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   Nº 174 - noviembre/diciembre 2007
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Economía


Nº 174 - noviembre/diciembre 2007

Turismo depredador y omnívoro

por Jeremy Seabrook

El turismo devora los lugares a los cuales llega para quedarse, una afirmación que contrasta con las exageradas promesas de beneficios para el país receptor.

Que el turismo se haya convertido en una industria no debería causar sorpresa ya que casi todas las actividades humanas parecen haberse industrializado. La cría de animales de granja se ha convertido en industria láctea, la celebración en forma de canción es una industria musical, los ritos del duelo se han vuelto una industria funeraria, el mantenimiento de la salud es una industria médica. Los viajes, transformados en turismo, son ahora la industria más lucrativa del mundo, que se afirma emplea a más de doscientos millones de personas.

La humanidad siempre ha viajado y explorado. Han ocurrido grandes migraciones, transferencias de poblaciones de un continente a otro, a menudo por una presión externa, conquista, agotamiento de los recursos o un hábitat destruido. Los humanos siempre han ansiado saber qué hay del otro lado de la montaña o más allá del océano, cuáles son las costumbres de la gente que vive cruzando el río.
La curiosidad incontenible de mirar más allá de las fronteras y los límites es una cosa. Otra muy distinta es cuando en Europa se institucionalizaron los viajes de “descubrimientos” que luego reclamaban los territorios en los cuales los pueblos indígenas habían vivido durante miles de años. Esto llevó a la esclavitud, el imperialismo, la anexión de tierras y el sometimiento de los pueblos.

¿Qué tan lejos estamos de esas primitivas incursiones de conquista y dominio? Ésta no es una pregunta trivial. Aún persiste el mismo tipo de sensibilidad entre quienes consideran la totalidad del mundo como un “patio de recreo”, un lugar atractivo para ser disfrutado y consumido por gente privilegiada. El resultado es una industria turística que en 1971 contó con ciento setenta millones de personas que generaron 216.000 millones de dólares. Para 2000, seiscientos noventa y ocho millones de “llegadas” registradas gastaron 478.000 millones. Según un pronóstico, para 2020, mil quinientos millones de turistas gastarán dos billones de euros.

El ochenta por ciento de los países del mundo cuentan al turismo como una de sus cinco principales actividades generadoras de divisas, mientras que para el treinta y ocho por ciento es la principal fuente de ingresos. En los sistemas contables económicos cuenta como una “exportación”. También es una industria extractiva.

Una realidad distorsionada

El turismo, promovido como un motor del desarrollo, exagera los beneficios para el país que lo recibe. Incluso en un destino tan sofisticado como Tailandia, el setenta por ciento de sus ingresos se pierde en “fugas”: la mayoría del dinero gastado por los turistas va a las aerolíneas, los hoteles internacionales y las compañías que brindan los bienes y servicios suntuosos y foráneos que esperan recibir los ricos viajeros. Además de esto, el país receptor incurre en costos gravosos con la creación de infraestructura: aeropuertos, villas de lujo, campos de golf y autopistas, generalmente plantadas con palmeras, laureles rosa o afiches publicitarios para ocultar los barrios marginados de la ciudad.
Los turistas parten de la base de que encontrarán los mejores productos del lugar, lo cual no sólo deja a la población local sin el pescado, las frutas o los vegetales más nutritivos, sino que también supone un aumento de los precios de los artículos que cubren sus necesidades básicas. El empleo depende cada vez más del capricho de los turistas: en Maldivas, el ochenta por ciento de la mano de obra se vuelca al turismo, en Jamaica el treinta y cuatro por ciento, en Gambia el treinta por ciento y en las islas Seychelles el veintiuno por ciento.

Muchos de esos países tienen ecosistemas frágiles. Generalmente son afectados por tormentas, ciclones y mareas altas. La injusticia social que pone a los extranjeros ricos codo con codo con los residentes empobrecidos puede provocar malestar o disturbios que destruyen la industria de la noche a la mañana. En segundo lugar, el exceso de construcción edilicia en determinados sitios de singular belleza termina estropeando el móvil mismo de quienes acuden a visitarlos, por lo que hay que seguir avanzando en la búsqueda de otras playas y paisajes. Islas enteras, balnearios sobredimensionados, aglomeraciones urbanas y playas contaminadas quedan luego desatendidas y abandonadas.
A menudo se cita al turismo como una actividad que promueve el entendimiento mutuo de los pueblos. Rara vez eso se cumple. Los extranjeros ricos admiran la modestia y la disposición de complacerlos de quienes los sirven, y muchas veces confunden esto con rasgos culturales exóticos: ¡Qué poco contaminados están! El turismo consume los lugares en los cuales se instala, depredador, omnívoro y sin embargo protegido de cualquier contacto con realidades desagradables como la pobreza, la suciedad, el crimen y la violencia. Limpia y sanea lo que va a tocar, ofreciendo a la gente una experiencia preparada y empaquetada en la gran fábrica de ilusiones, sensaciones armadas por una industria que enmascara las relaciones reales del mundo.

Tipos de turismo

En respuesta a algunas de esas críticas bien fundadas se han creado distintas formas de turismo. Tailandia o India ofrecen turismo médico a los ricos del mundo. Allí es posible hacerse una operación quirúrgica a mucho menor costo y en un escenario encantador, así como contar con personal que se desviven por los pacientes, en lugar de la hosca atención que reciben en sus países.
Toda una gama de empresas nuevas se dedican al turismo “ético”, por el cual los viajeros a los que les remuerde la conciencia pueden pagar para que les planten algunos árboles en Tamil Nadu para borrar su “huella de carbono”, que sin embargo deja profundos surcos en la fila de rostros de la servidumbre.

El turismo aventura desparrama escombros y basura en lugares anteriormente inaccesibles del planeta. Laderas de montañas prístinas, glaciares y elevadas mesetas reciben su cuota de “recuerdos” de las inquietas visitas de gente ávida de sensaciones y novedades.

Conceptos nuevos –turismo desastre, turismo pobreza, turismo desarrollo- convocan a individuos caritativos a reparar, sanar y compadecerse por el daño que ayudaron a infligir con sus desenfrenados estilos de vida. Una vez formé parte de un grupo de visitantes de Dharavi, en Mumbai, que se asombraba ante lo que la propaganda presentaba como el mayor barrio bajo del mundo: lo miraban con la misma indiferencia deprimente con la que grupos de visitantes miran el Colegio Balliol o la Torre Eiffel.

La atracción por el turismo sexual vale ahora varios miles de millones anuales. Consumiendo la juventud y la belleza de los pobres, es una de las peores formas de expoliación que existen en el planeta. Cuando estaba realizando una investigación en Tailandia me di cuenta de la disparidad entre las expectativas de un turista sexual y los propósitos de una proveedora de atenciones: él buscaba amor, ella ingresos para una familia numerosa. Cuando él se dio cuenta de la diferencia de objetivos, se enojó y la acusó de deshonesta, de engañarlo. Él buscaba una relación, ella sobrevivir.

Él o la turista mira al habitante local con su propio espejo. Posee la llave dorada para todos los lugares mágicos del planeta ya que la clave secreta sólo puede expresarse en el lenguaje del dinero. Sin embargo, cuando el tráfico va en la otra dirección –los hambrientos y los refugiados que buscan ser admitidos en las ciudadelas de riqueza que también han sido agentes de su despojo- se encuentran con lugares amurallados, con custodios implacables que les impiden la entrada a ciudades de privilegio prohibidas.

El surgimiento de una amplia clase media en Asia, por ejemplo, envía ahora multitud de turistas en la dirección opuesta. Europa es un destino muy buscado por gente del sur de Asia, que puede viajar por todo el mundo para disfrutar las delicias de la cocina india y china en Londres o Toronto.

El turismo encierra a los visitantes en una burbuja protectora invisible, de manera que nunca están obligados a reflexionar sobre la naturaleza relativa de sus valores o quedar expuestos a un cuestionamiento perturbador de su cultura. El mesero sonriente, el buscavidas complaciente, el o la limpiadora dispuesta y el conductor agradable los convencen de que su presencia es una bendición. Deben actuar de esa manera porque su sustento depende del servilismo decorativo con el cual se presentan a sí mismos.

El gobierno británico acaba de anunciar la construcción de una tercera carretera para Heathrow, el aeropuerto internacional de mayor tráfico del mundo. Esto duplicará su capacidad. Ocurre simultáneamente con la angustia ante la omisión con respecto a un crecimiento ecológico, la reducción de las emisiones de carbono, el desarrollo sustentable y todos los demás cuentos de hadas que nos contamos para hacernos creer que estamos haciendo algo para frenar las consecuencias desastrosas de nuestra breve estancia en la Tierra. Entre 1978 y 1998, el costo real del pasaje aéreo bajó treinta y cinco por ciento. Mil millas de viaje aéreo requieren sesenta y una horas menos de trabajo con respecto a veinticinco años atrás.
La movilidad sin un propósito definido se ha convertido ahora en una necesidad básica para la gente adinerada, un ir y venir atareado que distrae de la pregunta más desagradable de todas: ¿qué es lo que está mal en casa que ya no nos brinda placer o satisfacción? Parece que los paisajes internos se han agotado más que los sitios de fantasía a los cuales huir. Es una paradoja, todavía no abordada por políticos, economistas, expertos y todos los autodesignados salvadores de la humanidad, que estropeemos tanto los mundos internos como externos en un intento por escapar de las sociedades más escapistas conocidas hasta ahora.

Jeremy Seabrook es un periodista independiente radicado en el Reino Unido.






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