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Tema de tapa


No. 129/130 - Julio/Agosto 2002

Uruguay

¿Hay remedio para el contagio?

por Roberto Bissio

El jueves 25 de julio, los miembros de la delegación uruguaya encabezada por el director de la Oficina de Planeamiento y Presupuesto, Ariel Davrieux, estaban haciendo las valijas para dejar Washington con las manos vacías. El Fondo Monetario Internacional (FMI) no se conmovió. El préstamo stand-by para Uruguay ya había sido aumentado a 2.300 millones de dólares en junio. Más que suficiente, a juicio del Fondo, para un país con poco más de tres millones de habitantes, por lo que el pedido urgente de Uruguay no estaba teniendo la pronta respuesta esperada.

Con el país en medio de una profunda crisis financiera, las reservas internacionales agotadas y los ahorros siendo retirados de los bancos masivamente, la cuenta regresiva hacia el default (incumplimiento de pago) era cuestión de horas y no de días. Los negociadores estaban camino al aeropuerto, probablemente pensando cuál sería la mejor forma de anunciar las malas noticias, cuando fueron detenidos por una llamada de la Embajada: "No se muevan todavía, acabamos de tener noticias del Departamento de Estado que la Casa Blanca está considerando nuestro caso".

Sí, la Casa Blanca anunció que Estados Unidos estaba considerando respaldar la solicitud uruguaya de más fondos del FMI, pero al mismo tiempo el secretario del Tesoro, Paul O´Neill, le dijo a la prensa que el dinero de los contribuyentes no debería ir a América del Sur para terminar en cuentas secretas de bancos suizos. Los mercados no podían estar más confundidos y en Montevideo el dinero continuó fluyendo fuera de las bóvedas el viernes y el lunes siguientes. Sin reservas para sostener el valor de la moneda local, el gobierno había dejado al peso en flotación libre unos días antes. La marea elevó el dólar al doble de su valor, asustando a la clase media, cuyas rentas, tarjetas de crédito, automóviles e hipotecas son amortizadas en dólares aunque ganan en pesos.

Desde enero, la mitad de los depósitos en los bancos habían sido retirados, las reservas se habían hundido de 3.000 millones a 655 millones de dólares. La calificación de los bonos uruguayos fue bajada de investment grade (que permite a los fondos de retiro tenerlos como parte de sus portafolios) al nivel de junk bonds (papeles sólo aptos para especuladores). El "riesgo país", que mide el interés adicional que un gobierno tiene que pagar para obtener un préstamo de los mercados financieros, saltó al 30 por ciento, un crédito tan caro que no es viable para ningún propósito práctico tomar dinero a ese precio.

Todavía sin una decisión del FMI, el lunes el gobierno anunció que los bancos no abrirían el martes. Y el martes por el resto de la semana. Rumores de "argentinización" se apoderaron de las calles y algunos comercios fueron saqueados en los barrios pobres de Montevideo. Una llamada del presidente George W. Bush al mandatario uruguayo Jorge Batlle restauró la calma: no sólo Estados Unidos respaldaría el aumento del préstamo stand-by asignado por el FMI, sino que 1.500 millones de dólares de los fondos de Estados Unidos serían enviados inmediatamente como préstamo "puente" para permitir que los bancos reabrieran el lunes 5 de agosto. Se concretó así, por primera vez en esta administración republicana, una operación de rescate del tipo de las que los republicanos criticaban a Bill Clinton y que tanto Bush como O´Neill habían prometido que nunca aprobarían.

En relación con la población o el PIB, el rescate uruguayo duplica el monto anunciado por el FMI para Brasil unos días después. Trabajando muy rápidamente, el parlamento uruguayo se reunió durante un fin de semana para aprobar una reforma del sistema financiero siguiendo las líneas sugeridas por el FMI y el Tesoro de Estados Unidos: ningún fondo del gobierno sería usado para respaldar bancos privados (abandonando una práctica habitual en Uruguay desde los años 60), los depósitos a largo plazo en dólares en los bancos estatales serían congelados (pero, contrariamente a Argentina, no necesariamente convertidos a pesos, todavía generando intereses y recuperables en tres años) y todos los bancos estaban forzados a tener reservas adicionales equivalentes al 100 por ciento de cualquier nuevo depósito, como para restaurar la confianza.

La Casa Blanca recuperó su dinero pronto -con 233.000 dólares de intereses por el préstamo puente de una semana-, ya que el director gerente del FMI, Horst Köhler, inmediatamente anunció no sólo la liberación inmediata de 800 millones de dólares a Uruguay, sino además un aumento de 500 millones en el préstamo stand-by, más otros 300 millones del Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID). La opinión pública reaccionó positivamente. El ritmo de los retiros decayó. La violencia callejera, que fue relativamente menor en el momento más crítico -y ampliamente exagerada por la prensa internacional- decayó completamente. Paul O´Neill fue recibido como un salvador por el gobierno en Montevideo. Los bancos estatales (con el 70 por ciento de los depósitos) sobrevivieron y los bancos cooperativos, prestando servicio a la clase media baja y familias pobres y pequeñas empresas, emergieron fortalecidos, mientras que los bancos extranjeros fueron presionados a traer dinero de sus casas matrices o cerrar. Tres de los hermanos Peirano, herederos de una de las mayores fortunas en el país, fueron enviados a la cárcel por haber prestado a sus propias firmas el dinero de los contribuyentes que unos pocos meses antes había salvado a su propio Banco Montevideo de la bancarrota. El poderoso sindicato de los trabajadores bancarios, amenazado con el despido de miles de sus miembros y la quiebra de su caja de retiro, eligió dialogar con el gobierno en vez de ir a huelga.

Y ahora... sangrar al paciente

¿Un final feliz? Todavía es muy pronto para saberlo. Se evitó un colapso "a la Argentina", pero la crisis subyacente está lejos de ser resuelta. Uruguay está en el cuarto año de la mayor recesión de su historia. La crisis en los vecinos Argentina y Brasil no permitirá aumentar las exportaciones a estos países o la llegada del turismo desde ellos, que tradicionalmente significa la mitad de los ingresos externos. La confianza en los bancos no se restaurará fácilmente, y aunque se recupere lentamente, el gran importe de las reservas que deben ser guardadas en las bodegas con el propósito de estimular el regreso del dinero y defender la moneda contra ataques especulativos hacen que sea imposible proveer crédito a la "verdadera" economía. La devaluación ha duplicado el costo de la deuda externa. Los impuestos ya han sido elevados al punto que cualquier aumento futuro sólo resultará en menor recaudación, ya que los contribuyentes serían forzados a la quiebra o a la economía informal. Pequeñas y medianas empresas, rurales o urbanas, se están uniendo con los sindicatos para demandar protección a la economía local y créditos.

Siempre optimista, el presidente Batlle cree que la devaluación, combinada con el final de la aftosa, disparará las exportaciones de carne y productos agrícolas, que Europa y Estados Unidos abrirán sus mercados para ayudar a recuperarse a una democracia que sufre de un contagio financiero, que los políticos entenderán la necesidad de reducir los gastos del Estado y votarán recortes impopulares al presupuesto, restaurando confianza, permitiendo capitalizar a los cuatros bancos comerciales temporalmente cerrados para evitar su quiebra y atrayendo inversores de vuelta, tanto los extranjeros como los ciudadanos locales que masivamente transfirieron sus ahorros al extranjero o los guardaron "en el colchón".

La visión pesimista, que de acuerdo a The Economist es también aquella de muchos funcionarios del FMI de línea dura, es que el dinero inyectado por la fianza sólo puede ayudar a los inversores a reducir sus pérdidas y es sólo cuestión de tiempo hasta que los cofres se vuelvan a vaciar. Paradójicamente, las medidas de transparencia impuestas por el FMI, demandando una publicación diaria del estado de las reservas y el índice de riesgo país, terminan ayudando a la especulación y reduciendo la confianza en lugar de fortalecerla, mientras que lograr el "sensato" balance fiscal consiste en aplicar la vieja receta de "sangrar al paciente".

El sangrado en este caso significa un aumento del desempleo -y el relacionado efecto deseado de reducir los salarios para mejorar la competitividad-, bajar los beneficios sociales, cerrar los servicios de salud pública provistos por la universidad estatal. En un país que orgullosamente tiene uno de los mayores índices de desarrollo humano de América Latina y la distribución de los ingresos más equitativa de la región, el 50 por ciento de los niños nacen en hogares bajo la línea de pobreza. Mientras las exportaciones de carne de alta calidad son promocionadas, las maestras dan cuenta de niños enfermos porque sus familias están obligadas a comer pasto. Las ONG que trabajan en la protección de los sin techo durante las noches frías de invierno encuentran que un 70 por ciento de sus clientes son "nuevos pobres" que nunca antes habían requerido asistencia.

¿Cuánto costará la medicina?

Mientras los analistas internacionales discuten el significado del cambio en la política de Estados Unidos, desde el fundamentalismo del mercado de Bush y O´Neill que prometieron no respaldar nunca a países en dificultados como Clinton tantas veces lo hizo, hasta el hecho de hacer exactamente lo opuesto en los casos de Uruguay y Brasil, la población uruguaya está preocupada por cuestiones más pragmáticas: ¿podrán algún día recuperar sus depósitos congelados?; ¿las propiedades de los encarcelados hermanos Peirano serán suficientes para pagar los daños de la bancarrota fraudulenta de sus bancos?; ¿el peso ha llegado a su nivel más bajo o continuará cayendo?

Para los políticos la pregunta es: ¿cuál es el precio escondido de la generosidad de Estados Unidos? ¿Es sólo una devolución del favor político hecho a Bush por el presidente Batlle cuando rompió relaciones diplomáticas con Cuba e introdujo una resolución contra el país caribeño en la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas? ¿Es parte del complot político para matar el Mercosur -el acuerdo de integración regional entre Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay- y firmar en cambio un acuerdo bilateral de libre comercio con Estados Unidos y el Area de Libre Comercio de las Américas, una iniciativa lanzada en los años 90 por Bush padre?

No es fácil entender por qué, habiendo sido tan crítico del envío de dinero a cuentas en Suiza, O´Neill hizo tantos esfuerzos para salvar al sistema financiero uruguayo, basado en un secreto bancario absoluto y con flujos de capital libre y sin impuestos. Un sistema que creció fuera de proporciones a las necesidades del país, básicamente para captar capitales salidos ilegalmente de Argentina y Brasil, como primer paso de transferencia de ese dinero a las Islas Caimán o a Suiza. Excepto por algunas medidas para detectar lavado de dinero por el tráfico de drogas, ningún cambio en ese sistema fue requerido jamás por Estados Unidos, quizá porque la facilidad con que el dinero sale de las economías vecinas a través de Uruguay es una forma de disuadir a aquellos países tentados de establecer controles de flujo de capital.

Aparte de las medidas fiscales y presupuestarias, la única meta a mediano plazo planteada por el gobierno uruguayo para asegurarse el respaldo del FMI es la de promover privatizaciones, particularmente en las áreas de energía y comunicaciones, y en una corriente neoliberal similar, reducir el papel de los bancos estatales en la economía. Pero el mismo funcionamiento democrático que una vez dio a Uruguay el sobrenombre de "Suiza de América", inclusive antes que eso fuera un mal apodo, ligado a las dudosas operaciones bancarias, ahora hace que sea virtualmente imposible aprobar privatizaciones en Uruguay.

Batlle es uno de los pocos latinoamericanos que todavía cree en el modelo neoliberal, pero inclusive dentro de su partido muchos dirigentes acuerdan en privado con la lógica del presidente de Argentina, Eduardo Duhalde, que "el modelo ha fracasado".

Cuál es la alternativa, permanece como una pregunta sin respuesta. El duro trato dado por O´Neill y el FMI a Argentina dejan claro que cualquiera sea la respuesta, tomar un camino distinto del ya trillado no será una opción fácil. Aunque todo indica que el camino conocido lleva al abismo.






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