No. 87/88 - Enero/Febrero 1999
El mito del mercado perfecto
por
Martin Khor
El neoliberalismo está fundado sobre una fe cuasi religiosa en la mano invisible del mercado. Pero una de las grandes lecciones que nos dejó la crisis financiera asiática es que no existe un mercado omnipotente y omnisapiente que constituya un foro perfecto para compradores y vendedores. Por el contrario, empresas y bancos pueden cometer grandes errores, y los mercados financieros no sólo están gobernados por las leyes de la oferta y la demanda, sino también por grandes depredadores. Por esta razón, los gobiernos no pueden dejar todo en manos del mercado. Deben actuar como reguladores, planificadores y protectores del interés público.
Una de las más importantes lecciones políticas de la crisis asiática es que el mercado también comete errores, y en ocasiones gigantescos errores, aunque en los últimos años se creía que sólo los gobiernos se equivocaban. La crisis de la deuda de los años 80 fue atribuida al endeudamiento excesivo por parte del sector público, el cual utilizó los préstamos para proyectos improductivos y sumergió a los países en un caos financiero. Esto llevó a la conclusión de que la conducción y los recursos económicos debían pasar al sector privado, considerado mucho más eficiente porque tiene fines de lucro.
Se supuso que la liberalización financiera y los préstamos del sector privado no presentarían problemas dado que los bancos, los inversionistas y las empresas calcularían con precisión sus decisiones. Así, hubo una aceptación complaciente del crecimiento de la deuda externa del sector privado en base a la creencia de que las empresas ganarían lo suficiente para reembolsar sus créditos.
La crisis asiática acabó con el mito del mercado que utiliza eficientemente los recursos y funciona a la perfección. Demostró que tanto los mercados como el sector privado son imperfectos, como se pudo apreciar en los enormes influjos de capitales extranjeros y luego en su repentina salida, así como en los grandes créditos externos recibidos por empresas y bancos nacionales, que luego no pudieron reembolsar.
Cuando el sector privado comete errores, estos pueden ser tan o más costosos que cuando los cometen los gobiernos. La mayoría de las principales compañías y bancos de los países del este asiático están en problemas o quebraron debido a la imposibilidad de reembolsar sus créditos y llevar adelante sus proyectos. Más grave aún es el caso de los préstamos contraídos en moneda extranjera, ya que la morosidad compromete la posición financiera del país.
Necesidad de una reevaluación
En el caso de los créditos externos irreembolsables tomados en Tailandia, Indonesia y Corea del Sur, el "fracaso del mercado" no sólo fue causado por las empresas y bancos nacionales. La responsabilidad también corresponde a los bancos e inversores extranjeros, que no evaluaron correctamente la solvencia crediticia de los prestatarios. Por este motivo, deberían revisarse las medidas de desregulación financiera tomadas por los gobiernos en los últimos años en la creencia de que mercados, compañías y bancos se comportarían en forma racional y eficiente.
Debe haber una reevaluación de los papeles del Estado y los mercados. Al menos, los gobiernos deben considerar la posibilidad de regular más estrictamente para impedir que bancos privados, instituciones financieras y empresas cometan errores, especialmente con respecto a los créditos en moneda extranjera.
El Estado, por lo tanto, tiene una función esencial en la planificación y el control del ritmo y el tipo de desarrollo. La falta de ejercicio de esta función, debida quizá a la fe en las fuerzas del mercado, puede provocar enormes dificultades de ajuste en la economía real.
Más allá de los errores que cometen las compañías o los bancos, existe un problema mayor y éste es la estructura organizativa de algunos mercados, en los que unos pocos actores se han vuelto tan poderosos que son capaces de manipular o controlar el mercado mientras los pequeños actores y el público en general quedan indefensos.
En tal situación, no existe un "libre mercado" en el sentido clásico del término, que se refiere a un enorme número de compradores y vendedores, cada uno de ellos con un pequeño porcentaje del total, de modo que nadie pueda distorsionar el funcionamiento del mercado mediante la manipulación de precios o procesos. En realidad, un puñado de poderosos individuos o empresas son capaces de controlar una gran parte de la producción, las ventas o las compras y determinar los precios. Así, el mercado y sus precios ya no reflejan el estado objetivo de los "fundamentos económicos".
Lo que ocurre hoy en los mercados financieros es un claro ejemplo del oligopolio y la manipulación reinantes. Algunos grandes fondos, especialmente los de cobertura, altamente especulativos, controlan enormes sumas de dinero valiéndose de nuevos instrumentos y métodos financieros. De esta forma pueden manipular los precios de las monedas, acciones y tasas de interés, causando en consecuencia una gran inestabilidad financiera y trastornos económicos.
Los ataques contra la moneda y el mercado de valores de Hong Kong demostraron que incluso una economía muy fuerte con enormes reservas de divisas y el mercado más libre del mundo puede ser víctima de especuladores. Aun las autoridades de Hong Kong, las más firmes defensoras del libre mercado, decidieron intervenir en el mercado de valores para mantener a raya a los especuladores.
Por estas razones, y especialmente en el sector financiero, donde prevalecen condiciones de monopolio y oligopolio, puede ser suicida confiar en el funcionamiento perfecto del mercado. Los gobiernos tienen la responsabilidad de tomar medidas y no dejar que el mercado opere solo. La manipulación financiera puede causar demasiado daño, y debe haber medidas que la contrarresten en favor del bien público.
Sin embargo, aun si un gobierno se toma este papel en serio, puede suceder que no posea la influencia ni los recursos suficientes para disciplinar a los poderosos actores del mercado. Esta es la situación actual de muchos países en desarrollo, entre ellos Malasia.
Es necesario que los gobiernos de los países más poderosos, que tienen la influencia y los medios necesarios, actúen para controlar a los grandes actores financieros antes de que más países y personas resulten perjudicados. Pero, ¿pueden los pequeños países esperar pacientemente que las naciones industrializadas actúen en su representación, mientras sus economías se desintegran?
En un mundo donde los especuladores financieros reciben tanto poder y tantas libertades de los gobiernos de los países ricos, las naciones en desarrollo deben protegerse limitando el grado de su apertura financiera y reduciendo así su exposición a los riesgos de la volatilidad y la explotación.
Los países en desarrollo que todavía no abrieron completamente sus monedas al comercio internacional deben continuar con cautela, porque aún pueden salvarse de la peor parte de la tormenta. Los que ya se abrieron y están atrapados, deberían reconsiderar seriamente sus opciones y pensar en volver a imponer alguna forma de control de capital, porque, como lo indican las condiciones y los ejemplos descritos, es un mito que el mercado no cometa errores o que sea demasiado grande para ser manipulado. Las empresas y los bancos cometen enormes errores, y los actores financieros pueden manipular -y de hecho manipulan- los mercados mundiales de divisas.
Es hora que los gobiernos, actuando individual o conjuntamente, regional o multilateralmente, ejerzan la función por la que están en el poder: proteger a sus ciudadanos de los errores de los mercados y de la manipulación de fuerzas depredadoras.
Martin Khor es director de la Red del Tercer Mundo.
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