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   Nº 166 - julio/agosto 2006
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Tema de tapa


Nº 166 - julio/agosto 2006

Ambigüedades de la legitimidad democrática

por Jeremy Seabrook

Los palestinos son la negación de la doctrina de que todo se puede comprar y vender, incluso la aceptación de un orden mundial injusto. La retención de fondos de Occidente no hace más que agravar injusticias históricas, en lugar de corregirlas.

Occidente ha sido incansable en su prédica de las virtudes de la democracia y el valor supremo de elecciones libres y justas. Sin embargo, cuando los palestinos eligieron a Hamas (Movimiento de Resistencia Islámica) para su gobierno, el discurso occidental cambió rápidamente, porque estaba claro que la democracia se había equivocado. Según esta línea de pensamiento, quienes voten por organizaciones no aprobadas por los patrocinadores occidentales de la democracia deben ser castigados, para que reviertan sus elecciones insensatas y sustituyan a sus elegidos por los elegidos de Occidente.
La decisión de Estados Unidos, Canadá y la Unión Europea de cortar los fondos para la Autoridad Nacional Palestina (ANP) ahora que está bajo control de Hamas está destinada a debilitar al nuevo gobierno. Mientras, el cierre por Israel del cruce de Karni hacia Gaza tiene por fin impedir el pasaje de la mayor parte de los alimentos y artículos básicos que necesitan 1,3 millones de palestinos. El virtual bloqueo de los palestinos es, según el primer ministro Ismail Haniyeh, un castigo por su compromiso con la cultura de la democracia y por cambiar a su gobierno a través de las urnas.
La secretaria de Estado estadounidense, Condoleeza Rice, declaró que su gobierno no está dispuesto a financiar a una organización que promueva la violencia y la destrucción de Israel. Lo mismo expresó Emma Udwin, portavoz de la Unión Europea, quien exigió a Hamas la adopción de “ciertos principios”, entre ellos “el principio de la no violencia, el reconocimiento del Estado de Israel y la aceptación de los acuerdos vigentes”. Ambas se apresuraron a agregar que esto no afectaría la ayuda humanitaria que se canaliza a través de organizaciones no controladas por la ANP.
Sin embargo, el “humanitarismo” es un concepto engañoso: Occidente no está dispuesto a permitir que los palestinos mueran de hambre, pero no tiene reparo ante las muertes infligidas por las fuerzas de seguridad israelíes. Aparentemente, hay una enorme diferencia entre el valor de la vida de los palestinos, con un ingreso promedio inferior a mil dólares al año, y el de los israelíes, con un promedio superior a 14.000 dólares al año. El terror causado por los atentados suicidas es una tragedia humana, pero el terror inducido por el aparato del Estado israelí es una necesidad. De este modo, ni siquiera hay equidad entre los muertos, ni siquiera “la gran niveladora” logra la equidad. Un humanitarismo selectivo es una contradicción en sí mismo. Rusia reconoció este hecho al prometer ayuda de emergencia a la ANP.

Penitencia

Las acciones de las potencias occidentales para aislar a Hamas pretenden ser una penitencia para los palestinos, de modo que se arrepientan de su opción electoral y traten de revertirla. El castigo de los poderosos del mundo a los oprimidos no es un fenómeno nuevo, pero sí es novedoso postrar a un pueblo y después atribuirle una capacidad ilimitada para la malevolencia.
Este castigo por lo que Occidente considera una elección democrática equivocada muestra al mundo algo del funcionamiento sicológico de sus castas y elites gobernantes que éstas mejor habrían hecho en esconder. Se trata del desprecio que sienten no solo por los sufrientes palestinos, sino por sus propios ciudadanos, cuya libertad de elegir celebran con tanta insistencia.
En Occidente es axiomático que los gobiernos que logran el crecimiento económico y el aumento de los ingresos tienen más probabilidades de ser reelegidos que aquellos bajo los cuales la economía tambalea y la población padece dificultades económicas. El revés de este axioma parece ser el que Occidente aplica a los palestinos: si se somete a un pueblo a suficientes padecimientos económicos, ese pueblo se volverá contra su gobierno elegido, lo derrocará y elegirá a otro que quizá resulte más dócil para los manipuladores de Washington y otras capitales occidentales. Es por esto que el término “sanciones” resuena tanto en el discurso internacional contemporáneo.
Esta técnica demuestra la convicción de Estados Unidos y sus aliados de que sus valores son universales: están tan atados a sus propias ideas culturales y filosóficas que suponen que todo el mundo reaccionará de la misma manera que sus propios ciudadanos bajo las mismas presiones. Aquí tenemos a la mentalidad imperial en acción: pese a la capacidad de Estados Unidos de comprar la mejor “inteligencia”, la información más amplia y detallada, los mejores expertos que la academia dominante produce, todavía proyecta sus propias percepciones sobre otros pueblos, a los que pretende guiar por los caminos que considera aceptables.
Sin embargo, Estados Unidos se traiciona a sí mismo y a sus presunciones cínicas, porque es inconcebible que el “tratamiento” prescripto para la indocilidad palestina produzca los resultados deseados. Es una medicina iatrogénica, porque exacerbará el mal que se propone remediar, un mal derivado de décadas de desesperación, y que dio otro giro poco creíble a las torpes manipulaciones de Estados Unidos en sus relaciones con el mundo islámico. Todo lo que esta superpotencia ha hecho y planea hacer sirve para radicalizar más a aquellos que se sienten marginados por la democracia y la libertad, que se transforman en el terreno en caos y muerte, pese a su proclamación grandiosa.

Inversión del equilibrio de poder

Parte de la patología de la dominación es que los fuertes inviertan la diferencia de poder entre ellos y sus adversarios, para presentarse como los perjudicados y las víctimas inocentes de aquellos a quienes se proponen acosar. Cuando el presidente George W. Bush visitó India en marzo, quiso sumar a ese país a su cruzada por la democracia en Birmania, Cuba, Zimbabwe y Siria, hablando como si Estados Unidos fuera un oponente débil pero valeroso de tiranías mucho más fuertes. La misma táctica empleó contra Irak, presentando a Saddam Hussein como un nuevo Hitler, y a la coalición invasora como un grupo de países dispuestos a arriesgarlo todo para enfrentar a las supuestas armas de destrucción masiva. De manera similar, los jefes del planeta presentan hoy a Teherán como un régimen que ambiciona “la dominación mundial”. Y lo mismo ocurre con los palestinos: la negativa de Hamas a reconocer a Israel y a renunciar al terrorismo es exhibida como prueba de un monstruoso poder político destinado a hacer tambalear democracias inocentes como las de Estados Unidos e Israel.
No sería la primera vez que las políticas occidentales produjeran efectos contrarios a los previstos. Lamentablemente para Occidente, los palestinos tienen una visión más instruida de la política mundial que los privilegiados de las democracias occidentales, y es improbable que crean que la retención de recursos de la ANP es culpa de Hamas y que por tanto éste debería ser reemplazado por algún gobierno más benigno, para que se vuelvan a abrir las fuentes de dinero en Bruselas y Washington.
Es una trágica ironía que el éxito económico de Occidente lo haya llevado al mismo error por el que alguna vez criticó a sus oponentes ideológicos marxistas: atribuir una influencia primordial a los factores económicos sobre todo lo demás. Los palestinos son la negación de la doctrina de que todo se puede comprar y vender, incluso la aceptación de un orden mundial injusto. La retención de fondos de Occidente no hace más que agravar injusticias históricas, en lugar de corregirlas.
Si el mundo se mantiene en un estado de guerra perpetua, pocos lo atribuirán a la obstinación o malevolencia de los palestinos, cuya falta de reconocimiento al Estado de Israel es considerada una amenaza mayor que la falta de reconocimiento de la “comunidad internacional” (esa ficción nebulosa y manipulada) a la existencia de Palestina y su pueblo atormentado. La dignidad humana es indivisible, pero Occidente parece insensible a esto, en su implacable fariseísmo. El estado de terror causado por el último atentado suicida en Tel Aviv el 17 de abril se refleja fielmente en el terror infligido por el Estado de Israel a víctimas igualmente inocentes.

--------------- Jeremy Seabrook es un periodista independiente residente en Gran Bretaña.






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