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No. 110 - Diciembre 2000

LA ENFERMEDAD DE LA "VACA LOCA"

Las lecciones de la historia

por Jeremy Seabrook

El informe oficial del gobierno británico sobre la enfermedad de la "vaca loca" y su equivalente humano, la enfermedad de Creutzfeldt-Jakob, resultó, una vez más, un modelo de cómo deslindar responsabilidades.

Los gobiernos e instituciones de Occidente están condenados a una penitencia perpetua. Cada vez que ministros y funcionarios en general cometen un error, se realiza un ritual de limpieza. Luego de un escándalo que no se pudo silenciar, o de un abuso de poder que no puede pasarse por alto, y que suele traducirse en algunos muertos, se organiza alguna investigación más o menos imparcial e independiente. El informe Phillips sobre la Encefalopatía Espongiforme Bovina y su equivalente humano, la enfermedad de Creutzfeldt-Jakob, que causó la muerte de más de 80 personas, no es una excepción.

La Encefalopatía Espongiforme Bovina fue descubierta en el ganado en 1985. Su origen es desconocido, nadie sabe si se puede atribuir a la "mutación" de una sola vaca. La enfermedad se difundió rápidamente durante los años 80 y, si bien varios científicos independientes advirtieron sobre el peligro de que se transmitiera a los seres humanos, no pudieron brindar pruebas. El propósito de proteger la carne británica -ya que el roast beef de la vieja Inglaterra era un símbolo de identidad nacional-, junto con el deseo de no alarmar al pueblo ni estropear la "confianza del consumidor", llevaron al gobierno a seguir el consejo de sus expertos preferidos. Hacia finales de la década se dejó de alimentar a los rumiantes con restos animales, como práctica preventiva. Y como no existían pruebas de que la carne infectada pudiera afectar la salud humana, el gobierno aprovechó para asegurar que se trataba de un alimento perfectamente saludable. El entonces ministro de agricultura fue visto en televisión dándole de comer una hamburguesa a su hija de cuatro años.

Pero a pocos meses de la última afirmación de ese tipo, a comienzos de 1996, se volvió evidente que la Encefalopatía Espongiforme Bovina se había transmitido de los vacunos a los seres humanos bajo la forma de una nueva afección: la enfermedad de Creutzfeldt-Jakob. Y aún no se sabe cuántas personas están ya condenadas a morir a causa de esta horrible dolencia.

"Nadie tiene la culpa"

El informe Phillips es notable porque utiliza sus 4.000 páginas y 16 volúmenes para afirmar que este problema alimentario, quizá el más grave y peligroso del siglo XX, es el resultado de una serie de errores sistémicos de los que nadie tiene la culpa. Evidentemente, para los jueces sería impropio impugnar la integridad de las clases dirigentes de Gran Bretaña. La "independencia" de los informes imparciales se ve comprometida por una convención tácita: la culpabilidad es un concepto desconocido por quienes dedican su vida a servir al país. Alguien prestó un mal consejo, con seguridad. La decisión fue equivocada, naturalmente. Se cometieron errores genuinos, por supuesto.

En general, el error cometido queda flotando entre una masa anónima de funcionarios públicos, en su mayoría retirados por enfermedad (aunque no la misma que no lograron evitarle a otros), cuando se publican los resultados de la investigación del caso. De este modo, los gobiernos parecen estar siempre "haciendo algo". La información se organiza, aparecen las pruebas y todo queda registrado en una prosa pesada, apenas legible. Los detentores del poder se presentan ante la opinión pública y aseguran: "Nunca volverá a ocurrir", "Hemos aprendido la lección", o "Se han tomado nuevas medidas de seguridad". Todo suena tranquilizador ya que ha sido calculado para impresionar de ese modo, es decir, que no sólo se ha encontrado el modo de remedar la situación sino también que la aberración es única e irrepetible.

El informe Phillips tenía algo para decir: "la opinión pública fue traicionada". El condimento es el tono de ligero reproche, a pesar de que siempre se insiste en que todo el mundo actuó de buena fe. La voz pasiva utilizada para la conclusión del documento es muy significativa ya que indica que nadie es agente de dicha traición. Igual que el título de Dickens, "Nadie tiene la culpa", de hace 140 años. Quien desee saber lo que hicieron las clases dirigentes británicas no podría encontrar mejor idea que consultar las investigaciones informales de Dickens acerca de la burocracia en la Inglaterra victoriana. Las imágenes de jóvenes saludables reducidos a sacos de piel y huesos, tendidos junto a sus padres angustiados, son muy chocantes.

Un funcionario del Partido Conservador, Tim Yeo, que no era conocido en la época del problema con la Encefalopatía Espongiforme Bovina, pidió disculpas a las familias, pero en nombre de quién y por qué motivo específico es algo que quedó envuelto en la misma penumbra que la traición a la "opinión pública". Es de esperar que la gente haya tomado nota de la categoría a la que pertenecemos en nuestra sociedad fragmentada: somos miembros de la opinión pública, una entidad amorfa, eufemismo contemporáneo de lo que solía llamarse "la masa".

Las masas ya no existen en Occidente, porque son peligrosas. Pueden hacer lo que sea en forma colectiva. Los integrantes de la opinión pública sólo pueden actuar individualmente y ni siquiera pueden romper su carné de membresía. Si aún fuéramos parte de la masa, no toleraríamos la violencia que perpetran en contra nuestro los más privilegiados y no habríamos aceptado ni mantenido el silencio requerido para proteger "la industria de la carne".

En esta frase tenemos otra de las claves para entender el secreto del problema. El ganado consta de criaturas vivas, sensibles. La producción de carne no es una industria. Si la agricultura se industrializa y los animales se convierten en objetos, insumos de productividad, ¿cuánto tiempo pasará antes de la propia humanidad se vuelva una industria? Porque sin duda esto está previsto en las promesas de que habrá bebés diseñados "a medida", niños cuyas características podrán elegirse en un hipermercado futuro de perfección lograda a través de modificaciones genéticas. La producción industrial de seres humanos se convertirá en el gran negocio del milenio.

Sin embargo, el horror de la Encefalopatía Espongiforme Bovina no debería permitir que sigan estallando escándalos por el estilo. Se cometen los mismos errores de juicio, se repiten los mismos patrones de negligencia e indiferencia y se vuelven a utilizar argumentos tranquilizadores idénticos, revelaciones seguidas de rituales de limpieza de culpas. Claro que los gobiernos seguirán cometiendo los mismos errores e interpretando el mismo papel. Pero esto no depende de los funcionarios de turno sino que simplemente se debe a la falibilidad humana, repiten una y otra vez.

Manejar el privilegio

Los errores, entonces, se deben a que los políticos son figuras rituales, meros símbolos o la cara visible o pública del manejo de los privilegios. Democracia -o más bien, el electoralismo que se hace pasar por tal- no significa ni más ni menos que la posibilidad de que una u otra facción de la elite que está en el poder obtenga la aprobación de la opinión pública. Esto es cierto tanto en Estados Unidos como en Gran Bretaña, Bangladesh o Filipinas. La democracia, en realidad, es una suerte de deporte de las multitudes, en el que la mayoría de las personas son inocentes espectadores, observadores de su propio destino.

El hecho de que el poder y la riqueza se mantengan donde siempre estuvieron significa que la gente se decepcionará una y otra vez. Aquellos que se atreven a levantar los decorosos velos que cubren lo que sucede en realidad -como los activistas que, mucho antes del tema de la "vaca loca", indicaron que era una locura alimentar con restos animales a un herbívoro- son considerados extremistas y agitadores, integrantes de una facción de lunáticos que desean estropear la paz mental de la gente y, lo que es aún peor, el bienestar de los privilegiados. Al final, por supuesto, se las arreglan siempre para echarle la culpa al pueblo. En el caso de la Encefalopatía Espongiforme Bovina, igual que en los últimos problemas alimentarios, como la listeria y la salmonella, la falta terminó siendo de quienes "exigieron" alimentos baratos.

Actualmente, se desarrollan varias investigaciones en Gran Bretaña: el médico que asesinó a varios -posiblemente centenas- de pacientes; el naufragio de un barco de entretenimientos en el Támesis; y los dos choques en las vías férreas. The Guardian bautizó esta situación como "el intento de resolver un problema con fracasos anteriores".

Lamentablemente, los fracasos futuros ya están previstos en el guión y serán tratados del mismo modo. A escala internacional, al igual que en cada país, las lecciones de la historia se invocan para iniciar cosas nuevas o, en otras palabras, para ignorar, olvidar o suprimir lo que se desea. Las verdaderas lecciones -que el poder debe quedar siempre libre de culpas y que el chivo expiatorio son los menos privilegiados- no son de consumo público, como tampoco lo fueron los detalles de la alarma por el descubrimiento de la Encefalopatía Espongiforme Bovina a fines de la década del 80 y comienzos de la del 90.

Claro que nunca es difícil acusar a otro cuando existen tantos trabajadores que pueden cargar con las culpas. Y en cuanto al modo en que se maneja el desastre, si se puede negociar, superar y confiar al olvido de nuestra espongiforme memoria una crisis de esta magnitud, quiere decir que ellos -quienes solían llamarse nuestros "mejores" ciudadanos y cuya legitimación pasa ahora por el hecho de ser representantes elegidos- pueden hacer lo que se les antoje.

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Jeremy Seabrook es periodista independiente radicado en Londres.






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