Nº 164 - marzo/abril 2006
La cara oculta del imperialismo
Confesiones de un gángster económico. La cara oculta del imperialismo americano. John Perkins. Barcelona, Ediciones Urano, 2005, 348 páginas.
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En Confesiones de un gángster económico, John Perkins describe cómo fue enrolado y entrenado por el gobierno de Estados Unidos para engañar a países pobres del mundo prestándoles más dinero del que podían pagar para luego hacerse dueño de sus economías y sus destinos. El autor proclama que este libro es la “confesión” de un hombre que en la época en que cumplía estas funciones formaba parte de un grupo relativamente reducido. Este tipo de profesión está hoy más extendida. Sus integrantes ostentan títulos más eufemísticos y pululan por los pasillos de Monsanto, General Electric, Nike, General Motors, Wal-Mart y casi todas las demás grandes corporaciones del mundo.
Perkins fue reclutado hacia fines de la década del sesenta, mientras estaba en la Escuela de Negocios, por la National Security Agency (NSA), la organización de espionaje más grande de Estados Unidos, para convertirlo en un “gángster” económico. Sin embargo, más tarde, abrumado, abandonó esa profesión y desde 1990 se ha dedicado a defender los derechos indígenas –especialmente de las tribus amazónicas- y los temas ambientales. Además escribió cinco libros, publicados en varios idiomas, sobre culturas indígenas, ecología y sustentabilidad, fue profesor en varias universidades y centros de estudio en cuatro continentes y ha sido consejero de varias organizaciones sin fines de lucro.
El trabajo de un gángster económico consiste en estimular a líderes para que entren a formar parte de la red que promociona los intereses comerciales de Estados Unidos en todo el mundo. Según Perkins, esos líderes acaban atrapados en la telaraña del endeudamiento, lo que le garantiza a Estados Unidos su lealtad, de forma de poder recurrir a ellos siempre que los necesite para satisfacer sus necesidades políticas y económicas. Estos países obtienen a cambio la consolidación de su posición política porque atraen complejos industriales, centrales generadoras de energía y aeropuertos.
Los gángsteres económicos, dice el autor, conceden favores que toman la apariencia de créditos destinados a desarrollar infraestructuras, como centrales generadoras de electricidad, carreteras, parques industriales, aeropuertos, etc. Una de las condiciones de estos préstamos es que los proyectos y su construcción deben estar a cargo de empresas estadounidenses. De esta manera, el dinero nunca sale de Estados Unidos, sino que se transfiere desde los bancos de Washington a las constructoras de Nueva York, Houston o San Francisco. A este trinomio empresas-banca-gobierno, el autor lo llama “corporatocracia acreedora”. Si el gángster económico ha realizado bien su trabajo, esa deuda será tan grande que el país se declarará insolvente en pocos años y será incapaz de pagar, y cuando eso ocurre esa corporatocracia reclama su parte del negocio que puede ser votos cautivos en las Naciones Unidas, establecimiento de bases militares o acceso a recursos como el petróleo de Ecuador y el canal de Panamá.
Buena parte del trabajo de Perkins consistía en estudiar los países y elaborar previsiones sobre los efectos de las inversiones estadounidenses multimillonarias. Producía estudios que anticipaban el ritmo de desarrollo económico y evaluaban el impacto de una serie de proyectos. Los números eran maquillados de acuerdo a los intereses empresariales, demostrando que el proyecto produciría grandes beneficios en términos de crecimiento del PIB. En una sección particularmente interesante, Perkins relata cómo manipulaban métodos econométricos (como el conocido modelo de Markov), asignando probabilidades subjetivas a las predicciones de crecimiento de la economía, hasta alcanzar las proyecciones que se necesitaban para justificar los préstamos. De esta forma quedaba demostrado “científicamente” que los créditos otorgados eran un gran favor que Estados Unidos le hacía a los países pobres.
Entre los países en que trabajó Perkins se destacan Ecuador, Panamá, Arabia Saudita e Indonesia. El autor declara que en un principio el libro iba a estar dedicado a los presidentes Jaime Roldós (Ecuador) y Omar Torrijos (Panamá), que fueron asesinados porque se opusieron “al sistema”.
En el caso de Torrijos, quien había negociado con Estados Unidos el tratado de devolución del Canal de Panamá, los puntos de controversia con Washington era un posible nuevo canal construido por empresas japonesas. Perkins cree que la muerte de Torrijos, en un atentado aéreo provocado por un artefacto explosivo, fue una represalia por su actitud contestataria.
En cuanto a la muerte de Roldós, se produjo cuando éste decidió lanzar un ataque en todos los frentes contra las compañías petroleras. En ese momento estas compañías emprendieron una campaña de difamación contra el presidente ecuatoriano y sus grupos de presión invadieron Quito y Washington. Se intentó presentarlo como un nuevo Fidel Castro, ante lo que Roldós reaccionó denunciando la conjura entre la política, el petróleo y grupos extranjeros.
Luego de pronunciar un discurso en el Estadio Atahualpa de Quito emprendió un viaje el sur del país y sufrió un “accidente” al incendiarse el helicóptero en el que viajaba. Las sospechas también apuntan a Estados Unidos, según Perkins.
El libro finaliza con una reflexión del autor acerca de cómo poner freno a la corporatocracia y terminar con lo que él llama una marcha inminente hacia el imperio global. El sistema vigente todavía permite esperanzas, no hay nada maléfico en los bancos, las corporaciones y los gobiernos, y se puede evitar que construyan una corporatocracia: “El defecto no está en las instituciones sino en nuestra percepción de cómo funcionan y se relacionan unas con otras”. Por último, Perkins invita al lector a que “sea maestro y alumno e inspire con su ejemplo a todas las personas que lo rodean. Emprenda acciones sobre las instituciones que influyen en nuestras vidas. Haga preguntas, envíe cartas. Diga su opinión”.
Carolina Villalba
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