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Nº 168 - Noviembre/Diciembre 2006

La Ronda de Doha no amerita esperanzas

por Robert H. Wade

La afirmación oficial de que el precio del fracaso de las actuales negociaciones comerciales sería demasiado alto es cuestionada por el autor. Esto podría ser así para los países industrializados, pero para los países en desarrollo, el “éxito” de la Ronda de Doha podría significar la desindustrialización.

Los funcionarios preocupados por las negociaciones multilaterales de comercio hablan de “crisis” en la ronda de negociaciones de Doha. ¿Deberíamos cruzar los dedos para que se alcance un acuerdo? El director general de la Organización Mundial de Comercio (OMC), Pascal Lamy, advirtió que el costo del “fracaso” sería muy alto.
La pregunta es: ¿alto para quién? El precio de no alcanzar un acuerdo dentro de los parámetros actuales ciertamente sería alto para los países industrializados, pero no está claro si sería alto para la mayoría de los países en desarrollo.
En términos sencillos, los países industrializados aplican hoy bajos aranceles a las importaciones de servicios y bienes industriales, y altos aranceles (y otras formas de protección) a las importaciones agrícolas. En general, los países en desarrollo aplican aranceles sustanciales a las importanciones de servicios y bienes industriales y a algunos productos agrícolas.
En la Ronda de Doha, los países del Norte dicen a los del Sur: “Deben realizar grandes recortes a los aranceles industriales, agrícolas y de servicios, y después nosotros recortaremos nuestros aranceles agrícolas y otros tipos de ayuda a la agricultura. Esto les dará a sus exportaciones agrícolas mejor acceso a nuestros mercados, de acuerdo con su ventaja comparativa, y nosotros obtendremos mejor acceso para nuestras exportaciones industriales, agrícolas y de servicios”.
Los países industrializados insisten especialmente en que los países en desarrollo deben realizar grandes recortes en sus medidas de protección de las importaciones no agrícolas, llamadas por su acrónimo en inglés NAMA (Acceso a los Mercados para los Productos No Agrícolas). Los países industrializados ejercen gran presión para que los países en desarrollo acepten las propuestas sobre NAMA. Las propuestas requerirían que todos los países en desarrollo, salvo los más pobres, adoptaran rápidamente aranceles muy bajos y parejos para todas las industrias, sin importar sus diferencias de capacidad.
Casi todos los instrumentos de política comercial han sido descartados, excepto los aranceles. Para apoyar a sus industrias, los países en desarrollo dependen de los aranceles mucho más que los países industrializados, los cuales pueden utilizar más fácilmente instrumentos presupuestarios tales como los subsidios para investigación y desarrollo y para desarrollo regional.
La mayoría de los países en desarrollo enfrentan graves riesgos de desindustrialización si aceptan las condiciones básicas de esta negociación. Se arriesgan a caer en la “trampa de la agricultura”: concentrarse aún más en la producción de productos básicos y productos manufacturados sencillos, y reducir aún más la diversificación en cuanto a la producción de mercancías más complejas. Esto podría ser muy conveniente para el interés colectivo de los países industrializados, pero produciría un mal resultado para el mundo.
Doy por sentado que el interés global (al menos de la especie humana) requiere una distribución más equitativa del ingreso y de la riqueza. Y creo que la industrialización y el crecimiento económico en los países en desarrollo es improbable en condiciones de libre comercio, al menos por tres razones.
En primer lugar, casi ningún país ha logrado industrializarse y volverse más “avanzado” sin proteger en alguna etapa sus nuevas industrias básicas. A medida que el sector industrial doméstico crecía, los países ahora industrializados liberalizaban su comercio en forma selectiva y gradual. Por otro lado, las colonias de esos países fueron obligadas a liberalizarse en forma rápida y no selectiva, y experimentaron una rápida desindustrialización. Es una ley general de la industrialización que los países avanzados traten de abrir los mercados de los países menos avanzados, con el argumento de que es beneficioso para todos.
En segundo lugar, la industrialización en los países en desarrollo de hoy en día es improbable en condiciones de libre comercio, porque esos países tenderían a especializarse en exportaciones de sus industrias y agriculturas eficientes. Pero su desarrollo depende de la diversificación hacia actividades de mayor valor agregado, en las que actualmente no son eficientes. La diversificación en nuevas actividades es improbable sin políticas industriales que incluyan tanto aranceles como otras formas de apoyo. Un reciente estudio de Mehdi Shafaeddin, ex economista de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD), sobre cincuenta países en desarrollo que liberalizaron sustancialmente su comercio entre 1980 y 2000 reveló que solo veinte por ciento (la mayoría en Asia oriental) experimentaron un crecimiento significativo de las exportaciones y del valor agregado de sus manufacturas, mientras que la mitad de ellos sufrieron desindustrialización.
La tercera razón es que los países industrializados han aumentado la protección de sus nuevas tecnologías mediante el Acuerdo sobre los Aspectos de los Derechos de Propiedad Intelectual Relacionados con el Comercio (TRIPS), haciendo más difícil que los países en desarrollo de hoy obtengan las últimas tecnologías que cuando los países hoy avanzados estaban en fase de desarrollo.
Los países en desarrollo deberían resistirse férreamente a la agenda de NAMA. Deberían impulsar normas comerciales que les permitieran más flexibilidad para fijar niveles arancelarios acordes a la madurez de sus diferentes industrias. Asimismo, deberían impulsar la flexibilización del Acuerdo sobre TRIPS.
Nadie afirma que tales medidas garanticen el éxito. La protección comercial, como cualquier instrumento poderoso, puede utilizarse bien o mal. En América Latina, India, Nueva Zelanda y otras partes del mundo hay numerosos ejemplos de mal uso.
Por otro lado, podemos estar seguros de que, al obligar a los países en desarrollo a abatir rápidamente sus aranceles industriales, la Ronda de Doha empujará a muchos de esos países a la desindustrialización. En tal caso, la Ronda no será un “éxito” sino un “fracaso”.
Existe el peligro real de que el estancamiento de la Ronda de Doha provoque una proliferación de acuerdos regionales y bilaterales que sean aún más desventajosos para los países en desarrollo, como ya se ha visto. Como alternativa, también existe el peligro de que la ronda sea declarada un “éxito” y que los países industrializados digan: “Ya hemos hecho bastante por el desarrollo; ahora es el turno de ustedes de hacernos concesiones”.
En última instancia, los países en desarrollo deberían prepararse para retirarse de las negociaciones. En tal caso, el nuevo bloque de países en desarrollo líderes podría tomar la iniciativa de una nueva ronda multilateral de comercio basada en parámetros más sensatos. Por lo tanto, no crucemos los dedos por el “éxito” de la Ronda de Doha.

-------------- Robert H. Wade es profesor de economía política de la Escuela de Economía de Londres. Es autor de Governing the Market (2004).

Este artículo, publicado en South-North Development Monitor (SUNS) No. 6063, es una versión ampliada de otro artículo publicado en The Guardian (3 de julio de 2006).






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