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Tema de tapa


No. 91 - Mayo 1999

GLOBALIZACION Y TURISMO

Mezcla mortal para los pueblos indígenas

por Raymond de Chávez

Los indígenas pagan un alto precio por el turismo. En su búsqueda de ganancias, las empresas multinacionales que dominan la industria turística mundial devastaron, con la complicidad de muchos gobiernos, la vida y la cultura de comunidades nativas, y el proceso de globalización sólo agrava este problema.

El impacto del turismo sobre el modo de vida de los pueblos indígenas y el acceso a sus recursos se ha agravado con la globalización de la economía mundial.

Durante décadas, el turismo ha sido una gran fuente de recursos para los países, en especial del Tercer Mundo. Su crecimiento ha sido fenomenal, de unos 25 millones de personas que viajaron por año al exterior en la década del 50 a 617 millones en 1997. La Organización Mundial del Turismo prevé que esa cifra aumentará a 1.000 millones para el año 2010 y a 1.600 millones para el 2020. En cuanto a los ingresos de la industria, en los años 60 el turismo "sólo" generó 6.800 millones de dólares, y en 1997 448.000 millones. Para el 2010, se prevé que esa cantidad ascenderá a 1,5 billones de dólares.

El turismo es también una importante fuente de empleo en todo el mundo. Según el Consejo Mundial de Viajes y Turismo, que agrupa a más de 80 altos ejecutivos de agencias turísticas y de viaje, la industria emplea directa o indirectamente a más de 260 millones de personas, y empleará a 100 millones más en la próxima década, 70 por ciento de ellas en la región de Asia-Pacífico.

No sorprende entonces que los países del Tercer Mundo, necesitados de divisas, consideren al turismo como un atajo hacia el desarrollo. Su potencial de generar miles de millones de dólares con relativa facilidad lo convirtió en una especie de panacea para las naciones endeudadas.

Además, el turismo se convirtió en parte integrante de los programas de ajuste estructural que imponen los organismos financieros multilaterales a cambio de sus créditos. El Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial clasifican al turismo como una estrategia de exportación y lo promueven como medio para el reembolso de sus préstamos. Por tanto, los gobiernos deudores intentan cumplir con sus compromisos mediante enormes inversiones en infraestructura turística como carreteras, hoteles y otros proyectos. Las inversiones públicas y privadas en esta área suman 800.000 millones de dólares por año en todo el mundo, equivalentes a 12 por ciento de las inversiones mundiales totales.

Pero las condiciones del FMI y el Banco Mundial no son suficientes para abrir las economías del Tercer Mundo, y por ello la Organización Mundial de Comercio tomó nuevas medidas para liberalizar la economía mundial.

El pacto internacional que más afecta al turismo es el Acuerdo General sobre Comercio de Servicios, que facilita la inversión de empresas multinacionales en la industria turística de países en desarrollo. El acuerdo considera una práctica de comercio desleal la protección de las industrias nacionales, y otorga a las transnacionales los mismos beneficios que a las pequeñas agencias locales. Esto significa la transferencia del control sobre la industria a las empresas multinacionales.

Otro tratado internacional que integra la industria turística a la economía global es el Acuerdo sobre Medidas de Inversión Relacionadas con el Comercio, que elimina la exigencia a las empresas extranjeras de utilizar insumos locales.

Amenaza a los pueblos indígenas

Pero ¿qué implican el turismo y la globalización para las comunidades indígenas? Ya es un hecho establecido que la industria turística les causó grandes perjuicios, aún antes de la globalización, pero el actual orden económico mundial agrava esos daños. Los pueblos nativos, antes excluidos de las actividades turísticas, son ahora utilizados para el llamado "ecoturismo", considerado una variante sustentable y no perjudicial para el ambiente que surgió como respuesta a la creciente preocupación de los ecologistas.

Deseosa de sacar provecho de esta tendencia, la industria promovió el ecoturismo como una actividad alternativa, supuestamente para fomentar el turismo y proteger el ambiente a la vez. Esta variante turística "consiste en la visita de áreas naturales casi vírgenes con el objetivo de estudiar, admirar y disfrutar del paisaje, los animales y plantas silvestres, así como los aspectos culturales" ("La promesa del ecoturismo", Ibon Facts and Figures, Nº 20, 31/10/98). Entre sus actividades incluye visitas a cavernas y grutas, montañismo, buceo y observación de aves.

Se trata de un subsector del turismo que ha tenido un notable éxito. Actualmente es el de mayor crecimiento (10 a 15 por ciento al año), y representa 25 por ciento de todos los viajes de placer al exterior.

Es importante destacar que la gran mayoría de los destinos ecoturísticos se encuentran en el Tercer Mundo, donde el turismo crece anualmente seis por ciento, frente a 3,5 por ciento en los países industrializados. Después de todo, es en el Sur donde se pueden encontrar más áreas naturales preservadas y sitios exóticos, pero también donde se encuentran la mayoría de las culturas indígenas del mundo.

En Africa, los efectos del turismo sobre las comunidades nativas han sido sumamente nocivos: expulsión en masa de sus tierras, desplazamiento económico, destrucción de los valores tradicionales y degradación ambiental.

Aunque el ecoturismo es relativamente nuevo internacionalmente, en Africa existe desde hace mucho tiempo. Ya en los años 50, el gobierno colonial británico de Tanzania y Kenia legalizó la caza de animales salvajes por colonos blancos, preparando así el camino para el turismo masivo. Las autoridades establecieron zonas para el uso exclusivo de los cazadores, e impidieron a los habitantes locales el acceso a ellas. Junto a las reservas se establecieron posadas y campamentos que se convirtieron en importantes fuentes de ingreso. Cerca de 70 por ciento de las áreas protegidas comprendían tierras de la tribu masai.

Los masai, en su mayoría pastores, utilizaban esas tierras para actividades económicas y prácticas tradicionales. Tras la prohibición, pues, quedaron desplazados económicamente y sin apoyo del gobierno. Aun después de la independencia, el gobierno no les ofreció servicios sociales ni empleo.

Además, el turismo también afectó el ambiente y la biodiversidad en Africa. El aumento de visitantes a las áreas reservadas incrementó la deforestación, la contaminación y el trastorno del equilibrio ecológico. En el parque nacional Masai Mara, de Kenia, y en el Ngorongoro, de Tanzania, los bosques cercanos a hospedajes y campamentos fueron talados debido a la demanda de leña. El influjo masivo de turistas y sus vehículos destruyó los pastos, lo cual afectó a especies animales y vegetales de la zona. Los hoteles vierten sus desechos en áreas de los masai, mientras los campamentos contaminan los ríos adyacentes.

La cultura masai también es amenazada y comercializada. Muchos jóvenes de la tribu adoptaron valores occidentales negativos, lo cual produjo una pérdida de valores tradicionales, prostitución y propagación del sida. En las reservaciones abundan las tarjetas postales con imágenes de los indígenas con sus atuendos tradicionales. La industria del ecoturismo está interesada en "preservar" las tradiciones de estas comunidades, dado que ellas y sus prácticas son el principal punto de atracción para los turistas extranjeros. Sin embargo, "rara vez existe un reconocimiento -mucho menos un apoyo- a la lucha indígena por la supervivencia de su cultura, la autodeterminación, la libertad de expresión, el derecho a sus tierras ancestrales y el control sobre sus recursos" (Ole Kamuaro, "Ecoturismo: Suicidio o Desarrollo", Voices from Africa: Sustainable Development, nº 6).

En Filipinas, el Departamento de Turismo identificó 17 áreas protegidas en todo el país como adecuadas para el ecoturismo. La mayoría de esos lugares están habitados por nativos. Sagada, en la provincia de la Montaña, es uno de ellos. Habitada por los indígenas kankanaeys, Sagada es conocida internacionalmente por su clima fresco, sus terrazas de arroz y sus cuevas. Sus habitantes han mantenido su modo de vida, su economía de subsistencia y una relación sustentable con la naturaleza durante siglos.

En los últimos años, el número de visitantes creció enormemente, en parte por la promoción ecoturística de Sagada como una prístina comunidad donde se puede convivir con la naturaleza. Proliferaron entonces los hoteles y posadas, que cambiaron el aspecto de la localidad y casi agotaron sus recursos hídricos. La contaminación causada por los desechos también se transformó en un problema.

Aparte de la degradación ambiental, el influjo de turistas trastornó las prácticas y tradiciones de los kankanaeys. La solemnidad y el carácter sagrado de sus rituales, como los relativos al ciclo de la agricultura, se vieron afectados debido a la presencia de turistas. Las cuevas, sus sepulcros tradicionales, fueron vandalizadas con grafitos, y algunos restos humanos fueron robados.

Influencias occidentales negativas como la producción, la distribución y el uso de drogas prohibidas como marihuana y hachís también cobraron víctimas en la comunidad local. Además, los turistas extranjeros rompen tabúes de los indígenas. Muchos, por ejemplo, se han bañado desnudos bajo las cascadas, lo cual es rechazado por la comunidad local.

El influjo de turistas a través de las décadas también afectó a los ifugaos, indígenas habitantes de la provincia filipina del mismo nombre. El perjuicio más notorio fue el trastorno de las prácticas económicas tradicionales de la comunidad. Los constructores de las mundialmente famosas terrazas de arroz subsistieron durante siglos mediante esa forma de cultivo, pero con la llegada de turistas, la venta de esculturas en madera se volvió más atractiva en términos económicos que la agricultura de subsistencia, y por esta razón muchas terrazas fueron desatendidas y están en peligro de deterioro.

Joan Carling, de la Alianza de Pueblos de la Cordillera, resumió así los efectos del turismo sobre las comunidades nativas de la Cordillera filipina: "La industria turística facilitó la desintegración del modo de vida indígena, ya que la condujo al comercialismo y el individualismo, en contraste con su tradicional modo de vida simple y la cooperación mutua. Asimismo, la comercialización de su cultura condujo a modos indignos de sustento, como dejarse fotografiar como souvenir o realizar su danza tradicional a cambio de dinero. Estas prácticas nunca formaron parte de su cultura".

El alto costo del turismo

Los pueblos indígenas pagan un alto precio por el turismo. En su ansia por embolsarse los miles de millones de dólares que produce la industria turística, gobiernos y empresas multinacionales descuidan los intereses de las comunidades ancestrales.

Los efectos han sido devastadores. Pueblos indígenas enteros fueron expulsados de sus tierras tradicionales, sufren degradación social debido a influencias extranjeras y la comercialización de su cultura, y la rica biodiversidad de sus recursos naturales es víctima de la contaminación y el daño ambiental resultante del masivo y creciente número de visitantes.

Los pocos beneficios que los indígenas obtienen del turismo son superados por el daño que éste les causa. Ellos llevan la carga de una industria sobre la cual no tienen control ni derecho a opinión.

Con la globalización, el daño se agravó. Los acuerdos internacionales que aumentan el acceso de empresas multinacionales a las industrias locales de turismo sólo aceleran la explotación de los recursos naturales y la cultura de los pueblos indígenas. El ecoturismo, pregonado como la forma de turismo de más rápido crecimiento en el Tercer Mundo, no ha demostrado sustentabilidad alguna, y en cambio explota las comunidades nativas.

A menos que los pueblos indígenas tengan una participación directa en la planificación, aplicación y regulación de las actividades turísticas que los afectan, y que se establezcan mecanismos para compartir con ellos los beneficios, el turismo nunca redundará en su interés, y los indígenas continuarán siendo meros eslabones en la cadena de esta industria multimillonaria.


CUBA Reservas ecológicas se abrirán al turismo

Ocho áreas protegidas del norte de Cuba, entre ellas la mayor reserva mundial del flamenco caribeño, comenzarán a recibir el impacto directo del turismo como parte de la estrategia oficial de expansión de esta actividad. Fuentes oficiales informaron que los reservorios seleccionados para el desarrollo controlado del turismo de naturaleza se localizan al norte de la provincia de Camagüey, 570 kilómetros al este de La Habana.

La decisión fue tomada tras la conclusión de un estudio de evaluación para la explotación turística de la costa y la cayería norte camagüeyana realizados por especialistas del Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente. "Alrededor de 100.000 ejemplares y 400.000 nidos suelen haber en época de reproducción en la mayor reserva mundial del flamenco caribeño", además de manatíes, cocodrilos, tocoroso y pelícanos, informó la oficial Agencia Nacional de Información.

El flamenco rosado del Caribe fue incluido en la lista de especies en peligro de extinción por la Convención Internacional sobre el Comercio de Especies Amenazadas, pero expertos cubanos aseguraron el año pasado que ya no se extinguirá. La Empresa Nacional para la Conservación de la Flora y la Fauna informó en 1998 que el número de flamencos puede llegar a 230.000 en los próximos dos años, por la aplicación de un programa integral de estudio y cría de esta especie. La población de flamenco rosado caribeño creció ocho veces en esta década y podría acercarse al cuarto de millón de ejemplares para el año 2000, según cálculos de la empresa.

Además de la reserva de flamencos rosados, situada en la desembocadura del río Máximo, fue aprobada para su explotación la barrera coralina de la playa Santa Lucía, considerada como una de las más ricas del mundo. El estudio establece las normas que deberán seguirse para la preservación de los territorios seleccionados que incluyen "estrictas regulaciones del acceso y conducta del público".

El turismo de naturaleza forma parte de la estrategia de desarrollo económico trazada por el gobierno de Fidel Castro, que pretende pasar de algo más de un millón de visitantes al año a siete millones a principios del próximo siglo.

COSTA RICA Prostitución infantil crece con turismo

El auge del turismo empuja a muchos niños y adolescentes de Costa Rica hacia las redes que lucran con la prostitución infantil. El turismo es una industria en boga en el país.

En 1998 ingresaron casi un millón de visitantes y de acuerdo con datos de la no gubernamental Casa Alianza, 0,5 por ciento de ellos forman parte de los llamados "turistas sexuales". De ser así, casi 5.000 turistas visitan Costa Rica como destino sexual. Muchos de ellos, atraídos por anuncios de Internet y redes de dueños de hoteles y taxistas, estarían participando de la explotación de niños y niñas.

"Como en Tailandia y los otros países asiáticos se han aumentado las restricciones al turismo sexual muchos de los turistas que buscan estos fines se están desplazando ahora a Centroamérica y el resto de América Latina", señala Bruce Harris, director de Casa Alianza.

Ante este problema, el gobierno tomó distintas medidas. Una de ellas es entregar en los aviones a los extranjeros que tienen como destino Costa Rica una tarjeta en la que se recuerda que en este país está prohibido prostituir a menores.

En enero, en la zona turística de Quepos, en el Pacífico central, dos extranjeros fueron detenidos al ser sorprendidos cometiendo abusos sexuales contra menores. Pero una semana después salieron en libertad después de pagar una pequeña fianza. El código penal costarricense no estipula como delito la explotación sexual infantil.

El problema de la prostitución infantil, que comparten todos los países de América Central, se inicia en una compleja red de factores que favorecen el crecimiento de la explotación sexual y que integran los dueños de hoteles, los taxistas y los clientes, según un estudio elaborado por UNICEF y la Universidad nacional de Costa Rica.




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