembre 1998
En momentos en que los mercados financieros se derrumban y las economías nacionales se hunden en la recesión, el temor de una desintegración mundial ha comenzado a acechar a todos. Obviamente, lo que comenzó como una crisis financiera en Asia oriental en julio de 1997 se ha convertido ahora en una declarada crisis económica mundial cuya celeridad ha sorprendido a casi todos los observadores. Igualmente sorprendente ha sido la trayectoria de la crisis. Los efectos superpuestos de las recientes crisis de Japón y Rusia han sido causa fundamental del agravamiento de la situación económica mundial.
En momentos en que los mercados financieros se derrumban y las economías nacionales se hunden en la recesión, el temor de una desintegración mundial ha comenzado a acechar a todos. Obviamente, lo que comenzó como una crisis financiera en Asia oriental en julio de 1997 se ha convertido ahora en una declarada crisis económica mundial cuya celeridad ha sorprendido a casi todos los observadores. Igualmente sorprendente ha sido la trayectoria de la crisis. Los efectos superpuestos de las recientes crisis de Japón y Rusia han sido causa fundamental del agravamiento de la situación económica mundial.
Si bien era inevitable que la crisis de Japón, la segunda economía del mundo, afectara al resto del mundo, la repercusión de la crisis rusa fue inesperada ya que, después de todo, Rusia no es un actor importante en términos de su producción o su participación en el comercio mundial. No obstante, Rusia es un deudor grande, por lo que su conmoción se expandió a los mercados financieros europeos y estadounidenses. Además, su estatura como mercado "emergente" socavó la confianza de los inversionistas financieros en todos los mercados emergentes.
La consecuencia fue una fuga de capitales de países como Brasil y Sudáfrica. Es posible tener una idea de la magnitud de la hemorragia con las cifras de Brasil: diariamente salen unos 1.000 millones de dólares del país.
Todos estos acontecimientos son testimonio del triunfo y la debilidad estructural de la globalización. La crisis es el resultado de las políticas de desregulación y liberalización financiera que Occidente y los organismos multilaterales bajo su control forzaron a los países de todo el mundo a aceptar. El desmantelamiento de los obstáculos a los movimientos de capital (incluido el capital a corto plazo) abrió las puertas a las actividades de los especuladores financieros.
A pesar de que se llegó a hablar de crear una nueva estructura para el sistema financiero mundial, el Grupo de los 7 y el FMI fueron tajantes en afirmar que no está previsto ningún cambio fundamental del sistema internacional.
Ante esto, los países afectados por la crisis financiera se han visto obligados a adoptar medidas para protegerse. En setiembre Malasia instauró controles al capital, fijó el tipo de la moneda nacional al dólar y se aisló de la volatilidad del sistema financiero internacional. El uso de esos controles al capital fue propuesto por economistas como Paul Kurgman y recomendado por la UNCTAD para los países del Sur en crisis.
A Malasia le siguieron Hong Kong y Taiwán, con medidas para contener y aislar a los especuladores. Falta ver si tal intervención estatal representa un nuevo paradigma que cuestione el predominante dogma del mercado libre.
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