Nº 165 - mayo/junio 2006
Fondo Monetario Internacional
Pocas instituciones internacionales despiertan tantas emociones como el Fondo Monetario Internacional (FMI). Concebido como uno de los pilares del orden económico internacional de posguerra, el FMI iba a ser el principal organismo que, mediante su supervisión del sistema monetario internacional, intentaría evitar una repetición de las graves crisis económicas y financieras que trastornaron la economía mundial en las décadas de 1920 y 1930.
Para cumplir con esta función, el FMI debía supervisar las políticas económicas y financieras de sus estados miembros, controlar los flujos internacionales de capital y proveer asistencia financiera de corto plazo para ayudar a los países que experimentasen problemas con su balanza de pagos.
Lamentablemente, el FMI no ha cumplido con ese mandato, especialmente en las últimas dos décadas. La serie de crisis financieras que convulsionaron a México, el sudeste asiático, Rusia, Brasil y todo el mundo en la segunda mitad de los años noventa son testimonio de ese incumplimiento.
Aunque esta situación ha generado un recelo generalizado, el FMI ha empeorado las cosas al ampliar sus actividades, a través de los años, incluyendo muchas áreas que trascienden su mandato y competencia.
Entre las nuevas áreas en que el FMI se ha involucrado se cuenta la política de desarrollo. Su incursión en esta área comenzó en la década de 1980 cuando, como resultado del abandono de su función primaria de supervisar las políticas económicas y financieras, América Latina cayó en una profunda crisis de la deuda. En un marcado alejamiento de su mandato de proveer sólo asistencia financiera de corto plazo para superar dificultades con la balanza de pagos, el FMI intervino para rescatar a esos países insolventes otorgándoles créditos de largo plazo.
Desde su nuevo papel de prestamista de crisis para países en desarrollo, el FMI condicionó sus créditos a la implementación de programas de estabilización que el FMI mismo elaboraba. Casi inexorablemente, se involucró entonces en cuestiones de desarrollo. De ahí a la política comercial había una corta distancia. Dado que la liberalización del comercio es un componente esencial de sus programas de ajuste y estabilización, el FMI ha ejercido presión sobre los países deudores para que abrieran sus economías a la competencia extranjera.
Es muy riesgoso confiar cuestiones de desarrollo a una organización preocupada por resultados financieros de corto plazo y susceptible a la influencia de cambios repentinos en la actitud del mercado hacia las economías de sus prestatarios. Los antecedentes del FMI así lo confirman.
Todo esto ha provocado llamados a la abolición del FMI en algunos círculos, y a la reforma en otros.
Lo que dificulta la reforma, sin embargo, es que el FMI no es una institución democrática, pese a ser internacional. El poder de voto de sus estados miembros está determinado por su suscripción de capital. En suma, el sistema de decisión no se basa en el principio de “un voto por miembro”, sino “un voto por dólar”.
A pesar de este formidable obstáculo, la urgencia de la reforma del FMI quedó de relieve por la creciente crisis de legitimidad que ha envuelto a la organización. Aunque ha habido variadas sugerencias y propuestas de reforma, está claro que un redireccionamiento de las actividades del FMI es tan importante como una mejora de sus políticas y modalidades operativas.
En el Tema de tapa esboza algunas propuestas de reforma del FMI formuladas por Yilmaz Akyüz, ex economista jefe de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD), en cinco artículos extractados de una versión resumida de Reforming the IMF: Back to the drawing board, un estudio preparado para el Grupo de los 24 y presentado en una reunión de ese grupo en la sede del FMI en Washington en setiembre de 2005.
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