Nº 164 - marzo/abril 2006
¿Giro a la izquierda o giro descolonial?
Evo Morales en Bolivia
por
Walter D. Mignolo
Las elecciones de diciembre en Bolivia instalaron a Evo Morales en la Presidencia por abrumadora mayoría y es ya evidente la aparición de tópicos y preocupaciones específicos. Uno de estos temas es el presunto “giro a la izquierda” no sólo en Bolivia sino en América del Sur. Los nombres de Hugo Chávez y de Luiz Inacio Lula da Silva, junto al de Fidel Castro, se invocan en este escenario.
En el caso de Evo Morales –pero también en parte en el de Hugo Chávez–la expresión “giro a la izquierda” sólo capta parte de la historia y deja en la penumbra el “giro descolonial”. En segundo lugar, Néstor Kirchner en Argentina y como una sombra de expectativas Tabaré Vázquez en Uruguay y Michelle Bachelet en Chile forman el coro de dicho giro.
Me parece crucial entender, en este momento y hacia el futuro, que Evo Morales es el signo visible, hoy, de un giro en marcha desde hace cinco siglos pero más claro y visible desde la década del setenta. No se trata ya de un giro a la izquierda sino de un giro descolonial. En todo caso es un giro de la izquierda en América del Sur bajo el liderazgo político, intelectual e ideológico de los movimientos indígenas que no necesitaron ni de Marx ni de Lenin para darse cuenta de que eran explotados.
Fenómeno semejante se dio hace tiempo con la revolución haitiana. Dado que en la mentalidad blanca los negros no tenían capacidades intelectuales, la revolución de Haití “no pudo” haber sido llevada a cabo por los negros sin ayuda de los blancos. No era seguro quiénes eran esos blancos, pero lo cierto fue que para el análisis no podría haber habido revolución haitiana sin blancos detrás. Uno de los peligros contundentes hoy es dar prioridad en las explicaciones a la izquierda sobre la “descolonialidad”, un proyecto político que la izquierda todavía es incapaz de ver, y ante el cual por cierto aún más ciega es la derecha.
Le Monde Diplomatique publicó en diciembre de 2005 un artículo de Maurice Lemoine en el que se mantiene la prioridad del giro a la izquierda y se invisibiliza el giro descolonial. Diría que desde París no se alcanza a ver muy bien la densidad de la memoria indígena en la que Bolivia se nutre y sostiene. El título del artículo es revelador: “La Bolivie indienne rejoint la gauche latina”. Se aproxima, pero no da en la tecla: sería más adecuado a los procesos históricos decir: La gauche latina rejoint la Bolivie indienne. Ahí, en ese giro de la expresión se encuentra el giro descolonial más que el giro a la izquierda. Pero, en efecto, desde París el inconsciente no permite que sea la izquierda latina –de ascendencia europea– la que cede al liderazgo indígena. Como en el caso de la revolución haitiana, la izquierda eurocentrada necesita mantener la prioridad imperial de izquierda: es la Bolivia indígena la que se une a la izquierda latina, y no la izquierda latina la que (con)cede al liderazgo indígena. Ahí, en ese cambio sintáctico-semántico de la frase está en juego, y se juega, el giro descolonial.
The Economist, en Londres, reflexionó sobre los pros y los contras de la Presidencia de Morales en términos de mercado, inversiones y finanzas. Esto es, considerando cómo la Bolivie indienne would rejoint la droite latina and sajona. El contenido de los artículos de Le Monde y The Economist es distinto, pero la lógica es la misma: ambos no ven más allá del sistema único y de las polaridades entre las izquierdas y las derechas. El giro descolonial y el desprenderse que se anuncia en las declaraciones iniciales de Evo Morales no son todavía visibles o no quiere ser reconocido.
Recordemos el origen del término “izquierda” en el escenario político, un escenario bastante francés: tal término se gestó en realidad en la memoria y en la sensibilidad francesas. Durante la revolución de 1789, a la izquierda se sentaban los parlamentarios que defendían la ideología del “progreso” y a la derecha se sentaban los sólidos propietarios del Mediodía, la distinguida elite de las finanzas, los terratenientes, los emergentes industriales.
En Argentina, Abelardo Ramos puntualizó en los años setenta que esta clasificación puramente francesa de los partidos políticos modernos sirve de muy poco para la comprensión de los problemas en los países coloniales, semicoloniales o subdesarrollados, según el vocabulario empleado durante la Guerra Fría y por las Naciones Unidas. En países como Argentina o Bolivia la izquierda se funda en un “fuera de lugar”, en un trasplante a las colonias, en un eco a veces nostálgico de los criollos de ascendencia europea y de los mestizos mezclados en sangre con lo indígena pero puros en la mentalidad eurocéntrica.
En Bolivia la historia es otra y muy distinta: los indígenas nunca se sentaron en ninguna banca, desde la colonia hasta la formación del estado-nación. Y en su historia, como lo recordaba Frantz Fanon para el caso de los esclavos descendientes de africanos, no necesitaron leer a Marx para darse cuenta de que eran oprimidos y explotados, que se les había humillado y excluido de la estructura social, que sólo contaban como fuerza bruta y como proveedores de energía laboral. De esa experiencia se forjó un pensamiento “descolonial” cuya manifestación más visible hoy es la elección de Morales, pero con otras manifestaciones recientes como los zapatistas en el sur de México, el movimiento indígena ecuatoriano en los Andes, y así también en general en las Américas desde los mapuches en Chile hasta la llamada Cuarta Nación en Canadá.
La elección de Álvaro García Linera como vicepresidente es una indicación más del liderazgo indígena de Morales. Su aceptación del cargo es una indicación más de la izquierda latina adhiriéndose al giro descolonial. García Linera es de ascendencia hispánica, de familia criolla boliviana, pero no sigue el rumbo esperado de su grupo social.
En las noticias periodísticas se lo presenta como “ex guerrillero, sociólogo y matemático”. No estoy seguro de que el orden de los adjetivos sea el adecuado. Sí es importante que a finales de los años ochenta estuvo en la cárcel por su tarea de apoyo ideológico al Ejército Tupaj Katari y que como matemático, sociólogo y analista político realizó una tarea muy importante en los últimos diez años como miembro del grupo Comuna, asesor de Felipe “el Mallku” Quispe, con quien compartieron años de cárcel, y finalmente en los últimos años estuvo al lado de Evo Morales.
Sus trabajos sobre los movimientos sociales en Bolivia y su reflexión crítica sobre la izquierda boliviana son –a la vez– trabajos académicos del sociólogo de la Universidad Mayor de San Andrés y del agudo analista político que percibe el cambio introducido por los movimientos sociales, los intelectuales y líderes aymaras.
La fórmula Morales-García Linera es significativa para entender el proceso histórico en los últimos quince años. En 1992 Bolivia llamó la atención de gran parte del mundo por un acontecimiento sin precedentes: Víctor Hugo Cárdenas, un intelectual aymara egresado de la Universidad de San Andrés, fue elegido vicepresidente por la fórmula que integró con Gonzalo Sánchez de Losada. A pesar de la importancia que tuvo esta Vicepresidencia, Cárdenas fue un subalterno de Sánchez de Losada, quien comandaba el barco. Cuando se invirtió la composición étnico-social en la fórmula de Evo Morales se hizo aún más evidente el giro descolonial. En el caso de García Linera no se trata ya de un subalterno sino de un traductor, como él mismo lo dice, en un barco que comanda la visión indígena de Morales y no ya la visión latino-criolla de Sánchez de Losada.
La edición castellana de BBC-Mundo reprodujo el 9 de diciembre de 2005 estas palabras de Evo Morales: “Decir a aymaras, quechuas, chiquitanos y guaraníes: por primera vez vamos a ser presidentes. Y quiero decirles a los empresarios, profesionales, intelectuales y artistas, no nos abandonen”. La misma agencia entrevistó a García Linera el 21 de diciembre y encabezó la entrevista con estas palabras: “Muchos dicen que Álvaro García Linera es el cerebro detrás del trono del Movimiento al Socialismo, el partido político que llevó a Evo Morales al poder en Bolivia. Él lo niega enfáticamente. ‘Soy un traductor, más que un inyector’”, asegura.
Si ayer era la izquierda eurocentrada quien daba pautas para la liberación de las colonias y ex colonias, hoy es la descolonialidad que se manifiesta en Evo Morales la que puede dar pautas para el giro descolonial.
El giro descolonial es un desprenderse de las reglas del juego único de la derecha, de la izquierda y del centro, y es una apertura al diálogo y a la negociación pero desde una “perspectiva-otra”. Con esto quiero decir que no se trata de otra perspectiva dentro de las mismas reglas del juego, como está implícito en el artículo de Le Monde Diplomatique celebrando la integración de la izquierda indígena a la izquierda latina, cuando es exactamente lo contrario.
El Movimiento al Socialismo-Instrumento Político por la Soberanía de los Pueblos (MAS-IPSP) es parte del giro descolonial en la medida en que desplaza la estructura de partidos políticos y la “representación democrática”, en la que la derecha, y sobre todo la retórica de Washington, justifican la democracia por el voto. En Bolivia las elecciones fueron clara y aplastantemente democráticas por el voto, pero el pueblo (indígena y no indígena) no votó a un partido que lo representa sino a un movimiento social que lo involucra.
El giro descolonial es claramente perceptible –además de que la teoría y acción del MAS-IPSP desarticula la teoría política eurocentrada desde Nicolás Machiavelo a Karl Marx y desde Thomas Hobbes a Carl Schmitt– en dos de las medidas político-económicas pilares de las primeras gestiones del gobierno de Morales: la cuestión de las hojas de coca y la cuestión de la “nacionalización” de los hidrocarburos.
El Plan Dignidad puso a Bolivia en el mapa de los bondadosos colaboradores de Estados Unidos para la erradicación de la hoja de coca. Quienes estaban al frente del Plan Dignidad no eran indígenas, por cierto, sino criollos y mestizos bolivianos que, como en las sucursales de McDonald’s, cumplían órdenes desde Washington en el primer caso y de la central de McDonald’s en el segundo. Frente a ello Morales parte de dos principios fundamentales que contribuyen al giro descolonial: habrá “grado cero” de cocaína en Bolivia, cero fabricación de droga, pero no “grado cero” de hoja de coca. Mucho antes de que la hoja de coca se usara para la cocaína –explica Morales en varias entrevistas– los habitantes indígenas, aymaras y quechuas en los Andes, masticaron y usaron la coca como suplemento dietético.
Evo Morales comienza a cambiar los términos y no el contenido de la conversación: “Jamás grado cero de la hoja de coca” significa cambiar las reglas del juego, cambiar los principios sobre los cuales el discurso oficial y seudo ético intenta no sólo destruir la dieta y la economía de Bolivia sino también demonizar formas de buen vivir, fuentes de trabajo y de dietas saludables. El giro descolonial consiste en una serie de desprendimientos y de cambios en los términos de la conversación, mientras que la izquierda sólo cambia los contenidos y se mantiene dentro de las mismas reglas del juego de la cosmología eurocéntrica.
El segundo punto es la “nacionalización” de los hidrocarburos. “Nacionalización” es un término que les cae mal a intelectuales más o menos de izquierda y a defensores de la globalización de la derecha. Para los intelectuales de izquierda, “nacionalización” suena a los años setenta y para los de la derecha a regionalismo pasado de moda frente a una globalización que borra, dicen, las fronteras. En ambos casos quien gana es la globalización neoliberal. En el primer caso gana porque la nacionalización no es solución –lo cual deja las puertas abiertas a la alternativa– y en el segundo caso puesto que, llanamente, a la globalización hay que defenderla de sus opositores en todo el mundo.
El discurso de Evo Morales, también reproducido en varias entrevistas, es básicamente el siguiente: los recursos naturales no se pueden privatizar porque son propiedad del pueblo y el pueblo es la voz de Dios. Este principio, así transmitido en las entrevistas, tiene una densidad irreductible al discurso monocorde del periodismo y de libros que divulgan los pros y los contras de la globalización. En primer lugar, la invocación a Dios es, por un lado, una concesión al discurso cristiano –que está en el fondo de liberales y neoliberales a pesar del secularismo– y por otro, una invocación directa a la Pachamama, a la concepción teológica de los aymaras.
En la cosmología aymara –distinta de la transformación cosmológica que introduce Francis Bacon en 1610 al hacer de la Naturaleza un ente exterior al Hombre (sic) y que debe ser dominada por el Hombre– no hay distinción entre Naturaleza y Hombre, y menos aún se concibe la Naturaleza como un ente a ser explotado. La Naturaleza en el vocabulario indígena es “la tierra”. En Bolivia la palabra tierra implica mucho más que una superficie que se puede medir y vender por metros cuadrados. Está cargada de sentidos que tocan al poder –a la matriz colonial del poder–, al racismo, a la violencia, al sufrimiento y a la explotación, a luchas de descolonización y esperanzas de libertad, de terminar con la dominación y la explotación constante. En esta constelación semántica de la cosmología indígena, los hidrocarburos, como el agua, no son mercancías.
“Mercancía” es una constelación semántica de la cosmología occidental donde, después de la revolución industrial, la tierra se convirtió en la fuente de los recursos naturales. Para los indígenas de América, contrariamente a los indígenas de Europa, los recursos naturales son en verdad derechos humanos y no mercancías, son derechos de las personas que “habitan en y son habitadas” por la Naturaleza. Evo Morales, al decir “nacionalización” no está diciendo solamente que los recursos naturales son bolivianos: está cambiando de nuevo los términos de la conversación, está desprendiéndose del discurso en el cual los recursos naturales son una mercancía, para sugerir –y a veces decir- que son “un derecho humano”.
Evo Morales une ambas esferas de la economía a un principio político fundamental dirigido tanto a los inversores extranjeros como a los esbirros “nacionales” de los inversores extranjeros: “Queremos socios y no patrones”. Sin duda, el principio político sería compatible con la izquierda periférica si la izquierda periférica –y en este caso latina– se plegara al liderazgo del giro descolonial indígena. Si no lo hace así, la izquierda periférica y latina quedaría dependiente del marxismo ortodoxo y de sus variantes por un lado y, por otro, quedaría limitada a la versión parcial de una izquierda blanca y varonil, de origen y descendencia europea que borra o disfraza una supuesta originalidad periférica. El hecho sin precedentes de que un indígena haya sido elegido presidente por aplastante mayoría marca a su vez otro elemento del giro descolonial: la “latinidad” no es una de las características que definen a nuestro subcontinente, sino la identidad criollo-mestiza y sus proyectos políticos de derecha y de izquierda. La “indianidad” –que tuvo en la Bolivia de la década del setenta un ideólogo fuerte como Fausto Reinaga– se instala en el Estado con Evo Morales.
Evo Morales no es lulista ni chavista, afirmó enfáticamente García Linera en la entrevista citada. Todo lo que acabo de sostener concuerda con esta afirmación. Pero será necesario, en los meses que siguen, reflexionar sobre este asunto. No es ni lo uno ni lo otro porque ni Lula ni Chávez se asientan en un pasado y una memoria de luchas que ha mantenido, durante cinco siglos, la “diferencia”. Ha mantenido la diferencia y no una “esencia india” pura y auténtica. Ha mantenido la diferencia irreductible que hizo imposible la asimilación de los indígenas a los proyectos cristianos castellanos, los de los criollos y mestizos seculares bolivianos y los proyectos de desarrollo y mercantilización liberales y neoliberales. Es precisamente el “haber mantenido la diferencia” lo que le permite a Evo Morales el desprendimiento, hacer el giro descolonial e iniciar una apertura a una política económica y a una economía política que se apoya en subjetividades que nunca fueron colonizadas.
En el caso de Bolivia se podría repetir lo que Ranajit Guha percibió para el caso de la India: hay algo que el Imperio Británico nunca pudo colonizar y ese algo fue la memoria y la subjetividad de los indios. Igual ocurrió en Bolivia. De esa memoria y subjetividad no colonizada no surge “una nueva izquierda” sino “un peldaño más” en un giro descolonial que tiene al menos cuatrocientos años en los Andes.
En este sentido, Hugo Chávez precede pero complementa a Evo Morales. Más allá de los recursos económicos que sostienen su gestión, la “revolución bolivariana” de Hugo Chávez puso sobre la mesa un proyecto en donde se asume el mestizaje de forma equivalente a como Evo Morales asume la indianidad. De ahí la diferencia radical entre Juan Domingo Perón y Hugo Chávez, que a menudo se invoca para descalificar a ambos como populistas. Perón nunca cruzó la diferencia colonial que lo separaba, como hombre blancoide y argentino, de los “cabecitas negras” y trabajadores de tez marrón que él apoyaba desde la Secretaría de Trabajo. Hugo Chávez desde el principio asumió la memoria del mestizo desplazado del control económico, político y subjetivo que la elite criolla mantuvo en América del Sur y el Caribe hispánico, desde las respectivas independencias. Ésta es la contribución de Chávez al giro descolonial y el sostén de su proyecto de “revolución bolivariana”.
Es quizás de Luiz Inacio Lula da Silva de quien se pueda decir, con propiedad, que su elección introdujo un “giro a la izquierda”. El Partido de los Trabajadores, en verdad y dejando de lado los problemas recientes, es un ejemplo paradigmático de la izquierda periférica, de una izquierda que se pensó desde adentro y desde su propia historia más que siguiendo los manuales de la izquierda europea. En Bolivia asistimos, sin embargo, al crecimiento del giro descolonial que pone en tela de juicio tanto a la izquierda eurocentrada como a la izquierda periférica. Hace visible, al mismo tiempo, que el sueño de una izquierda global ya no tiene sentido, no importa de qué manera lo disfracen y lo presenten la izquierda eurocentrada y sus agentes locales.
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Walter D. Mignolo es director del Centro de Estudios Globales y Humanidades de la Universidad Duke (Estados Unidos).
Este artículo es un extracto de un ensayo que se publicará próximamente en el libro colectivo Democracias en desconfianza, editado por D3E y Claes.
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