No. 99/100 - Enero/Febrero 2000

El dramático fracaso de la Tercera Conferencia Ministerial de la Organización Mundial de Comercio (OMC), que tuvo lugar en diciembre en Seattle, seguramente será recordado como uno de los acontecimientos más significativos de la última década del milenio. Después de 10 años de negociaciones comerciales multilaterales en las cuales el Norte pudo imponer al Sur -casi sin esfuerzo- su propia agenda, la debacle de Seattle fue un cambio saludable.
Si bien la causa inmediata del fracaso fue la incapacidad de Estados Unidos y la Unión Europea de salvar sus diferencias, el factor más importante fue la actitud de los países en desarrollo, que no se dejaron avasallar. No obstante, fue la sociedad civil -especialmente las protestas callejeras- las que pusieron a Seattle y a la OMC en los titulares de la prensa.

El dramático fracaso de la Tercera Conferencia Ministerial de la Organización Mundial de Comercio (OMC), que tuvo lugar en diciembre en Seattle, seguramente será recordado como uno de los acontecimientos más significativos de la última década del milenio. Después de 10 años de negociaciones comerciales multilaterales en las cuales el Norte pudo imponer al Sur -casi sin esfuerzo- su propia agenda, la debacle de Seattle fue un cambio saludable.

Si bien la causa inmediata del fracaso fue la incapacidad de Estados Unidos y la Unión Europea de salvar sus diferencias, el factor más importante fue la actitud de los países en desarrollo, que no se dejaron avasallar. No obstante, fue la sociedad civil -especialmente las protestas callejeras- las que pusieron a Seattle y a la OMC en los titulares de la prensa. Existen, por supuesto, diferencias básicas de opiniones entre las diversas posiciones de la sociedad civil con relación a la OMC. Pero para muchos activistas y ONGs, el colapso de las conversaciones debe dar lugar a una reflexión acerca de la influencia de la sociedad civil en nuestra era de globalización.

Para los países en desarrollo, Seattle sirvió para mostrarles la importancia de la unidad. El surgimiento de un frente unido entre los países en desarrollo, sumado a que estaban mejor preparados para las negociaciones, explica en gran medida la mayor decisión y firmeza exhibidas en Seattle. Y, más que cualquier otro factor, lo que realmente galvanizó la actitud de los países en desarrollo fue la naturaleza antidemocrática y sin transparencia del sistema de la OMC. Para decirlo de otra manera, la Conferencia Ministerial de la OMC sufrió una implosión.

Después de Seattle cabe esperar que los países ricos redoblen sus esfuerzos para actuar unidos y traten de lanzar una nueva Ronda de negociaciones comerciales en torno a los temas de su interés. Las conferencias de prensa de los jefes de delegación de Estados Unidos y la Unión Europea inmediatamente después de Seattle así lo dan a entender.

Los países del Sur deben utilizar la experiencia adquirida en Seattle para consolidarse y prepararse para la próxima batalla. En lugar de simplemente responder al próximo movimiento del Norte, deberían tomar la iniciativa de impulsar las reformas y cambios necesarios en las normas, empezando por la solución de los problemas resultantes de la aplicación de los acuerdos de la Ronda Uruguay.

Para la sociedad civil, Seattle marca sólo el inicio. Los grupos sociales y ONGs deberán dialogar más entre ellos para entender mutuamente sus diversas opiniones, afinar sus análisis y mejorar sus acciones futuras. Seguramente las empresas transnacionales y los gobiernos que las apoyan van a responder en contra de la creciente influencia de la sociedad civil. En el nuevo milenio, la lucha entre quienes pretenden que la economía mundial domine a la gente y quienes buscan poner la economía al servicio de los intereses de las personas continuará y se intensificará.