Nº 168 - Noviembre/Diciembre 2006
Comunidad Sudamericana de Naciones
por
Eduardo Gudynas
Las cumbres y la búsqueda de un nuevo marco de integración regional
La propuesta de la Comunidad Sudamericana de Naciones se inserta en
una historia de reuniones presidenciales que se iniciaron en 2000. La
revisión de esas propuestas muestra la insistencia en reducir la
integración a los acuerdos comerciales y la interconexión
energética. La próxima cumbre de este proyecto sudamericano
debe abordar el problema de las asimetrías en la región y la
necesidad de redefinir la integración bajo nuevas ideas. La carta
abierta del presidente boliviano Evo Morales ofrece nuevas ideas que
podrían revitalizar esa búsqueda. La
próxima cumbre de la Comunidad Sudamericana de Naciones
tendrá lugar en diciembre de 2006 en Cochabamba (Bolivia). A pesar
de que su nombre oficial la presenta como la “segunda
cumbre”, en realidad los encuentros de los jefes de Estado de
América del Sur comenzaron en el año 2000, y ya han tenido
lugar otras cuatro reuniones.
La idea de una Comunidad Sudamericana se lanzó en 2004, con el
propósito de promover la integración entre los doce
países de la región. Es un emprendimiento que cubre 17,7
millones de km2, con una población de 376,5 millones de personas
y un PIB total de 1,229 billones de dólares (millones de
millones, cifras para el año 2005). El encuentro de
Cochabamba encierra muchas expectativas, tanto por las decisiones que
puedan tomar los gobiernos, como por el encuentro paralelo de la
sociedad civil. En este sentido es necesario repasar estas cumbres y
revisar el estado del debate sobre la integración regional.
Una breve historia de las reuniones presidenciales
Si bien muchos presidentes de América Latina en las
últimas décadas se reunían más o menos
regularmente, esos encuentros eran parciales. En unos casos se encontraban
los presidentes de los países andinos, mientras que los del Cono
Sur se reunían por otro lado, mientras que Guyana y Suriname se
vinculaban sobre todo con los países del Caribe. Las reuniones
más amplias estaban asociadas al Grupo Rio, las Cumbres
Iberoamericanas y las Cumbres de las Américas donde se sumaban
países de otras regiones). A pesar de esta proliferación de
encuentros y negociaciones comerciales, no existían antecedentes
de encuentros sudamericanos.
La primera cumbre de América del Sur tuvo lugar en Brasilia el
31 de agosto y 1 setiembre de 2000. La iniciativa estuvo en manos del
presidente de Brasil, Fernando Henrique Cardoso, quien logró
congregar a todos sus pares. Su resultado fue el “Comunicado de
Brasilia”, donde se presentan varias ideas que persisten hasta el
presente (Las declaraciones presidenciales de las cumbres sudamericanas
está disponible en: www.comunidadsudamericana.com). El
primer aspecto destacado es que fue un encuentro sudamericano, donde se
presentó la idea de una integración
“sudamericana” en lugar de una vinculación
“latinoamericana”, la que era hasta ese momento la idea
más antigua y más común. Hasta esos años
los ideales de la “integración” siempre se enfocaban
en toda América Latina, incluyendo México, América
Central y el Caribe junto a los países de América del
Sur. La creación, primero de la Asociación Latinoamericana
de Libre Comercio (ALALC) y luego de la Asociación
Latinoamericana de Integración (ALADI), expresan esa idea de
unidad latinoamericana. Pero la reunión en Brasilia pasó a
ser un paso significativo en la redefinición de las metas de la
integración, especialmente de América del Sur y desde
allí pensar el vínculo latinoamericano. Este cambio
de énfasis fue promovido en especial por Brasil, y existen
varias razones para explicar el apoyo que recibió. Por un lado,
se buscaron concertaciones regionales que permitieran obtener
más ventajas tanto en las negociaciones del Area de Libre
Comercio de las Américas (ALCA) como en las de la
Organización Mundial de Comercio (OMC), que se encontraban en
marcha en ese momento. Por otro lado, tenían lugar los primeros
intentos de acuerdos comerciales entre la Comunidad Andina de Naciones
y el Mercosur. En este caso, varios países alentaban proyectos
conjuntos, y nuevamente el más interesado era Brasil, que deseaba
avanzar en acuerdos de conexión carretera con Perú y
Bolivia, y una interconexión eléctrica con Venezuela.
Finalmente, Brasil podía dejar a un lado su rivalidad con
México para concentrarse en las relaciones con sus vecinos.
El “Comunicado de Brasilia” presenta una visión de
la integración como esencialmente comercial. El aumento del
comercio permitiría el crecimiento de las economías
nacionales y, por lo tanto, todos los países se estaban volcando
a desmontar sus barreras a las importaciones y agilizar las
exportaciones. No hay una crítica de la globalización
como tal, ya que los presidentes entienden que tiene muchos potenciales
beneficios y que lo que se debe hacer es manejar esos desafíos.
Si bien no se cuestionan las ideas básicas de las relaciones
comerciales, los presidentes apuestan a “mercados libres” y
critican las protecciones comerciales que establecen las naciones
industrializadas. Todo esto se daba bajo invocaciones al
“regionalismo abierto” de la Comisión
Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL).
Los pasos que se proponían eran establecer un área de
libre comercio de América del Sur, que estaría conformada
por los países andinos y los del Mercosur, a los que se
sumaría Chile, Guyana y Suriname. Este era el proyecto de un
área de libre comercio de “Sud America” como
contrapeso al ALCA. Se parte de un propósito importante y
compartible: las fronteras deben dejar de ser barreras que aíslan
y debían transformarse en eslabones de unión. Pero la
Iniciativa en Integración Regional Suramericana (IIRSA)
derivó en un programa de corredores y vías de
comunicación hacia los puertos oceánicos, para permitir
las exportaciones hacia destinos en los países industrializados
y en el sudeste asiático. La segunda cumbre sudamericana
tuvo lugar en Guayaquil (Ecuador) dos años mas tarde, en julio de
2002. Los resultados de la reunión fueron más modestos,
aunque se reforzó la marcha del IIRSA y se aprobó el
estatuto de la región como “zona de paz”. El
documento oficial firmado por los presidentes fue el “Consenso de
Guayaquil sobre integración, seguridad e infraestructura para el
Desarrollo”. Se repiten varios compromisos generales, y se
insiste en construir el llamado “espacio integrado” por
medio del “fortalecimiento de las conexiones físicas y la
armonización de los marcos institucionales, normativos y
regulatorios”, para lograr que la región “participe
más ampliamente en las corrientes internacionales de capital,
bienes, servicios y tecnologías”. Por lo tanto, los
presidentes insistieron en ver a las conexiones físicas como un
medio para que América del Sur se inserte aún más
en la globalización. Esa articulación en infraestructura
es considerada “esencial” y desde allí se plantea, en
forma por demás optimista, que se logrará mitigar la
pobreza. También aparece con mayor fuerza la propuesta de
interconexiones energéticas y el establecimiento de regulaciones
para lograr un “mercado supranacional” que permita el
transporte y distribución de energía desde una
nación a otra.
Política y geografía
La cumbre de Brasilia y las que le siguieron se enmarcan en una
“diplomacia de los presidentes”, donde hay un fuerte
protagonismo de los jefes de Estado, declaraciones usualmente muy
altisonantes pero pocas medidas concretas y una presencia de la sociedad
civil muy limitada.
El programa original de la primera Cumbre de Brasilia, según el
presidente brasileño Fernando Enrique Cardoso, era avanzar hacia
la construcción de los “Estados Unidos de América
del Sur”, el sueño de un federalismo sudamericano. A su
juicio ese proceso debía hacerse por dos movimientos: el primero
era un acuerdo comercial entre la Comunidad Andina y el Mercosur, y el
segundo era la integración física. En aquel momento se
entendía que Chile ingresaría como miembro pleno al
Mercosur, un presupuesto que se derrumbó poco tiempo
después, cuando el gobierno chileno aceptó la propuesta
de Estados Unidos de terminar la negociación de un acuerdo de
libre comercio. Según Cardoso, la “espina dorsal de
América del Sur como espacio económico ampliado” era
el vínculo Comunidad Andina–Mercosur, que debían
converger en la creación de un “espacio
económico”. Los gobiernos podrían tener diferencias
sobre aspectos instrumentales, pero todos ellos compartían la
creencia en una liberalización comercial para generar crecimiento
económico. Desde aquel entonces hasta hoy las ideas de
integración como “espacio económico”,
“espacio económico ampliado” y la búsqueda de
“convergencia” aparecen una y otra vez. Las acciones
concretas convergieron en el IIRSA. Los proyectos más importantes
comenzaron a gestarse alrededor de Brasil, como las conexiones
carreteras hacia Perú, Venezuela y Guyana, y la
interconexión eléctrica con Venezuela. En todos estos
casos fueron necesarios apoyos financieros importantes, pero que a
diferencia de otras iniciativas no sólo contaron con el aporte
del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) o el Banco Mundial, sino
que cobró protagonismo una institución financiera
sudamericana: la Corporación Andina de Fomento. Esta
corporación está conformada actualmente por diecisiete
países de América Latina, el Caribe y Europa, y se ha
convertido en un financiador clave. También se sumó el
Banco de Desarrollo Económico y Social (BNDES) de Brasil,
brindando fondos para emprendimientos en países vecinos, los que
a su vez son ejecutados por empresas brasileñas.
El lanzamiento de la Comunidad Sudamericana de Naciones
Si bien las vinculaciones sudamericanas tuvieron altibajos, existieron
avances en las negociaciones entre la Comunidad Andina y el Mercosur. En
agosto de 2003 se firma un convenio entre el Mercosur y Perú, y
luego, en diciembre de 2003, se concreta un acuerdo de
complementación económica entre ese bloque y Colombia,
Ecuador y Venezuela. Está en marcha un proceso muy particular,
donde el Mercosur crece en número de países asociados o
bajo convenios comerciales -en ese momento eran asociados Chile, Bolivia,
Perú y luego se sumó Venezuela-, pero no logra consolidar y
acentuar la integración entre sus socios plenos. En efecto, no se
concretó la meta de firmar a fines de 2004 nuevos acuerdos de
integración entre Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay.
En este contexto se celebra en Cusco (Perú) la tercera cumbre
sudamericana en diciembre de 2004. Sus objetivos muestran algunas
diferencias importantes con las anteriores, en tanto se buscaba un
salto sustancial en la vinculación entre los países. Se
invocaba la creación de una “comunidad” sudamericana,
y sus principales defensores eran los presidentes de Brasil, Luiz
Inácio Lula da Silva, y de Perú, Alejandro Toledo, junto
al apoyo significativo del presidente del comité de
representantes permanentes del Mercosur, el argentino Eduardo
Duhalde. La reacción de los demás más
países fue muy diversa. En algunos era evidente la cautela, y si
bien no criticaban abiertamente ese propósito, tampoco fueron
entusiastas defensores. En otros se indica que antes que crear un nuevo
acuerdo regional debían solucionarse los problemas internos
dentro de los dos bloques existentes, o sea el Mercosur y la Comunidad
Andina. La percepción generalizada era que la propuesta de una
“comunidad” sudamericana era un interés
esencialmente brasileño, y en especial asociado a acentuar los
vínculos de su país con las naciones andinas. En la
cumbre de Cusco estuvieron presentes ocho presidentes pero faltaron
varios, destacándose la ausencia de los mandatarios de
Argentina, Paraguay y Uruguay. Este era un claro mensaje hacia Brasil,
ya que tres de los cuatro miembros del Mercosur mostraban su
disconformidad. Estas tensiones hicieron que los acuerdos de Cusco
fueran muy generales. Bajo el título oficial de “III Cumbre
Presidencial Sudamericana” los mandatarios acordaron
“conformar” una Comunidad Sudamericana de Naciones. El
propósito era muy ambicioso, pero los presidentes no firmaron un
tratado o un convenio vinculante que desencadenara acciones concretas,
sino que apenas subscribieron una “declaración”. La meta señalada en la “Declaración de
Cusco” es construir un “espacio sudamericano
integrado”. Ese objetivo se lograría por los siguientes
procesos: concertación y coordinación política, un
acuerdo de libre comercio entre los dos bloques regionales (Comunidad
Andina y Mercosur), y con Chile, Suriname y Guyana, la
integración física, energética y en
comunicaciones, la armonización de políticas en desarrollo
rural y agroalimentario, la cooperación en tecnología,
ciencia, educación y cultura, y la integración entre
empresas y sociedad civil. Las acciones concretas propuestas en
Cusco fueron escasas. Los presidentes accedieron a establecer un
programa de acción que avanzara poco a poco, aclararon que no
buscan crear una nueva institucionalidad sino apoyarse en la que ya
existía, y encargaron a sus ministros de Relaciones Exteriores
la presentación de propuestas más específicas. A pesar de la generalidad en los acuerdos, la cita presidencial en
Cusco tuvo importantes efectos en la opinión pública y en
el marco de discusión de los procesos de integración
continentales. Se convirtió en un nuevo “punto de
partida” de la vinculación dentro de América del
Sur. Las cumbre anteriores parecen haber caído casi en el olvido
y se ha llegado incluso a renombrarlas. La cuarta cumbre celebrada en
2005 en Brasil pasó a ser la Primera Cumbre de la Comunidad
Sudamericana de Naciones y la que sería la quinta reunión
presidencial, que se celebrará en diciembre en Cochabamba,
será la Segunda Cumbre de la Comunidad Sudamericana de Naciones.
Asimismo, a partir de Cusco se instaló la idea de una comunidad
en construcción, a pesar de los pocos acuerdos concretos que
realmente se aplicaron. En la propuesta aprobada en Cusco se pone
una vez más el acento en una integración basada en
convenios de libre comercio y en que esto se lograría en especial
por la integración física. Es muy arriesgado sostener que
allí se generó una nueva visión sobre la
integración, y es bueno recordar que al menos cuatro de los
países firmantes estaban decididamente volcados hacia los
tratados de libre comercio con Estados Unidos. En Cusco se
redefinió IIRSA, reduciendo la enorme lista de trescientos
proyectos a treinta y uno específicos. Además, en el
marco de la cumbre, Lula y Toledo firmaron el protocolo para la
construcción del puente y carretera entre Assis Brasil (Acre,
Brasil) e Iñapari (Madre de Dios, Perú), concretando la
“ruta del Pacífico” que unirá el área
occidental de la Amazonia brasileña con los puertos en el
océano Pacìfico. La obra sería financiada en
especial por Brasil y ejecutada por una de sus principales empresas.
Una iniciativa similar se anunció con el puente internacional
sobre el río Itakutu, que permitiría conectar la Amazonia
del norte con la costa de Guyana. Se anunciaron además proyectos
de ampliación del gasoducto Bolivia–Argentina, mejoras en
las conexiones carreteras entre Argentina y Chile, y hasta un anillo
ferroviario en el estado de Sao Paulo. En todos los casos los
emprendimientos son interconexiones, y nada se avanzó en
promover el desarrollo local ni en la articulación
económica. Los presidentes celebraron su siguiente
encuentro el 29 y 30 de setiembre de 2005 en Brasilia. Esta fue la
“primera” Cumbre de la Comunidad Sudamericana de Naciones,
y es muy recordada por su final agitado, ya que el presidente
venezolano Hugo Chávez criticó la propuesta de
declaración final y amenazó con no firmarla. En Brasilia
se aprobó una institucionalidad mínima y se establecieron
ocho áreas de acción prioritaria: diálogo
político; integración física; medio ambiente;
integración energética; mecanismos financieros
sudamericanos; asimetrías; promoción de la
cohesión social, la inclusión social y la justicia
social; y telecomunicaciones. Se vuelve a repetir que sus fines
económicos son el establecimiento de una zona de libre comercio
continental como forma de promover el crecimiento económico,
reducir las asimetrías y, “cuando sea posible”,
generar una complementación económica. Los presidentes
encargaron diversos estudios, en especial sobre la
“convergencia” entre los países sudamericanos. De
esta manera, si se compara el inicio de este proceso en 2000 al
desenlace de la cumbre de 2005 es evidente que han existido muchos
cambios en la situación política, económica y
social, pero de todos modos los gobiernos persisten en ver la
integración como una cuestión esencialmente comercial, la
expresan apelando a proyectos de infraestructura y buscan resolver las
asimetrías por medio de la convergencia.
La integración reducida al comercio
América del Sur enfrenta actualmente un contexto muy particular
para ensayar una integración regional. Por un lado,
existirían mejores condiciones ya que el proyecto del ALCA,
propiciado por Estados Unidos, finalmente no prosperó por la
oposición del Mercosur y Venezuela. Pero por otro lado, muchas
otras naciones sudamericanas apoyaban el ALCA, y varias de ellas han
concretado -o están concretando- tratados comerciales de libre
comercio con Estados Unidos (Chile, Perú y Colombia). Si bien
todos los gobiernos repiten la necesidad de una “comunidad de
naciones”, también es cierto que hay problemas innegables
dentro de la Comunidad Andina y el Mercosur, tales como la salida de
Venezuela de la Comunidad Andina y su ingreso al Mercosur, la
bilateralidad de Argentina y Brasil en el Mercosur que margina a los
socios pequeños, o la disputa entre Argentina y Uruguay por las
plantas de celulosa en el limítrofe Río Uruguay.
Una dificultad que persiste es la insistencia en acuerdos de libre
comercio entre países vecinos, sin mecanismos de
complementación o articulación productiva. Esto hace que
se repita el drama de una economía mayor invadiendo una
economía menor, o de empresas que son más competitivas en
el sentido convencional y que terminan por desplazar a otras
pequeñas y medianas. Esta insistencia en acuerdos de libre
comercio es muy evidente en los casos de Perú, Colombia y Chile,
pero también se repite con Brasil, aunque con otros
énfasis. Un ejemplo sirve para ilustrar este problema:
Perú ha firmado un tratado de libre comercio con Estados Unidos,
mientras que también tiene un acuerdo de liberalización
comercial con el Mercosur. En ninguno de los dos casos hay mecanismos
para articular las economías y, por lo tanto, hay sectores que
sufrirán mucho por el ingreso de productos sea de Estados Unidos
o del Mercosur. Un caso dramático es la producción
agrícola y ganadera peruana, que corre muchos riesgos por las
importaciones de productos subsidiados desde Estados Unidos, o bien por
el enorme volumen y calidad de los productos agroalimentarios de Brasil
y el resto del Mercosur. Por estas razones, un proyecto de
integración verdadera no puede confundir las interconexiones con
la integración, y debe incluir vínculos en los aspectos
productivos, donde cada uno de los países miembros pueda
participar en cadenas productivas. Un proceso de integración
basado únicamente en liberalizar las exportaciones y las
importaciones termina acentuando las asimetrías entre las
naciones más grandes y más pequeñas. Esto se
expresa en especial por la llegada de empresas desde los países
más grandes a los más pequeños, la
regionalización de la producción y una creciente
participación de compañías translativas
(transnacionales latinoamericanas).
Asimetrías regionales
Dentro de América del Sur son evidentes las diferencias y
asimetrías entre sus miembros. Esas diferencias a veces se
disimulan al analizar los principales bloques económicos. Mientras
la Comunidad Andina representa el diecisiete por ciento del PIB de la
región, el Mercosur es un 74,9 por ciento (estos valores incluyen
a Venezuela dentro del Mercosur y no en la Comunidad Andina) (Figura 1).
Esta diferenciación es un poco artificiosa, y es mejor ordenar a
los países de otra manera.
Por un lado se encuentra Brasil, la nación más grande y
poblada, representando poco más de la mitad del PIB
sudamericano, responsable de más de un tercio de las
exportaciones regionales, y concentrando el cuarenta y ocho por ciento
de la inversión extranjera que recibe América del Sur
(ALADI, Comunidad Andina y Mercosur, 2006b). Le siguen un conjunto de
cinco “economías medianas”, que en total representan
el cuarenta y dos por ciento del PIB regional, y son grandes
exportadores de recursos naturales. Finalmente, las economías
pequeñas son seis en total y su representación en
América del Sur está en el orden del cuatro por ciento
(Tabla 1; figura 2). Si el análisis se hace proporcional a los
tamaños de cada país, o de las economías, la
situación es diferente. Por ejemplo, considerando el PIB por
habitante, Chile ocupa el primer lugar, mientras que Brasil aparece en
la quinta posición. En el valor de las exportaciones por
habitante, nuevamente Chile aparece primero y Brasil ocupa el octavo
lugar, mientras que en la edición 2006 del Indice de Desarrollo
Humano, la primera posición corresponde a Argentina. Las
exportaciones siguen creciendo en América del Sur, y casi se han
triplicado entre 1994 y 2004, alcanzando en 2005 los 305.000 millones
de dólares. El comercio entre los países de
América del Sur representa 45.000 millones de dólares, y
es una proporción todavía modesta del comercio total ya
que es un dieciocho por ciento. Los principales destinos de las
exportaciones sudamericanas son América del Norte y la
Unión Europea. Bajo esta situación, muchas veces se
ha presentado a Brasil como la “locomotora” de la
integración sudamericana. Pero apenas un quince por ciento del
comercio exterior total de Brasil se realiza dentro de América
del Sur (especialmente con el Mercosur), mientras que casi un ochenta y
cinco por ciento es con el resto del mundo. Esto explica el
énfasis de Brasil en presentarse como un global trader,
pero es en la región donde logra mayor superávit y vende
más productos manufacturados. Si bien el gobierno de Lula hizo
muchos esfuerzos en promover la Comunidad Sudamericana de Naciones,
mantuvo un fuerte protagonismo en la arena global. Por ejemplo,
amplió sus negociaciones a países como China, India o
Sudáfrica, y buscó mayor protagonismo dentro de la OMC. Las pretensiones de liderazgo de Brasil dentro de la región
se mantienen. Hay muchos factores que lo explican: la necesidad de
estabilizar y asegurar sus fronteras terrestres en la Amazonia, la
importación de energía, la búsqueda de mercados de
exportación para productos industrializados, etc. Más
allá de las razones se observan claroscuros, donde Brasil en
unas ocasiones aparece como muy enérgico y en otras como
ausente. En general, la tendencia es buscar un liderazgo que intenta
evitar las coacciones y las presiones, y que cae en ambivalencias.
Posiblemente un buen ejemplo de esto sea el conflicto con Bolivia por
la nacionalización del gas realizada por Evo Morales, donde
Brasil respetó la decisión, resistió las demandas
de la oposición interna de derecha por acciones muy
enérgicas frente a Bolivia, pero de todas maneras
defendió a su empresa Petrobras y presionó al gobierno
boliviano. El gobierno de Lula mantiene la idea de la
integración como una liberalización del comercio, apuesta
fuertemente a IIRSA en tanto lo concibe como vías de salida para
sus exportaciones, y resiste cualquier medida efectiva de
integración que pueda imponerle acuerdos obligatorios. Pero por
sobre todas las cosas, Brasil desea mantener su independencia en la
toma de decisiones económicas y comerciales, y ve las relaciones
con los vecinos como una forma de expandir su propio mercado. Por lo
tanto, resiste todas las formas de articulación productiva, a
excepción de aquellas que involucren directamente a alguna de
sus empresas. Asimismo, no acepta la implementación de
normativas supranacionales y concibe que el proceso se debe basar en
acuerdos y convenios intergubernamentales. Esta posición pone un
límite real y concreto a cualquier intento de construir una
“comunidad” en sentido profundo del término.
La búsqueda de alternativas
Por ahora, la búsqueda de una lógica distinta para
nutrir la integración regional se expresa en la propuesta de los
Tratados de Comercio de los Pueblos (TCP), de Evo Morales (Bolivia), y en
la idea de la Alternativa Boliviariana para la América (ALBA), de
Hugo Chávez (Venezuela). La primera opción se ha concretado
en un acuerdo entre Bolivia, Cuba y Venezuela, que incluye medidas de
liberalización arancelaria, comercio privilegiado y diferentes
tipos de asistencia y cooperación. Es un primer paso que debe ser
seguido con atención, en tanto un proyecto de integración
requiere de medidas más complejas. En el caso del ALBA se anuncia
otra lógica para generar la integración regional, pero por
ahora prevalecen los acuerdos de colaboración y asistencia, junto
a acuerdos de comercio preferencial, y por lo tanto será necesario
observar cómo se desarrollarán esas ideas en propuestas
concretas.
Nuevas alternativas se discutirán en la próxima
reunión de los presidentes sudamericanos en diciembre en
Cochabamba. Entre los documentos oficiales preparatorios, los
organismos internacionales han realizado varios estudios y propuestas
sobre la convergencia. ALADI, la Comunidad Andina, el Mercosur, el
Sistema Económico Latinoamericano (SELA), CEPAL, la
Organización del Tratado de Cooperación Amazónica
y la Corporación Andina de Fomento han presentado una propuesta
de tratamiento de las asimetrías que en general insiste en
medidas comerciales que van desde salvaguardias hasta el trato
diferenciado. Pero más allá de esas posiciones
convencionales, esos documentos comienzan a reconocer que es necesaria
una participación dentro de las cadenas productivas. En especial
apuntan a las economías más pequeñas que deben
romper con el papel tradicional de proveedores de materias primas y
compradores de productos manufacturados, y señala la importancia
de complementaciones y articulaciones productivas. Esas organizaciones
también indican que se deben tratar las asimetrías que
resultan de políticas públicas tomadas por los
países de mayor tamaño y que repercuten sobre los
más pequeños, que tienen menor capacidad para sobrellevar
efectos negativos. Por lo tanto, reclaman un proyecto de
integración que genere políticas comunes con fuerza
suficiente para armonizar y coordinar posiciones. Pero la
propuesta más interesante proviene de Evo Morales, quien ha
hecho pública una carta enviada a los presidentes y pueblos de
América del Sur, un documento importante que merece un
análisis detallado. Allí señala que se debe avanzar
hacia un “tratado”, y propone una “Comisión de
Convergencia Permanente” para hacerlo. Esto implica un cambio
digno de ser destacado, ya que hasta ahora las cumbres se basaban en
declaraciones. Otra diferencia relevante aparece con las metas de
la integración. En la carta se indica que la integración
debe ser de los pueblos y para los pueblos, y si bien esos dichos ahora
son más comunes que en el pasado, Morales enseguida advierte algo
que pocas veces se señala en los ámbitos presidenciales:
“No podemos reducir la Comunidad Sudamericana a una
asociación para hacer proyectos de autopistas o créditos
que acaban favoreciendo esencialmente a los sectores vinculados al
mercado mundial”. Estas nuevas metas están asociadas a la
idea del “buen vivir”, donde el bienestar no es entendido
como un progreso constante a partir de la explotación de otras
personas y de la Naturaleza, sino como una forma de identidad cultural
y armonía entre las personas y su ambiente. La carta del
presidente boliviano ofrece propuestas en el plano social, cultural,
económico, ambiental e institucional. Algunas son ideas
generales, pero en otros casos se hacen sugerencias específicas.
En el campo económico, parte de la idea de
“complementariedad” en lugar de la competencia. Invoca la
idea del “comercio justo” en beneficio de las personas y da
un paso más, afirmando que la convergencia entre la Comunidad
Andina y el Mercosur debe hacerse bajo “nuevos principios de
solidaridad y complementariedad que superen los preceptos de
liberalismo comercial”. Es posible que estos conceptos
también aparezcan por primera vez en un documento presidencial
en las discusiones sobre la integración regional. En esa
línea, Morales considera que la convergencia entre los bloques
debe incorporar medidas concretas para manejar las asimetrías
entre grandes y pequeñas economías. Propone la
creación de un banco de desarrollo sudamericano que funcione por
otros criterios además de la mera rentabilidad y que cumpla con
fines sociales. También postula crear un “fondo de
compensación para la deuda social y las
asimetrías”. Otro punto clave destacable en la
propuesta boliviana es el llamado a reconsiderar el IIRSA. Morales
sostiene que la integración física debe ser para los
pueblos y no sólo para exportar. Por lo tanto, la
infraestructura debe respetar el ambiente, debe servir para la
comunicación regional y no puede ser solo una red de vías
de exportación sino que debe generar polos de desarrollo
locales. En el campo energético propone crear una
Comisión Energética Sudamericana con una agenda ambiciosa
que va desde la asignación de precios justos hasta garantizar el
abastecimiento a todos los países. Morales también
le dio una gran jerarquía al tema ambiental, mientras que los
anteriores documentos gubernamentales le prestaban poca
atención. Las propuestas se centran en la creación de una
“Junta Sudamericana del Medioambiente” que genere normas
comunes de calidad ambiental y pueda sancionar a quienes no las
respetan, una “convención” para el agua y un sistema
de protección de la biodiversidad. Finalmente, en el campo
político e institucional se apela a una mayor
participación social, que se apoyará en la Cumbre Social
de Sudamérica. Según Morales, el proceso de
integración puede seguir velocidades distintas según la
situación de cada país, pero debe apuntar a una
coordinación más profunda de las naciones para generar
opciones propias frente al contexto global. Esta perspectiva, que
apenas está insinuada en el documento, parece reflejar una
línea de pensamiento diferente a la que clásicamente se
ha defendido: hasta ahora ha prevalecido la idea de la
integración como un medio para adentrarse más en la
globalización, mientras que Morales parece propiciar una
comunidad sudamericana para afirmar la soberanía y defenderse de
la globalización actual.
Los desafíos futuros
La integración sudamericana enfrenta varios retos que
seguramente estarán presentes en la cumbre de Cochabamba. Persiste
la necesidad de cómo vincular los países entre sí, y
en especial la urgencia de pasar de la retórica y las
interconexiones a emprendimientos concretos que permitan articular la
participación de varios países en diferentes cadenas
productivas.
Esto sin duda requerirá una profunda reformulación de la
integración. Hasta ahora los procesos convencionales como la
Comunidad Andina o el Mercosur han avanzado en el plano comercial
convencional, pero no han logrado progresar más profundamente en
esa coordinación productiva ni en estrategias de desarrollo
regionales. Cualquiera de esas medidas exige una mayor
coordinación política, donde serán necesarias las
concesiones mutuas. En este caso es imperioso que Brasil defina
más claramente su papel en la región y que los
demás países asuman otro protagonismo, dejando el reclamo
por favores comerciales y exigiendo políticas regionales
concretas. En el mismo sentido, el desafío de las organizaciones
ciudadanas es no quedar enredadas en las disputas comerciales
coyunturales y seguir explorando los caminos para una
integración real.
Bibliografía
ALADI, Comunidad Andina y Mercosur. 2006. Convergencia comercial de
los países de América del Sur hacia la Comunidad
Sudamericana de Naciones. Sudamérica y la economía
internacional. ALADI, Mercosur, CAN.
ALADI, Comunidad Andina, Mercosur, SELA, CEPAL, OTCA y CAF. 2006. Un
nuevo tratamiento de las asimetrías en la integración
sudamericana. Comunidad Andina 2006. Principales indicadores de
la Comunidad Sudamericana de Naciones 1994-2005. CAN, Secretaria
General, Documento Estadístico.
Tabla 1
Indicadores claves en América del Sur
Indicadores para cada país y porcentaje dentro de la Comunidad
Sudamericana de Naciones. Población en millones de
personas, PIB y exportaciones en miles de millones de
dólares.
|
Población
millones |
% dentro CSN |
PIB |
% dentro CSN |
Exportaciones |
% total exportaciones CSN |
Economía grande |
Brasil | 187,6 | 49,8 | 796,2 | 53 | 118,3 | 39 |
Economías medianas |
Argentina |
38,6 |
10,3 |
181,6 |
12 |
40,0 |
13 |
Venezuela |
26,6 |
7,1 |
132,8 |
9 |
50,5 |
17 |
Colombia |
46,0 |
12,2 |
122,2 |
8 |
20,8 |
7 |
Chile |
16,3 |
4,3 |
113,9 |
8 |
39,5 |
13 |
Perú |
27,9 |
7,4 |
78,5 |
5 |
16,8 |
6 |
Economías
pequeñas |
Ecuador |
13,2 |
3,5 |
33,0 |
2 |
9,8 |
3 |
Uruguay |
3,5 |
0,9 |
15,9 |
1,1 |
3,4 |
1 |
Bolivia |
9,4 |
2,5 |
9,6 |
0,7 |
2,7 |
1 |
Paraguay |
6,2 |
1,7 |
7,2 |
0,6 |
1,6 |
1 |
Guyana |
0,8 |
0,2 |
0,7 |
0,1 |
0,5 |
0,2 |
Suriname |
0,4 |
0,1 |
1,3 |
0,1 |
0,9 |
0,3 |
Basado en Comunidad Andina (2006).
Figura 1
PIB de los principales bloques comerciales de América del
Sur. Mercosur incluye Argentina, Brasil, Paraguay, Uruguay y
Venezuela; CAN incluye a Bolivia, Colombia y Perú. En
porcentajes del total sudamericano; valores para 2005.
Basado en Comunidad Andina (2006).
Figura 2. Representación de los principales grupos de
países ordenados por el tamaño de su PIB.
Economía Grande: Brasil; Economías Medianas: Argentina,
Chile, Colombia, Perú y Venezuela; Economías
Pequeñas: Bolivia, Ecuador, Paraguay, Uruguay, Guyana y
Surinam. En porcentajes del total sudamericano; valores para
2005.
Basado en Comunidad Andina (2006).
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Eduardo Gudynas es analista en CLAES D3E (Montevideo, Uruguay).
Más informaciones en www.integracionsur.com
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