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Ambiente


No. 91 - Mayo 1999

Bolsas de plástico, una bomba de tiempo

por Luis Sabini Fernández

Las bolsas de plástico forman parte de la insensata bomba de tiempo que la humanidad -mejor dicho la industria petroquímica y sus múltiples beneficiarios- ha puesto sobre nuestras cabezas.

Como es archisabido, hemos entrado a la hiper o posmodernidad. Mientras nuestros padres fueron toda su vida al almacén o a la feria con las mismas bolsas, que cambiaban o reponían cuando se les gastaban, nuestra generación recibe graciosamente bolsas de plástico nuevecitas cada vez que concurre al supermercado, en donde un alimento puede recibir primorosamente hasta tres o cuatro embolsamientos sucesivos, desde los originales hasta los que se envían con los productos a domicilio.

Bueno, en realidad no tan graciosamente. La "generosidad" del supermercado proviene de lo poco que cuesta la materia prima para hacer dichas bolsas. Lo que se debe al hecho no tan fortuito de que el petróleo, que es primordialmente oriundo de países árabes, no vale casi nada, pese a los intentos de la OPEP de revertir la situación. Y el petróleo es tan barato porque las empresas no toman en cuenta su costo integral, es decir externalizan los costos ambientales, dejándolos afuera del costo empresario.

Sin embargo, la "generosidad" que ha hecho de las bolsas de plástico un bien abundante -es decir, aparentemente no limitado por la escasez, como es característico de todo bien económico- no es tan gratuita, desde el punto de vista ambiental como parecería a simple vista. Las bolsas de plástico no son biodegradables y como residuo únicamente contribuyen a hacer más invivible el planeta, contaminando terrenos y aguas. ¿Dónde no se ve hoy en día una bolsa "volando" o "navegando"?. Como si todo esto fuera poco, cuando están pintadas tienen residuos metálicos también contaminantes. Las pinturas tienen plomo y cadmio, "pesos pesados" entre los metales tóxicos.

Una de las estampas de limpieza más penosas que se puede observar en las calles es la cantidad de ramas de árboles que se atan con bolsas de plástico, o que, más pequeñas, se las embolsa. Esas ramas, que constituirían un formidable agente energético —la leña de todos los viejos pueblos de la Tierra— se pierden en alguna quema inútil junto con el plástico. Y otro inconveniente del material plástico es que, si queremos solucionar su falta de biodegradabilidad haciéndolo "desaparecer" quemándolo, sus gases resultan altamente tóxicos; así, lo que procuramos eliminar de la tierra y el agua, retorna por el aire con multiplicada toxicidad.

Las bolsas de plástico forman parte de la insensata bomba de tiempo que la humanidad, mejor dicho la industria petroquímica y sus múltiples beneficiarios, han puesto sobre nuestras cabezas. Pero, se arguye, es el precio del acceso a la modernidad. Que en este caso nos seduce por la comodidad. Y porque así no repetimos las costumbres de nuestros predecesores; que es una forma de sentir que "avanzamos". Por otra parte, todo el universo publicitario procura persuadirnos de que la obsolescencia es el pecado mayor de la economía posmoderna.

Hay quienes, sin embargo, no han adoptado las bolsas de plástico del modo comentado, o que retoman las viejas costumbres; ¿un retorno a los símbolos del atraso? En Estados Unidos se usan bolsas descartables, pero de papel, que tienen una virtud básica para el planeta: son biodegradables y con residuos nulos siempre que no se las pintarrajee. Las bolsas de papel pueden así no afectar al planeta siempre que se cuide la reforestación. En Suecia, al día de hoy, va siendo difícil encontrar gente que use las "imprescindibles" bolsas de plástico. La gente lleva para las compras sus propias bolsas, generalmente de tela. Los que van con las manos vacías, reciben sí las de plástico, previo pago. Algo que al menos simbólicamente expresa que cuestan, que no son un obsequio.

¿Qué tendremos que decir de Suecia o de Estados Unidos? ¿Que son países tradicionales o antiguos? ¿O no será que nuestro "colonialismo mental", como lo designaba el maestro Carlos Vaz Ferreira, "supera" a los propios modelos de la sociedad del derroche?

No deja de ser un triste signo de los tiempos que los mismos hogares que a menudo están privados de elementos vitales -alimentos, libros- dispongan hasta el hartazgo de bolsas de plástico. Haber llegado a "la sociedad de la abundancia" en ese rubro nos muestra únicamente uno de los tantos espejismos del consumismo.






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