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   Nº 174 - noviembre/diciembre 2007
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Economía


Nº 174 - noviembre/diciembre 2007

¿El turismo beneficia al Tercer Mundo?

por Anita Pleumarom

Los gobiernos de los países del Sur justifican invariablemente la promoción del turismo como una fuerza motriz del desarrollo económico. Es hora de dejar de tratar a esta actividad como una vaca sagrada a la que hay que proteger y alimentar a cualquier costo.

Los discursos sobre el turismo suelen caracterizarse por una grandilocuencia altisonante, condimentada con términos tales como “reducción de la pobreza”, “sustentabilidad”, “comercio justo”, “participación”, “buena gobernanza”, “responsabilidad social corporativa”, y “paz”. Además, se proponen nuevos conceptos, al estilo del ecoturismo de base comunitaria, como una manera distinta de reformar el turismo masivo, al que se teme cada vez más por sus impactos negativos.
¿Pero qué es lo que realmente existe detrás de esta llamativa grandilocuencia?

Un negocio mundial

Como otras grandes industrias, el turismo está caracterizado por grandes concentraciones humanas insalubres, producción y actividades en masa. Hoy es frecuente que la gente atraviese el planeta en busca de un paraíso exótico, para hacer compras, asistir a una conferencia, jugar al golf, participar en un torneo deportivo, apostar en un casino, visitar un parque temático, descansar en un spa o realizarse una cirugía médica o estética en un hospital de cinco estrellas. En ruta, los viajeros pueden satisfacer sus necesidades y deseos en las mismas cadenas de comida rápida, supermercados y tiendas de ropa que existen en sus países.
El turismo es un negocio verdaderamente mundial que convierte en mercancía todo lo que hay sobre la Tierra. La mayoría de los viajeros no querrían darse por enterados de que están alimentando una industria multimillonaria y contribuyendo a modelos insustentables de consumo y producción. Y hay poca conciencia de que son los pobres quienes pagan los costos sociales y ambientales.
El último Barómetro del Turismo Mundial, publicado por la Organización Mundial del Turismo (OMT) de las Naciones Unidas, indica que las llegadas internacionales ascendieron a cerca de novecientos millones a fines de 2007, por lo que continúa el ritmo de crecimiento sostenido experimentado en los últimos años. Se identifica a la región Asia-Pacífico como el motor que está detrás del crecimiento del turismo mundial, dentro de la cual China e India representan los mercados de crecimiento más rápido. Según el Consejo Mundial de Viajes y Turismo (WTTC), los viajes y el turismo emplean hoy aproximadamente a doscientos treinta y un millones de personas y generan más del 10,4 por ciento del PIB mundial.

Una escena ilusoria

Pero las estadísticas positivas ofrecidas por la OMT y el WTTC proyectan un panorama ilusorio de la contribución del turismo, particularmente para el Tercer Mundo.
Esos datos a menudo sirven para justificar la costosa construcción de infraestructura que beneficia en primer lugar a las altas esferas del turismo y de los viajes. Muchos de los proyectos se basan en préstamos externos que agudizan la crisis de la deuda de los países pobres. Además, muchos de los suministros y equipos utilizados para la concreción de esos proyectos son importados y el personal involucrado en la construcción es contratado en el exterior.
Mientras tanto, los gobiernos descuidan cada vez más las necesidades básicas de la población local. Luego del desastre provocado por el terremoto y el tsunami de 2004, por ejemplo, Tailandia, Sri Lanka e India gastaron cuantiosas cantidades de dinero de los contribuyentes y del presupuesto destinado a la ayuda en la reconstrucción de la industria turística, mientras que las comunidades agrícolas y de pescadores fueron desplazadas. Hasta ahora, las víctimas pobres carecen de vivienda adecuada, suministro de agua, servicios sociales y oportunidades de reconstruir su sustento económico.

La “fuga”

El turismo es una gran mina de oro, pero la mayor parte de los ingresos se la llevan los inversionistas. El sector turístico es tristemente célebre por provocar una “fuga” financiera -debido a su elevado contenido de importaciones, repatriación de las ganancias por las empresas extranjeras, etc.- y una distribución desigual e injusta del ingreso. Según datos compilados por la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD), estas fugas llegan hasta el ochenta y cinco por ciento en algunos países menos adelantados de África, más de ochenta por ciento en el Caribe, setenta por ciento en Tailandia y cuarenta por ciento en India.
La globalización no ha hecho más que empeorar las condiciones económicas de los países pobres. Las negociaciones sobre los servicios de turismo en el marco del Acuerdo General sobre el Comercio de Servicios (GATS) de la Organización Mundial de Comercio (OMC), así como los tratados de libre comercio bilaterales y regionales han sido utilizados en especial por Estados Unidos y la Unión Europea como forma de aumentar la presión sobre los gobiernos de los países en desarrollo para que supriman las restricciones a la propiedad extranjera y permitan un mayor grado de autorregulación por las empresas transnacionales del sector. Como resultado, las industrias vinculadas al turismo en los países en desarrollo experimentan fusiones y adquisiciones sin precedentes que dejan por el camino a las empresas locales, mal equipadas para enfrentar la competencia salvaje que favorece a las gigantes extranjeras.
Las nuevas políticas para el desarrollo turístico como parte de las Zonas Económicas Especiales solo contribuyen a la creciente desigualdad y asimetría. El establecimiento de dichas zonas a menudo implica la venta de vastas áreas de tierra a agentes privados y permite la explotación en gran escala y no regulada de recursos naturales y humanos. Sin embargo, en los últimos años se ha subrayado como nunca antes el carácter dependiente y de alto riesgo de la industria turística. Los frecuentes desastres naturales y provocados por el ser humano, las subas de los precios del petróleo, las fluctuaciones de los tipos de cambio y las conmociones políticas han demostrado la enorme vulnerabilidad de la industria. Sucesos inesperados, como los ataques del 11 de setiembre en Estados Unidos (2001), los bombardeos de Bali (2002), los brotes de SARS (síndrome agudo respiratorio severo) y de epidemias de gripe aviar (2003-2004), y el desastre del tsunami (2004) han sido todos ellos causa de grandes desplomes del turismo.
Irónicamente, el agravamiento de la crisis del clima, a la cual la industria turística ha contribuido sustancialmente, es ahora una bomba de tiempo para la misma, ya que numerosas atracciones turísticas pueden ser destruidas irreversiblemente por los impactos del cambio climático. Especialmente amenazadas están las regiones costeras bajas y los pequeños estados insulares. Varios de ellos han desarrollado un “monocultivo turístico”, constituyendo hasta el noventa por ciento de las exportaciones de servicios, como en el caso de Bahamas, República Dominicana y Maldivas. En Antigua y Barbuda, el turismo aporta directa e indirectamente más del setenta y cinco por ciento del PIB, según la OMT.
Si bien grandes empresas turísticas respondieron rápidamente a emergencias inminentes auspiciando sistemas de advertencia de desastres y de seguridad antiterrorista de alta tecnología, a menudo se demora la aplicación de medidas urgentes de mitigación y adaptación que permitan a las comunidades pobres hacer frente a la catástrofe inminente, debido a la falta de recursos por parte del gobierno.

Efectos sobre el empleo

El turismo es considerado una bendición en términos de empleo para la población de los países en desarrollo. Pero en realidad, el trabajo vinculado a esta actividad es incierto, zafral y a tiempo parcial, con una gran movilidad de personal. La pérdida de formas de sustento –por ejemplo en la agricultura y la pesca- rara vez ha sido objeto de investigación, aunque la elevada emigración de la población local de centros turísticos es un claro indicio de que destruye más puestos de trabajo de los que crea.
A pesar de la nueva predilección de los empresarios turísticos por la “responsabilidad social corporativa”, continúa proliferando la explotación laboral. En todo el mundo, la industria se aprovecha de los trabajadores inmigrantes que ofrecen la mano de obra más barata, soportan las condiciones de trabajo más duras y son los menos propensos a organizarse en sindicatos.
Se ha revelado que la mujer realiza las tareas más deshumanizantes y peor remuneradas. El turismo tiene la triste reputación de fomentar la industria sexual y los esfuerzos para que cumpla con el Código de Ética promovido por la OMT no han ayudado a detener el tráfico de mujeres y niñas, lo que en muchos casos priva a las víctimas de sus derechos humanos fundamentales y las expone a riesgos en la salud.
La autorregulación de la industria ha demostrado ser una herramienta totalmente inadecuada en centros turísticos como Pattaya (Tailandia), Cancún (México) o Johannesburgo (Sudáfrica), donde el sexo, las drogas, la violencia, la política de estilo mafioso y la corrupción están fuera de control.
La erosión de los valores culturales y tradicionales es visible en todos los destinos turísticos inundados de un exceso de comercialización. Incluso varios sitios considerados Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO no están debidamente protegidos.
El turismo –incluido el “ecoturismo”- también explota a las comunidades indígenas y locales, y sus culturas, convirtiéndolas en meras exhibiciones para el entretenimiento de los visitantes. Las peores invenciones son los “zoológicos humanos” instalados por operadores turísticos en las fronteras de Birmania y Tailandia para mostrar a las mujeres del grupo étnico Kayan, conocido como gente de “cuello largo” porque usan anillos que elongan sus cuellos.
Por todo esto, numerosos grupos de defensa de los derechos de los pueblos indígenas consideran al turismo una forma de agresión al desarrollo y han denunciado casos de violaciones de los derechos territoriales y de biopiratería en los procesos de las Naciones Unidas vinculados con esta actividad.

Impactos ambientales

El turismo como “desarrollo sustentable” es un mito. A pesar de los intentos de la industria de “maquillarse de verde”, se sigue arrasando tierras agrícolas fértiles, talando bosques, aplastando montañas, dragando playas, destruyendo arrecifes de coral. Además, acelera los procesos de urbanización insalubre y contribuye a la congestión del tránsito, a la contaminación sonora y del aire, y a la acumulación de basura y de aguas residuales no tratadas. El agotamiento y la degradación de recursos de agua escasos, especialmente debido a la proliferación de campos de golf y negocios de SPA, agravan la crisis de abastecimiento en numerosas comunidades. Y el elevado consumo de energía en las instalaciones turísticas y las emisiones de gases de efecto invernadero vinculadas al transporte, especialmente el aumento explosivo de los viajes aéreos, contribuyen de manera significativa al cambio climático.
Los gobiernos insisten en que el turismo es una fuerza motriz del desarrollo económico. Pero teniendo en cuenta todos estos impactos, ya no debe ser tratado como una vaca sagrada a la que hay que proteger y alimentar a cualquier costo. Las autoridades deberían adoptar un criterio más responsable, estableciendo fuertes marcos legales y reglamentarios, y asegurando su aplicación. Las iniciativas voluntarias emprendidas por las empresas, como directrices, códigos de conducta y sistemas de acreditación, no son la clave para abordar con eficacia los problemas relacionados con esta actividad.
Es necesario, en cambio, un criterio de desarrollo centrado en el ser humano, que esté dirigido a revertir los impactos negativos de la globalización y a restaurar los valores de justicia, democracia y autodeterminación en el desarrollo, un enfoque que permita a las comunidades locales reclamar las tierras y los recursos que les han arrebatado, rehabilitar el ambiente devastado por codiciosos capitalistas y reavivar tradiciones y culturas que han sido distorsionadas y explotadas con fines de lucro.

Anita Pleumarom coordina el grupo Tourism Investigation & Monitoring Team, con sede en Bangkok.






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