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No. 86 - Diciembre 1998

Japón y la crisis de la sobreproducción

por Frederic Clairmont

Contrariamente a la creencia popular de que la actual crisis económica de la región Asia-Pacífico tiene origen en el colapso financiero de Tailandia, en julio de 1997, su principio debe buscarse en la desaceleración de la producción ocurrida antes de los años 90. En cuanto a Japón, se trata esencialmente de una crisis de sobreproducción.

La expulsión del primer ministro Ryutaro Hashimoto y su sustitución por otro político corrupto ponen en evidencia el poder, las dimensiones y la variedad de las mareas político-económicas que azotan a Japón. Aunque la crisis del capitalismo japonés tiene sus propias características, su amplitud, trayectoria y duración sólo pueden apreciarse analíticamente dentro del contexto de las contradicciones de la acumulación y desacumulación de capital a nivel universal.

Nunca desde la Gran Depresión de los años 30 se habían vuelto tan evidentes los males del capitalismo en la región Asia-Pacífico: derrumbe del sistema bancario de Japón -con préstamos morosos por 1,6 billones de dólares-, asignación inadecuada de recursos, especulación implacable, niveles de pobreza cada vez más altos, desigualdad de clases y explotación, desempleo, sobreproducción y subconsumo, alta tasa de ahorro y baja tasa de inversión, presión deflacionaria, devaluaciones competitivas y todo tipo de estratagemas de guerra concebible.

No se trata sólo de un inventario de las calamidades del capitalismo internacional. Estos crueles fenómenos interrelacionados deben interpretarse como una lista de crímenes del orden económico, social y político estructurado según el modelo del gulag empresarial multinacional. Su modus operandi invariablemente está enmascarado, y por tanto justificado, por el farfulleo mojigato del dogma económico neoclásico y su doble discurso de relaciones públicas.

Los antecedentes del desplome

La explosión de la burbuja de los bienes raíces japoneses se debió esencialmente a la ausencia de mercados de inversión rentables. Pero Japón no está solo. Actualmente, casi 99 por ciento del flujo internacional de capitales consiste en el movimiento diario de más de un billón de dólares, que entran y salen de los mercados en 24 horas. Ante la ausencia total de un sistema monetario internacional, y sin esperanza de que exista uno en un futuro cercano, el Nirvana de la Sociedad Casino es ahora una realidad. Georges Soros y otros especuladores como él ya no son meras apariciones, sino el material del que está tejido el capital financiero.

Desde comienzos de la década del 90, el estancamiento y la recesión se hicieron patentes en Japón, y de modo catastrófico en el colapso de la Unión Soviética. En Rusia, sigue siendo una de las mayores debacles de todos los tiempos, con sus sórdidos corolarios sociopolíticos.

Ciertamente hay variaciones marcadas dentro de la región Asia-Pacífico. En la primera mitad de la década se produjo un sorprendente crecimiento en las neocolonias de los mal llamados "tigres" del sudeste asiático. En ese momento no se hablaba de "capitalismo salvaje". Por el contrario, la actuación de esos países era considerada "el milagro asiático", según el cliché del Banco Mundial.

Mientras, Japón continúa con un gigantesco superávit comercial, frente a un déficit sin precedentes de Estados Unidos, que para fines de este año llegará a 225.000 millones de dólares, según el Departamento de Comercio. La coexistencia de estos dos fenómenos no produjo el fortalecimiento del yen y el debilitamiento del dólar, como ciertos analistas habían previsto. Más crucial aún es la cuenta de capital de la balanza de pagos. En este punto, Japón se encuentra en el peor de los atolladeros, ya que el retorno de los activos en yenes dista cada día más de ser competitivo en los mercados de capital internacionales. A esta crisis se suman la deuda pública, situada en 127 por ciento del Producto Interno Bruto nacional, y los créditos morosos del sistema bancario, cercanos a 1,6 billones de dólares, que nunca serán cobrados.

Además, están las desastrosas cifras de la economía: el desempleo en junio subió a 4,3 por ciento frente a 4,1 en mayo. La construcción de viviendas era a fines de junio 10 por ciento menor que en el mismo mes de 1997. El salario real cae en picada. La reducción año a año de tres por ciento en los precios al por mayor constituye un indicador de la creciente deflación. Como afirmó The Financial Times, el medio portavoz del gulag de las multinacionales, "ésta es una economía que pierde confianza minuto a minuto". Esto es verdad, pero fue escrito antes de la caída de 300 puntos del índice industrial Dow Jones, cuyas terribles consecuencias aún nos acompañan.

La era de las fanfarronadas ya pasó; Japón yace golpeado y desmoralizado, con la mayor tasa de suicidios de su historia, superior incluso a la de 1945-47. Las primeras señales de esta quiebra ya eran perceptibles a mediados de los años 80, haciendo prever una de las depresiones cíclicas más profundas de su historia económica. Lo que algunos periodistas altaneros denominaban "la locomotora del desarrollo de Asia" hoy no es más que un montón de hierros retorcidos.

Nuestra previsión para 1997-98 es que las fuerzas que producen el estancamiento y la recesión se intensificarán todavía más en los mercados financieros internacionales, con variaciones. Esto se aplica también a Estados Unidos y China. Lo que continúa alimentando el boom estadounidense es el frenesí de fusiones y adquisiciones que lanzó al Dow Jones a alturas insospechadas. Este frenesí sin duda continuará, aunque a un ritmo más lento, pero otros indicadores críticos serán negativos. Junto con el crack de Wall Street, el de Japón representa un mojón en la historia de posguerra de las finanzas internacionales.

Según el Departamento de Comercio de Estados Unidos, más de 1.000 millones de dólares se escapan de Japón diariamente. El autor estima esa cifra en 1.600 millones. Los japoneses invirtieron 269.000 millones de dólares en bonos del Tesoro estadounidense, frente a 258.000 millones de Gran Bretaña. Y son sólo dos países. Estas cifras sugieren que la economía de Estados Unidos vive de dinero y tiempo prestados.

¿Cuánto puede durar esta hemorragia? Se trata de una pregunta difícil de responder, dado que la salida de capitales no es estática. Las cifras deberían aumentar, inevitable y rápidamente, si se estabilizara el yen en los mercados de cambio extranjeros.

Sobreproducción y deuda

Si bien las condiciones externas son de singular importancia para un estudio de la crisis, también lo es la sobreproducción interna. El término "sobreproducción" está en boca de todos en las burocracias de elite y las salas de juntas de las grandes empresas de Japón. En realidad, la palabra se ha vuelto omnipresente.

"Los términos ‘sobreproducción’ y ‘crisis’ estaban prohibidos porque eran considerados políticamente inapropiados: para muchos, tenían algo de la jerga comunista", observó Kotibara, un eminente teórico de la Universidad de Tokio. "Ahora, en cambio, las cosas están cambiando rápidamente en nuestra economía y en la reacción de la gente ante la crisis. Tomemos el caso de un alto funcionario del MITI que declaró, sin temor a represalias, que estamos pasando por la mayor crisis del capitalismo internacional desde el fin de la ocupación, y que deberíamos releer cuidadosamente los escritos de Marx y despojarnos de nuestros dogmas de mercado".

Lo que Kotibara pretendió destacar es que nunca antes hubo un autoexamen ni un autocastigo tan severos como en la actualidad. En parte, esto se debe a la total falta de confianza de los consumidores y las empresas inversoras. El pesimismo ha impregnado todos los sectores públicos y privados con pasmosa velocidad.

El surgimiento de Keizo Obuchi como nuevo primer ministro hizo poco por mitigar la angustia de una nación cuya recuperación no se percibe a corto plazo. La producción industrial continúa cuesta abajo sin remedio, y las previsiones de ventas industriales para 1998, que ya eran suficientemente grises en la primavera, están siendo revisadas a la baja.

Uno de los mayores peligros al acecho es la montaña acumulada de bienes no vendidos. En los primeros seis meses de 1998, las ventas de las tiendas por departamentos cayeron ocho por ciento en relación al mismo período del año anterior. Miko Ischikawa, un destacado ejecutivo de marketing, lo expresó en los siguientes términos: "Nos encontramos en medio de la mayor sobreproducción textil de la historia, superior incluso a la de los años 20 y 30. En aquella época, por lo menos, teníamos los mercados del imperio japonés en Corea, Taiwán y China, pero hoy es diferente".

Esta declaración es más que una resentida reacción nacionalista. Se trata de un sentimiento de desesperación e impotencia que invade a la nación. La industria ligera de Japón se enfrenta al desafío de reducir la producción y liquidar sus existencias "por cualquier medio", una frase que se oye tanto en declaraciones políticas como en conversaciones informales.

Queda claro que la capacidad de producción y la oferta en general están muy por encima de la demanda. Además, los ahorros superan a las inversiones, pese a que las tasas de interés están casi en cero. Este es el dilema de la burguesía japonesa: no puede desplegar la antigua política monetaria de Keynes para estimular la demanda. En definitiva, la clase dirigente no encuentra salida a sus males.

Las secuelas de la sobreproducción

Las repercusiones de esta crisis son evidentes: competencia descarnada, caída de los precios del comercio mayorista y minorista. "Sobrecarga de inventario" es el nuevo término utilizado para designar la espiral deflacionaria y la trayectoria de la sobreproducción. Esta sobrecarga eleva los precios de almacenamiento mientras reduce el valor de los productos. El administrador de un depósito no bromeaba cuando dijo que Japón tendría que hacer como Brasil en los años 30, cuando quemó café. "Pero debemos asegurarnos de quemar sólo la mercancía y no los depósitos", aclaró.

Existe un índice que mide la relación entre los inventarios y los embarques, es decir, las existencias en comparación con la cantidad de mercancías que salen de las fábricas. Dicho índice se sitúa actualmente en 17 por ciento, un nuevo récord desde que comenzó a aplicarse, a mediados de la década del 70.

En cuanto a la tasa de ahorro de Japón, datos oficiales de la Organización de Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE) confirman que continúa en aumento: 15,1 por ciento en 1998 frente a 12 por ciento en 1988. "No tenemos una verdadera seguridad social en este país, y la población envejece rápidamente. Nadie cuidará de mí sino yo misma cuando sea vieja", respondió Yoko Nomura, dueña de un quiosco de golosinas y revistas, cuando se le preguntó por qué ahorra aunque con ello agrave la crisis. "Muchas personas ahorran por temor a quedarse sin empleo", afirmó.

En cuanto al gasto estatal, el impacto de los proyectos de obras públicas parece muy limitado. Lo que los promotores de las prescripciones keinesianas sobre gasto público no entienden es que la mayoría de las empresas del Estado ya están sobreendeudadas y enfrentan obstáculos insuperables para pagar los intereses de esos créditos. Por tanto, temen endeudarse todavía más. El Ministerio de Finanzas sugirió que la contribución del sector público a la demanda no podrá concretarse hasta el próximo año fiscal. Lamentablemente, esa ayuda será escasa y tardía.

Mientras cae el aprovechamiento de la capacidad industrial, aumentan los costos por unidad de manufactura, lo que a su vez genera una débil demanda. Aunque la depresión afectó a todos los japoneses, perjudica de manera especial a las pequeñas y medianas empresas. El índice comercial de estas firmas cayó a un nivel récord de menos 49,4 en el segundo trimestre de este año fiscal. Es la primera vez desde 1980 que dicho índice cae durante ocho trimestres consecutivos.

Reducción de la confianza del consumidor y el inversor

La actual depresión tiene origen en la caída de los precios de los activos desde comienzos de la década. La magnitud del colapso sólo es comparable al de las acciones estadounidenses al comienzo de la Gran Depresión de los años 30, según Susumu Saito, director del Instituto Trilateral.

El valor neto de los bancos japoneses se hizo trizas, y esto es algo que la propuesta panacea del "banco puente" no puede solucionar. Los préstamos morosos y en suspenso ya exceden la inmanejable cifra de un billón de dólares.

Incapaces de recaudar nuevos capitales en los mercados financieros, los bancos japoneses suprimieron o redujeron drásticamente los créditos en Japón y en el exterior, con la finalidad de salvarse a sí mismos y cumplir con los criterios sobre adecuación del capital fijados por el Banco de Ajustes Internacionales.

Interrelacionado con la devastación del sistema bancario japonés está el hecho de que los precios de las acciones cayeron más de 50 por ciento entre 1990 y 1998. Según la lista Fortune 500, nueve de las 20 mayores empresas del mundo son japonesas y seis son estadounidenses, pero 12 de las 20 compañías más rentables son estadounidenses y ninguna es japonesa.

El colapso de la confianza del consumidor y del inversor se aprecia en la caída de la rentabilidad de importantes sectores, principalmente del automotor, donde confluyen las corrientes conflictivas que destruyen las bases del capitalismo japonés.

De capa caída

Japón tiene 11 empresas fabricantes de automóviles y camiones frente a seis de Estados Unidos (tres y tres), lo que significa un mercado mucho mayor, aunque las variaciones entre esas 11 compañías sean enormes.

Honda y Toyota encabezan la lista, y la primera posee 40 por ciento del mercado doméstico. En cambio Mitsubishi, la cuarta mayor fabricante del mundo, y Nissan, la segunda productora nacional, están de capa caída. Las ventas de aquélla cayeron 10 por ciento en 1997 y las de ésta siete por ciento. Se prevé que disminuirán aún más para fines de 1998: entre nueve y 12 por ciento. La tinta roja invade los balances de la industria automotriz e ilustra las contradicciones que asedian al capital corporativo.

La creciente brecha entre los gigantes se aprecia en las ganancias por vehículo. Las de Honda se situaron en 1.650 dólares y las de Toyota en 1.000 en 1997, mientras Mitsubishi y Nissan sólo ganaron 700 y 100 dólares por vehículo. Esta situación es evidentemente insostenible, a pesar de que Mitsubishi Motors sea parte del keiretsu Mitsubishi, el mayor conglomerado industrial y de servicios del mundo.

El cambio de fortuna de la industria automovilística se manifiesta además en la caída de la producción y las exportaciones entre 1985 y 1998. De 12,1 millones de unidades producidas se pasó a 9,1 millones, mientras las exportaciones se redujeron de 6,5 a 3,6 millones. Y existen razones para creer que "éste no es el fin del mal camino", como dijo un portavoz de Toyota.

No sólo están acorraladas Nissan, Mazda y Mitsubishi Motors, sino también todas las compañías vinculadas con la industria automotriz. El acero de alta calidad es un sector típico que se tambalea ante el colapso de la demanda. De manera similar, la crisis de la industria afecta adversamente a los grandes grupos eléctricos, como Toshiba e Hitachi.

La creencia de que ninguno de los gigantes de la industria puede caer, como lo afirmó el ex primer ministro Hashimoto, no es más que una ilusión. Ciertamente no se desvanecerán en el aire, ya que uno u otro de los grandes depredadores del gulag empresarial mundial se los tragará. Esto es ley en el proceso de acumulación y desacumulación de capital.

Frederic Clairmont es experto en marketing y finanzas internacionales.






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