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Entrevistas


No. 117 - Julio 2001

Meena Raman (Malasia)

El aliento de una voz que agradece

Un día, hace menos de 20 años, Meena Raman descubrió que la carrera de leyes que estudiaba tenía en verdad que ver con la vida de la gente que ni siquiera sabía que existía el Derecho. Esa gente se encontró con que existían abogados cuando cesó de ser, murió su vivir cotidiano de los bienes de la naturaleza como siempre lo habían hecho sus antepasados. La muerte tomó la forma de represas, deforestación, deshechos industriales que envenenaban las aguas y corporaciones multinacionales etéreas como dioses. Y entonces esa joven decidió ser la voz de los que no tenían voz en los tribunales, y los grandes aprendieron a arrepentirse.
Cuando entonces, en 1981, Meena Raman era una joven estudiante de leyes, vivía en la ciudad universitaria de Kuala Lumpur y supo que una Asociación de Consumidores de Penang, CAP en su sigla en inglés, había golpeado las puertas de su facultad proponiendo no restringir la formación a la abogacía que precisa la vida de las corporaciones sino abrir la enseñanza a otras materias de modo de sensibilizar la formación de los estudiantes a cuestiones de masivo interés público, como la legislación que hace a la vida cotidiana y al medio ambiente. Era de esos proyectos a mediano plazo, de cuya eficacia en general se duda mucho aún hoy. Pero cambiar las cosas puede ser posible, y de hecho abrir ventanas a otros temas dejó entrar un aire renovador.

Y así, el abrir sus estudios a otros enfoques le cambió la perspectiva a Meena Raman si no a muchos más, y bastantes cambios produjo eso. Ella se involucró a través de ese proceso. "Lo primero que empecé a entender fue que lo que sabía era sólo sobre un lado de la imagen. Y me gustó mucho, mucho lo que aprendí. No se trataba sólo de crecimiento económico". La gente dejó de ser abstracta y sus problemas dejaron de ser teoría y meros casos de estudio. Visitó lugares de trabajo y no cuenta, por pudor, el fuerte impacto vital que eso le produjo, pero su tono de voz igual lo trasluce.

"Vi industrias que se desarrollaban rápido, a cambio de afectar la vida económica de los pescadores con los afluentes de sus deshechos industriales al punto de hacerles perder la fuente de trabajo".

No era sólo que se perdieran puestos de trabajo, sino que se tergiversaba la dimensión misma de sus vidas. Gente que había vivido por generaciones de una manera un día tenían que dejar de hacerlo porque el agua envenenada ya no criaba más peces. Eso era impensable hace cuatro generaciones, y hacía mucho más que esos pueblos de pescadores estaban instalados. Luego visitó y conoció la situación de pequeños granjeros desplazados por la construcción de un aeropuerto. "Eso abrió mis ojos", dice, y los abre, brillantes, penetrantes, humanos.

Al terminar sus estudios, en 1982, ya estaba decidida a unirse a CAP y "pusimos la primera firma legal que atendía al consumidor". Ella y sus colegas lograron mucho, muchísimo según las historias que circulan, pero al evaluar lo hecho Meena Raman tiene la cautela de quien sabe del peso de las palabras. "No es fácil cambiar las cosas. Lo que evolucionó es un movimiento de conciencia sobre los temas de salud y medio ambiente en la base". El resultado directo fue que hubo más gente combatiendo los previsibles efectos de malas prácticas industriales.

Buena falta que hace. Malasia es el principal exportador mundial de madera tropical, mercado con demanda creciente de los países industrializados y hoy sólo queda la mitad de sus bosques tropicales, de los 305.000 km2 originales a 157.000 km2 . En 1991 se aprobaron planes británicos para la construcción de una represa hidroeléctrica en el río Pergau a un costo de 350 millones de dólares, que implicaba daños ecológicos de entidad a bosques y zonas de cultivo, y que motivó fuertes reacciones de la sociedad civil. Como parte del contrato, Malasia comprometía compra de material bélico a Gran Bretaña por 1.500 millones de dólares; lo que los británicos llamarían "a jolly good bussines". Y los ejemplos siguen.

Pero tal como reconoce Meena Raman, "algo se logra. Hemos logrado evitar, por ejemplo, que la corporación Mitsubishi mantuviera una fábrica cuyos deshechos radiactivos afectaban a 10.000 personas. La gigantesca batalla incluyó manifestaciones, muchas de ellas ilegales, y pese al apoyo del gobierno y del Estado al proyecto de Mitsubishi, incluyendo un fallo de la Corte Suprema a favor de la corporación internacional, ésta eligió retirarse ante la enorme presión contraria que mantenía la opinión pública. Esa presión incluyó "las conexiones internacionales nuestras, principalmente en Japón", señala Raman. Esta mujer enérgica que vive demandando al Estado y al gobierno por una y otra cosa, apuesta todo a la vigencia del Estado de Derecho.

La lección parece ser que las cosas se pueden lograr si el contrincante no tiene razón y eso se sabe. Es de suponer que además se necesitan combinar movilizaciones con acciones legales, y que se esté en condiciones de recorrer con presión toda la pirámide de poder hasta el gobierno nacional y más allá, hasta la cueva misma de la globalización.

La que se enfrenta "ya no es más una situación en la que puedas trabajar exclusivamente en tu propio país. La globalización reclama, impone la necesidad de un trabajo internacional". Parte de ese trabajo para tener y ampliar vínculos internacionales explicaba la presencia de Raman en Roma, en la asamblea de fin de noviembre de Control Ciudadano. Y el monitoreo de los índices de mejoramiento de la situación social en Malasia "es interesante, pues no tenemos la pobreza masiva de otros países asiáticos como Indonesia y Filipinas. Pero pese a eso hay una creciente desigualdad. Y naturalmente, por nuestra tarea, concentramos nuestra investigación y análisis en las áreas de salud y educación. Así que la vinculación con Control Ciudadano surgió de manera natural".

Hay algo más: "a CAP le es importante saber, si hay problemas de pobreza, cuál es su origen y estar en condiciones de combatir sus causas estructurales, particularmente las no tradicionales. Por ejemplo, somos exportadores de caucho y sin embargo hay bolsones de pobreza justamente allí".

El caucho es un producto no tradicional de Malasia, y en su pequeña historia se entroncan los hábitos de la globalización con los del colonialismo. A finales del siglo XIX, los británicos sacaron de contrabando semillas de uno de los árboles que da el caucho, y la llevaron a Malasia para iniciar su plantación. Así liquidaron la "era del caucho" en la zona amazónica y propiciaron una fuerte corriente migratoria de tamiles del sur de India a Malasia para trabajar en las nuevas plantaciones. Así, desde un territorio que dominaban pudieron participar del negocio que abría la naciente industria automovilística.

Pero Raman no está preocupada por esas historias sino por las de hoy. Y respecto de ellas también es necesario saber que no hay batallas chicas. Comunidades pequeñas e individuos han dado origen a litigios por medicamentos peligrosos "y logramos, con cabildeo e investigación, impedir su salida al mercado". Allí parece haber algo más para aprender: pelear, sí, pero no romper relaciones.

Para lograr todo esto se trabaja sin horario, reconoce Raman; pero lo justifica de inmediato: "es que hay que responder a las necesidades de la gente. Y a veces no hay domingos, es verdad. La vida del activista está llena de desafíos. Pero es muy gratificante ver que los ideales son apreciados por la gente. Para mí es muy alentador que un pescador agradezca haber escuchado nuestra voz junto a la de él".






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