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No. 105/106 - Julio/Agosto 2000

Agroecología para combatir el hambre en el sur

por Miguel Altieri, Peter Rosset y Lori Ann Thrupp

Los autores explican el significado de la agroecología y su importancia para resolver problemas cruciales como el hambre, las desigualdades y el desarrollo sustentable en el mundo en desarrollo.

El hambre y la desnutrición afectan a cerca de 800 millones de personas en el mundo en desarrollo. En general, este problema no se debe a una escasez real y absoluta de alimentos sino, más bien, a cuestiones más complejas como quién cultiva y dónde, cómo se distribuyen los comestibles y, finalmente, quién accede a los mismos. La desigualdad es el motor principal del hambre, dentro de esta complicada cadena causal. El mal manejo y la sobreexplotación de los recursos naturales también son factores centrales que subyacen a las brechas alimenticias. Es necesario analizar las políticas tecnológicas para el desarrollo rural y agrícola para saber si ayudan a incrementar o a reducir la desigualdad en la distribución y el acceso a los recursos y los alimentos, y si garantizan la sustentabilidad de la utilización de recursos.

Quienes proponen una segunda Revolución Verde argumentan, en general, que la escasez y la baja productividad agrícola provocan una inseguridad alimentaria y agravarán el hambre mundial en el futuro. Los defensores de esta perspectiva creen que la sobrepoblación y la escasez de alimentos son la causa del hambre y por eso insisten en agregar cifras sobre la producción y el consumo de alimentos a nivel planetario para justificar la segunda Revolución Verde, pero no se fijan en la distribución y las disparidades que se producen dentro de cada país y en las regiones. Por lo tanto, proponen una nueva ola de intensificación agrícola en África y partes de América Latina introduciendo fertilizantes y plaguicidas por etapas, variedades de cultivos modificados genéticamente y políticas comerciales que les permitan a quienes suministran alimentos del Norte cubrir las diferencias alimentarias que aún subsistan en el Sur después de dicha Revolución. Del mismo modo, suelen promocionar un modelo agroindustrial que fomenta la uniformidad y las estandarización de tecnologías para obtener sistemas mecanizados que requieren insumos en gran escala, con el fin de maximizar las cosechas de hortalizas comerciales y crear un buen sistema mundial de alimentos.

Sin embargo, existen pruebas de que una segunda Revolución Verde no es la estrategia adecuada para acabar con el hambre. Analistas económicos, ONGs y agricultores de varias partes del mundo han manifestado serias dudas acerca de su validez. Versiones anteriores del paquete tecnológico revolucionario generaron problemas de suelo, maleza y plagas, lo cual redundó, en algunos casos, en una disminución del rendimiento en el largo plazo. Las modificaciones genéticas producen variedades que no se adaptan a todos los lugares y que deben ser comprados por productores en gran número con problemas de falta de dinero. La introducción indiscriminada de nuevas semillas pone al ambiente en peligro y puede reducir la diversidad genética de cultivos alimenticios, elevando el riesgo y la inseguridad alimentaria de los agricultores en varias zonas. El dumping de alimentos excedentarios que practica el Norte constituye uno de los factores que contribuye a reducir la productividad del Sur. El énfasis que hacen los partidarios de la Revolución Verde en el uso de insumos químicos, cuyo origen es ajeno al predio agrícola y que además cuestan dinero, puede aumentar o hacer declinar las cosechas, provocando un aumento de la desigualdad. Por ese motivo, no se trata del método ideal para luchar contra el hambre.

Ventajas de la agroecología

La agroecología, una idea que cuenta con el apoyo de un número creciente de agricultores, ONGs y analistas en el mundo entero, ofrece varias ventajas respecto de la Revolución Verde. Primero, se trata de un camino alternativo a la productividad o intensificación agrícola, basado en el conocimiento agrícola del lugar y en técnicas que se adaptan a las condiciones locales, en el manejo de diversos recursos e insumos del establecimiento donde se aplica y en la incorporación del conocimiento científico actual de los principios y recursos biológicos aprovechables en los sistemas agrícolas. Segundo, ofrece la única vía práctica de recuperación real de tierras cultivables que han sido degradadas por las prácticas convencionales. Tercero, constituye el único camino seguro para el ambiente y solventable para los pequeños productores de las zonas marginales, que podrán intensificar así su producción de modo sustentable. Finalmente, sólo este sistema hace posible revertir la tendencia contra los trabajadores rurales que parece inherente a las estrategias cuyo énfasis está puesto en la adquisición de insumos y maquinaria. La agroecología valora en cambio los bienes que ya poseen los pequeños productores, incluso el conocimiento local y el bajo costo que tiene la mano de obra en las regiones donde viven. Por lo tanto, es probable que este sistema logre reducir las desigualdades, en vez de exacerbarlas, además de mejorar la sustentabilidad.

Hoy existen miles de ejemplos de productores rurales que, en sociedad con ONGs y otras organizaciones, han promovido y aplicado proyectos alternativos de desarrollo agroecológico. En todos los casos se integraron elementos del conocimiento tradicional y de la ciencia agrícola moderna. Se utilizan sistemas de policultivos, agroforestación e integración de agricultura y ganadería, que conservan los recursos y son a la vez muy productivos.

Actualmente hay pruebas suficientes, a pesar de que los investigadores prestan escasa atención a esos sistemas, de que estas tecnologías agroecológicas pueden contribuir a la seguridad alimentaria en varios niveles. Su productividad y sustentabilidad sólo se puede medir empíricamente. Pero es probable que la prevalencia de métodos similares entre los pequeños productores sea un factor de la relación inversa que, según se ha observado universalmente, existe entre el tamaño del predio y la producción, ya que cuanto más pequeño es el terreno, más productivo es el uso que se le da. Sin embargo, hasta los medianos e incluso los grandes productores recurren cada vez más al sistema agroecológico, reconociendo las ventajas que tiene frente a otros enfoques convencionales.

Quienes critican este tipo alternativo de producción, señalan que las cosechas son menos abundantes que las que se obtienen gracias a los sistemas convencionales de grandes insumos. Sin embargo, a menudo es el hecho de poner el énfasis en la cosecha -medida del rendimiento de un solo cultivo- lo que deja a los analistas ciegos respecto de medidas más amplias relacionadas con la sustentabilidad y mayor productividad por unidad de superficie, que se obtienen a partir de los complejos sistemas integrados de la agroecología cuando éstos asocian numerosas variedades de cultivos con animales y árboles. Existen también casos en que incluso el rendimiento de la cosecha de una sola variedad es mayor en un sistema agroecológico que ha atravesado todo el proceso de conversión.

Evaluaciones realizadas en África, América Latina y Asia muestran que las tecnologías agroecológicas pueden resultar muy beneficiosas para los agricultores y las comunidades, tanto en términos ambientales como económicos. Si estas experiencias se multiplicaran, se extrapolaran y fueran financiadas como políticas de producción alternativas, se ganaría mucho en cuanto a seguridad alimentaria y conservación ambiental. En este artículo presentamos algunos casos de África y América Latina que sirven para analizar las posibilidades del enfoque agroecológico.

Estabilizar las laderas montañosas de América Central

Es probable que el mayor desafío agrícola en América Latina sea el diseño de sistemas de cultivo para las laderas de las montañas que son productivas y además reducen la erosión. Varias organizaciones pusieron en marcha iniciativas que hacen hincapié en la administración de los recursos del suelo, la utilización de recursos del lugar y la producción de insumos en el predio.

La organización voluntaria privada World Neighbours (Vecinos del Mundo) patrocina, desde mediados de la década del 80, el desarrollo agrícola y un programa de formación a fin de controlar la erosión y recuperar la fertilidad de los suelos degradados de Honduras. Se introdujeron prácticas de conservación de suelos tales como hacer canaletas de desagüe y de contorno, barreras de pasto y paredes de roca; también se probó abonar con estiércol de pollo y realizar intercambio de cultivos. Las cosechas programadas se triplicaron y cuadruplicaron, pasando de 400 kilogramos por hectárea a 1.200 y hasta 1.600, según el agricultor. El resultado fue que las 1.200 familias que participaron en el programa tienen reserva de cereales para el año siguiente.

Cosecha, una ONG hondureña que fomenta el uso de métodos de conservación de los suelos y de agroecología, ayudó luego a unos 300 productores a probar con el sistema de terrazas, cultivos de cobertura y otras técnicas nuevas. La mitad de ellos ya triplicó su cosecha de maíz y frijoles; 35 fueron más allá de la producción básica y cultivan zanahorias, lechugas y otras hortalizas para vender en los mercados locales.

CIDDICO y otras ONG fomentaron el uso de legumbres como abono verde en toda América Central, ya que se trata de un fertilizante orgánico sin costo. Cientos de agricultores de la costa norte de Honduras utilizan frijoles velvet (Mucuna pruriens) con excelentes resultados, lo cual se traduce en cosechas de maíz de cerca de 3.000 kilogramos por hectárea, más del doble del promedio nacional; además sirven para controlar la erosión, eliminar la maleza y reducir el costo de preparación de la tierra para plantar.

Los frijoles velvet producen alrededor de 30 toneladas de biomasa por hectárea por año, o entre 90 y 100 kilogramos anuales de nitrógeno por hectárea. Estas tecnologías se difundieron a gran velocidad gracias a las redes de comunicación como el movimiento "de campesino a campesino" que existen en Nicaragua y en varios otros lugares.

En sólo un año, más de 1.000 productores rurales recuperaron las tierras degradadas de la cuenca nicaragüense de San Juan. El análisis económico de esos proyectos indica que los agricultores que adoptaron los cultivos de cobertura redujeron el consumo de fertilizantes químicos de 1.900 kilogramos por hectárea a 400 y aumentaron la cosecha de 700 a 2.000 kilogramos por hectárea, a un costo 22 por ciento más bajo que el de los productores que recurren a abonos químicos y practican el monocultivo.

Los científicos y las ONG que fomentan el uso del método de corte y cobertura del suelo con una capa vegetal, basados en el método tradicional del tapado que se utiliza en las laderas montañosas de América Central, informaron también que aumentó la cosecha de maíz (unos 3.000 kilogramos por hectárea), se redujeron considerablemente los insumos gracias a la siembra de protección y que por lo tanto disminuyó la necesidad de desmalezar. Otra ventaja fue que las legumbres que se utilizan como abono, resistentes a la sequía, tales como Dolichos lablab, resultaron un buen forraje para alimentar al ganado.

Este tipo de enfoque agroecológico se utiliza actualmente en un porcentaje bastante bajo de tierras, pero como está ganando popularidad entre los agricultores, empieza a difundirse rápidamente. Estos métodos tienen un gran potencial y ofrecen importantes ventajas para otras regiones de América Central e incluso otras partes del mundo.

Agroecología en la región andina

En Perú, las ONG investigaron las técnicas precolombinas a fin de encontrar soluciones para los problemas que plantea hoy la agricultura de altura. Un ejemplo fascinante es el renacimiento de un ingenioso sistema de tierras cultivadas que funcionaba en las altas llanuras de los Andes peruanos hace unos 3.000 años. Según las pruebas arqueológicas, los waru-warus, plataformas de suelo rodeadas de zanjas llenas de agua, producían cosechas abundantes a pesar de las inundaciones, sequías y heladas de ocurrencia común en alturas de alrededor de 4.000 metros.

Varias ONG y agencias del Estado crearon, en 1984, el Proyecto Interinstitucional de Rehabilitación de Waru-warus (PIWA) para ayudar a los productores locales a reconstruir esos antiguos sistemas. La combinación de terrenos cultivados y canales modera la temperatura y permite que se extienda la estación de cultivo, lo cual hace que la productividad de los waru-warus sea mayor que la de suelos normales fertilizados de la pampa. En el distrito de Huatta, campos cultivados reconstituidos produjeron cosechas impresionantes, como la de la papa, que llegó a ser de entre ocho y 14 toneladas anuales por hectárea. Estas cifras contrastan con el promedio logrado en Puno, de uno a cuatro toneladas por año de papas por hectárea. En los waru-warus de Camjata, la cosecha llegó a 13 toneladas y la de quinoa a dos toneladas por hectárea y por año.

Varias ONG se asociaron con agencias del gobierno de Perú para lanzar programas de restitución de las antiguas terrazas abandonadas. Por ejemplo, en Cajamarca, EDAC-CIED y algunas comunidades agrícolas iniciaron en 1983 un proyecto de conservación de suelos. Durante 10 años plantaron más de 550.000 árboles y reconstruyeron cerca de 850 hectáreas de terrazas y 173 de canales de desagüe e infiltración. El resultado es que hay 1.124 hectáreas de tierra sometidas a medidas de conservación (cerca de 32 por ciento del total de tierras arables), lo cual beneficia a 1.247 familias (casi 52 por ciento del total de las que viven en la zona). Las cosechas mejoraron de forma significativa. Por ejemplo, la de papa aumentó de cinco toneladas por hectárea a ocho. El incremento de la producción de hortalizas, el engorde del ganado y la cría de alpacas para obtener lana produjeron un alza en los ingresos de dichas familias.

En el valle de Colca, en el sur de Perú, el Programa de Acondicionamiento Territorial y Vivienda Rural (PRAVTIR) patrocina la reconstrucción de terrazas ofreciendo préstamos de bajo interés a los campesinos, o semillas y otros insumos para restituir las amplias superficies abandonadas (de hasta 30 hectáreas). El sistema de terrazas minimiza el riesgo en épocas de helada y/o sequía, reduce la pérdida de suelos, amplía el abanico de opciones de cultivo debido al microclima y la tecnología hidráulica propia de este tipo de agricultura, y aumenta la productividad. Los resultados obtenidos el primer año mostraron que hubo un incremento de 43 a 65 por ciento en la cosecha de papas, maíz y cebada, respecto de lo producido en tierras en pendiente.

La legumbre nativa Lupinus mutabilis se utiliza como cultivo rotativo o asociado en las terrazas porque fija el nitrógeno, haciéndolo disponible para las demás hortalizas, lo cual hace que disminuya la necesidad de utilizar fertilizantes y aumenta el rendimiento. Si bien las cosechas son mayores en las tierras preparadas a máquina y abonadas con productos químicos, el costo en energía es mayor y el beneficio económico neto no es tanto más alto que con el sistema agroecológico. Los estudios indican que los agricultores prefieren este sistema alternativo porque optimiza el uso de los recursos, la mano de obra y el capital, que escasean, y por lo tanto es accesible incluso para los productores más pobres. Estos métodos se multiplican cada vez más y muestran su amplísimo potencial en cuanto al aumento de la productividad y de la seguridad alimentaria sustentable en toda la región.

Sistemas integrados de producción

Varias ONG fomentan el uso integrado de una serie de tecnologías y prácticas de producción. El énfasis está puesto en la diversidad de granjas, para que cada componente del sistema agrícola refuerce biológicamente a los demás. Por ejemplo, los desechos de uno se convierten en abono para otro.

CET, una ONG de Chile, inició un programa de desarrollo rural en 1980. El objetivo era ayudar a los agricultores a volverse alimentariamente autosuficientes durante todo el año, además de reconstruir la capacidad productiva de sus pequeñas tierras. El modo de lograrlo fue, para empezar, establecer varios predios según el modelo de las 0,5 hectáreas, que consiste en una secuencia espacial y temporal de forraje junto con hileras de legumbres, vegetales, árboles frutales y de bosque, y animales.

Los componentes se eligen según la contribución nutricional que aporta la planta o animal a las etapas siguientes de la rotación, su adaptabilidad a las condiciones agroclimáticas locales, el tipo de consumo de las comunidades agrícolas locales y, finalmente, las oportunidades de comercialización. La mayoría de los vegetales se cultivan en terrenos muy abonados ubicados en la sección de jardín, y cada uno puede llegar hasta 83 kilogramos de hortalizas frescas por mes, lo cual significa un avance considerable respecto de los 20 a 30 kilogramos que se producen en los jardines no planificados de alrededor de los hogares. Lo que queda, de la superficie de 200 metros cuadrados alrededor de la casa, se utiliza como huerto y para criar animales (vacas, gallinas, conejos y abejas). Se producen vegetales, cereales, legumbres y forraje en un sistema de rotación que dura seis años, en un área reducida y adyacente al jardín. Se consigue una producción relativamente constante (cerca de seis toneladas anuales de biomasa útil de 13 especies diferentes de hortalizas) dividiendo la tierra en tantas pequeñas parcelas de similar capacidad productiva como años se calculan para una rotación completa. Dicha rotación está pensada para producir la máxima variedad posible de cultivos básicos en seis partes, aprovechando las propiedades de restauración de suelos y la capacidad de control biológico de este sistema.

La fertilidad del terreno de demostración mejoró con los años y no aparecieron plagas ni enfermedades graves. Los árboles frutales del huerto y las plantas de forraje son altamente productivos. La producción de leche y huevos excede por lejos a la de las granjas convencionales. Un análisis nutricional del sistema en base a sus componentes clave muestra que, para una familia tipo, produce 250 por ciento de proteínas extra, 80 y 550 por ciento de superávit de vitaminas A y C respectivamente, y 330 por ciento de calcio excedente.

Un análisis económico de hogares indica que el balance entre la venta de excedentes y la compra de otros productos resulta en una ganancia neta (aparte del consumo) de 790 dólares. Si se vendieran todos los productos de la granja a precios al por mayor, la familia podría obtener un ingreso neto mensual una vez y media más alto que el salario mínimo de Chile, dedicándole sólo unas pocas horas semanales a la tierra. Los agricultores utilizan su tiempo libre para realizar otras actividades que generen dividendos.

La experiencia cubana

La Asociación Cubana de Agricultura Orgánica (ACAO), una ONG integrada por científicos, agricultores y personal de extensión, ha sido pionera en la promoción de módulos alternativos de producción. En 1995, ACAO ayudó a crear tres sistemas agrícolas integrados -llamados "faros agroecológicos"- en cooperativas (CPA) de la provincia de La Habana. Después de los seis primeros meses, las tres CPA habían incorporado innovaciones agroecológicas como integración de árboles, rotación planificada de cultivos, policultivos y abono verde, lo cual produjo, con el tiempo, mejoras en la producción, la biodiversidad, la calidad del suelo y, especialmente, el contenido de materia orgánica.

El uso de Crotalaria juncea y de Vigna unguiculata como abono verde ha garantizado una producción de calabaza equivalente a la que se obtiene aplicando 175 kilogramos de urea por hectárea. Además, esas hortalizas mejoraron las características físicas y químicas del suelo y destruyeron efectivamente el ciclo de vida de plagas como el gorgojo del boniato.

En el Instituto de Investigaciones de Pastos, de Cuba, se establecieron varios módulos agroecológicos con una importante proporción de la superficie dedicada a la agricultura y la cría de ganado. El seguimiento de la productividad de los módulos cuyo 75 por ciento está ocupado por pasturas y el 25 por ciento restante por hortalizas revela que la producción aumenta con el paso del tiempo y que la inversión de energía y fuerza de trabajo disminuye a medida que la estructuración biológica del sistema empieza a favorecer la productividad del agroecosistema.

La producción total de biomasa aumentó de 4,4 a 5,1 toneladas por hectárea luego de tres años de manejo integrado. Los insumos de energía disminuyeron, lo cual hizo que aumentara la eficacia de la misma. La necesidad de mano de obra también se redujo con el tiempo. Se promocionaron estos modelos a través de días de campo y visitas entre los productores.

Los investigadores de ICLARM obtuvieron resultados similares en Filipinas, donde se pusieron en marcha sistemas que integran el cultivo de arroz con ganado, acuicultura, árboles y hortalizas que demostraron ser productivos y eficaces en todo sentido, dada la disponibilidad de mano de obra.

Africa

En el contexto africano, también se obtuvieron resultados positivos. El Centro de Agricultura Regeneradora de Senegal, por ejemplo, fomenta la agricultura sustentable entre los pequeños productores afectados por la degradación de los suelos. El sistema de cultivo es una rotación de mijo y cacahuate, y las legumbres son intercaladas con cereales. También se utiliza abono orgánico para restituir la fertilidad del suelo. Casi todos los hogares tienen vacas, cabras y ovejas, y usan el estiércol para fabricar abono.

Este proyecto funciona en 11 pueblos, con participación activa de los productores que, según los resultados obtenidos, pueden obtener un incremento de más de 400 kilogramos por hectárea de mijo si le agregan al menos dos toneladas de abono orgánico a la tierra. Se obtuvieron aumentos similares con fertilizantes químicos, pero la relación costo-beneficio resultó menos favorable.

En Tanzania se puso en marcha un proyecto de Control de la Erosión del Suelo y Agroforestación en 1980, en Lushoto. Se plantó pasto perenne en el perímetro de los cultivos para aliviar la erosión y promover la regeneración del suelo. También se realizaron franjas perimetrales de árboles, arbustos y plantas trepadoras. La combinación de estos métodos redujo 25 por ciento la erosión y mejoró la salud de la tierra. Existen tipos de árboles que sirven como forraje. La cosecha total por hectárea aumentó 64 por ciento en las áreas con franjas de pasto y 87 por ciento en las demás. El ingreso neto de ingresos marginales fue 74 por ciento más alto en los sistemas de contorno que en los plantíos convencionales. Estas prácticas están siendo adoptadas por cientos de personas del lugar y ofrecen una alternativa promisoria para otras áreas agrícolas similares.

Conclusiones

En el mundo en desarrollo, además de los ejemplos resumidos, hay miles de experiencias de agricultura sustentable implementada a nivel local por organizaciones de agricultores, ONG y otras agencias. Estas experiencias muestran la factibilidad del proyecto de intensificar la producción, regenerar y preservar los suelos, y mantener la biodiversidad en base a tecnologías agroecológicas y recursos disponibles a nivel local. De hecho, según los datos obtenidos, los sistemas agroecológicos:

muestran niveles más estables de producción total por superficie unitaria a través del tiempo;

producen ganancias económicamente favorables, tanto en términos energéticos como monetarios;

implican un retorno a la utilización de mano de obra y otros insumos que constituye un ingreso aceptable para los pequeños productores y sus familias;

aseguran la protección del suelo y la conservación y mejora de la agrodiversidad.

La producción estable y diversificada, de niveles relativamente altos de productividad, la generación interna y en base a insumos y nutrientes reciclados, la relación energéticamente favorable entre insumos y resultados, y la combinación de cultivos de subsistencia con excedentes para la venta constituyen evidencias de lo que se puede lograr con la estrategia de intensificación productiva de la agroecología. Este enfoque también permite a los agricultores independizarse de insumos que implican inversión de capital, aprovechar los recursos locales y abandonar el sistema de monocultivo que conlleva cierta vulnerabilidad. Por eso, se trata de una estrategia más equitativa y sustentable que la de la Revolución Verde.

Estas experiencias muestran mejorías directas en cuanto a la seguridad alimentaria de los hogares y del ganado. El valor de dicho enfoque está siendo reconocido también por científicos e investigadores de la agroecología y sus aplicaciones. Incluso las empresas modernas de agricultura comercial, cansadas del alto costo y las limitaciones del método convencional de producción, dependiente de los productos químicos, se dan cuenta ahora que deben asumir cambios profundos para comprender, respetar, defender y mejorar los principios agroecológicos, así como las limitaciones y capacidades biológicas. Al entrar en el siglo XXI, la agricultura debería adoptar un nuevo paradigma para lograr un éxito absoluto. Este nuevo enfoque tendría que tener una orientación ecológica y social, estar basado en el conocimiento y ser atractivo para los productores. Una pregunta importante que se suele plantear es: ¿por qué no se difundió este sistema agroecológico más rápidamente en las últimas décadas? La explicación es que había intereses económicos –corporativos e institucionales– que apoyaban a la Revolución Verde con sus insumos costosos y químicos, mientras que la agroecología y las propuestas sustentables fueron ignoradas. Sólo en los últimos años creció el interés en este método, porque sus ventajas son cada vez más evidentes.

Dado que cada vez hay más pruebas y, por lo tanto, más conciencia acerca de las ventajas de la alternativa agroecológica, ¿cómo se puede multiplicar este enfoque y sus tecnologías asociadas para que sean adoptados en el mundo entero? Es evidente que no alcanza con una óptica tecnológica o ecológica. Es necesario hacer cambios importantes a nivel político, institucional y de métodos de investigación y desarrollo a fin de que estas alternativas sean adoptadas y resulten accesibles a todos por igual; que se multipliquen, para que podamos darnos cuenta del beneficio que nos brindan en cuanto a la seguridad alimentaria.

El gran desafío es agregarle inversión e investigación a esta estrategia y poner en marcha, por etapas, los proyectos que demostraron ser exitosos, generando así un impacto significativo sobre los ingresos, la seguridad alimentaria y la integridad ambiental de la población mundial, en especial para millones de agricultores pobres que aún no fueron tocados por la varita mágica de la tecnología agrícola. Es necesario eliminar los subsidios existentes y los incentivos que se ofrecen para mantener los enfoques convencionales de uso de agroquímicos. Además, las estructuras institucionales, las asociaciones y los procesos educativos deben cambiar para permitir el florecimiento de esta postura agroecológica. Habría que incorporar en cambio métodos participativos y amigables de desarrollo tecnológico, asegurándose de que hombres, mujeres, ancianos y productores pobres marginales o grupos de trabajo sean incluidos en estas alternativas.

Si no aprovechamos esta oportunidad, las experiencias que ya fueron concretadas quedarán en la historia como "islas de éxito" que flotan en un mar de privaciones o como meros testimonios vivientes de las posibilidades que brinda el "camino que no se tomó" para alimentar a los pobres de la zona rural. Por otro lado, si realmente logramos apoyar y desarrollar el enfoque agroecológico, la humanidad podrá beneficiarse de la posibilidad de eliminar las desigualdades, el hambre y la degradación ambiental que a menudo vienen junto con la agricultura que recurre a insumos químicos y depende de las grandes compañías multinacionales.


Sentido y principios de la agroecología

La agroecología es una disciplina científica que define, clasifica y estudia los sistemas agrícolas desde una perspectiva ecológica y socioeconómica. También se considera que es el fundamento científico de la agricultura sustentable, ya que brinda conceptos y principios ecológicos para analizar, diseñar, administrar y conservar recursos de sistemas agrícolas. La agroecología integra saberes indígenas con el conocimiento técnico moderno para obtener métodos de producción que respeten el ambiente y la sociedad, de modo de alcanzar no sólo metas productivas sino también la igualdad social y la sustentabilidad ecológica del sistema. A diferencia del enfoque agronómico convencional, basado en la difusión de paquetes uniformes de tecnologías, la agroecología se centra en principios vitales como la biodiversidad, el reciclaje de nutrientes, la sinergía e interacción entre los diversos cultivos, animales y suelo, además de en la regeneración y conservación de los recursos. Los propulsores de este enfoque parten de las técnicas y posibilidades de cada lugar y las adaptan a las condiciones agroecológicas y socioeconómicas. La implementación de dichos principios agroecológicos en el contexto de una estrategia de desarrollo favorable a los pobres, dedicada a los productores agrícolas de las regiones pauperizadas, es esencial para conseguir sistemas saludables, equitativos, sustentables y productivos.




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