No. 89 - Marzo 1999
Hasta hace poco, muchos gobiernos del Tercer Mundo podían proteger a sus agricultores mediante aranceles y contingentes de exportación. En el ámbito internacional, hasta hace poco había fuertes presiones para levantar las medidas proteccionistas en la industria, pero no así en el sector agrícola. El resultado neto fue que el comercio agrícola permaneció prácticamente fuera de la jurisdicción de las conversaciones comerciales del GATT.
Hasta hace poco, muchos gobiernos del Tercer Mundo podían proteger a sus agricultores mediante aranceles y contingentes de exportación. En el ámbito internacional, había fuertes presiones para levantar las medidas proteccionistas en la industria, pero no así en el sector agrícola. El resultado neto fue que el comercio agrícola permaneció prácticamente fuera de la jurisdicción de las conversaciones comerciales del GATT.
Pero en la última ronda de negociaciones del GATT, lanzada en 1986 en Punta del Este, Uruguay, todo cambió. Cuando la Ronda Uruguay del GATT finalizó en 1994, no sólo dio paso a la creación de la Organización Mundial de Comercio (OMC) en su lugar, sino también al Acuerdo sobre Agricultura. Según los términos del Acuerdo, los países en desarrollo se comprometieron a reducir el apoyo interno así como las subvenciones a la exportación por un periodo de 10 años. También se obligaron a abrir cada vez más sus mercados a los bienes y servicios agrícolas de otros países. Si bien estas obligaciones se extienden a todos los países, los del Norte (especialmente Estados Unidos y los países de la Unión Europea) se aseguraron que los intereses de sus agricultores no se vieran seriamente perjudicados, logrando dejar intacta la mayoría de las subvenciones agrícolas a la vez que obligaron a los países del Sur a reducir los subsidios a sus agricultores.
A cuatro años del Acuerdo sobre Agricultura, resulta obvio que éste favorece los intereses agroindustriales del Norte, y sus defectos y carencias representan una amenaza a los estilos de vida y el sustento de los pequeños agricultores del Sur, así como a la seguridad alimentaria de dicha región.
La próxima evaluación del Acuerdo, en el año 2000, debería ofrecer una buena oportunidad para recuperar cierto equilibrio. Lamentablemente, los países del Sur no parecen haberse organizado con una estrategia común para luchar por los cambios necesarios, en tanto los del Norte parecen dispuestos no sólo a defender sus ventajas sino también a impulsar aún más el proceso de reforma de la agricultura. De hecho, tendrían una nueva agenda para obtener más concesiones del Sur.
Dado el papel crucial del sector agrícola en los países del Sur, corresponde a sus gobiernos aunar recursos y galvanizar sus energías. Y aunque tal vez carezcan de la experiencia práctica y de los recursos que el Norte puede desplegar en tales negociaciones, es importante apreciar que varios especialistas comerciales del Tercer Mundo ya han analizado las deficiencias del Acuerdo e identificado las demandas específicas que estos países deberían perseguir en las conversaciones. Si después de todo los países del Sur no pueden actuar en conjunto ni dejar de hacerle concesiones al Norte, sólo ellos serán los culpables.
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