No. 127/128 - Mayo/Junio 2002
Argentina
La locura pura neoliberal
por
Humberto Campodónico
Este artículo brinda un panorama del contexto en el cual se desarrolla la crisis de Argentina y advierte que la raíz del desastre se encuentra en el momento en que el país adoptó las reformas económicas neoliberales que promueve el Fondo Monetario Internacional (FMI).
En Argentina, el modelo económico neoliberal aplicó al pie de la letra los
postulados del Consenso de Washington y del Fondo Monetario Internacional (FMI):
apertura comercial con reducción arancelaria; apertura financiera (libre entrada
y salida de capitales); desregulación de la economía (liberalización de precios
de los bienes) y retiro del Estado de las actividades económicas (privatización
de las empresas estatales -petróleo, banca, telecomunicaciones-, así como de
algunas de sus funciones -cobertura de la seguridad social, por ejemplo). Esta
receta ha sido aplicada en muchos otros países de la región, entre ellos Perú.
El distintivo emblemático del modelo argentino fue la "convertibilidad", es
decir, la fijación del tipo de cambio en la paridad un peso igual a un dólar.
Para darle plena seguridad a los inversionistas de que ésta no se modificaría,
en 1991 se convirtió en Ley aprobada por el Congreso y solo podría ser
modificado por otra Ley.
Los buenos tiempos
Durante un tiempo, las cosas funcionaron mas o menos bien. La convertibilidad
terminó con la hiperinflación. Volvió el crecimiento: 10 por ciento en 1992 y
cerca del seis por ciento en 1993 y 1994); después de la contracción de 1995
(-2,9 por ciento) debido al "efecto tequila", las tasas de crecimiento fueron
positivas hasta 1998. El déficit fiscal se redujo de 1991 a 1999, siendo siempre
inferior al dos por ciento. Pero nunca se pudo reducir el desempleo, que se
mantuvo en 15 por ciento incluso en los mejores momentos del modelo, para subir
al 17,4 por ciento en 2001. Al mismo tiempo, aumentaron los índices de pobreza.
Esta "buena época" de la economía argentina coincidió con dos elementos
centrales: primero, los cuantiosos ingresos fiscales como producto de la
privatización. De 1991 a 1999, según el Banco Mundial, el gobierno argentino
recaudó 49.000 millones de dólares por este concepto, siendo superado sólo por
Brasil (71.000 millones de dólares).
Segundo, la gran entrada de capitales externos a toda la región (incluida
Argentina) que se dio en la década del 90, en forma de inversión extranjera
directa, préstamos, emisión de bonos e inversión de cartera. Este flujo positivo
revirtió la tendencia de la década del 80 (la década perdida por los pagos de la
deuda externa), que implicó enormes salidas de capitales.
En el caso argentino, la transferencia neta de recursos de 1991 a 1999 fue de
53.000 millones de dólares. Pero con la crisis asiática (julio de 1997), rusa
(agosto de 1998) y brasileña (enero de 1999), las cosas cambiaron radicalmente.
En el 2000, la transferencia neta de recursos fue de sólo 1.800 millones de
dólares, volviéndose negativa en 13.000 millones en 2001. Este cambio en la
coyuntura internacional debió haber llamado a un cambio de política económica,
pues la convertibilidad ya no podría sostenerse al cesar el flujo de dólares
provenientes del exterior. Pero no se hizo.
Los malos tiempos
En 1998-99, terminadas las privatizaciones y la entrada positiva de capitales,
la convertibilidad comenzó a mostrar sus taras y, de solución, se convirtió en
problema. Ante la retracción de flujos de capitales privados de corto y largo
plazo (préstamos de capital de trabajo, inversiones en la Bolsa de Valores,
préstamos a las empresas, entre otros), se rompió la cadena de pagos y el
aparato productivo entró en recesión en 1998, la que continúa hasta el presente.
Por su lado, el Estado trató de salvar la convertibilidad atrayendo capitales
privados a través de la emisión de bonos y de suscripción de préstamos. Así, el
endeudamiento externo del sector público pasó de 900 millones de dólares en
promedio de 1992 a 1994 a 7.600 millones promedio de 1995 a 2000. Este mayor
endeudamiento, en un contexto recesivo significó un mayor pago de intereses, lo
que desembocó en un círculo vicioso que aumentó más el déficit fiscal.
Pero el déficit fiscal no aumentó por la aplicación de políticas "populistas",
como hoy quieren decir algunos interesados. En realidad, el déficit aumentó por
el mayor pago de la deuda (externa e interna) en la que incurrió el gobierno
argentino para salvar la convertibilidad (ver gráfico).
Sector público nacional no
financiero: gastos corrientes
(millones de pesos, datos
trimestrales, 1994-2001)
Fuente: Secretaría de Hacienda.
Ministerio de Economía.
Nota: las "transferencias corrientes" corresponden en su casi totalidad a las
transferencias a las provincias de impuestos coparticipables.
En efecto, los gastos de consumo y los pagos de la seguridad social se mantienen
constantes desde 1994. Las transferencias corrientes (a las provincias) aumentan
en 33 por ciento y, sobretodo, las Rentas de la Propiedad (pago de deuda) en un
550 por ciento (de 500 millones de dólares en 1994 a 3.200 millones en 2001).
Desde 1991, la sobrevaluación del peso -debido a la entrada de capitales y la
rigidez de la convertibilidad- había provocado un boom de importaciones, lo que
llevó a grandes déficits comerciales, salvo en el año del "tequila" (1994-95),
en que las importaciones disminuyeron debido a la recesión. Con la recesión de
1998 las importaciones empezaron a disminuir, pero el déficit comercial continuó
hasta noviembre de 2000; mientras, Brasil, uno de sus principales socios
comerciales, devaluó fuertemente el real en enero de 1999.
Desde ese momento, quedó claro que la convertibilidad no podría mantenerse. Los
analistas se preguntaban, no si Argentina entraría en moratoria, sino cuándo es
que ésta sucedería. Era la crónica de un default anunciado. En enero de 2001, el
gobierno acentuó el endeudamiento externo, concertando un crédito de 13.700
millones de dólares con el FMI, el mismo que era parte de un paquete total de
40.000 millones de dólares (el "blindaje") en el que participaron también el
Banco Mundial, el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y el gobierno
español.
El "blindaje" no funcionó y, en julio de 2001, con Domingo Cavallo otra vez como
ministro de Economía, el gobierno llevó a cabo el Megacanje, es decir, el canje
de títulos de la deuda externa con intereses altos, por nuevos títulos con
intereses más bajos, sobretodo en los siguientes tres años. El Megacanje, sin
embargo, hipotecaba al país en el largo plazo, pues los pagos de deuda para el
período 2001-2031 se incrementaban en 40.000 millones de dólares, alcanzando el
total de pagos un total de 247.000 millones.
Locura pura
La desconfianza en que Argentina pudiera pagar su deuda llevó a que las tasas de
interés que cobraba el mercado internacional para aceptar nueva deuda argentina
fueran elevadísimas ("riesgo país"), situándose en julio de 2001 de 14 a 16 por
ciento por encima de las tasas de interés de los bonos del Tesoro
norteamericano. La situación era insostenible y a mediados de año, el crédito
internacional se cerró para Argentina: el déficit fiscal ya no podía financiarse
con dinero de afuera, incluso a las tasas usureras.
Prosiguiendo con la locura pura de mantener la convertibilidad cueste lo que
cueste, Fernando De la Rúa y Domingo Cavallo plantearon entonces el "déficit
cero", lo que quiere decir que el gasto fiscal debe ser igual al ingreso fiscal.
Para llevar a cabo esta política, en un contexto recesivo, el gobierno decidió
elevar ingresos y recortar gastos a como diera lugar: se redujeron los sueldos
de los jubilados, aumentaron los impuestos a los espectáculos, se redujeron las
transferencias de dinero a las provincias, etc.
La desconfianza e incertidumbre comenzaron a reducir los depósitos en el sistema
bancario, sobretodo de los que están mejor informados, es decir, claro está, de
los más grandes. En 2001, salieron 13.000 millones de dólares de los bancos, lo
que equivale al 20 por ciento del total de los depósitos. Ni siquiera el sistema
bancario suizo hubiera podido resistir una corrida de esa magnitud. A enero de
2002, los bancos sólo tenían en sus bóvedas 4.000 millones de dólares de los
70.000 millones del inicio de la crisis.
La gente en las calles: los cacerolazos
Para evitar lo inevitable, De la Rúa y Cavallo decidieron, el 3 de diciembre de
2001, congelar los depósitos de los ahorristas, lo que impactó de lleno a la
clase media: una persona sólo podría retirar de los bancos la cantidad de 1.000
dólares/mes (250 dólares semanales), el llamado "corralito". A mediados de
diciembre, el FMI, hasta entonces fiel devoto de la convertibilidad y del modelo
económico argentino, decidió no desembolsar una parte del préstamo. Ahora sí la
moratoria estaba encima.
Y todo se precipitó. Comenzaron las masivas movilizaciones (cacerolazos) por
parte de la población, que vio muy claramente que las medidas económicas
constituían un círculo vicioso sin final. Además, se hizo vox populi que los
bancos y los grandes inversionistas se estaban llevando el dinero fuera del
país. Molestos, traicionados y furiosos, hombres y mujeres salieron a las calles
y derribaron al gobierno, sólo después de que la represión diera muerte a 30
personas.
Conclusiones iniciales
Tres conclusiones: una, que es falsa la propaganda neoliberal de que la crisis
argentina se debe al populismo de las políticas económicas de los gobiernos. Los
déficits fiscales apenas superaron el dos por ciento del PIB. El aumento del
déficit fiscal (3,5 por ciento en 2001) se debió a que se quiso mantener la
convertibilidad, algo absolutamente inviable. Brasil tiene déficits fiscales
mucho más altos (ocho por ciento en 2001) sin que llegue ni siquiera cerca de lo
que ha pasado en Argentina.
La segunda: el modelo económico ha entrado en crisis, agravado por la
convertibilidad. El modelo neoliberal depende en exceso de la entrada de los
capitales externos; está sesgado contra el aparato productivo industrial, con lo
cual disminuye la creación de empleos; las privatizaciones de los sectores
primarios, de telecomunicaciones y servicios públicos (telecomunicaciones y
electricidad) tienen altas tarifas y no aumentan el empleo; privilegia a los
sectores financieros con una moneda sobrevaluada; aumenta la pobreza y agrava la
desigualdad de ingresos entre sectores ricos y pobres.
Tercero, la clase política no tiene ninguna credibilidad en el pueblo argentino.
El Partido Justicialista (peronista) de Carlos Menem estuvo en el poder 10 años
(1989-99) y fue el que puso en marcha las actuales reformas económicas, dejando
una estela de corrupción y desmanejo impresionantes. Lo sucedió en el poder una
alianza del Partido Radical con una coalición de partidos de centroizquierda,
encabezada por Fernando de la Rúa, que se sumió en el continuismo económico y el
inmovilismo político, y que terminó como sabemos. El sucesor es Eduardo Duhalde,
otro peronista, es decir, miembro del partido que gobernó de 1989 a 1999. El
presidente Duhalde ha dicho que quiere cambiar de dirección a la economía
argentina, alejándola de las alianzas con el capital financiero y acercándola a
una alianza con los sectores productivos nacionales, a fin de poder crear
empleo.
Pero el gobierno es muy débil y buena parte del poder sigue estando en las
calles. El desenlace no es claro aún.
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Humberto Campodónico es funcionario de la Comisión Económica para América Latina
y el Caribe (CEPAL). Las opiniones expresadas en este artículo son
responsabilidad exclusiva del autor.
Muchos analistas en América Latina afirman que los sucesos del 11 de setiembre contribuyeron a la decisión del FMI, alentada y respaldada por el Departamento del Tesoro de Estados Unidos, de no desembolsar un tramo del préstamo con Argentina, gatillando así la crisis de diciembrE. América Latina cuenta muy poco en el tablero estratético mundial y es considerada, ahora más que nunca como el "patio trasero" de Estados Unidos. Así, por ejemplo, a pesar una situación económica muy difícil, el FMI le desembolsó 3.100 millones de dólares a Turquía en el mismo mes de diciembre.
Veamos lo que dice Charles Calomiris, miembro de la Comisión Meltzer y Profesor de la Universidad de Columbia, en una entrevista publicada en el propio Boletín del FMI.
"Entonces, lo que hay que preguntarse es si el FMI debe ofrecer préstamos a los países para inducirlos a llevar adelante esas reformas internas. ¿Es ésa la solución? ¿Lo será esta vez en Turquía, después de tantos intentos? Lo que ocurre es que el G–7 está dando un subsidio fiscal a un país políticamente importante utilizando al FMI. No creo que ése sea el modelo correcto de lo que el FMI debe hacer. Si el programa fracasa, algunos volverán a echarle la culpa a la competencia técnica de los programas del FMI y no la inconveniencia de usar recursos y asesoramiento de la institución para emprender reformas internas".
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Boletín del FMI, Entrevista a Charles Calomiris, 10 de setiembre del 2001. |
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