No. 105/106 - Julio/Agosto 2000
El argumento central para las nuevas tecnologías agrícolas surgidas desde la Segunda Guerra Mundial ha sido su capacidad potencial para aumentar varias veces la producción de alimentos. Lamentablemente, aún en esos casos en que ha habido pruebas de un aumento del rendimiento, resulta claro que no es compatible con los principios de una agricultura sustentable.
El argumento central para las nuevas tecnologías agrícolas surgidas desde la Segunda Guerra Mundial ha sido su capacidad potencial para aumentar varias veces la producción de alimentos. Lamentablemente, aún en esos casos en que ha habido pruebas de un aumento del rendimiento, resulta claro que no es compatible con los principios de una agricultura sustentable.
El ejemplo clásico de las limitaciones de esas tecnologías fue la Revolución Verde que, hasta hace muy poco, era presentada como un "milagro". La Revolución Verde, con un paquete tecnológico que incluye semillas híbridas, fertilizantes químicos, plaguicidas y herbicidas, así como riego a gran escala, cambió el entramado de la agricultura y escogió las tierras más fértiles.
Sin embargo, a pesar del aumento espectacular de rendimiento que generó la nueva tecnología, pronto se hizo evidente que los enormes insumos de fertilizantes químicos intrínsecos a la misma tuvieron también un costo económico y social. El "envenenamiento" a largo plazo y el agotamiento del suelo ha generado una disminución constante del rendimiento total. En una palabra, la Revolución Verde no es sustentable.
Ahora que sus males han salido a la luz, las empresas, apoyadas por sus instituciones de investigación, empezaron otra ronda de una nueva tecnología -la ingeniería genética- en la llamada Revolución Genética. Y la impulsan tan agresivamente como a la otra. Pero cada vez es más claro que, por una serie de razones científicas, ecológicas, sociales y económicas, la ingeniería genética es también incompatible con la agricultura sustentable.
Del discurso actual surge la necesidad de crear una agricultura a pequeña escala, productiva y viable. Para este fin se ha sugerido aplicar los principios de la agroecología. Se trata de una disciplina científica que define, clasifica y estudia sistemas agrícolas desde una perspectiva científica, ecológica y socioeconómica. La agroecología integra el saber indígena con el conocimiento técnico actual, acompañando no sólo objetivos de producción sino también consideraciones de equidad social y sustentabilidad ecológica.
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