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   Nº 166 - julio/agosto 2006
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Tema de tapa


Nº 166 - julio/agosto 2006

De la resistencia al gobierno: el imparable ascenso de Hamas

por Khaled Hroub

La inesperada victoria de Hamas en las elecciones del Consejo Legislativo Palestino en enero tuvo un impacto sísmico en la ya turbulenta política de Medio Oriente. Israel y Occidente lo consideran una organización terrorista, pero los palestinos tienen otra visión. Los actuales esfuerzos por aislar a ese grupo son peligrosos y, en cambio, debe adoptarse una política de compromiso.

Hamas (Movimiento de Resistencia Islámica) solía acaparar los titulares internacionales con sus ataques suicidas en el corazón de ciudades israelíes, perpetrados como represalia por las continuas agresiones de Israel contra ciudades y aldeas palestinas en Cisjordania y la franja de Gaza. Con un impacto no menor, Hamas sacudió al mundo el 25 de enero al lograr una victoria abrumadora en las elecciones para el Consejo Legislativo Palestino (CLP).
El CLP es un cuasiparlamento, con poderes soberanos limitados, pero aún así es la encarnación de la legitimidad política palestina. En virtud de su triunfo, Hamas fue convocado por el presidente palestino, Mahmoud Abbas, para formar gobierno. Así, sin haberse propuesto ganar las elecciones -su objetivo era lograr entre 40 y 45 por ciento de los escaños-, Hamas se encontró al timón del movimiento nacional palestino. Sin embargo, todo esto ha ocurrido bajo la ocupación militar de Israel, que controla a Palestina y a los palestinos. Una de las mayores paradojas del triunfo de Hamas es que el CLP fue uno de los mecanismos creados por los Acuerdos de Oslo (1993-94), cuyo objetivo era brindar a los palestinos una alternativa a lo que les ofrecía Hamas.
La larga marcha de Hamas hacia su última victoria comenzó a fines de la década del ochenta. Para comprender los factores detrás del triunfo, es necesario analizar los años anteriores y la evolución del grupo.

Caída de la OLP, ascenso de Hamas

Después del éxodo de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) de Líbano a Túnez en 1982, el movimiento palestino de resistencia a la ocupación israelí sufrió una gran transformación. En los años siguientes a 1982, la dinámica interna del movimiento palestino vaciló entre las situaciones extremas de geografía y la naturaleza de la lucha contra Israel.
Con respecto a la geografía, el centro de liderazgo militar y político se alejó de Palestina desde los comienzos mismos de la cuestión palestina, a principios del siglo XX. Con respecto a la naturaleza de la lucha, el movimiento palestino experimentó la pérdida de su alternativa militar, aunque era modesta, y se encontró limitado a medios políticos insatisfactorios.
Más adelante, el levantamiento popular palestino o “intifada” en diciembre de 1987 trasladó el centro de la lucha de vuelta al territorio histórico de Palestina, por primera vez desde la ocupación israelí de 1967. Con respecto a la naturaleza de la lucha, el amplio levantamiento popular en toda Cisjordania y la franja de Gaza significó la sustitución del empleo exclusivo de medios políticos –infructuosos y despojados de cualquier capacidad militar después del desalojo de los grupos de resistencia de sus bases en Líbano en 1982– por una forma de lucha costosa pero fructífera.
La rápida transformación de la geografía y la naturaleza de la lucha trajo consigo a nuevos “luchadores”: Hamas y la Jihad Islámica, como nuevas organizaciones palestinas con gran influencia y colores específicos. Esto constituyó no solo un nuevo punto de partida para la lucha política palestina, sino también la encarnación palestina del Islam politizado en Medio Oriente.
A medida que la intifada se prolongaba año a año y la presión de los acontecimientos reacomodaba las barajas políticas en los asuntos árabes y palestinos, Hamas se establecía mejor. Su influencia se extendió debido a su participación en la intifada, las operaciones de su ala militar y su trabajo social. El apoyo popular así ganado convirtió a Hamas en un importante rival de la OLP entre 1988 y 1994, cuando se estableció la Autoridad Nacional Palestina (ANP) con la firma en Washington de los Acuerdos de Oslo en 1993.
El apoyo popular a Hamas se reflejó en victorias electorales en institutos de enseñanza, asociaciones, universidades, cámaras de comercio y concejos municipales, así como en su control sobre mezquitas y sociedades islámicas. Durante la intifada, cuando Hamas se encontraba en su auge, el jeque Ahmad Yassin, fundador del movimiento, afirmó que los israelíes lo habían exhortado a tomar el gobierno de la franja de Gaza en su representación. Sin embargo, rechazó la oferta: “Estaríamos locos si aceptáramos ser meros lugartenientes del dominio israelí” (Ahmad Yassin, Filastin al-Muslima [Palestina musulmana], abril de 1998, p. 41).
La importancia política de Hamas se deriva del apoyo que logró por encima de su base potencial de miembros y fuera de su estructura institucional. Su apoyo popular se extiende más allá de las personas profundamente religiosas o de aquellas que suscriben su posición doctrinaria e ideología. De hecho, algunos observadores señalan que cientos de miles de sus seguidores palestinos “no conocen una mezquita por dentro” (Gil Seden, “Taming the Monster”, The Jewish Journal, 4 al 10 de noviembre de 1994).
La imagen de Hamas en Occidente, aun entre intelectuales y políticos, es la de una organización terrorista que realiza atentados suicidas y pone bombas en autobuses. En contraste, los palestinos ven a Hamas como un movimiento político multidimensional, involucrado en actividades sociales, culturales y humanitarias de gran escala, y como una organización con una red de vínculos políticos con partidos, organizaciones y gobiernos.
Además, el grupo tiene representantes oficiales en el exterior y seguidores en muchos países árabes e islámicos, así como en comunidades musulmanas de todo el mundo. En forma secundaria, Hamas es visto también como el producto natural de circunstancias innaturales: la ocupación israelí. Hamas es entonces una respuesta, un eslabón en la cadena de causas y efectos surgidos de las crueles circunstancias de la ocupación bajo la que vive el pueblo palestino desde principios del siglo XX.
Hamas fue bien recibido incluso por destacados palestinos laicos, que han defendido al movimiento. Hisham Sharabi, un intelectual palestino reconocido mundialmente, consideró que Hamas es “la auténtica resistencia de autosacrificio en Palestina desde el estallido de la intifada”, y condenó los intentos por erradicarlo diciendo: “¿Cómo es posible permitir la represión de un movimiento que ha demostrado ser capaz de resistir y desafiar por la fuerza al enemigo que ocupa nuestra tierra? ¿Qué podría justificar la represión de los jóvenes de nuestro pueblo que han brindado su vida y todo para resistir la ocupación?” (Hisham Sharabi, “Que la entidad palestina sea una democracia, no un Estado gobernado por las fuerzas de seguridad” [en árabe], Al-Quds al-'Arabi, Londres, 8 de diciembre de 1993).
El ascenso y el crecimiento de Hamas se explica por las mismas razones que subyacen al surgimiento de movimientos de resistencia en otras partes del mundo donde la población se encuentra sometida a ocupación o ha sido colonizada. En el caso de los palestinos, la resistencia a la ocupación y al colonialismo dio lugar a rebeliones, como las que tuvieron lugar contra el Mandato Británico de Palestina. La más destacada de estas revueltas fue la encabezada por Izzidin al-Qassam en la década del treinta.
Las rebeliones palestinas desde entonces, incluso la revolución que comenzó a principios de la década del sesenta contra Israel, encabezada por el Movimiento Nacional de Liberación de Palestina (Fatah), están sujetas a la misma lógica. La prolongación de la brutal y represiva ocupación de Israel llevó a la intifada y al nacimiento de Hamas a fines de 1987. No hay duda de que la naturaleza incambiada de la ocupación, aun si su forma o manifestación abierta se transforma, dará lugar a movimientos sucesores en caso de que Hamas deje de cumplir su función de resistencia o deje de existir.
El aumento del apoyo popular a cualquier movimiento político palestino es proporcional, en un sentido muy básico, a su capacidad de canalizar la resistencia contra la ocupación y de asegurar un nivel de satisfacción mínimamente razonable de los derechos palestinos. Por lo tanto, las fluctuaciones en el equilibrio de poder entre movimientos palestinos y en su porción del apoyo público dependen básicamente de cómo encarnen el estado de resistencia. Sin embargo, también depende de cuán realista sea esa resistencia y de la evaluación por el pueblo palestino de la posibilidad de realización del “proyecto revolucionario” adoptado por el movimiento.
Así, Fatah, la principal facción dentro de la OLP, fue popular en la segunda mitad de los años sesenta y en los años setenta y ochenta porque era percibido como una expresión auténtica de la condición de resistencia, y el pueblo palestino ratificó la factibilidad del proyecto revolucionario del movimiento.
En contraste, los islamistas nunca gozaron de una popularidad similar a la de la OLP, debido a su participación en el “proyecto de resistencia”. El ascenso de la popularidad de Hamas a fines de los años ochenta y durante los noventa y la disminución de la popularidad de Fatah y la OLP en el mismo período se debieron al mismo factor. Podría decirse que, si no fuera por el impulso regional e internacional al proceso de paz, que comenzó en Madrid en 1991 y resultó en la firma de los Acuerdos de Oslo en 1993, el actual equilibrio de poder entre las fuerzas palestinas sería radicalmente diferente.
Desde otra perspectiva, el islamismo de Hamas es una manifestación del marcado ascenso de los movimientos islámicos en el mundo árabe y musulmán desde fines de los años setenta. En este sentido, se asemejan al “izquierdismo” que caracterizó a muchas organizaciones de resistencia palestina en los años sesenta y setenta, como reflejo de las tendencias ideológicas internacionales que entonces se extendían por Medio Oriente. Así, los movimientos nacionalistas palestinos del siglo XX pueden apreciarse desde dos perspectivas diferentes: primero, como formas de resistencia a la ocupación (primero británica, luego israelí) pura y simple, y segundo, como manifestaciones de las ideologías dominantes en Medio Oriente en la época. Las ideologías fueron puestas después al servicio del “proyecto de resistencia”, lo que estableció un vínculo dialéctico entre resistencia y cambio social.

¿La llegada de los “neohamasitas”?

Hamas se opuso al Acuerdo de Oslo que se difundió como la base del tratado de paz entre Israel y Palestina. En cambio, persiguió una estrategia de lucha armada, en la creencia de que dicho acuerdo servía a los intereses israelíes y comprometía los derechos básicos de los palestinos. Así, Hamas permaneció fuera del paraguas de la OLP, que representaba a todas las otras facciones palestinas.
Más de diez años después del acuerdo, los palestinos estaban totalmente frustrados y su débil confianza en la sinceridad de las negociaciones de paz con Israel se evaporó. Durante lo que se suponía debía ser el período interino que preparara el camino para una paz permanente, Israel hizo todo lo que pudo para empeorar la vida de los palestinos y afirmar su ocupación colonial en Cisjordania y la franja de Gaza. Tras el fracaso de Oslo, estalló en 2000 una segunda intifada contra Israel que dio más poder e influencia a Hamas y su “proyecto de resistencia”.
En marzo de 2005, Hamas tomó tres decisiones históricas sucesivas, cada una de las cuales marcaría un hito en su vida política. El movimiento decidió postularse para las elecciones del CLP en Cisjordania y la franja de Gaza, suspender todas las actividades militares junto con otras facciones palestinas y considerar su incorporación a la OLP. Hamas parecía haber decidido avanzar con firmeza hacia la cima del liderazgo palestino.
La más importante de esas decisiones fue su participación en las elecciones legislativas en enero de 2006. La justificación ofrecida por Hamas fue que el surgimiento de nuevas condiciones a partir de la intifada de setiembre de 2002 ameritaban ese nuevo enfoque. Además, Hamas confiaba en su propia fuerza, tras haber obtenido casi dos tercios de los escaños en las elecciones municipales parciales de enero de 2005.
La decisión de Hamas de participar en las elecciones ha tenido un profundo impacto en la naturaleza del movimiento, en el escenario político palestino y en el proceso de paz en general. En su constitución interna, la medida ha contribuido a politizar el movimiento a expensas de su conocido militarismo.
En los últimos años, y desde sus comienzos a fines de 1987 paralelamente a la primera intifada, Hamas adoptó una estrategia cuádruple. Primero, preservó su naturaleza como una organización profundamente arraigada a nivel popular mediante su influyente sed de actividades sociales y religiosas. Segundo, adoptó la forma más dura de enfrentamiento contra la ocupación israelí, sin sentir la necesidad de aceptar acuerdos de paz que arrancaran concesiones a la ANP. Tercero, a los ojos de muchos palestinos, solo Hamas era capaz de adoptar represalias contra las invasiones militares y los ataques israelíes contra los palestinos, utilizando lo que fuera, principalmente atentados suicidas, pese a los factores en contra y a una abrumadora condena internacional. Cuarto, aprovechó instancias electorales siempre que tuvo oportunidad, para demostrar su popularidad y fuerza entre los palestinos. En elecciones de sindicatos estudiantiles y profesionales y, más recientemente, en comicios municipales y legislativos, Hamas ha estado excepcionalmente activo.
La fuerza de su popularidad ha actuado siempre como contrapeso de la debilidad de su discurso político, por paradójico que parezca. La popularidad de Hamas no surgió enteramente de su discurso político, sino de múltiples y eficaces tareas sociales y de su dedicación al servicio de la sociedad, además de su atracción religiosa. Cualquiera de las cuatro dimensiones estratégicas mencionadas ha estado sujeta a condiciones de presión específicas del momento. Recientemente, presiones locales, regionales e internacionales crearon las circunstancias apropiadas para dar prioridad a las elecciones. Tal orientación y la escala de las elecciones legislativas asociadas con el proceso público crearán seguramente tensiones internas, algunas de las cuales saldrán a la luz pública.

El éxito electoral de Hamas

Las razones de la victoria de Hamas en las elecciones del CLP de 2006 son varias. En primer lugar, el movimiento cosechó lo sembrado en largos años de trabajo social. Al menos la mitad de los votantes apoyaron a Hamas por su programa y objetivos declarados. La otra mitad lo hizo por otras causas. El fracaso del proceso de paz, combinado con la creciente brutalidad israelí, dejó a los palestinos sin esperanza en la opción de negociar pacíficamente un acuerdo con Israel. El debate entre proceso de paz y resistencia estaba llegando a su fin para la fecha de las elecciones. La idea de las “conversaciones de paz” perdía terreno, sin que hubiera tampoco un apoyo claro y definido a la idea de “resistencia”. Este concepto era vago y muchos palestinos desconfiaban de su significado y mecanismos. Sin embargo, la frustración generada con respecto a las conversaciones de paz tuvo su costo y contribuyó en gran medida a la derrota del movimiento Fatah, la principal fuerza impulsora y defensora de los Acuerdos de Oslo y sus resultados.
Otro factor importante que ayudó a Hamas a ganar las elecciones fue el fracaso de la ANP, encabezada por Fatah, en casi todos los aspectos: no solo externamente, en las negociaciones con Israel, sino también internamente, en cuanto a las condiciones de vida de los palestinos. Líderes, ministros y otros altos funcionarios fueron acusados de mala administración, corrupción y robo. Mientras el desempleo y la pobreza aumentaban a niveles sin precedentes, el lujoso estilo de vida de altos funcionarios palestinos enfurecía a los ciudadanos, que pudieron mediante las elecciones castigar a sus gobernantes. Por lo tanto, no es válida la idea de que el pueblo palestino votó por Hamas principalmente por motivos religiosos. No hubo un repentino convencimiento popular sobre la ideología religiosa ni aun política de Hamas. Cristianos y laicos votaron por Hamas en varias circunscripciones, junto a miembros del movimiento. Hamas también apoyó a candidatos cristianos y ganó escaños parlamentarios para ellos. Además, designó a un cristiano en su gabinete, como ministro de Turismo. La diversidad de los votantes de Hamas confirma que la gente votó por un movimiento de liberación nacional que prometió cambios y reformas en todos los frentes.
La victoria en sí misma tiene un significado de extrema importancia, no solo para los palestinos sino para los árabes en general, musulmanes o no. Para los palestinos fue un punto de inflexión histórico, un cambio radical en el liderazgo del movimiento de liberación nacional. Por primera vez en más de medio siglo, un grupo islamista ocupa la conducción de ese movimiento, en reemplazo del liderazgo laico que controló las decisiones nacionales durante décadas. Este cambio fundamental se logró por medios pacíficos y democráticos. Esto, además de llenar de orgullo al movimiento, le brindó la posibilidad de reevaluar la estrategia hacia el conflicto con Israel, que había sido concebida y aplicada por Fatah. Para Hamas, esta victoria es el mayor desafío que el movimiento haya enfrentado desde su concepción. Casi de la noche a la mañana, todos los ideales y consignas de Hamas se estrellaron contra la realidad. Por eso, puede afirmarse que el Hamas poselectoral será muy diferente del preelectoral.
En el mundo árabe y musulmán, la victoria de Hamas representa casi la única ocasión en que el Islam político ha obtenido el poder por la vía democrática, sin ser despojado de su triunfo. Los movimientos islámicos de la región recibieron con alborozo el triunfo de Hamas y lo consideraron como su propia victoria. Por otra parte, los gobiernos árabes y musulmanes recibieron con preocupación y recelo el ascenso de Hamas, por temor a que alentara a los islamistas a buscar el poder más activamente. Mientras, grupos e individuos laicos de la región se mostraron divididos: respaldan el aspecto de liberación nacional de Hamas, pero recelan de su sustancia religiosa y social.
A nivel internacional, el gobierno palestino encabezado por Hamas fue visto como un fruto indeseado de la democracia. En especial, Occidente se vio atrapado en el dilema de aceptar el resultado, para demostrar al mundo árabe y musulmán que su defensa de la democracia era sincera, o apoyar a Israel para derribar al gobierno de Hamas y arriesgarse a perder credibilidad.

Consecuencias de la victoria

Entre los palestinos, la victoria de Hamas en las elecciones legislativas proporcionó mayor (y muy necesaria) legitimidad a la ANP, y más integridad a toda la política palestina. Hamas nunca había participado antes en la OLP ni en la ANP resultante de los Acuerdos de Oslo, con el argumento de que ambas capitularon ante Israel y realizaron concesiones inaceptables. Gracias a este discurso fácil, Hamas logró una impresionante popularidad y amenazó la posición de liderazgo de Fatah, pilar de la OLP y el partido más fuerte dentro de la sociedad palestina. La inclusión de Hamas en el proceso político lo privará ahora de ese discurso fácil y lo hará responsable por una política “más real”, junto a otros partidos palestinos.
Además, no puede haber una paz sostenible y duradera sin un verdadero consenso palestino, al cual la contribución de Hamas es central. La posición política de Hamas es pragmática y está cerca de aceptar el concepto de solución basada en dos estados. Si se alcanza un acuerdo final digno, que tome en cuenta los derechos palestinos conforme a las referencias de la Conferencia de Madrid y resoluciones de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), Hamas no podrá oponerse. Un Hamas moderado y participativo, aun si endurece la posición de la ANP, es mucho mejor que un Hamas radicalizado y militarizado.
En ámbitos palestinos e israelíes, así como regional e internacionalmente, Hamas ha tenido suerte de alcanzar su victoria electoral en circunstancias muy favorables. Frustrados por la persistente crueldad de la ocupación israelí y hartos de sus líderes corruptos, dominados por Fatah, los palestinos estaban listos para votar por cualquiera que pudiera desafiar tanto a Israel como a la ANP. Los israelíes, por su parte, se encuentran en un caótico período de transición debido a la enfermedad y desaparición política de Ariel Sharon, el hombre en quien muchos israelíes habían cifrado sus esperanzas como líder oportuno para tratar con los palestinos. Por ahora, los israelíes desconfían y no han acordado cómo enfrentar a la ANP encabezada por Hamas. De todo el espectro político surgen diferentes señales sobre cómo Israel debería formular su política hacia Hamas.
Más allá del contexto palestino e israelí, las circunstancias regionales fueron también parcialmente ventajosas para Hamas. Estados Unidos está prácticamente paralizado en Irak, y si bien su pensamiento bélico estratégico se construyó sobre la expectativa de “pelear dos guerras convencionales a la vez”, nunca imaginó que debería enfrentar dos situaciones caóticas como las actuales en Irak y Palestina, que han superado todo lo imaginable. Es difícil saber qué podrá hacer Estados Unidos con Hamas en la región, mientras continúa apagando incendios en Irak.

Dinámica regional

La región en su conjunto está tomando una nueva forma, muy diferente a la que deseaba Estados Unidos, y paradójicamente, en respuesta a la propia guerra contra Irak, cuyo propósito era dar a la región una nueva estructura geopolítica, favorable a los intereses estadounidenses. Un factor fundamental en este proceso ha sido el impresionante aumento de la influencia de Irán, el crecimiento del discurso popular radical en ese país y su intención, reiteradamente declarada, de compensar cualquier recorte de fondos para Hamas. Irán, el aliado más importante de Hamas, sabe muy bien que el destino de los soldados estadounidenses (y de la guerra en general) en Irak depende de los iraníes, y que Estados Unidos es consciente de esto. Los iraquíes chiitas, que no solo constituyen la mayoría de la población sino también el mayor grupo del que depende Estados Unidos en Irak, apoyarían a Irán en cualquier conflicto con Estados Unidos. Irán podría fácilmente enfrentar la presencia estadounidense allí y llevar la guerra en Irak a una nueva y sangrienta fase.
Siria y el movimiento Hizbolá han apoyado abiertamente a Hamas por razones nacionales y regionales. Tras el asesinato el año pasado del ex primer ministro libanés Rafiq al-Hariri, los sirios quedaron acorralados y se vieron obligados a adoptar desesperadas medidas de supervivencia, incluso el apoyo público a Hamas -y el aprovechamiento del escándalo generado por la publicación de caricaturas del profeta Mahoma-, para generar una solidaridad panárabe.
Arabia Saudita, cuya relación con Hamas siempre ha sido cordial aunque tácita, está muy preocupada por la política exterior y el discurso radical de Irán. El presidente iraní, Mahmoud Ahmadinejad, dice hablar en nombre de los musulmanes y del Islam, un papel que los saudíes consideraron suyo por mucho tiempo. Esto puede generar una dura competencia. Junto con Egipto y otros países árabes, Arabia Saudita trata de impedir que Hamas caiga en la esfera de poder político de Irán, por lo tanto está dispuesta a ayudar diplomática y financieramente al grupo palestino.
Turquía, con islamistas moderados en el poder, también se considera en una posición ventajosa para ejercer un papel regional, no solo porque su elite gobernante tiene antecedentes comunes con Hamas, sino por sus buenas relaciones con Israel y Occidente.
Sin embargo, el cumplimiento de estas promesas dependerá en gran parte de la presión que Estados Unidos ejerza sobre estos países en cuanto a su relación con el gobierno de Hamas.
A nivel internacional, ya aparecieron algunas grietas en el “sitio occidental” que se formó rápidamente en respuesta al ascenso de Hamas al poder. Por supuesto, la posición de Rusia significó un duro revés a los esfuerzos estadounidenses por acorralar a Hamas. No fue menor el impacto de la decisión de Francia de dejar la puerta entreabierta al nuevo gobierno palestino. Pero esas grietas comenzaron a cerrarse cuando Estados Unidos y la Unión Europea decidieron oficialmente suspender su financiamiento a la ANP encabezada por Hamas. Por supuesto, las cosas serán mucho más fáciles para Hamas en regiones como Asia, África y América Latina, pero igualmente el sitio creado por los estadounidenses representa un desafío enorme para el grupo islámico.
En cuanto a Israel, sus opciones para tratar con la ANP son limitadas. Matar de hambre a los palestinos cortándoles los fondos solo generaría más apoyo para Hamas. Frustrar el gobierno de Hamas lo antes posible solo aumentaría la popularidad del movimiento y garantizaría su victoria en cualquier elección anticipada. Invadir la franja de Gaza y Cisjordania e intentar derribar al gobierno solo ampliaría el frente militar al máximo, lo que llevaría fuerzas israelíes a las calles palestinas y a su vez aseguraría una tercera intifada, más sangrienta, algo que Hamas sabe manejar muy bien.
Sin embargo, el principal obstáculo de Hamas no es Israel, Estados Unidos ni la Unión Europea, sino Fatah. Este partido controla las fuerzas de seguridad, un aparato de varias cabezas que constituye la espina dorsal de la ANP. Si Fatah se negara a cooperar con Hamas y decidiera en cambio hacerle la vida difícil, le causaría un gran perjuicio a ese movimiento, pero también a sí mismo, a los ojos de la opinión pública palestina.
Pero Hamas aún puede sobrevivir a cualquier decisión radical que adopte Fatah. Esto se debe a que el propio Fatah está dividido en cuanto a la forma de responder al grupo islámico. Muchos líderes del partido son renuentes a involucrarse en un esfuerzo por derribar a Hamas, por temor a ser considerados cómplices de Israel y Estados Unidos. Además, muchos miembros de jerarquía media y baja de Fatah sienten una profunda simpatía por Hamas. Uno de los resultados más sorprendentes de las elecciones legislativas fue que casi la mitad de los miembros de las fuerzas de seguridad, que son en general miembros o partidarios de Fatah, votaron por Hamas.

Suspensión de la ayuda

La decisión de Estados Unidos y la Unión Europea de bloquear la ayuda financiera a los palestinos, castigándolos así por elegir a Hamas, es políticamente absurda, además de inhumana. En un ataque suicida “exitoso”, el atacante se mata a sí mismo y al enemigo. En un ataque fracasado, solo se mata a sí mismo. En un ataque más brutal, mata a los hijos del enemigo y otros civiles, para obligarlo a ceder. Y si aun así el enemigo no cede, a la brutalidad de los ataques se agrega la vergüenza.
No menos brutales que los ataques de Hamas contra civiles israelíes son las decisiones de Estados Unidos y la Unión Europea de bloquear la ayuda a civiles palestinos por la sencilla razón de que ahora Hamas es su gobierno elegido democráticamente. Ni sus “razones basadas en principios” ni sus imperativos pragmáticos son aceptables. Además, el daño que causarán estas decisiones no solo arruinará la vida de palestinos, sino también de israelíes, estadounidenses y europeos, así como cualquier esperanza de mejorar la enferma relación entre Occidente y el mundo islámico.
Washington y la Unión Europea justifican sus acciones diciendo que están contra Hamas, no contra el pueblo palestino. Quieren que Hamas reconozca a Israel y renuncie a la violencia como precondición para entablar cualquier relación con el grupo. Hamas argumenta que no existe Israel definido como Estado, con fronteras acordadas internacionalmente. Además, reclama que del mismo modo Israel reconozca a Palestina y ponga fin a su ocupación de Cisjordania y la franja de Gaza. Esto no solo lo reclama Hamas, sino también el pueblo palestino, lo que parece algo justo y sensato.
Hamas ha manifestado, desde 1996, que solo detendrá la violencia contra Israel en un arreglo recíproco en que Israel se comprometa a detener sus ataques contra los palestinos. Pero Israel se niega a hacerlo. No es cuestión, entonces, de colocar toda la carga de la prueba de buenas intenciones sobre los palestinos. Y si, como insisten Israel, Estados Unidos y Europa, solo Hamas debe ser lapidado, ¿por qué castigar colectivamente a todos los palestinos? Al aceptar los Acuerdos de Oslo de 1993-1994, los palestinos no solo cedieron casi tres cuartos de su territorio histórico a Israel, sino que de hecho aliviaron a Israel de gran parte del costo y el sucio trabajo diario de su ocupación militar en Cisjordania y la franja de Gaza, al administrar, pagar y brindar servicios a la población palestina ocupada. De hecho, y desde el punto de vista del derecho internacional, Israel no solo controla tierra palestina ocupándola directamente, sino que controla por tierra, mar y aire otros territorios. Hasta ahora, los palestinos no han podido ejercer su soberanía plena sobre sus tierras, recursos, fronteras ni destino.
Como Israel insiste en ocupar el territorio, ilegalmente y por la fuerza, debería hacerse cargo del costo y el presupuesto anual de la población palestina. Así, el dinero que Estados Unidos y la Unión Europea destinan al apoyo al pueblo palestino, ayuda tanto a israelíes como a palestinos. Es una nueva variante de “tener el pastel y comerlo”, algo muy conveniente para el presupuesto israelí.
Los dilemas que enfrentan los palestinos son varios: se encuentran bajo ocupación, pero los ocupantes no asumen ninguna responsabilidad; son condenados si se resisten a la ocupación, y continuamente se les pide mantener la calma; la comunidad internacional boicotea al nuevo gobierno elegido democráticamente y culpa a los palestinos por derrocar a gobernantes corruptos, y a la vez les pide que no permitan que ninguna de estas condiciones los lleve al radicalismo.

El tiro por la culata

El bloqueo de los fondos estadounidenses y europeos para los palestinos provocará resultados contrarios a los que se pretende. En primer lugar, el pretexto de que cualquier dinero que se otorgara a Hamas sería usado para el “terrorismo” es absurdo e ingenuo. Cualquier observador sensato de las actividades de Hamas sabe que ese grupo (como movimiento militante, no como gobierno) cuenta con fondos para solventar sin dificultades el funcionamiento de sus propias funciones organizativas. Aun en sus tiempos más difíciles, cuando una combinación de servicios de inteligencia extranjeros vigilaba de cerca la canalización de los fondos de Hamas, el movimiento logró sobrevivir. Ahora, con un nivel de popularidad sin precedentes no solo entre los palestinos -de dentro y fuera de Palestina, de los que recibe fondos considerables- sino también en muchos otros países árabes y musulmanes, Hamas no tendría problema para obtener fondos y donaciones para sus propias cuentas privadas. Sin embargo, lo que Hamas necesita para financiar su organización es muy poco comparado con los enormes montos que precisa para atender las necesidades de toda la población palestina, en particular la enorme población de refugiados, económicamente devastada. Con el bloqueo occidental de la ayuda palestina serán los palestinos comunes quienes queden privados de ayuda y de servicios, no Hamas.
Además, como consecuencia de las medidas radicales de Occidente, los palestinos frustrados se acercarán más a Hamas en lugar de alejarse. En particular tras la elección democrática y totalmente legítima de Hamas, los palestinos considerarán que el movimiento hace su mejor esfuerzo ante la “conspiración” de Occidente e Israel, y dirigirán su enojo contra objetivos occidentales, o al menos afianzarán su odio contra Occidente de manera conducente a todo tipo de radicalismo.
Ejercer tan enorme presión sobre el gobierno de Hamas, cuando se podría practicar una política de compromiso, es un esfuerzo vano y de corta visión. Muchos israelíes, estadounidenses, europeos y algunos líderes de Fatah derrotados quieren derrocar a Hamas. Sin embargo, nadie se pregunta cuál sería el siguiente paso. ¿Habría olas de ataques suicidas en ciudades israelíes, perpetrados ciegamente por Hamas, en contraste con más de un año de calma? ¿Se arriesgarían a elecciones palestinas anticipadas, en las que Hamas pudiera ganar nuevamente? ¿Podría Occidente mejorar su imagen en el mundo islámico si demostrara que no respeta la voluntad libre y democrática de pueblos islámicos?

------------ Khaled Hroub es director del Arab Media Project de la Universidad de Cambridge, que analiza la influencia de los medios de comunicación en Medio Oriente, y autor de dos libros sobre Hamas: Hamas: Political Thought and Practice y The New Hamas.






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