Instituto del Tercer Mundo  
   EDICION | TEMAS
   Nº 169 - enero/febrero 2007
  Tema de tapa
 
   Ediciones
   Anteriores
   Ultima edición
 
   Otras publicaciones




Tema de tapa


Nº 169 - enero/febrero 2007

La prueba nuclear de Corea del Norte: otro fracaso político de Bush

por Bruce Cumings

Cuando Corea del Norte hizo detonar una bomba nuclear el pasado octubre, los republicanos de Estados Unidos lo atribuyeron a la “diplomacia del básquetbol” aplicada por el presidente Bill Clinton en los años noventa, en lugar del “garrote”. Pero si Washington hubiera aprendido de su experiencia, sabría que no se puede llevar la contraria a los norcoreanos.

Antes de que el mundo conociera siquiera la naturaleza y las dimensiones de la prueba nuclear realizada por Corea del Norte, los políticos estadounidenses ya se hacían críticas recíprocas por no haber sabido contener al líder norcoreano Kim Jong Il. El senador John McCain, en particular, atribuyó la prueba nuclear de octubre de 2006 a la firma en 1994 de un acuerdo negociado por el entonces presidente Bill Clinton. El Partido Demócrata, afirmó McCain, usó zanahorias en vez de garrotes, y practicó con Kim una “diplomacia del básquebol”, en referencia a cuando la secretaria de Estado Madeleine Albright obsequió a Kim un balón firmado por el basquetbolista Michael Jordan, durante su visita a Pyongyang en octubre de 2000.
Uno no sabe si reírse o llorar ante ese absurdo despliegue de demagogia. Clinton estuvo a punto de usar el garrote más grande de todos contra Corea del Norte en junio de 1994: un ataque preventivo contra sus instalaciones nucleares que podría haber desencadenado una Guerra de Corea más devastadora que la primera. El ex presidente estadounidense Jimmy Carter se enteró de esto y voló a Pyongyang para hablar directamente con Kim Il Sung y obtener de él un compromiso de clausura total de la instalación de plutonio de Yongbyun. El Acuerdo Marco de 1994 plasmó ese compromiso, y durante ocho años inspectores de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) visitaron el sitio cada día, las instalaciones estuvieron selladas y vigiladas por cámaras de circuito cerrado, y unas ocho mil varas de combustible de plutonio fueron revestidas de cemento. Durante todo el gobierno de Clinton, Pyongyang no tuvo combustible para fabricar una sola arma nuclear.
La “diplomacia del básquetbol” fue en realidad parte de un acuerdo para adquirir indirectamente los misiles de mediano y largo alcance de Pyongyang e incluirlos en el Régimen de Tecnología de Control de Misiles. El general Jo Myung Rok, director del conglomerado que construye y vende los misiles, se había reunido en Washington con Clinton dos semanas antes de que Albright le devolviera la visita. Para formalizar el acuerdo era necesario que Clinton visitara Pyongyang y se reuniera con Kim Jong Il. Pero el proceso de elección presidencial demoró cinco semanas, la Corte Suprema se pronunció a favor de George W. Bush, y ya fue demasiado tarde. Posteriormente se supo que el equipo de transición de Bush había comunicado a la Casa Blanca que no honraría el acuerdo aun si Clinton viajara a Pyongyang. En sus memorias, Albright manifestó sorpresa porque Bush dejó que el pacto cayera en el olvido y que Pyongyang vendiera los misiles a sus amigos.
En cuanto al “uranio altamente enriquecido”, Bush declaró el 11 de octubre que Corea del Norte había infringido el Acuerdo Marco al importar esa tecnología. En realidad, el acuerdo no mencionaba el uranio altamente enriquecido, pero la mayoría de los expertos coincidía en que Pyongyang había incurrido en engaño al tratar con A. Q. Khan, padre del programa de armas nucleares de Pakistán. La administración Clinton vigiló cuidadosamente estas actividades a partir de 1997, informó al equipo de transición de Bush sobre ellas, y también le advirtió que era necesario mantener a Yongbyun congelada y finalizar el tratado sobre misiles, dado que el uranio altamente enriquecido era una tecnología muy compleja y Corea del Norte precisaría años de experimentación antes de llegar a construir una bomba con ese material. Un engaño de Pyongyang sería perfectamente verosímil, pero el acuerdo de 1994 y el de los misiles se basaron en estrictas medidas de verificación que impedían tanto la fabricación de bombas de plutonio como de vehículos lanzadores de misiles.

Enfrentamiento

Durante dos años, el gobierno de Bush no hizo nada con los datos de inteligencia que Clinton le brindó, y después decidió enviar a James Kelly a Pyongyang para enfrentar a Pyongyang con esa información. Si los negociadores estadounidenses hubieran aprendido algo en los años noventa sería que no se debe llevar la contraria a los norcoreanos, cuya reacción instantánea en el último medio siglo ha sido la de enfurecerse. Eso fue precisamente lo que hicieron con Kelly, quien volvió a Washington diciendo que el acuerdo de 1994 estaba muerto. Ciertamente lo estaba: Pyongyang se retiró rápidamente del Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares, expulsó a los inspectores de la ONU, reflotó a Yongbyun y retomó el control de las ocho mil barras de combustible nuclear, suficientes para construir de seis a ocho bombas A.
Kelly transmitió su mensaje poco después de la declaración de la doctrina de la guerra de preventiva de Bush, en setiembre de 2002, y del “eje del mal” como objetivo. A esto le siguió la guerra preventiva contra Irak. Ante esta situación, Pyongyang dijo esencialmente lo siguiente, a través de su Agencia Central de Noticias: “La ONU inspeccionó a Irak durante años, y no logró desarmar a Irak. Entonces, Estados Unidos decidió invadirlo. Eso no nos ocurrirá a nosotros”.
Desde entonces, Corea del Norte habla de su disuasión nuclear. Y desde la abortada visita de Kelly, Bush no ha hecho nada acerca del programa de uranio altamente enriquecido, que según él está destinado a fabricar bombas nucleares (¿para qué precisarían bombas de uranio y también de plutonio?), ni acerca de la ineptitud que provocó la fractura del Acuerdo Marco de 1994: ninguna sanción real, ningún plan para poner fin a ninguno de ambos programas.
Ahora sabemos que la bomba se hizo con plutonio, y no con uranio altamente enriquecido. En otras palabras, es la bomba de Bush, no la de Clinton. Sin embargo, no es fácil decir por qué Corea del Norte eligió probar su arma en esta instancia. Han transcurrido catorce años desde que ese país logró su objetivo de que el mundo pensara que tenía armas atómicas. En 1992, la Agencia Central de Inteligencia (CIA) estimó que Pyongyang tenía una o dos bombas, y mantuvo esa estimación durante una década. La ambigüedad acerca de si tenía o no tenía la bomba fortaleció a Corea del Norte y la puso en la categoría de Israel: posesión de bomba altamente probable, pero sin pruebas ni anuncios, evitando así una tremenda presión política sobre otros países de la región para que hicieran lo mismo. De esa forma, logró una fuerza disuasoria razonablemente creíble sin necesidad de hacer mucho más. Ahora, Pyongyang puso fin a esa ambigüedad, sin beneficio aparente y a un costo potencial muy grande.
La prueba nuclear también significó un golpe de gracia para la frágil estructura internacional de control de la proliferación nuclear. Ahora, ese régimen está casi acabado, y no parece probable que pueda revivir y recuperar gran influencia. Los quince años de intentos para mantener a Corea del Norte adentro fracasaron. Además, Estados Unidos no puede apuntar a ese país con armas nucleares y a la vez esperar que se quede dentro del Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares. Este es otro de los motivos por los que ese pacto está casi muerto. La premisa original del tratado era la renuncia gradual de las cinco potencias nucleares a sus armas, a cambio de que otros países no se nuclearizaran. Eso nunca ocurrió. El tratado también otorgaba derechos de autodefensa a países amenazados por armas nucleares. Nadie recuerda ese punto, pero es parte del tratado. Corea del Norte entiende que, con bombas nucleares se puede evitar un ataque nuclear, y sin bombas no.
En 2003-2004, los norcoreanos realmente temían que Estados Unidos los atacara. La doctrina de la guerra preventiva y la invasión de Irak los convenció de que serían los siguientes en la lista de Bush. Pero actualmente Estados Unidos apenas podría desplegar un puñado de brigadas para una guerra en Corea, cuando necesitaría medio millón de soldados para asegurarse la victoria.
Probablemente la estrategia de Pyongyang ahora sea la de (a) obtener atención, y (b) actuar para transformarse en una potencia nuclear declarada, sufrir sanciones en los próximos dos años, y después tratar con el próximo presidente de Estados Unidos. A juzgar por los hechos del año pasado, parece claro que Corea del Norte renunció a la idea de tratar con Bush y que las conversaciones de seis partes se empantanaron. Pero no es nada seguro que el próximo presidente estadounidense le ofrezca lo que desea, es decir, garantías de seguridad y normalización de las relaciones.

El futuro

En vista de que la guerra de Irak representa un peso cada vez mayor para la política exterior de Estados Unidos y deja cada vez menos opciones a Bush, cabe esperar un endurecimiento de las sanciones contra Pyongyang y diversas medidas para aislarlo todavía más. Pero es improbable que tales medidas den resultado, porque nunca lo han dado en el pasado. Las sanciones del Capítulo VII fueron aprobadas en la ONU, pero solo después de que China y Rusia se aseguraran de que no implicarían ningún uso de la fuerza militar. China nunca abandonará a Corea del Norte mientras el Partido Comunista esté en el poder en Beijing. El gobierno chino está enojado porque Kim Jong Il lo abofeteó, y seguramente endurecerá las sanciones. Pero no aceptará ni una insinuación de uso de la fuerza militar. Lo mismo se aplica a Rusia, con la diferencia de que Beijing está mucho más cerca de Pyongyang de lo que están Moscú y Corea del Sur, desesperada por evitar cualquier conflicto militar.
Sin embargo, la prueba estrechará la colaboración entre Estados Unidos y Japón, en especial en proyectos de misiles. Abe Shinzo, el nuevo primer ministro japonés, es un nacionalista conservador que basó su campaña en el endurecimiento de la postura hacia Corea del Norte. Su abuelo también fue primer ministro. Era Kishi Nobosuke, quien empezó su larga carrera en la administración colonial japonesa en la provincia china de Manchuria, en los años treinta, justamente mientras Kim Il Sung libraba una guerra de guerrillas contra los japoneses. Dado que el gobierno norcoreano considera esa guerra como la fuente de legitimidad del régimen, cabe prever un aumento de la tensión entre Pyongyang y Tokio.
Aun sin el apoyo de Seúl, Beijing o Moscú, existe todavía la posibilidad de un choque militar en la península de Corea. Es posible que el vicepresidente estadounidense Dick Cheney esté pensando en una campaña de bombardeos contra Corea del Norte, en la misma línea que los planes contra Irán revelados por el periodista Seymour Hersh en The New Yorker. Sin embargo, es improbable que las autoridades militares aprueben esa opción tan peligrosa. Varios oficiales de alto nivel ya amenazaron con renunciar si los planes contra Irán se concretan, y tendrían aún más razones para oponerse a una campaña temeraria en Corea del Norte, teniendo en cuenta su ejército de un millón de hombres y el hecho de que ese verdadero estado-guarnición está en gran parte bajo tierra: tiene unas quince mil instalaciones subterráneas de seguridad nacional, y casi todas las instalaciones militares también son subterráneas. Sin embargo, dado que la actual administración de Estados Unidos es la más peligrosa y en muchas formas la más temeraria de la historia no hay que subestimar las probabilidades de una verdadera catástrofe en Corea. Pero a juzgar por el pasado reciente, el presidente Bush no hará más que vociferar y aplicar más sanciones, y en definitiva nada importante cambiará, salvo que Corea del Norte se convertirá en la potencia nuclear que la CIA dijo que era hace mucho tiempo. Y los estadounidenses se quedarán preguntando qué fue a hacer la señora Albright a Pyongyang, y por qué Kim Jong Il quería tanto la pelota firmada por Michael Jordan.

------------- Bruce Cumings es profesor de historia de la Universidad de Chicago y autor de North Korea: Another Country, The New Press, 2004.






Revista del Sur - Red del Tercer Mundo - Third World Network 
Secretaría para América Latina:  Jackson 1136, Montevideo 11200, Uruguay
Tel: (+598 2) 419 6192 / Fax: (+ 598 2) 411 9222
redtm@item.org.uy - www.redtercermundo.org.uy