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No. 93/94 - Julio/Agosto 1999

El acuerdo de paz de Kosovo

por Noam Chomsky

La historia estadounidense está dominada por las limpiezas étnicas desde su origen hasta la actualidad. Sin embargo, el autor considera que se impone una puntualización: el término "limpieza étnica" no es realmente apropiado. Las operaciones de limpieza de Estados Unidos han sido indiscriminadas; Indochina y América Central son dos ejemplos recientes.

El día 24 de marzo las fuerzas aéreas de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), lideradas por Estados Unidos, comenzaron a atacar la República Federal de Yugoslavia (Serbia y Montenegro) y el territorio de Kosovo, que la OTAN considera una provincia de Serbia. El día 3 de junio, la OTAN y Serbia alcanzaron un acuerdo de paz. Estados Unidos declaró que había vencido, después de haber concluido con éxito "un esfuerzo de 10 semanas para obligar al señor (Slobodan) Milosevic a rendirse", tal y como lo definía Blaine Harden en The New York Times; ya no sería necesario utilizar fuerzas terrestres para "limpiar Serbia", como había recomendado el propio Harden en una crónica titulada "Cómo limpiar Serbia".

La recomendación resultaba natural en el contexto de la historia estadounidense, dominada por las limpiezas étnicas desde su origen hasta la actualidad, y cuyos logros se celebran en los nombres que se han dado a los helicópteros militares de ataque y a otras armas de destrucción. Sin embargo, se impone una puntualización; el término "limpieza étnica" no es realmente apropiado: las operaciones de limpieza de Estados Unidos han sido indiscriminadas; Indochina y Centroamérica son dos ejemplos recientes.

Los bombardeos se presentaron desde el principio como una cuestión de importancia cósmica, una prueba de un "nuevo humanismo", en el que los "estados ilustrados" -como decía la revista Foreign Affairs- abrirían una nueva época de la historia de la humanidad dirigidos por "un nuevo internacionalismo en el que no se volverá a tolerar la brutal represión de grupos étnicos enteros" (Tony Blair). Los estados ilustrados son Estados Unidos y su socio británico, y tal vez también otros que se alisten en sus cruzadas por la justicia.

Al parecer, la categoría de "estados ilustrados" se alcanza por definición. No he visto ningún intento por proporcionar pruebas o argumentos que lo justifiquen, y ciertamente no se encuentran en la historia de los países mencionados. Pero eso resulta completamente irrelevante, en cualquier caso, gracias a la familiar doctrina del "cambio de rumbo" a la que se acogen habitualmente las instituciones ideológicas para relegar el pasado al lugar más recóndito y profundo de la memoria, con intención de impedir la amenaza de que alguien pueda realizar las preguntas más obvias: dado que ni las estructuras institucionales ni la distribución del poder han cambiado esencialmente, ¿cómo cabe esperar un cambio radical de política, o cualquier tipo de cambio, al margen de simples ajustes tácticos? Pero esas cuestiones no están en el orden del día.

Cuando se anunció el acuerdo, el analista internacional Thomas Friedman explicaba en The New York Times que "el problema de Kosovo ha consistido, desde el principio, en cómo debemos reaccionar cuando ocurren cosas malas en lugares poco importantes". Acto seguido procedía a alabar a los estados ilustrados por insistir en el principio moral de que "una vez que comenzaron los desalojos de refugiados, hacer caso omiso de Kosovo habría sido un error (...) además, utilizar una enorme guerra aérea para atacar un objetivo limitado era lo único que tenía sentido". Semejante preocupación por los "desalojos de refugiados" implica un problema menor, porque no pudieron ser el motivo de la "enorme guerra aérea".

El Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados informó de los primeros refugiados fuera de Kosovo el día 27 de marzo (4.000), tres días después de que comenzaran los bombardeos. La suma se incrementó y el día 4 de junio se tenía constancia de un total de 670.000 refugiados en los países vecinos (Albania y Macedonia), además de los 70.000 que se estima que se encuentran en Montenegro (es decir, dentro de la República Federal Yugoslava) y los 75.000 refugiados más que se han dirigido a otros países. Los datos, que por desgracia son demasiado familiares, no incluyen a los desplazados internos de Kosovo; las cifras se desconocen, pero la OTAN calcula que fueron entre 200.000 y 300.000 en el año anterior a que comenzaran los bombardeos, la cifra es muy superior desde entonces.

Es indiscutible que la "enorme guerra aérea" precipitó un aumento radical de la limpieza étnica y de otras atrocidades; es un hecho que ha sido probado más allá de cualquier duda por los periodistas que se encontraban en Kosovo y en los análisis retrospectivos en la prensa. Esa situación se da igualmente en los dos documentos más importantes que pretendían justificar los bombardeos como una reacción a la crisis humana de Kosovo.

El más largo, proporcionado por el Departamento de Estado en mayo, se titulaba muy adecuadamente "Borrar la historia: limpieza étnica en Kosovo"; el segundo es el procedimiento contra Milosevic y asociados iniciado por el Tribunal Internacional para los Crímenes de Guerra en Yugoslavia después de que Estados Unidos y Gran Bretaña "facilitaran el camino para iniciar un proceso asombrosamente rápido al proporcionar a (la fiscal Louise) Arbour acceso a los informes de los servicios de espionaje y a otros datos que le habían negado los gobiernos occidentales durante mucho tiempo", según informaba The New York Times, que dedicó dos páginas enteras a la acusación.

En ambos documentos se mantiene que las atrocidades comenzaron "el día 1 de enero o alrededor de esa fecha"; sin embargo, la detallada cronología de los dos documentos revela que las atrocidades continuaron al ritmo que habían mantenido hasta entonces hasta que se incrementaron drásticamente a partir de los bombardeos. Es evidente que eso no fue ninguna sorpresa.

El comandante general Wesley Clark definió las consecuencias en cierta ocasión como "totalmente previsibles"; pero era una exageración, por supuesto: no hay nada tan previsible cuando de cuestiones humanas se trata, aunque en la actualidad se dispone de gran cantidad de pruebas que indican que eran conscientes de las consecuencias, por razones que se comprendían perfectamente sin tener que acceder a los servicios secretos.

Robert Hayden, director del Centro de Estudios para Rusia y Europa del Este, de la Universidad de Pittsburgh, ofreció un pequeño resumen de los efectos de la "enorme guerra aérea": "las bajas de civiles serbios en los tres primeros meses de guerra son más altas que todas las bajas producidas en ambos bandos en Kosovo durante los tres meses que llevaron a esta guerra, y sin embargo, se suponía que esos tres meses habían sido una catástrofe humana".

Es cierto; esas consecuencias en particular no cuentan en el contexto de una histeria chovinista desatada para demonizar a los serbios, histeria que alcanzó su punto más alto y enigmático cuando se comenzó a bombardear objetivos civiles de forma abierta: a pesar de ello, se defendían los bombardeos con más fervor.

El mismo día, y por casualidad, The New York Times daba una respuesta algo más verosímil a la retórica pregunta de Friedman en una crónica de Stephen Kinzer, firmada en Ankara. El periodista decía que "el más conocido defensor turco de los derechos humanos ha sido encarcelado" para cumplir sentencia por haber "instado al estado a que alcance un acuerdo pacífico con los rebeldes kurdos". Unos días antes, Kinzer había insinuado que había algo más en la historia: "Algunos [kurdos] dicen que han sido oprimidos por la dominación turca, pero el gobierno turco insiste en que gozan de los mismos derechos que el resto de los ciudadanos".

Cabe preguntarse si eso hace justicia a una de las operaciones de limpieza étnica más extremas de mediados de la década de 1990, con decenas de miles de muertos, 3.500 pueblos destruidos, entre 2,5 y tres millones de refugiados, y atrocidades horrendas que son perfectamente comparables a las atrocidades de los enemigos escogidos que aparecen día tras día en las portadas de los periódicos, y que pasan desapercibidas a pesar de que las organizaciones de derechos humanos más importantes han informado de ellas detalladamente.

Esos logros se han conseguido gracias al masivo apoyo militar de Estados Unidos, que Clinton incrementó cuando las atrocidades alcanzaron su punto más alto, y que incluye aviones de combate, helicópteros de ataque, equipos de contrainsurgencia y otros instrumentos de terror y destrucción, así como entrenamiento y formación en servicios de inteligencia para algunos de los peores asesinos. Cabe recordar que dichos crímenes se han estado cometiendo en el seno de la propia OTAN, durante la década de 1990, y bajo la jurisdicción del Consejo de Europa y del Tribunal Europeo de Derechos Humanos, que sigue emitiendo dictámenes contra Turquía por sus atrocidades, apoyadas por Estados Unidos.

Los participantes y comentaristas hicieron gala de una enorme disciplina al "pasarlos por alto" durante la celebración del 50 aniversario de la OTAN, en abril. Una disciplina que resultó particularmente impresionante dado que la celebración fue ensombrecida por lúgubres preocupaciones por la limpieza étnica provocada por enemigos creados oficial y artificialmente, no por estados ilustrados dedicados a su tradicional misión de llevar justicia y libertad a los oprimidos del mundo y a defender los derechos humanos, mediante la fuerza si es necesario, bajo los principios del "Nuevo Humanismo".

Es evidente que dichos crímenes son la única prueba de la respuesta que han dado los estados ilustrados a la profunda cuestión de "cómo debemos reaccionar cuando ocurren cosas malas en lugares poco importantes". Debemos intervenir para aumentar las atrocidades, no "apartar la mirada" bajo una "doble moral", típico subterfugio que utilizan los sectores marginales de forma poco educada.

Sucede que ésa también es la misión que se ha llevado a cabo en Kosovo, como ha demostrado claramente el curso de los acontecimientos; sin embargo, no es la visión que ha reflejado el prisma de la ideología y de la doctrina, que no tolera de buena gana que se observe que la "enorme guerra aérea" habría provocado que un año de atrocidades que se encontraban en una escala muy similar a las producidas en Colombia durante la década del 90 (con el apoyo de Estados Unidos), diera paso a un nivel tan alto de atrocidades como las cometidas en el seno de la propia OTAN y de Europa en la misma década si hubieran continuado los bombardeos.

Las órdenes de marcha de Estados Unidos son, sin embargo, las de costumbre: Concentrarse de forma absoluta en los delitos del enemigo oficial actual y no permitir ninguna distracción provocada por delitos comparables o aún peores a los que se podría poner fin, o que se podrían mitigar fácilmente, si el papel crucial de los estados ilustrados no consistiera en perpetuarlos o aumentarlos cuando los intereses del poder así lo dictan. Obedezcamos las órdenes, entonces, y sigamos hacia Kosovo.

Una investigación mínimamente seria del acuerdo de Kosovo debería revisar las opciones diplomáticas que existían el 23 de marzo, el día antes de que se iniciara la "enorme guerra aérea", y compararlas con el acuerdo alcanzado por la OTAN y por Serbia el 3 de junio. En este punto existen dos versiones: (1) los hechos; y (2) los cuentos para niños, es decir, la versión de Estados Unidos y de la OTAN que ocupa todos los comentarios e informaciones periodísticas de los estados ilustrados.

Cualquier mirada, por precipitada que sea, revela que los hechos y las fabulaciones difieren drásticamente. Así, The New York Times presentaba el texto del acuerdo con el siguiente titular: "Dos planes de paz: en qué se diferencian". Los dos planes son el acuerdo de Rambouillet (provisional) que se presentó a Serbia a modo de ultimátum, modelo "acéptalo o te bombardeamos", el día 23 de marzo, y el acuerdo de paz de Kosovo del 3 de junio. Pero en el mundo real hay tres "planes de paz", dos de los cuales se encontraban sobre la mesa el día 23 de marzo: el acuerdo de Rambouillet y las resoluciones, en respuesta a dicho acuerdo, de la Asamblea Nacional serbia.

Comencemos con los dos planes de paz del 23 de marzo y preguntémonos en qué diferían y qué puntos tenían en común con el acuerdo de paz de Kosovo, del día 3 de junio, y volvamos la mirada después hacia lo que razonablemente cabría esperar si rompiéramos las normas y prestáramos atención a los (múltiples) precedentes.

En el acuerdo de Rambouillet se exigía que la OTAN realizara una ocupación militar completa de Kosovo, que tuviera el control político de la región, y que pudiera ocupar militarmente el resto de Yugoslavia a su antojo. Según el acuerdo, la OTAN "constituirá y dirigirá una fuerza militar" (KFOR) que "la OTAN establecerá y desplegará" dentro y alrededor de Kosovo, "operando bajo la autoridad del Consejo del Atlántico Norte (NAC), y sujeta a su dirección y control políticos a través de la cadena de mando de la OTAN"; "el oficial al mando del KFOR es la autoridad final en todo lo relativo a la interpretación de este capítulo (desarrollo del acuerdo), y sus interpretaciones serán de obligado cumplimiento para todas las partes y personas" (cuyo cargo sea irrelevante).

Todas las fuerzas armadas yugoslavas y la policía del Ministerio del Interior debían dirigirse, en un breve plazo de tiempo, a "los acantonamientos aprobados", para retirarse después a Serbia, con excepción de pequeñas unidades asignadas a tareas de vigilancia fronteriza con armamento limitado (todo ello, especificado detalladamente). Dichas unidades debían limitarse a defender las fronteras de posibles ataques y a "controlar el tráfico fronterizo ilegal", y no podían desplazarse por Kosovo salvo para realizar sus funciones. "Tres años después de la entrada en vigor de este acuerdo, se convocará una reunión internacional que determine los mecanismos necesarios para establecer un acuerdo final para Kosovo". Este párrafo se ha interpretado habitualmente como una vía para organizar un referéndum sobre la independencia de Kosovo, aunque no se mencione de forma explícita.

En lo relativo al resto de Yugoslavia, los términos de la ocupación se encuentran detallados en el Apéndice B: Estatuto de la Fuerza de Ejecución Militar Multinacional. El párrafo más importante dice así: "8. El personal de la OTAN, así como sus vehículos, enseres, aviones y equipo, podrán transitar libremente y sin restricción de ninguna clase por la República Federal de Yugoslavia y por su espacio aéreo y aguas territoriales. Esto incluirá, aunque no se limite a ello, el derecho de vivac, las maniobras, el alojamiento y la utilización de cualquier zona o instalación que se necesite para tareas de apoyo, entrenamiento y operaciones".

En el resto se habla de las condiciones que conceden libertad de actuación a las fuerzas de la OTAN y a sus empleados en todo el territorio de la República Federal de Yugoslavia, sin necesidad de cumplir las leyes del país ni depender de la jurisdicción de sus autoridades, que sin embargo, deben obedecer las órdenes de la OTAN "de forma prioritaria y con todos los medios apropiados". En una de las cláusulas se dice que "todo el personal de la OTAN respetará las leyes vigentes en la RFY", pero con una puntualización previa que la vacía de contenido: "Sin perjuicio de su inmunidad y privilegios, establecidos en este Apéndice, todo el personal de la OTAN"... Se ha barajado la posibilidad de que el acuerdo se redactara de ese modo para impedir que lo aceptaran. Puede que sea cierto.

Resulta difícil de creer que algún país considerara siquiera esos términos, excepto como rendición incondicional. En el amplio seguimiento informativo de la guerra se encuentran muy pocas referencias al acuerdo de Rambouillet en las que se mencionen, aunque sea de pasada, las frases del crucial artículo del Apéndice B que acabo de citar; no obstante, sí se informó de dicho apéndice cuando perdió toda relevancia.

El 5 de junio, después de que se llegara al acuerdo el día 3, The New York Times informaba de que, en al anexo al acuerdo de Rambouillet, "una fuerza militar de la OTAN tendría permiso total para moverse libremente por el territorio de Yugoslavia, y con inmunidad ante cualquier proceso legal". Evidentemente, y en ausencia de cualquier explicación clara y repetida sobre las condiciones básicas de dicho acuerdo (el "proceso de paz" oficial), la opinión pública no ha podido entender lo que estaba ocurriendo, ni valorar la exactitud de la versión preferente del acuerdo de Kosovo.

El segundo plan de paz lo presentó la Asamblea Nacional Serbia, en forma de resoluciones, el día 23 de marzo. La Asamblea rechazó la exigencia de una ocupación militar de la OTAN, y pidió a la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) y a las Naciones Unidas que facilitaran un acuerdo diplomático pacífico. Así mismo, condenó la retirada de la Misión de Verificación en Kosovo de la OSCE, ordenada el día 19 de marzo por Estados Unidos, para preparar los bombardeos del 24 de marzo.

En las resoluciones se pedía un proceso de negociación que llevara "al alcance de un acuerdo político sobre una amplia autonomía para Kosovo y Metohija [nombre oficial de la provincia], con la seguridad de que todos los ciudadanos y comunidades étnicas gocen de los mismos derechos, y respetando la integridad territorial y la soberanía de la República de Serbia y de la República Federal de Yugoslavia".

Además, y aunque "el parlamento serbio no acepta la presencia de tropas militares extranjeras en Kosovo y Metohija", el parlamento serbio se mostraba dispuesto a revisar el tamaño y el carácter de la presencia internacional en Kosmet (Kosovo/Metohija) para ejecutar el acuerdo al que se llegara, y se comprometía a firmar de forma inmediata el acuerdo político de autogobierno que aceptaran los representantes de todas las comunidades nacionales que viven en Kosovo y Metohija.

Los datos esenciales de las decisiones mencionadas se enviaron a través de las redes más importantes, y además, eran absolutamente conocidos en todas las redacciones. Sin embargo, varias búsquedas en bases de datos no han servido para encontrar nada, salvo menciones superficiales, y ninguna de ellas en la prensa nacional ni en los periódicos más importantes.

La opinión pública sigue sin conocer, por tanto, los dos planes de paz del 23 de marzo; de hecho, no sabe que había dos planes, no uno. La consigna general consiste en decir que "la negativa de Milosevic a aceptar (...) o a discutir siquiera un plan internacional de pacificación [es decir, el acuerdo de Rambouillet] fue lo que provocó los bombardeos de la OTAN el 24 de marzo" (Craig Whitney, The New York Times). El artículo de Whitney es uno de los muchos que deploraban la propaganda serbia; no se puede dudar de su exactitud, pero omite unos cuantos datos.

En cuanto al significado de las resoluciones de la Asamblea Nacional Serbia, los fanáticos estaban convencidos de conocer las respuestas: respuestas diferentes, dependiendo de la clase de fanáticos de la que se tratara. Para otros, no obstante, habría existido una forma de encontrar las respuestas: explorar las posibilidades. Pero los estados ilustrados prefirieron desestimar esa opción; prefirieron bombardear a sabiendas de las consecuencias que tendría.

Otros pasos más profundos en el proceso diplomático, y su influencia en las instituciones doctrinales, serían merecedores de atención; pero los pasaré por alto en este momento para analizar el acuerdo de Kosovo del día 3 de junio.

Como cabía esperar, se trata de un compromiso entre los dos planes de paz del 23 de marzo. Al menos sobre el papel, Estados Unidos y la OTAN renunciaron a las exigencias más importantes, ya citadas, que provocaron el rechazo de Serbia al ultimátum. A cambio, Serbia aceptaba una "presencia de seguridad internacional con una participación sustancial de la OTAN, desplegada bajo dirección y control unificados (...) bajo los auspicios de Naciones Unidas". En un anexo al texto se dice: "el contingente ruso no se encontrará bajo dirección de la OTAN, y su relación con la presencia internacional será establecida en acuerdos adicionales relevantes". No hay términos de ninguna clase que permitan el acceso de la OTAN, ni de la "presencia de seguridad internacional", en general, al resto del territorio de la República Federal de Yugoslavia.

El control político de Kosovo no se encontrará en las manos de la OTAN, sino del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, que establecerá "una administración interina de Kosovo". La retirada de las fuerzas yugoslavas no se especifica tan detalladamente como en el acuerdo de Rambouillet, pero es similar, aunque más rápida. Todo lo demás se encuentra dentro del margen de acuerdo que permitían los dos planes del 23 de marzo.

El resultado final indica que el 23 de marzo se podrían haber llevado a cabo iniciativas diplomáticas que evitaran una terrible tragedia con consecuencias que afectarán a Yugoslavia y al resto del mundo, y que en muchos aspectos son bastante siniestras. Es evidente que la situación actual no es la del 23 de marzo.

El día en que se llegó al acuerdo de Kosovo, un titular de The New York Times lo explicaba con exactitud: "Los problemas de Kosovo acaban de empezar". Entre los "espantosos problemas" que cabe esperar, según Serge Schmemann, están la repatriación de los refugiados "a la tierra de cenizas y tumbas que fue su hogar", y el "enorme coste de reconstruir las devastadas economías de Kosovo, del resto de Serbia y de las zonas vecinas". Cita a Susan Woodward, historiadora especializada en los Balcanes, del Brookings Institution, que añade "que todas las personas que podrían ayudarnos a construir un Kosovo estable se encuentran destrozadas por los efectos de los bombardeos", dejando el control en manos del Ejército de Liberación de Kosovo (ELK).

Estados Unidos condenó con firmeza al ELK, "un grupo terrorista, sin duda alguna", cuando inició sus ataques organizados en febrero de 1998, acciones que Washington condenó "firmemente" como "actividades terroristas", con lo que probablemente dio "luz verde" a Milosevic para que desatara la severa represión que llevó a un nivel de violencia similar al de Colombia antes de que los bombardeos precipitaran un aumento drástico de dicha represión. Esos "espantosos problemas" son nuevos. Son "los efectos de los bombardeos" y de la cruel respuesta serbia que provocaron, aunque los problemas que existían antes de que los países ilustrados recurrieran a la violencia ya eran suficientemente espantosos.

Los titulares convierten los hechos en cuentos de hadas y cantan la gran victoria de los estados ilustrados y de sus líderes, que han obligado a Milosevic a "capitular", a "rendirse", a aceptar una "fuerza dirigida por la OTAN" y a presentar una rendición "tan cercana a una rendición incondicional como habría cabido imaginar" para someterse a "un acuerdo aún peor que el de Rambouillet, que había rechazado". No es exactamente la verdad, pero es una historia que resulta mucho más útil que los hechos.

El único tema serio que se debate es si esto demuestra que los bombardeos pueden servir, por sí mismos, para conseguir propósitos altamente morales, o si por el contrario, y tal y como alegan los críticos con permiso para participar en dicho debate, sigue sin haberse demostrado.

Según Fred Kaplan, experto en cuestiones militares, el "eminente historiador militar" británico John Keegan "contempla la guerra como una victoria no sólo de las fuerzas aéreas sino del Nuevo Orden Mundial que declaró el presidente Bush después de la guerra del Golfo", en una visión que incrementa la importancia de lo sucedido. Keegan ha escrito que "si Milosevic es realmente un hombre derrotado, todos los Milosevic del mundo tendrán que reconsiderar sus planes".

Es una opinión realista, pero no en los términos que probablemente tenía Keegan en mente: más bien nos ayuda a comprender el verdadero significado de la frase "los Milosevics del mundo", dada la gran cantidad de pruebas existentes, los objetivos actuales y la importancia del Nuevo Orden Mundial, que se revela en un archivo documental de la década del 90 sobre el que aún no se ha hablado.

Si nos ceñimos a la zona de los Balcanes, las críticas no se refieren a las enormes operaciones de limpieza étnica que se han llevado a cabo en el seno de la propia OTAN, bajo jurisdicción europea y con creciente y decisivo apoyo de Estados Unidos, y que no se efectuaron en respuesta a un ataque de la fuerza militar más poderosa del mundo, ni a la inminente amenaza de una invasión. El Nuevo Orden Mundial legitima esos delitos, y puede que hasta los premie, como hace en todas partes con las atrocidades que encajan en los intereses de los líderes de los estados ilustrados, y que ejecutan regularmente, cuando es necesario.

Esos hechos, bastante evidentes, revelan que en el "nuevo internacionalismo (...) la brutal represión de grupos étnicos enteros" no será solamente "tolerada" sino provocada de forma activa: tal y como sucedió con el "viejo internacionalismo" del Concierto de Europa, del propio Estados Unidos, y de otros muchos y distinguidos antecesores.

Aunque los hechos y las fabulaciones difieren drásticamente, se puede aducir que los medios de comunicación y los comentaristas son realistas cuando presentan la versión de Estados Unidos y de la OTAN como si fuera los hechos. Se convertirá en Los Hechos como sencilla consecuencia de la distribución del poder y de la voluntad de manipular a la opinión pública para que sirva a sus necesidades. Es un fenómeno habitual.

Entre los ejemplos recientes se encuentran el Tratado de Paz de París, de enero de 1973, y los acuerdos de Esquipulas de agosto de 1987. En el primer caso, Estados Unidos tuvo que firmar después del fracaso de los bombardeos navideños, destinados a que Hanoi renunciara al acuerdo entre Estados Unidos y Vietnam al que se había llegado en octubre del año anterior. Kissinger y la Casa Blanca anunciaron al unísono, y con bastante transparencia, que romperían todos y cada uno de los elementos importantes del Tratado que estaban firmando, y presentaron una visión diferente que fue inmediatamente adoptada por los medios de comunicación; así que, cuando Vietnam del Norte respondió finalmente a las graves transgresiones estadounidenses de los acuerdos, se convirtió ante la opinión pública en el incorregible agresor que debía ser castigado una vez más, como siempre.

La misma tragedia/farsa se desarrolló cuando los presidentes centroamericanos firmaron el acuerdo de Esquipulas (denominado con frecuencia "el acuerdo de Arias"), con la oposición frontal de Estados Unidos. Washington aumentó inmediata y drásticamente las guerras que alimentaba para romper el "elemento indispensable" del acuerdo, y acto seguido procedió a desmantelar por la fuerza el resto de las cláusulas; tuvo éxito en pocos meses, y siguió saboteando los esfuerzos diplomáticos posteriores hasta que alcanzó la victoria. La versión estadounidense del acuerdo, que se había desviado radicalmente del original en los aspectos más importantes, se convirtió en la versión aceptada.

El resultado se pudo contemplar en titulares como "Una victoria para el juego limpio de Estados Unidos", con los estadounidenses "Unidos en la alegría" sobre la sangría y la devastación provocadas, y subyugados por el arrebato de "una época romántica" (Anthony Lewis, titulares de The New York Times. Todos reflejan la euforia por la misión cumplida).

Revisar lo que ocurrió más tarde, en esos y en otros casos similares, sería superfluo. No hay motivos para esperar que se revele una historia diferente en este caso, si se cumple la crucial y habitual condición: que se lo permitamos. (ALAI)






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